viernes, 4 de agosto de 2023

Decrecimiento planificado / 1 [Términos marxistas: Plusvalía; Proceso de trabajo; Tasa de ganancia; Capital constante. ¿Podría decirnos por un casual el señor Hernan E. Daly, dónde aparece la vaguedad dialéctica de estos conceptos importantes de la teoría marxista, como muy requete gratuitamente afirma? Y ya que estamos, rogarle al señor John Bellamy Foster si, por ventura, o por h o por b, él conoce el objeto de estudio específico y el método propio de trabajo de la Ecología para poderla considerar ciencia? Y, que tal, hombre, que tal. ¿Y si ahora habláramos de economía política?, de economía capitalista no (que este es un tipo de economía como otro cualquiera, y que además ni es natural y mucho menos único ni tiene existencia desde los primeros tiempos de la humanidad), como medio de subsistencia y desarrollo pleno de todas las facultades y potencialidades del ser humano (las espirituales también, también), que yo digo ser humano y no objeto mercancía para producir. Ser humano tal y como lo concibe Marx en sus escritos de Economía y Filosofía, que tampoco tiene tanto misterio la cosa, y además es un texto facilón para la lectura. O sea, que con leerlo bastaría.]]

 

El número de verano de la revista Monthly Review está dedicado íntegramente al «Decrecimiento planificado: ecosocialismo y desarrollo humano sostenible». Debido a su longitud, aquí se reproduce dividido en partes que se publican en días sucesivos


Decrecimiento planificado / 1

 

John Bellamy Foster

El Viejo Topo

4 agosto, 2023 

 


Todos los conceptos importantes son dialécticamente vagos en los márgenes.

Herman E. Daly

La palabra decrecimiento designa una familia de planteamientos político-económicos que, ante la aceleración de la crisis ecológica planetaria actual, rechazan el crecimiento económico ilimitado y exponencial como definición del progreso humano. Abandonar el crecimiento económico en las sociedades ricas significa pasar a una formación neta de capital cero. Con el desarrollo tecnológico continuo y la mejora de las capacidades humanas, la mera inversión de sustitución es capaz de promover avances cualitativos constantes en la producción de las sociedades industriales maduras, al tiempo que elimina las condiciones de explotación laboral y reduce las horas de trabajo. Junto con la redistribución global del excedente social y la reducción del despilfarro, esto permitiría grandes mejoras en la vida de la mayoría de las personas. El decrecimiento, que se dirige específicamente a los sectores más opulentos de la población mundial, se orienta así a la mejora de las condiciones de vida de la inmensa mayoría, manteniendo al mismo tiempo las condiciones medioambientales de existencia y promoviendo un desarrollo humano sostenible.

La ciencia ha establecido sin lugar a dudas que, en la actual «economía mundializada», es necesario operar dentro de un presupuesto global del Sistema Tierra con respecto al rendimiento físico permisible. Sin embargo, en lugar de constituir un obstáculo insuperable para el desarrollo humano, esto puede verse como el inicio de toda una nueva etapa de civilización ecológica basada en la creación de una sociedad de igualdad sustantiva y sostenibilidad ecológica, o ecosocialismo. El decrecimiento, en este sentido, no tiene como objetivo la austeridad, sino encontrar un «camino próspero hacia abajo» desde nuestro actual mundo extractivista, derrochador, ecológicamente insostenible, mal desarrollado, explotador y desigual, jerárquico y clasista . El gasto en combustibles fósiles, armamento, jets privados, vehículos deportivos utilitarios, segundas residencias y publicidad tendría que recortarse para dejar espacio al crecimiento en áreas como la agricultura regenerativa, la producción de alimentos, la vivienda digna, la energía limpia, la atención sanitaria accesible, la educación universal, el bienestar comunitario, el transporte público, la conectividad digital y otras áreas relacionadas con la producción ecológica y las necesidades sociales.

Cuando se idearon los primeros sistemas de contabilidad de la renta nacional en la época de la Segunda Guerra Mundial, todos los aumentos de la renta, independientemente de su origen, se calificaron de crecimiento económico. El Producto Interior Bruto, o PIB, se convirtió en la principal medida del progreso humano. Sin embargo, gran parte de esto era cuestionable desde un punto de vista social y ecológico más amplio. Según el sistema imperante de contabilidad nacional, todo lo que proporciona «valor añadido», de acuerdo con el proceso de valorización capitalista, representa «crecimiento». Esto incluye cosas como los gastos de guerra; la producción de productos derrochadores y tóxicos; el consumo de lujo por parte de los muy ricos; el marketing (que abarca la investigación de la motivación, la orientación, la publicidad y la promoción de ventas); la sustitución del consumo social por el privado, como en la sustitución del automóvil privado por el transporte público; la expropiación de los bienes comunes; los gastos de las empresas para aumentar la explotación de los trabajadores; los costes legales relacionados con la administración, el control y la mejora de la propiedad privada; las actividades antisindicales de la dirección de las empresas; el llamado sistema de justicia penal; el aumento de los costes farmacéuticos y de los seguros; el empleo en el sector financiero; el gasto militar; e incluso las actividades delictivas. La extracción máxima de recursos naturales se considera crucial para un crecimiento económico rápido, ya que aprovecha el «regalo gratuito» de la naturaleza al capital.

Por el contrario, la producción no comercial y de subsistencia llevada a cabo en todo el mundo; el trabajo doméstico realizado principalmente por mujeres; los numerosos gastos para el crecimiento y el desarrollo humanos (considerados relativamente improductivos); la conservación del medio ambiente; y las reducciones de la toxicidad de la producción se consideraron «inútiles» o se les asignó un valor disminuido, ya que no mejoran la productividad ni promueven directamente el valor económico.

Hoy en día, la tragedia elemental de todo esto está a nuestro alrededor. Ahora se percibe ampliamente que el crecimiento económico, basado en la acumulación incesante de capital, es la causa principal de la destrucción de la Tierra como lugar seguro para la humanidad. La crisis del Sistema Tierra es evidente en el cruce de los límites planetarios relacionados con el cambio climático, la acidificación de los océanos, la destrucción de la capa de ozono, la extinción de especies, la alteración de los ciclos del nitrógeno y el fósforo, la pérdida de la cubierta vegetal (incluidos los bosques), el agotamiento del agua dulce, la carga de aerosoles y las nuevas entidades (como los productos químicos sintéticos, la radiación nuclear y los organismos modificados genéticamente). El impulso de la acumulación de capital está generando así una «crisis de habitabilidad» para la humanidad en este siglo.

El consenso científico mundial, representado por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas, ha establecido que la temperatura media mundial debe mantenerse este siglo por debajo de un aumento de 1,5 °C con respecto a los niveles preindustriales –o bien, con un nivel de riesgo desproporcionadamente mayor, «muy por debajo» de un aumento de 2 °C– para que la desestabilización del clima no amenace con una catástrofe absoluta al entrar en acción los mecanismos de retroalimentación positiva. En el Sexto Informe de Evaluación del IPCC (AR6, publicado en sus distintas partes a lo largo de 2021-23), el escenario más optimista es el de un aumento de la temperatura media mundial a finales de siglo por debajo de 1,5 °C con respecto a los niveles preindustriales. Esto requiere que no se cruce el límite de 1,5°C hasta 2040, aumentando una décima de grado hasta 1,6°C, para luego descender hacia finales de siglo hasta un aumento de 1,4°C. Todo esto se basa en la premisa de alcanzar cero emisiones netas de carbono (de hecho, cero reales) en 2050, lo que da una probabilidad del cincuenta por ciento de que no se supere el límite de temperatura climática.

Sin embargo, según el destacado climatólogo Kevin Anderson, del Centro Tyndall para la Investigación del Cambio Climático, este escenario ya está desfasado. Ahora es necesario, según las propias cifras del IPCC, alcanzar el punto de cero emisiones de dióxido de carbono en 2040, para tener la misma probabilidad del 50% de evitar un aumento de 1,5 °C. «Empezando ahora», escribió Anderson en marzo de 2023,

para no sobrepasar los 1,5 ºC de calentamiento se requiere una reducción interanual de las emisiones del 11%, que desciende a cerca del 5% para los 2 ºC. Sin embargo, estas tasas medias mundiales ignoran el concepto básico de equidad, central en todas las negociaciones de la ONU sobre el clima, que concede a las «partes que son países en desarrollo» un poco más de tiempo para descarbonizarse. Si se tiene en cuenta la equidad, la mayoría de los países «desarrollados» deben alcanzar un nivel cero de emisiones de CO2 entre 2030 y 2035, y los países en desarrollo deben seguir su ejemplo hasta una década más tarde. Cualquier retraso reducirá aún más estos plazos.

La Organización Meteorológica Mundial indicó en mayo de 2023 que existe un 66% de probabilidades de que la temperatura media anual cercana a la superficie del planeta supere temporalmente un aumento de 1,5 °C con respecto a los niveles preindustriales durante «al menos» un año de aquí a 2027.

Los escenarios existentes del IPCC forman parte de un proceso conservador, diseñado para ajustarse a los requisitos previos de la economía capitalista, que incorpora el crecimiento económico continuado en los países ricos a todos los escenarios, al tiempo que excluye cualquier cambio sustancial en las relaciones sociales. El único recurso en el que se basan estos modelos climáticos es la suposición de cambios tecnológicos inducidos por los precios. Así pues, los escenarios existentes dependen necesariamente en gran medida de tecnologías de emisiones negativas, como la bioenergía y la captura y retención de carbono (BECCS) y la captura directa de carbono en el aire (DAC), que actualmente no existen a escala y no pueden implantarse en el plazo previsto, al tiempo que presentan enormes riesgos ecológicos en sí mismas. Este énfasis en tecnologías esencialmente inexistentes y de por sí destructivas para el medio ambiente (dadas sus enormes necesidades de tierra, agua y energía) ha sido cuestionado por científicos del propio IPCC. Así, en el Resumen para responsables de políticas original para el informe de mitigación, parte 3 del IE6, los científicos autores del informe coincidían en que tales tecnologías no son viables en un plazo razonable y sugerían que las soluciones de bajo consumo energético basadas en la movilización popular podrían ofrecer la mejor esperanza para llevar a cabo las transformaciones ecológicas masivas que ahora se requieren. Todo esto, sin embargo, quedó excluido del Resumen para responsables de políticas publicado finalmente por decisión de los gobiernos, como parte del proceso normal del IPCC, que permite censurar a los científicos.

Las soluciones tecnológicas inducidas por los precios, que permitirían un crecimiento económico continuado y la perpetuación de las relaciones sociales actuales, no existen en nada parecido a la escala y el ritmo necesarios. Por lo tanto, se necesitan grandes cambios socioeconómicos en el modo de producción y consumo, en contra de la hegemonía político-económica reinante. «Tres décadas de autocomplacencia», escribe Anderson, «han hecho que la tecnología por sí sola no pueda ahora reducir las emisiones con suficiente rapidez». Así pues, existe una necesidad drástica de soluciones de bajo consumo energético basadas en cambios en las relaciones de producción y consumo que también aborden las profundas desigualdades. Las reducciones necesarias de las emisiones «sólo son posibles reasignando la capacidad productiva de la sociedad, en lugar de permitir el lujo privado de unos pocos y la austeridad para todos los demás, hacia una prosperidad pública más amplia y la suficiencia privada». Para la mayoría de las personas, la lucha contra el cambio climático reportará múltiples beneficios, desde una vivienda asequible hasta un empleo seguro. Pero para aquellos pocos de nosotros que nos hemos beneficiado desproporcionadamente del statu quo», insiste Anderson, «significa una profunda reducción de la cantidad de energía que utilizamos y de las cosas que acumulamos».

Un enfoque de decrecimiento/desacumulación que cuestione la sociedad acumulativa y la primacía del crecimiento económico es crucial en este caso. El aprovisionamiento social de las necesidades humanas y la reducción drástica de las desigualdades son partes esenciales de un cambio hacia una transformación de la economía de bajo consumo energético y la eliminación de formas y escalas de producción ecológicamente destructivas. De este modo, la vida de la mayoría de las personas puede mejorar tanto económica como ecológicamente. Sin embargo, para lograrlo es necesario ir en contra de la lógica del capitalismo y de la mitología de un sistema de mercado autorregulado. Una transformación tan radical sólo puede lograrse introduciendo niveles significativos de planificación económica y social, a través de la cual, si se lleva a su máxima expresión, los productores asociados trabajarían juntos de forma racional para regular el proceso de trabajo y producción que rige el metabolismo social de la humanidad y la naturaleza en su conjunto.

El socialismo clásico del siglo XIX, en la obra de Karl Marx y Friedrich Engels, vio la necesidad de la institución de la planificación colectiva como respuesta a las contradicciones ecológicas y sociales del capitalismo, además de las económicas. El análisis de Engels insistía en la necesidad de una planificación socialista para superar la fractura ecológica entre la ciudad y el campo, mientras que la teoría de la fractura metabólica de Marx, que operaba a un nivel más general, insistía en la necesidad de un desarrollo humano sostenible.

La planificación ha sido crucial para todas las economías, tanto capitalistas como socialistas, en tiempos de guerra. Las grandes empresas monopolísticas han instituido por su cuenta lo que el economista John Kenneth Galbraith denominó un «sistema de planificación», aunque en gran medida dentro de los conglomerados multinacionales, y no entre ellos. Sin embargo, la ideología dominante considera que la planificación económica es antagónica al mercado capitalista y, tras el triunfo del capitalismo en la Guerra Fría y la desaparición de la Unión Soviética, se ha prohibido su debate público, declarándola inviable y una forma de despotismo.

Esta situación está cambiando rápidamente. Como ha señalado recientemente el economista francés Jacques Sapir, «el plan y la planificación vuelven a estar de moda» debido a las contradicciones internas y externas del sistema de mercado capitalista . Ahora está claro que, sin el retorno de la planificación y la regulación ambiental-estatal de la economía en un contexto de decrecimiento/desacumulación de capital, no hay ninguna posibilidad de abordar con éxito la actual emergencia planetaria y garantizar la continuación de la sociedad industrializada y la supervivencia de la población humana.

[Continúa en el Topo Express siguiente]

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