Estados Unidos: el país más
violento del mundo
DIARIO OCTUBRE / agosto 12, 2023
En agosto se cumple un nuevo aniversario de las masacres de Hiroshima y Nagasaki. Es este el crimen más horrendo de la historia. Sucede que, como lo realizó la potencia intocable de Estados Unidos, de momento no puede ser juzgado. Por el contrario, en la derrotada Alemania, los ganadores de la guerra, encabezados por el país americano, sí se permitieron juzgar los crímenes de los nazis en Nuremberg. Siendo rigurosamente objetivos, tanto la locura germana de la Segunda Guerra Mundial como el uso de bombas atómicas por Washington contra Japón (innecesarias en términos militares, porque la rendición nipona ya era un hecho), son condenables de la misma manera.
Marcelo Colussi.— La violencia es siempre condenable, aunque haga parte consustancial de la dinámica humana. Es “la partera de la historia”, se ha dicho con razón. La cuestión es cómo la procesamos, cómo la entendemos y valoramos. Lo cierto es que está en la raíz misma de nuestra humanización: la primera obra humana fue una piedra afilada, un arma. Sin embargo, según se la aprecie, pareciera que hay violencia “buena” y “mala”. ¿Por qué los 25 misiles nucleares de Norcorea son un “peligro para la humanidad” y los más de cinco mil estadounidenses protegerían la “democracia y la libertad” en el mundo?
Estados Unidos,
como potencia dominante en el siglo XX, se siente con el derecho natural (¿o
divino?) de hacer cuanto se le ocurra, de marcar el ritmo de todos los demás
países del globo, de imponer su mandato sin obstáculos. Si así fue durante la
Guerra Fría, presentándose bravuconamente por doquier aún con su archirrival
presente, la Unión Soviética, desaparecida ésta se sintió dominador absoluto de
la situación. Nunca antes se había visto un imperio con tanto poderío.
No se puede
decir “con tanta malicia”, pues en el ejercicio del poder no cuentan esas
consideraciones moralistas: “el que manda, manda. Y si se equivoca, vuelve a
mandar”, reza acertadamente un refrán popular. El amo ejerce su dominio,
siempre y en cualquier circunstancia. Estados Unidos, habiendo alcanzado un
poderío abrumador el pasado siglo- hoy ya en decadencia- se sintió poseído de
un supuesto “destino manifiesto” que le obligaba a llevar la “luz de la civilización
occidental capitalista” por todos los confines del planeta. Así lo hizo, sin
dudas. Ello asienta en una suprema, arrolladora, impetuosa cultura de
violencia, totalmente normalizada, asumida como natural sin atenuantes.
De esa cuenta,
el país del norte siente como algo normal su sangrienta historia de conquista,
invasiones y masacres. Sobre la sangre derramada de miles de nativos de esa
tierra se construyó la leyenda del “avance del progreso”, masacrando pueblos
originarios y robando descaradamente territorio a México. Eso se naturalizó con
los interminables westerns a lo que nos acostumbró Hollywood.
Igualmente
considera normal y casi obligado su papel de gendarme en el mundo, desplegando
alrededor de 800 bases militares en el planeta, llevando a un grado inaudito la
cultura bélica. Las películas se encargan de tornar eso como algo digerible. E
incluso “necesario”, ante la “barbarie”: ayer comunista, hoy musulmana o de los
narcos latinoamericanos, todas afrentas a la “democracia”. No está de más recordar
que toda esa avanzada militar necesita de armas y más armas, que su complejo
militar-industrial se encarga de proveer, con ganancias estratosféricas: 35 mil
dólares por segundo.
En nombre de la
“libertad”- quimera centrada en un hiperindividualismo obsceno que hace de cada
yo individual el centro del mundo- la cultura que se generó en la sociedad
estadounidense hizo de esa fantasía el núcleo de la vida. Según la Segunda
Enmienda de su Constitución se reconoce el derecho de todo ciudadano a poseer y
portar armas de fuego, protegiendo así su “libertad”. Por lo pronto, este país
tiene más armas en manos de civiles (350 millones de ellas) que población (334
millones). 42 por ciento de las armas en poder de civiles en todo el mundo está
en manos de estadounidenses, a pesar de que ese país sólo tiene el 4.4 por
ciento de la población mundial.
De este modo,
gracias a esa famosa Enmienda, se logra que en cada tienda de la esquina se
pueda comprar un arma, incluidos fusiles automáticos como el AR-15, versión
civil del militar M-16, producido por Colt’s Manufacturing Company, el más
empleado en las recurrentes masacres que cada semana enlutan a la población. De
esa cuenta, alrededor de 100 personas son asesinadas cada día en suelo
estadounidense, con las secuelas psicológicas que todo ello acarrea. Lo
tragicómico del asunto es que su clase dominante tiene el despreciable descaro
de hablar de la violación de los “derechos humanos” en otras latitudes.
Valga agregar
como dato adicional- y sumamente demostrativo de la infame violencia racial que
sigue presente en el país pese al “adelanto” de haber tenido un presidente
negro- que la población afrodescendiente tiene en promedio trece veces más
probabilidades que los no-negros de ser tiroteados y asesinados, constituyendo
el 70 por ciento de la población carcelaria.
La violencia
campea por cada rincón del territorio estadounidense. Es el único país del
mundo donde población civil, con beneplácito de las autoridades, forma milicias
armadas hasta los dientes para evitar el ingreso de migrantes irregulares a
través de su frontera sur, literalmente: cazándolos. Es además el único país
que se permitió usar armas atómicas contra población civil no combatiente, y
utilizar armas químicas prohibidas en innumerables ocasiones.
Toda su industria
cultural (cine, televisión, literatura, música, prensa escrita, medios
digitales) refuerza a diario esta cultura supremacista, blanca, patriarcal. La
idea de cowboy indestructible, por siempre ganador, se ha enquistado en el
imaginario social de la población. Su clase dirigente, representada por los
políticos de la Casa Blanca, portadora de esta ideología triunfalista,
entroniza la violencia a niveles demenciales. En nombre de su bienestar- que
siempre presupone el malestar de los no-iguales- se permite masacrar a quien se
le ponga delante.
Pero, bueno…
las cosas no son eternas. Algo está cambiando ahora en el mundo. La supremacía
del dólar comienza a resquebrajarse, y sus armas ya no son las únicas potentes.
La historia sigue, y la violencia continúa siendo su partera.
FUENTE: prensa-latina.cu
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