Es evidente que Ucrania no ganará esta guerra. Pero la paz no
interesa a sus dirigentes y oligarcas, hay mucho dinero por el medio. Un dinero
que no solo llena los bolsillos de algunos ucranianos; también los jerarcas
occidentales sacan su tajada.
Ucrania: pozo negro de la corrupción
El Viejo Topo
14 septiembre, 2023
Hace 153 años
finalizaba la mayor carnicería de toda la historia en América Latina. La Guerra
de la Triple Alianza concluyó con la derrota de Paraguay y la pérdida de la
mitad de su población. Prácticamente todos los varones sufrieron las
consecuencias de esta matanza. El país se despobló puesto que sólo quedaron
vivos adolescentes, ancianos, tullidos y mujeres.
El régimen de
Kiev está repitiendo ese escenario. Como se diría en argot está “rebañando el
barril”. El ex embajador de Estados Unidos en Finlandia, Earle Mack, se ha
permitido hacer unas predicciones: según él, Ucrania se acerca a una década de
muerte y caos con más de 10 millones de personas que han abandonado el país y
5,5 millones de ucranianos que se han refugiado en Rusia. Ucrania, cuando acabe
la guerra, será un Estado fallido o no existirá.
La imagen del
anciano de 71 años entrenando en los campamentos alemanes de la OTAN es una
imagen potente. Revela las enormes carencias del Ejército ucraniano en el
frente. Las estimaciones de las propias fuentes occidentales sitúan el número
de muertos en torno a los 400.000, mientras que heridos y amputados podrían
sobrepasar los tres millones. Solo en la fracasada contraofensiva han fallecido
unos cuarenta mil ucranianos según fuentes de Kiev, 66.000 según fuentes rusas.
Es una matanza sin sentido donde para preservar los caros “juguetes bélicos de
Occidente” se envían hombres como “carne de cañón” para abrir el paso a través
de los densos campos de minas. El dieciocho de julio pasado el propio
comandante de las fuerzas terrestres del ejército de Ucrania, general Alexander
Sirsk, reconocía en una entrevista a Europa Press que era “prácticamente
imposible” lograr un éxito inmediato en la tan cacareada contraofensiva
ucraniana. A pesar de las evidencias, la masacre continúa.
Aunque la
ofensiva carezca de viabilidad militar, poco importa, se ha seguir insistiendo.
Están en juego enormes flujos de dinero occidental que va ineludiblemente a los
bolsillos de las élites ucranianas y de los oligarcas occidentales.
Ucrania, según
los estándares internacionales es el segundo estado más corrupto del mundo. Los
grandes grupos de poder precisan de un relato que justifique el desvío de
dinero público a sus arcas y que, además, convenza a la ciudadanía de la
necesidad de sacrificar y privatizar los sistemas sanitarios, de pensiones o la
educación por tal de enviar más y más armas a la hoguera ucraniana. Hay que
derrotar a Rusia.
A pesar de
tanto sufrimiento, nada satisface a los oligarcas ucranianos, ni a Washington,
ni a la UE. Es la guerra de Washington contra Rusia, librada en terreno de
terceros. La ofensiva, como ya hemos dicho, es un fracaso. El costo en vidas
humanas es inasumible. El ejército ucraniano de Zelenski está tomando medidas
desesperadas para rellenar los agujeros en sus filas. Paulatinamente, se
recurre a tropas peor entrenadas y motivadas. La movilización total que ahora
se promueve recuerda el llamamiento de Hitler a las juventudes hitlerianas
(chiquillos de catorce años que debían defender el búnker del Führer). La nueva
movilización abarca todo lo que queda del espectro de edad, desde los 15 hasta
los 60 años. Ucrania no tiene más recursos humanos y es por ello que considera
aptos para el servicio hombres que deberían estar en el hospital, en la escuela
o en su casa. La violencia en el reclutamiento, la detención de los varones en
cualquier lugar y momento, es lo que todavía permite mantener el flujo de
soldados hacia el frente.
El gran negocio
La guerra en
Ucrania es un enorme robo donde todos, desde el propio Zelenski (que según la
prensa estadounidense ha comprado otra lujosísima villa en un lugar exclusivo
en el Mar Rojo) hasta los altos cargos del gobierno (destituidos por múltiples
casos de corrupción) están amasando enormes fortunas. A la llamada de este
saqueo han acudido bancos y entidades financieras occidentales que han
encontrado un nuevo nicho para su enriquecimiento. El periodista de
investigación John Hermer ha señalado un hecho sumamente extraño: el Fondo
Monetario Internacional ha prestado ciento quince mil millones de dólares al
gobierno de Zelensky suspendiendo al mismo tiempo las auditorías y requisitos
de control habituales. Tampoco la UE o el Parlamento Europeo están controlando
los flujos financieros de ayuda a Kiev. Periódicamente el Fondo para la Paz
dependiente de la UE envía paquetes de ayuda financiera. Nadie ha dado cuenta
de en qué se gasta el dinero de la UE. Al no existir controles parte o la
totalidad de dinero ha acabado en cuentas de paraísos fiscales. El 31 de marzo
de 2023 el FMI concedió otros 15.600 millones de dólares en el marco de un
nuevo acuerdo de servicio ampliado del fondo para Ucrania al margen del apoyo
total de 115.000 millones que fue aprobado con anterioridad. La propia
institución financiera afirma que no realizará las inspecciones de supervisión
“in situ” antes de finales del 2024 y sólo si “las condiciones lo permiten…”
Los documentos del Fondo Monetario Internacional respecto a la deuda ucraniana
son un conjunto de buenas intenciones. No se penalizará al ejecutivo de Kiev si
las promesas no se cumplieran. Funcionarios de este organismo como la primera
subdirectora gerente del Fondo Monetario Gita Geopinath, admiten abiertamente
que “los riesgos para el acuerdo del SAF son excepcionalmente altos”. En el
propio Congreso de los Estados Unidos, por otra parte, hay muy pocas voces que
apoyen una auditoría de cuentas y que se cuestione realmente el destino del
dinero de los contribuyentes. Es una obviedad decir que muchos de los
representantes políticos deben sus campañas electorales a los grupos de poder
interesados en mantener viva la crisis ucraniana.
Las finanzas de
la guerra en Ucrania se asemejan a un esquema Ponzi (una estafa piramidal)
donde ni el Congreso de los Estados Unidos, ni el Fondo Monetario Internacional
ni la Unión Europea son capaces de señalar quién ha recibido el dinero. Tampoco
les interesa. El sistema bancario ucraniano está en quiebra puesto que las
tasas de interés de los créditos occidentales son del 25%. Pero además, para
mantener la ficción económica y poder venderlos o privatizarlos, los activos
del país son garantizados con más dinero del propio FMI, creando una situación
de fallida de “facto”. En palabras del periodista norteamericano, no es muy
aventurado afirmar que los principales responsables de la toma de decisiones
sobre ese dinero (Joe Biden, Jake Sullivan, Antony Blinken, Victoria Nuland,
Josep Borrell, Annalena Baerbock, Olaf Schulz, los altos funcionarios del FMI y
otros agentes clave del imperio estadounidense) podrían estar entre los grandes
beneficiarios de este latrocinio.
Mientras se
pueda mantener este negocio a corto plazo, la guerra tiene visos de mantenerse
hasta el último ucraniano vivo.
Unas elecciones difíciles
La imagen del
malvado autócrata es, evidentemente, la del presidente ruso Vladimir Putin. Su
Estado no alcanza, supuestamente, los mínimos estándares que exigiría la
“democracia occidental”. Los medios han hecho de ello uno de sus grandes
argumentos. Poco importa que el segundo partido en importancia en la Duma sea
el partido comunista ruso. En estos días se celebran elecciones locales y
provinciales en toda Rusia, incluidas las zonas ocupadas y Crimea, mientras que
el presidente Zelenski (al que se le acaba su mandato) manifiesta que no tiene
intenciones de convocar elecciones presidenciales y exige que se le pague la
astronómica cifra de 5.000 millones de dólares para organizarlas.
La guerra de
desgaste, que ha impuesto Estados Unidos contra Rusia, necesita aún más carne.
El presidente Biden mira su reelección. La carrera, para la que se postula por
el partido demócrata, comienza en noviembre. Necesita alguna noticia positiva
del frente ucraniano. Sobre el escenario electoral se alzan, al igual que para
el expresidente Trump, nubes de tormenta. Los turbios negocios de la familia
(se acusa a su hijo y al propio presidente de haber recibido más de 5 millones
de dólares por sus negocios ilícitos en Ucrania) serán una losa en la campaña.
Biden necesita desgastar a Rusia tanto como pueda para presentar algún tipo de
ticket ganador. El Secretario de Estado Blinken, de visita a Kiev hace unos
días, prometió mil millones y más material bélico. Para congraciarse con el
funcionario norteamericano, miles de hombres fueron enviados a otra ofensiva
fallida y pagaron un altísimo precio por esa futura ayuda.
La caída en
desgracia del anterior ministro de Defensa ucraniano Reznikov por un caso de
corrupción, y su sustitución por otro personaje, Rustem Umerov, también investigado
por la Justicia por un tema similar, revela que Zelensky descarga su
responsabilidad en terceros. Washington no ha dado la orden aún para sustituir
al presidente, pero las voces comienzan a alzarse.
Las
transnacionales norteamericanas (Dupont, BlackRock….) que han comprado gran
parte del territorio ucraniano, ahora miran con ojos golosos a la propia
Polonia. Ucrania, evidentemente, no ha aprendido nada de la tragedia de la
Triple Alianza en el siglo XIX. Polonia tampoco parece haber aprendido nada de
las lecciones de la Segunda Guerra Mundial. En aquel tiempo, como ahora, su
oligarquía se creía capaz de vencer al ejército alemán. Los medios de la época
fantaseaban con derrotar a las divisiones Panzer y ocupar Berlín. La historia
nos enseña cuál fue el resultado, pero nuevamente cree (hundida Alemania en una
profunda recesión económica y política) que ha llegado el momento de
convertirse en la gran potencia militar europea. Fantasea con crear un estado
confederal que agruparía la actual Polonia, Ucrania y Lituania. Claramente la
oligarquía polaca ha escogido los cañones en lugar de la mantequilla y está
llevando al país al precipicio. La retórica belicista de los dirigentes en el
poder, de Ley y Justicia, (PiS) camina en esa dirección. En este momento
Varsovia afronta una profunda crisis económica, que no le impide invertir,
restringiendo los servicios sociales pero inflamando a la población de un
belicismo extremo, más del 3,5% del PIB en armamento. Para el viceprimer
ministro Jaroslaw Kaczyns esto no es suficiente puesto que espera gastar el 5%
anual del PIB en los próximos cinco años.
Los líderes del
PiS quieren convertir a su ejército y a Polonia en una superpotencia militar en
2 años. Para ello se han cerrado tratos para comprar cientos de tanques,
aviones y helicópteros, mientras espera crear un ejército que doble al actual y
convertirse en el más poderoso de Europa. Nuevos conflictos se avecinan en el
horizonte.
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