El número de verano de
la revista Monthly Review está dedicado íntegramente al «Decrecimiento
planificado: ecosocialismo y desarrollo humano sostenible». Debido a su
longitud, aquí se reproduce dividido en partes que se publican en días sucesivos
Decrecimiento planificado / 1
El Viejo Topo
4 agosto, 2023
Todos los
conceptos importantes son dialécticamente vagos en los márgenes.
Herman E. Daly
La
palabra decrecimiento designa una familia de planteamientos
político-económicos que, ante la aceleración de la crisis ecológica planetaria
actual, rechazan el crecimiento económico ilimitado y exponencial como
definición del progreso humano. Abandonar el crecimiento económico en las
sociedades ricas significa pasar a una formación neta de capital cero. Con el
desarrollo tecnológico continuo y la mejora de las capacidades humanas, la mera
inversión de sustitución es capaz de promover avances cualitativos constantes
en la producción de las sociedades industriales maduras, al tiempo que elimina
las condiciones de explotación laboral y reduce las horas de trabajo. Junto con
la redistribución global del excedente social y la reducción del despilfarro,
esto permitiría grandes mejoras en la vida de la mayoría de las personas. El
decrecimiento, que se dirige específicamente a los sectores más opulentos de la
población mundial, se orienta así a la mejora de las condiciones de vida de la
inmensa mayoría, manteniendo al mismo tiempo las condiciones medioambientales
de existencia y promoviendo un desarrollo humano sostenible.
La ciencia ha
establecido sin lugar a dudas que, en la actual «economía mundializada», es
necesario operar dentro de un presupuesto global del Sistema Tierra con
respecto al rendimiento físico permisible. Sin embargo, en lugar de constituir
un obstáculo insuperable para el desarrollo humano, esto puede verse como el
inicio de toda una nueva etapa de civilización ecológica basada en la creación
de una sociedad de igualdad sustantiva y sostenibilidad ecológica, o
ecosocialismo. El decrecimiento, en este sentido, no tiene como objetivo la
austeridad, sino encontrar un «camino próspero hacia abajo» desde nuestro
actual mundo extractivista, derrochador, ecológicamente insostenible, mal
desarrollado, explotador y desigual, jerárquico y clasista . El gasto en
combustibles fósiles, armamento, jets privados, vehículos deportivos
utilitarios, segundas residencias y publicidad tendría que recortarse para
dejar espacio al crecimiento en áreas como la agricultura regenerativa, la
producción de alimentos, la vivienda digna, la energía limpia, la atención
sanitaria accesible, la educación universal, el bienestar comunitario, el
transporte público, la conectividad digital y otras áreas relacionadas con la producción
ecológica y las necesidades sociales.
Cuando se
idearon los primeros sistemas de contabilidad de la renta nacional en la época
de la Segunda Guerra Mundial, todos los aumentos de la renta,
independientemente de su origen, se calificaron de crecimiento económico. El
Producto Interior Bruto, o PIB, se convirtió en la principal medida del
progreso humano. Sin embargo, gran parte de esto era cuestionable desde un
punto de vista social y ecológico más amplio. Según el sistema imperante de
contabilidad nacional, todo lo que proporciona «valor añadido», de acuerdo con
el proceso de valorización capitalista, representa «crecimiento». Esto incluye
cosas como los gastos de guerra; la producción de productos derrochadores y
tóxicos; el consumo de lujo por parte de los muy ricos; el marketing (que
abarca la investigación de la motivación, la orientación, la publicidad y la
promoción de ventas); la sustitución del consumo social por el privado, como en
la sustitución del automóvil privado por el transporte público; la expropiación
de los bienes comunes; los gastos de las empresas para aumentar la explotación
de los trabajadores; los costes legales relacionados con la administración, el
control y la mejora de la propiedad privada; las actividades antisindicales de la
dirección de las empresas; el llamado sistema de justicia penal; el aumento de
los costes farmacéuticos y de los seguros; el empleo en el sector financiero;
el gasto militar; e incluso las actividades delictivas. La extracción máxima de
recursos naturales se considera crucial para un crecimiento económico rápido,
ya que aprovecha el «regalo gratuito» de la naturaleza al capital.
Por el
contrario, la producción no comercial y de subsistencia llevada a cabo en todo
el mundo; el trabajo doméstico realizado principalmente por mujeres; los
numerosos gastos para el crecimiento y el desarrollo humanos (considerados
relativamente improductivos); la conservación del medio ambiente; y las
reducciones de la toxicidad de la producción se consideraron «inútiles» o se les
asignó un valor disminuido, ya que no mejoran la productividad ni promueven
directamente el valor económico.
Hoy en día, la
tragedia elemental de todo esto está a nuestro alrededor. Ahora se percibe
ampliamente que el crecimiento económico, basado en la acumulación incesante de
capital, es la causa principal de la destrucción de la Tierra como lugar seguro
para la humanidad. La crisis del Sistema Tierra es evidente en el cruce de los
límites planetarios relacionados con el cambio climático, la acidificación de
los océanos, la destrucción de la capa de ozono, la extinción de especies, la
alteración de los ciclos del nitrógeno y el fósforo, la pérdida de la cubierta
vegetal (incluidos los bosques), el agotamiento del agua dulce, la carga de
aerosoles y las nuevas entidades (como los productos químicos sintéticos, la
radiación nuclear y los organismos modificados genéticamente). El impulso de la
acumulación de capital está generando así una «crisis de habitabilidad» para la
humanidad en este siglo.
El consenso
científico mundial, representado por el Grupo Intergubernamental de Expertos
sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas, ha establecido que la
temperatura media mundial debe mantenerse este siglo por debajo de un aumento
de 1,5 °C con respecto a los niveles preindustriales –o bien, con un nivel de
riesgo desproporcionadamente mayor, «muy por debajo» de un aumento de 2 °C–
para que la desestabilización del clima no amenace con una catástrofe absoluta
al entrar en acción los mecanismos de retroalimentación positiva. En el Sexto
Informe de Evaluación del IPCC (AR6, publicado en sus distintas partes
a lo largo de 2021-23), el escenario más optimista es el de un aumento de la
temperatura media mundial a finales de siglo por debajo de 1,5 °C con respecto
a los niveles preindustriales. Esto requiere que no se cruce el límite de 1,5°C
hasta 2040, aumentando una décima de grado hasta 1,6°C, para luego descender
hacia finales de siglo hasta un aumento de 1,4°C. Todo esto se basa en la
premisa de alcanzar cero emisiones netas de carbono (de hecho, cero reales) en
2050, lo que da una probabilidad del cincuenta por ciento de que no se supere
el límite de temperatura climática.
Sin embargo,
según el destacado climatólogo Kevin Anderson, del Centro Tyndall para la
Investigación del Cambio Climático, este escenario ya está desfasado. Ahora es
necesario, según las propias cifras del IPCC, alcanzar el punto de cero
emisiones de dióxido de carbono en 2040, para tener la misma probabilidad del
50% de evitar un aumento de 1,5 °C. «Empezando ahora», escribió Anderson en
marzo de 2023,
para no
sobrepasar los 1,5 ºC de calentamiento se requiere una reducción interanual de
las emisiones del 11%, que desciende a cerca del 5% para los 2 ºC. Sin embargo,
estas tasas medias mundiales ignoran el concepto básico de equidad, central en
todas las negociaciones de la ONU sobre el clima, que concede a las «partes que
son países en desarrollo» un poco más de tiempo para descarbonizarse. Si se
tiene en cuenta la equidad, la mayoría de los países «desarrollados» deben
alcanzar un nivel cero de emisiones de CO2 entre 2030 y 2035, y los países en desarrollo deben seguir su ejemplo
hasta una década más tarde. Cualquier retraso reducirá aún más estos plazos.
La Organización
Meteorológica Mundial indicó en mayo de 2023 que existe un 66% de
probabilidades de que la temperatura media anual cercana a la superficie del
planeta supere temporalmente un aumento de 1,5 °C con respecto a los niveles
preindustriales durante «al menos» un año de aquí a 2027.
Los escenarios
existentes del IPCC forman parte de un proceso conservador, diseñado para
ajustarse a los requisitos previos de la economía capitalista, que incorpora el
crecimiento económico continuado en los países ricos a todos los escenarios, al
tiempo que excluye cualquier cambio sustancial en las relaciones sociales. El
único recurso en el que se basan estos modelos climáticos es la suposición de
cambios tecnológicos inducidos por los precios. Así pues, los escenarios
existentes dependen necesariamente en gran medida de tecnologías de emisiones
negativas, como la bioenergía y la captura y retención de carbono (BECCS) y la
captura directa de carbono en el aire (DAC), que actualmente no existen a
escala y no pueden implantarse en el plazo previsto, al tiempo que presentan
enormes riesgos ecológicos en sí mismas. Este énfasis en tecnologías
esencialmente inexistentes y de por sí destructivas para el medio ambiente
(dadas sus enormes necesidades de tierra, agua y energía) ha sido cuestionado
por científicos del propio IPCC. Así, en el Resumen para responsables de políticas
original para el informe de mitigación, parte 3 del IE6, los científicos
autores del informe coincidían en que tales tecnologías no son viables en un
plazo razonable y sugerían que las soluciones de bajo consumo energético
basadas en la movilización popular podrían ofrecer la mejor esperanza para
llevar a cabo las transformaciones ecológicas masivas que ahora se requieren.
Todo esto, sin embargo, quedó excluido del Resumen para responsables de
políticas publicado finalmente por decisión de los gobiernos, como parte del
proceso normal del IPCC, que permite censurar a los científicos.
Las soluciones
tecnológicas inducidas por los precios, que permitirían un crecimiento
económico continuado y la perpetuación de las relaciones sociales actuales, no
existen en nada parecido a la escala y el ritmo necesarios. Por lo tanto, se
necesitan grandes cambios socioeconómicos en el modo de producción y consumo,
en contra de la hegemonía político-económica reinante. «Tres décadas de
autocomplacencia», escribe Anderson, «han hecho que la tecnología por sí sola
no pueda ahora reducir las emisiones con suficiente rapidez». Así pues, existe
una necesidad drástica de soluciones de bajo consumo energético basadas en
cambios en las relaciones de producción y consumo que también aborden las
profundas desigualdades. Las reducciones necesarias de las emisiones «sólo son
posibles reasignando la capacidad productiva de la sociedad, en lugar de
permitir el lujo privado de unos pocos y la austeridad para todos los demás,
hacia una prosperidad pública más amplia y la suficiencia privada». Para la
mayoría de las personas, la lucha contra el cambio climático reportará
múltiples beneficios, desde una vivienda asequible hasta un empleo seguro. Pero
para aquellos pocos de nosotros que nos hemos beneficiado desproporcionadamente
del statu quo», insiste Anderson, «significa una profunda reducción de la
cantidad de energía que utilizamos y de las cosas que acumulamos».
Un enfoque de
decrecimiento/desacumulación que cuestione la sociedad acumulativa y la
primacía del crecimiento económico es crucial en este caso. El
aprovisionamiento social de las necesidades humanas y la reducción drástica de
las desigualdades son partes esenciales de un cambio hacia una transformación
de la economía de bajo consumo energético y la eliminación de formas y escalas
de producción ecológicamente destructivas. De este modo, la vida de la mayoría
de las personas puede mejorar tanto económica como ecológicamente. Sin embargo,
para lograrlo es necesario ir en contra de la lógica del capitalismo y de la
mitología de un sistema de mercado autorregulado. Una transformación tan
radical sólo puede lograrse introduciendo niveles significativos de
planificación económica y social, a través de la cual, si se lleva a su máxima
expresión, los productores asociados trabajarían juntos de forma racional para
regular el proceso de trabajo y producción que rige el metabolismo social de la
humanidad y la naturaleza en su conjunto.
El socialismo
clásico del siglo XIX, en la obra de Karl Marx y Friedrich Engels, vio la
necesidad de la institución de la planificación colectiva como respuesta a las
contradicciones ecológicas y sociales del capitalismo, además de las
económicas. El análisis de Engels insistía en la necesidad de una planificación
socialista para superar la fractura ecológica entre la ciudad y el campo,
mientras que la teoría de la fractura metabólica de Marx, que operaba a un
nivel más general, insistía en la necesidad de un desarrollo humano sostenible.
La
planificación ha sido crucial para todas las economías, tanto capitalistas como
socialistas, en tiempos de guerra. Las grandes empresas monopolísticas han
instituido por su cuenta lo que el economista John Kenneth Galbraith denominó
un «sistema de planificación», aunque en gran medida dentro de los
conglomerados multinacionales, y no entre ellos. Sin embargo, la ideología
dominante considera que la planificación económica es antagónica al mercado
capitalista y, tras el triunfo del capitalismo en la Guerra Fría y la
desaparición de la Unión Soviética, se ha prohibido su debate público,
declarándola inviable y una forma de despotismo.
Esta situación
está cambiando rápidamente. Como ha señalado recientemente el economista
francés Jacques Sapir, «el plan y la planificación vuelven a estar de moda»
debido a las contradicciones internas y externas del sistema de mercado
capitalista . Ahora está claro que, sin el retorno de la planificación y la
regulación ambiental-estatal de la economía en un contexto de
decrecimiento/desacumulación de capital, no hay ninguna posibilidad de abordar
con éxito la actual emergencia planetaria y garantizar la continuación de la sociedad
industrializada y la supervivencia de la población humana.
[Continúa en el
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