Puta y fruta. Bonita
rima. Una divertida ocurrencia para tapar un gesto miserable. Y, un rato
después, banderas al viento portadas por aguerridos de impasible ademán. No
están de vuelta, es que nunca se habían ido.
A Díaz Ayuso le gusta la fruta
El Viejo Topo
23 noviembre, 2023
La tribuna del Congreso. Bancadas llenas de gente invitada a la sesión de investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno. Abajo desfilan diputados y diputadas. Cada cual a lo suyo. Voces que suenan como truenos en días de tormenta. Rayos y centellas, como se decía en los tebeos de cuando yo era un crío. Dónde el remolino embriagador de la palabra, la belleza de una frase que de repente nos cambia la percepción del mundo, lo que de hermoso tiene un diálogo que no suene a que se han puesto en marcha los tambores de guerra. Y de repente surge una de esas voces aguerridas. Pero no a lo bestia, muy bajito. Como cuando mi amigo Calero le ponía la sordina a la trompeta en la Banda Democrática de Pedralba, el pueblo valenciano del líder anarquista Narciso Poeymirau. Algún día habrá de homenajear ese pueblo la memoria del Tío Narciso. Algún día. No lo sé. La buena memoria brilla demasiadas veces por su ausencia. No pierdo el hilo. La voz que se escucha en la tribuna surge como en un susurro, como si le hubieran puesto la sordina en la embocadura para aliviar toda estridencia, apenas se escucha entre tantos rayos y centellas. La mujer mueve los labios. Y las cámaras desvelan lo que dice: “Qué hijo de puta”. Ahí queda para la historia de la infamia, una vez más, Isabel Díaz Ayuso. Una vez más esa mujer con sus palabras que alientan lo peor de lo humano. “La respiración del lenguaje establece / la sucesión de miserables / morales”, escribe Juan Gelman en un poema.
Luego vino lo
peor. La burla. Que piensen que somos tontos del culo. Que todo les
vale para que este país sea, porque a ella y los suyos les
dé la real gana, una auténtica vergüenza. Y se quedan tan
panchos cuando desde la cobardía han de dar una explicación. La
presidenta madrileña, en la ridícula versión de sus
servicios de prensa y propaganda, dijo una tontería gastronómica: “me
gusta la fruta”. La rima perfecta. Como si el insulto, la carcoma que asuela la
palabra, fuera lo mismo que un poema. Puta y fruta. La rima
perfecta. Allí, en la tribuna, la mujer que a veces nos parece que flojea
algo del entendimiento en su bochornosa simpleza. Y lo peor,
cuando ella misma justificó el insulto: el candidato a ser investido presidente
se había metido con su hermano. El timo de las mascarillas. La gente se
moría y su hermano y un colega hacían el agosto comprando y vendiendo
mascarillas por un tubo cuando la pandemia. Mientras tanto, el
protocolo de la vergüenza bajo sus órdenes sanitarias: miles de muertes en las
residencias de mayores. Carne de covid y de abandono inhumano para
alimentar el delirio de una mujer que parece vivir en el delirio
permanente. Puta y fruta. No son lo mismo. Claro que no. De nada le sirvió
poner la sordina al exabrupto. La palabra, en el sitio
donde gracias a ella ha de crecer la democracia, convertida
en una tachadura que deja sin nobleza al sitio y la palabra.
Y después de
los rayos y centellas en los asientos del Congreso, salimos a la calle. La han
tomado los gritos, las banderas rojigualdas con un agujero de negrura, la
horda que declara la guerra a la propia democracia. Lleva
semanas la calle ocupada por quienes llaman dictadura a lo que ahora vivimos y
sin embargo se sienten a gusto aplaudiendo sin rubor la dictadura franquista,
una de las más crueles de la historia contemporánea. No se
manifiestan contra la amnistía, sino contra una democracia cuyas reglas no les
han permitido formar gobierno a la derecha y la extrema derecha. Cada vez más
son una misma cosa la derecha y la extrema derecha. Casi nada las
diferencia: Núñez Feijóo, Abascal, Díaz
Ayuso… Rayos y centellas en el Congreso. Rayos y centellas en las
calles que se mueven como si desde el subsuelo empujaran hacia arriba las
ratas que salían en La venganza, uno de los más estremecedores
relatos de Jean Ray, el maestro del horror en la
literatura. Y al mismo tiempo, como un brazo añadido a los que enarbolan
las banderas, unos guardias civiles que darían hasta la última gota de su
sangre para defender la unidad de España. Y un rato después, sale medio
centenar de altos cargos militares en la reserva para exigir al Ejército que
destituya a Pedro Sánchez y convoque nuevas elecciones. Ya no guardan las
formas. Ni eso guardan. Un golpe de Estado, proclaman en su manifiesto dado a
conocer por infoLibre. Como si en vez
de en el siglo XXI estuviésemos en los años treinta del pasado siglo.
No van a parar
de ocupar las calles, dijo Núñez Feijóo. Cada vez con más violencia. Lo estamos
viendo todos los días. Agreden a periodistas que están ahí haciendo su trabajo.
Señalan a personas de izquierdas para convertirlas en blanco de su ira. Las
manifestaciones son legítimas, claro que lo son. Pero la violencia las
convierte en otra cosa bien distinta. Para quienes se manifiestan con esa
violencia lo que se vive en España es una guerra. Hasta amplios sectores
oficiales de la Iglesia bendicen ese levantamiento con hechuras fascistas,
nazis en algunos de los símbolos exhibidos sin reparos de ninguna clase. Y un
buen número de jueces hacen lo mismo. Todo vale para el salvamento de la
Patria. Los viejos lenguajes. El regreso a los tiempos del miedo. Nunca
los abandonaron, ni el lenguaje ni esos tiempos. Curas, jueces, militares,
empresarios… Todos a una en su guerra para salvarnos del abismo en que
España se deshace sin remedio. No sé si algunos de esos salvapatrias habrán
leído el Quijote. Seguramente sí: “ésta es buena guerra, y es
gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra”,
le dice “el valeroso don Quijote” a Sancho Panza en su lucha
contra unos gigantes que Sancho no veía por ninguna parte. Para rendir
hondo servicio a Dios y a la Patria salen a la
calle los nuevos y viejos fascismos: que la historia regrese a los
tiempos más crueles de la infamia.
El susurro que
rimaba el insulto como un falso poema en la bancada invitada del Congreso se
hace carne en las algaradas callejeras del PP y Vox para que la democracia
quede en agua de borrajas. Serán años difíciles para el Gobierno
progresista y buena parte de la ciudadanía. Muy difíciles. Pero
si a algo estamos acostumbrados en la izquierda es a vivir en lo
difícil. Y no les será fácil, a los facciosos de nuevo y viejo
cuño, “fusilar”
a tantos “hijos de puta” como exigían otros
altos cargos militares hace unos meses. ¿O tendría que haber
escrito “a tantos de los que nos gusta la fruta”? Plantar cara
al fascismo con la democracia por bandera, en la playa más cercana y el
horizonte que se apunta por encima de los rayos y centellas, en lo
cotidiano más próximo y en lo más decente de la política, en la dignidad
de una memoria insobornable para que quienes nos enseñaron a ser lo que somos
no se avergüencen de lo que hacemos con lo que nos dejaron en
herencia. Ahí nos van a encontrar los del odio permanente. Los de la
guerra. Los salvadores de una Patria que sólo existe en sus cabezas
enloquecidas. Los de siempre.
Fuente: infoLibre.
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