Transformaciones
en el capitalismo de la información
Pablo Davalos
TERCERA INFORMACION
02.08.2023
La teoría económica moderna
parte de la categoría de “equilibrio general” como una condición necesaria para
la comprensión del funcionamiento de la economía. Sin embargo, existen ahora
fenómenos económicos que son irreductibles al equilibrio general. Las corporaciones
de la sociedad de la información definen su estructura de precios por fuera de
toda consideración del equilibrio general. Esto ha generado dos fenómenos que
son incompatibles con la teoría económica moderna: de un lado hay corporaciones
que han endogenizado la demanda, es decir, han convertido a los consumidores en
vectores de su propio modelo de negocios; y, de otro, han exogenizado la
oferta, es decir, se han desprendido de todo proceso productivo. Para hacerlo
se necesitan de condiciones de posibilidad previas, esas condiciones son
políticas y tienen que ver con la desarticulación política a los trabajadores,
con las medidas de austeridad y con el debilitamiento del Estado, entre otras.
Esto conduce a que la estructura social sobre la cual se definen los precios en
la sociedad de la información y por fuera del equilibrio general, sea política,
lo que conlleva al retorno de la economía política.
El marco teórico del mainstream de
la economía moderna
El neoliberalismo transformó de manera radical
el concepto de “mercado”. De ser un espacio social destinado al intercambio
entre vendedores y compradores a partir de un sistema de precios, el
neoliberalismo lo transformó en una esfera de regulación social y validación de
decisiones políticas. Para el neoliberalismo el mercado no solo permite el
encuentro entre oferta y demanda, sino que, además, ratifica a la sociedad en
sus decisiones políticas y su capacidad de regularse a sí misma.
La construcción de instituciones sociales que
siempre se habían relacionado con la ley, la justicia y la costumbre, ahora
ceden el paso a la racionalidad económica del mercado porque se asume que los
criterios de eficiencia y la racionalidad solamente pueden ser expresados y validados
desde el mercado, de ahí que se afirme que todas las instituciones sociales
sean económicas y que todo cambio histórico de la humanidad, en realidad, se
debería a los cambios en los precios relativos.
Sin embargo, la teoría económica clásica, es decir,
el pensamiento que proviene de Adam Smith, David Ricardo y Karl Marx, entre los
más importantes, siempre había integrado el mercado a la producción y, a su
vez, la producción al trabajo y a la división del trabajo. Marx, de su parte,
nunca asimiló la producción al mercado sino que había integrado al mercado como
la esfera que realizaba el valor que, de su parte, se había generado en la
producción. El mercado, en tanto circulación del valor, nunca crea valor: lo
realiza. La única excepción que Marx previó fue aquella del transporte de
mercancías.
Para que el mercado se transforme en algo más
que un espacio de compra y venta y se convierta en un regulador de toda la
sociedad, que incluye a sus decisiones políticas, era necesario una amputación
teórica radical: separarlo de la producción. Este proceso se realizó a fines
del siglo XIX y se construyó a lo largo del siglo XX con la denominada teoría
económica moderna.
De esta manera, el eje de toda la discusión
económica asume al mercado como algo más que un concepto económico, en realidad
lo considera como regulador social. La producción de mercancías se convierte en
un asunto técnico y se desplaza hacia la administración de empresas y la
microeconomía. Así, se efectúa un proceso inverso a aquel de la economía
clásica: se transforma a la producción en una determinación de la circulación
(el mercado).
El valor de las mercancías tendría que ver, en
efecto, con el mercado como el locus desde el cual los consumidores asignan el
valor a partir de sus decisiones supuestamente racionales, autónomas y libres
en un contexto de libre concurrencia. Los consumidores se acercan a la
mercancía y deciden adquirirla en función de un concepto que tiene un fuerte
componente metafísico: las preferencias reveladas. Esos seres humanos
convertidos en una determinación de la mercancía (un fenómeno que ya había sido
advertido por Marx en el análisis de la alienación y en el fetichismo de la
mercancía), se transforman, para la teoría económica moderna, en homo
economicus.
De todos los conceptos económicos elaborados en
el siglo XIX, quizá aquel de equilibrio económico sea uno de los más
importantes no solo por sus implicaciones económicas sino incluso por sus
consecuencias políticas y metafísicas. El equilibrio de mercado, para la economía
moderna, implica una utilización racional de recursos escasos y la máxima
satisfacción tanto para los consumidores como para los productores, lo que
conduce a la sociedad a una realización de sí misma. El equilibrio económico es
ese punto metafísico en donde coinciden la supuesta utilidad del homo
economicus y la rentabilidad de los empresarios y en donde la sociedad
también alcanza el máximo nivel de racionalidad posible con un sistema de
precios dado y a partir de recursos escasos. El equilibrio económico petrifica
a la historia y hace imposible pensar en cualquier transformación social.
El concepto de equilibrio general fue formulado
por Leon Walras a fines del siglo XIX. Se construye metodológicamente el
encuentro entre dos fuerzas casi naturales (oferta y demanda) que, al
coincidir, se anulan mutuamente y dejan en su punto máximo la función de
utilidad para compradores y vendedores. Ese punto máximo, la teoría económica
moderna, lo denomina margen.
En la oferta constan todos los bienes y
servicios realizados por los productores con una dotación inicial de factores
(tierra (o naturaleza), trabajo y capital (incluye tecnología y gestión)), que
buscan el máximo posible de rentabilidad para su inversión. En la demanda, en
cambio, están los consumidores que, en tanto homo economicus, son
plenamente racionales en cuanto a sus gustos y preferencias, y que pueden
discriminar de forma racional aquellos bienes y servicios que maximizan su
utilidad con la restricción del ingreso disponible.
Para la oferta y la demanda, el precio
constituye una información que les permite tomar decisiones que se consideran
racionales. Todas esas decisiones que se toman de manera libre, autónoma y
soberana en el mercado conducen, finalmente, al equilibrio general de toda la
sociedad.
El concepto de equilibrio de mercado, que Marx
consideraba un concepto vulgar porque no permitía ninguna comprensión del
capitalismo en tanto sistema económico, por supuesto que ha cuestionado desde
diferentes visiones y marcos teóricos; sin embargo, la construcción del
mainstream implica y supone la invisibilización de sus críticos.
La noción de equilibrio general de la economía
es el punto nodal de todo el discurso económico del siglo XX y también del
siglo XXI. Se asume como una posición de principio epistemológico sobre la cual
descansa toda la analítica de la economía moderna. Si este principio
epistemológico se cae, se derrumba todo el edificio conceptual construido sobre
él. Por ello no hay cabida para ninguna forma de reinterpretar, criticar, cuestionar
o siquiera poner en debate la noción de equilibrio general.
Aunque sumario, pero este es el marco general
que subyace a la teoría económica moderna y su enfoque de equilibrio general.
Se llama equilibrio general porque en él coinciden, a saber, los tres mercados
más importantes: el mercado de trabajo, el mercado de capitales y el mercado de
bienes y servicios. Toda posición que mueva a los precios de sus posiciones de
equilibrio implica distorsiones que no tienen nada que ver con el mercado sino
con fuerzas exógenas a él, porque el mercado, se supone, llega de forma natural
y espontánea al equilibrio en función de su capacidad de autorregulación. En
este enfoque de la teoría económica moderna, quien puede desplazar a la
economía de sus posiciones de equilibrio general es, habitualmente, el Estado.
Ahora bien, no quiero sumarme a las críticas del
concepto de equilibrio general de mercado y, menos aún a la crítica al marco
epistemológico del neoliberalismo, que son múltiples, vastas e importantes
sino, más bien, ponerlo en otra perspectiva y que tiene que ver con la
posibilidad de que la demanda de mercado pueda ser endogenizada por las
empresas mientras que, al mismo tiempo, estas empresas puedan exogenizar la
oferta, lo que daría lugar a la anulación práctica del equilibrio económico o,
en todo caso, a una posición bastante alejada de las prescripciones teóricas
del discurso actual de la economía.
En otros términos, hay un contexto en el cual
existen determinadas empresas con tal capacidad de dominar al mercado que
pueden conocer casi con exactitud a la demanda, mientras que, al mismo tiempo,
deciden dejar de producir los bienes y servicios que tradicionalmente
comercializaban y, no obstante, mantienen una posición de dominancia de mercado
sobre esos bienes que ya no producen directamente. Para estas empresas, la
oferta y la demanda ya no son fuerzas ciegas que llevan al equilibrio general
sino más bien determinaciones de su propio modelo de negocios. Ellas definen e
imponen sus precios por fuera de toda consideración de equilibrio de mercado,
competencia, racionalidad de los consumidores, preferencias reveladas, en fin.
Si esto es así entonces el equilibrio general,
definitivamente, adquiere otra significación. ¿Cuál es esa nueva significación?
Y ¿cómo la oferta y la demanda pasan a convertirse en determinaciones de cierto
tipo de empresas? ¿Qué significa que estas empresas (o, si se quiere,
corporaciones) puedan endogenizar la demanda y, al mismo tiempo, exogenizar la
oferta? Si anulan al equilibrio ¿qué pasa con la economía de mercado?
La endogenización de la
demanda y exogenización de la oferta
Son cuestiones que tienen que ver con el
desarrollo del capitalismo y las consecuencias sobre los sistemas de regulación
del capitalismo de los avances tecnológicos y de la emergencia de la economía
de la información. Son avances cuyos contornos se han perfilado a partir de la
segunda década del siglo XXI y que dan cuenta de niveles de concentración y
centralización del capital a niveles inéditos.
En un grado determinado de concentración y
centralización y, al mismo tiempo, de desarrollo tecnológico y de especulación
financiera, ciertas corporaciones tienen la capacidad de anular los efectos
aleatorios y la incertidumbre de la oferta y la demanda, es decir, del mercado.
Para esas empresas, el mercado es otra cosa que aquella de la descripción
original del siglo XIX y XX. Es, ahora, un espacio que ellas controlan por
entero y que forma parte de sus propias determinaciones. De límite externo ha
devenido en determinación interna.
No se trata solamente de una posición de
monopolio o de acuerdo colusorio del mercado sino de algo más profundo, más
vasto y más complejo. Se trata de la forma por la cual un determinado grupo de
corporaciones dejan de producir bienes y servicios y, al mismo tiempo, se
dedican a producir patrones de comportamiento que implican administrar la
demanda a voluntad.
Este proceso que empieza con la sociedad de la
información, se consolida, amplía y profundiza con la masificación del uso de
redes sociales, el incremento de las capacidades de conexión a internet, la
irrupción de la inteligencia artificial, el abaratamiento y el fácil acceso de
los dispositivos tecnológicos, entre ellos los teléfonos inteligentes, entre
otros, son los que ahora permiten la conversión de la subjetividad humana como
una determinación de la corporación para administrar la demanda a su antojo.
Creo que las nuevas tecnologías están logrando
lo que a primera vista puede ser imposible: que las empresas puedan conocer de
tal forma al consumidor que puedan registrarlo, inscribirlo y adecuarlo a sus
propios modelos de negocios como un vector de su modelo de gestión. De esta
manera, la demanda, al menos como la conocíamos y como se la había teorizado
desde el siglo XIX, para estas corporaciones, desaparece en su formato
original. La demanda de mercado es ahora, para ellas, una determinación que
nace, se dispone, define y condiciona como un vector que ha sido previamente
precisado y estructurado dentro de sus propios modelos de negocios.
A este proceso de endogenización de la demanda
de mercado se suma otro: estas corporaciones se desprenden de la producción
para concentrarse en la administración de las preferencias del consumidor. Es
decir, la oferta se exogeniza de la empresa. La producción, en tanto espacio
para la creación de bienes y servicios, sale de la esfera de la empresa. Así,
estas corporaciones dejan de preocuparse de la producción y, más bien, se
concentran en la administración de la demanda.
El desarrollo de las tecnologías de la
información, con la expansión de las redes sociales, con el perfeccionamiento y
rápida propagación de la inteligencia artificial, con las capacidades de
conectividad cada vez más exponenciales (las próximas redes 6G por ejemplo), y
con el desarrollo de nuevas tecnologías, como es el caso de la computación
cuántica y los enlaces cuánticos, las biotecnologías y las nanotecnologías,
entre otros, otorgan a cierto grupo de corporaciones capacidades tecnológicas
que son inéditas y que les conducen a alterar de forma importante la estructura
misma de la economía.
Ahora pueden hacer algo que era imposible en el
siglo XX: individualizar su producción sin perder sus economías de escala y
llegar a tal conocimiento de la demanda que pueden generar patrones de
comportamiento en los consumidores para inscribirlos dentro de sus propios
modelos de gestión y de negocios.
Pero ¿cómo lo hacen? ¿De qué forma han logrado,
de una parte, dejar de producir y, de otra, incidir sobre la subjetividad de
los consumidores para administrarla a su conveniencia? Y, ¿qué consecuencias
tiene esto para la teoría económica? O más bien, ¿qué tipo de teoría económica
debería ocuparse de estos fenómenos? Esto nos lleva a una cuestión importante:
¿Hacia dónde va el capitalismo?
El mercado como espacio de
incertidumbre: la regulación en el capitalismo
Una empresa se enfrenta siempre a un entorno de
indeterminación e incertidumbre con respecto al mercado. Mientras que para la
empresa la producción no guarda ningún misterio y puede planificar al detalle
todos los procesos productivos, en cambio el mercado se le presenta con un
enorme signo de interrogación.
Es por ello que las empresas han invertido tanto
en el conocimiento, predicción y comprensión de las tendencias del mercado. Es
por ello también que se han desarrollado campos analíticos como la
neuro-economía y la economía del comportamiento, porque las empresas buscan
intuir de la manera más cierta la forma por la cual se comportarán los mercados
para poder reducir la incertidumbre, los gastos asociados a ella y, por ende,
incrementar su rentabilidad.
Una de las formas arcaicas que tienen las
empresas para domeñar los mercados es a partir de su control directo, sea
por la vía de los monopolios o los monopsonios, o por la vía de los acuerdos
colusorios de mercado. Pero son controles exógenos al mercado. Son, en
realidad, distorsiones al mercado y, por tanto, al equilibrio general. Es por
eso que los textos de economía analizan de forma particular la formación de
precios de los monopolios porque suponen alteraciones al equilibrio de mercado.
¿Qué pasaría si una empresa puede reducir casi a
cero la incertidumbre del mercado sin distorsionarlo? En ese caso la empresa se
confronta a un horizonte de certezas hacia el cual puede converger su
producción. Sabe exactamente qué es lo que tiene que producir y para quién es
esa producción. Fue esa transformación la que provocó el denominado “toyotismo”
de la producción justo a tiempo en los años setenta del siglo pasado.
Pero el toyotismo no alteró la incertidumbre del
mercado, simplemente la adecuó a las necesidades de las empresas. En vez de la
producción en masa del fordismo, el toyotismo se ajustó a las exigencias de la
demanda. Desde la demanda nacían las señales que se replicaban hacia toda la
empresa. La demanda de mercado, en todo caso, siempre era un factor exógeno a
la empresa.
Ahora bien, este modelo del toyotismo empieza a
transformarse en la sociedad de la información. Las nuevas empresas endogenizan
la demanda y, casi al mismo tiempo, exogenizan la producción. ¿Qué quiere decir
esto? Que las empresas van un paso más allá del toyotismo. Ahora pueden conocer
exactamente al consumidor. Y no se trata de un conocimiento ni marginal ni
casual, sino amplio, riguroso y exhaustivo y a tal extremo que, incluso, llegan
a conocerlo más allá de lo que el propio consumidor puede conocerse a sí mismo.
Para estas corporaciones de la sociedad de la
información, los consumidores ya no representan ningún misterio. Estas
corporaciones saben qué sienten, qué necesitan, qué les gusta, qué no les
gusta, cómo distribuyen su tiempo, cuáles son sus filias, cuáles son sus
paranoias, cuáles son sus excesos, cuáles son sus debilidades, etc.
Estas corporaciones tienen la posibilidad de
desarrollar una especie de mapa cognitivo, afectivo, fisiológico e intelectual
de todos y cada uno de sus consumidores reales y potenciales. Con ese mapa no
solo que pueden ubicar su modelo de negocios sino también pueden generar
señales imperceptibles sobre los patrones de conducta e interferir sobre ellos.
Esto pone a estas corporaciones en otro nivel: de la incertidumbre del mercado
ahora deben resolver el desafío de cómo interferir en los patrones de
comportamiento del consumidor y transformarlos en vectores de su modelo de
negocios.
De esta forma, la empresa endogeniza al
consumidor. Lo transforma en una determinación de la propia empresa. Si la
empresa tiene éxito puede crear una especie de reflejo condicionado o patrones
de conducta condicionados que han sido diseñados desde la empresa.
Entonces, el desafío ya no consiste tanto en
producir algo sino en endogenizar al consumidor dentro de la empresa y para
ello se necesita de información. En efecto, la endogenización del consumidor no
puede hacerse sin que el consumidor transfiera a las empresas todos sus datos
personales, sus gustos, sus preferencias, sus dinámicas más vitales, los datos de
su salud y fisiología, sus dudas más existenciales y sus proyectos de vida, de
manera libre, voluntaria, sistemática, cotidiana y, además, gratuita. Es
exactamente eso lo que hacen las redes sociales y las aplicaciones de internet.
Son, literalmente, redes lanzadas hacia la subjetividad de las personas que, al
caer en ellas, ponen en ellas toda su vida y, encima, lo hacen todo el tiempo y
gratis.
Las corporaciones tienen información del número
de pasos que ha dado una persona en un día determinado. De los circuitos
urbanos o rurales que ha recorrido. De las compras que ha hecho. De su presión
arterial y pulso cardíaco. De sus indicadores más importantes de su salud. De
sus preferencias cotidianas. De su círculo social. De sus opiniones políticas.
De su forma de conducir un coche. En fin.
En ese contexto, para estas corporaciones la
producción, de forma paradójica, se convierte casi en un obstáculo porque le
sustrae recursos de su objetivo más importante que es la endogenización del
consumidor. Se trata de un proceso que lleva el fetichismo de la mercancía a un
nivel más alto y que coloniza la subjetividad del consumidor de tal manera que
el consumidor se convierte en una determinación de la empresa sin que tenga la
más mínima idea de ello.
La empresa ya no solo produce un bien o un
servicio, sino que también produce al consumidor de ese bien y de ese
servicio. Estas corporaciones lo pueden hacer porque conocen los patrones
de comportamiento y preferencias de los consumidores, no como un dato general y
que ha sido extrapolado de otras variables, sino como un dato real y que tiene
que ver con la propia información que el consumidor ha colocado en sus redes
sociales.
Pero el volumen de información es tan grande y
las posibilidades de integrarlas de manera consistente es tan vasta que se
necesitan recursos tecnológicos gigantescos para hacerlo. Es en esa dinámica
que se genera la inteligencia artificial, como un algoritmo que tenga
capacidades heurísticas y probabilísticas para poder manejar la información que
los consumidores diariamente exponen en las redes sociales.
Me voy a valer de un ejemplo, como un marco
heurístico, de lo que quiero decir. En el siglo XXI existe, sobre todo en las
sociedades capitalistas más avanzadas, una especie de culto al cuerpo y a la
imagen. El filósofo francés Michel Foucault las denominaba las tecnologías
del yo y tienen que ver con las derivas biopolíticas del
neoliberalismo. Ahora bien, esto conduce a que prácticas relativamente extrañas
ahora formen parte de la cotidianidad de millones de personas en todo el mundo
y sin las cuales no se sienten conformes consigo mismas y que han generado
importantes modelos de negocios e industrias. Una de esas prácticas extrañas
tiene que ver con los gimnasios y el trabajo sobre el cuerpo. Existen, en
efecto, muchas industrias detrás de ese culto al cuerpo (farmacéuticas, ropa
deportiva, aplicaciones, etc.). Pero de todas ellas, quisiera detenerme en las
corporaciones de ropa deportiva como Nike, Puma o Adidas, entre otras.
Cada una de ellas, ha logrado influir sobre la
subjetividad de millones de personas que se han convertido en usuarios
permanentes de eventos deportivos y que adquieren una serie de gadgets, ropa
deportiva y uso de aplicaciones que les obligan a cambiar sus rutinas diarias
de vida. Este comportamiento de las personas, aparentemente autónomo, en
realidad se integra a las necesidades de las corporaciones cuando ellas saben
exactamente lo que piensan y sienten estas personas y los motivan a que adopten
ciertos comportamientos, entre ellos, el uso del gimnasio (fitness) y sus
rutinas (o el jogging).
Estas corporaciones, que han exogenizado la
producción (actualmente ninguna de ellas fabrica ropa deportiva, ni zapatos
deportivos ni nada en concreto en realidad), ahora se concentran en las
conductas de las personas. Así, han experimentado un proceso de alteración que
tiene que ver con las mutaciones del capitalismo: primero se transformaron en
corporaciones dominantes gracias a su economía de escala; luego trasladaron su
producción hacia subcontratistas gracias a la delocalización en zonas
especiales de desarrollo económico, lo que les obligó a concentrarse en la
gestión de la marca; y, finalmente, han vinculado la marca con patrones de
comportamiento del consumidor para administrar la demanda.
De esta forma, la marca de la corporación es
solo una interfaz para la intervención directa sobre la conducta. Se trata de
influir sobre la conducta para provocarla a que asuma hábitos y costumbres que,
en otras circunstancias, habrían sido imposibles. Así, logran movilizar
millones de personas todo el tiempo a través de eventos deportivos, maratones,
o jornadas extenuantes con los pretextos más variados pero que generan
fenómenos sociales que han sido creados expresamente desde estas corporaciones.
Muchas personas quizá en algún momento de
epifanía retornen a ver el ambiente del gimnasio, del fitness o del jogging y
se pregunten “¿qué hago aquí?”, o “¿por qué estoy haciendo esto?”. Es solamente
un relámpago de lucidez que alumbra el absurdo de su situación. No están ahí
por motu propio. Están ahí porque han sido condicionados. Porque su
propia subjetividad ha dejado de pertenecerles. Pero no lo saben. Se esfuerzan
en el gimnasio hasta más allá de lo posible y transitan todo el día con ese
cansancio que los obliga a tomar suplementos y drogas para mantenerse siempre
en esa forma; así, establecen sus propios horarios de vida para robarle tiempo
al descanso o a la recreación, y pasar en el gimnasio o en el jogging o
en algo parecido, solamente por el culto al cuerpo: biopolítica pura. Todo ello
revela una colonización de la subjetividad que va más allá de la alienación que
describía Marx.
¿Cómo una corporación, como Nike por ejemplo,
pasó de la producción de artículos deportivos a la gestión de la marca, y de
ahí a la formación y administración de conductas? Quizá porque tienen a su
disposición algo que no existía en el siglo XIX cuando se conformó la teoría de
los mercados y del equilibrio general. Ahora tienen información real y
permanente de todos y cada uno de los consumidores. Y se trata de un insumo
abundante, gigantesco y que cada día crece más y que para estas corporaciones
tiene un costo marginal nulo, es decir, es casi gratuito. Se trata de una mina
de proporciones colosales que necesita de empresas de minería de esa
información. El principal extractivismo del siglo XXI no es del petróleo, ni
del oro, ni de ningún commodity. El principal extractivismo es
la minería de datos. Es el extractivismo sobre la subjetividad de todos y cada
uno de nosotros.
De esta forma, para estas corporaciones el
mercado quiere decir otra cosa que aquello que define la teoría económica
tradicional. Esta vez, el mercado no tiene nada que ver entre el encuentro del
consumidor con su oferta. Ahora, son el espacio en el cual se produce la
disputa sobre la conciencia de lo humano y la colonización de la subjetividad
personal. Los consumidores dejan de ser impredecibles. Se convierten en
vectores. Pero su dirección, en tanto vectores, no depende de ellos, sino de
aquella que ha sido impregnada desde estas corporaciones.
Volvamos al caso de una de ellas. Nike por
ejemplo. Hace ya varias décadas que Nike dejó de producir y empezó a descargar
sobre sus subcontratistas las responsabilidades de la producción de ropa,
zapatos y accesorios deportivos. El proceso previo fue la liberalización
comercial que empezó en el año 1979 en China con las Zonas Especiales de
Desarrollo Económico. Las empresas, cuando comprendieron que en esas Zonas de
Desarrollo Económico que empezaron a proliferar en todo el sudeste asiático,
les permitían reducir sus costos laborales, decidieron relocalizar y
delocalizar sus líneas de producción. Nike es una de ellas. Pero Nike entendió
rápidamente que no solo podía relocalizar su producción sino también
exogenizarla, es decir, trasladar hacia terceros todas sus líneas de negocios
relacionadas con la producción. Ahora Nike, strictu sensu, no produce ningún
bien. Todos ellos han sido transferidos hacia empresas subcontratistas. Muchas
de ellas están en esas zonas especiales de desarrollo económico del sudeste
asiático aunque se han replicado por todo el mundo.
De esta forma, muchas empresas pasaron de la
relocalización y delocalización al outsourcing. Así por
ejemplo, Apple ha transferido a Foxconn, una empresa de Taiwan, la fabricación
de todos sus productos.
Pero las empresas pueden exogenizar la
producción y asegurarse de la propiedad intelectual de su marca gracias a los
derechos de propiedad intelectual y sus instrumentos jurídicos internacionales
que han sido avalados y reconocidos por los Estados a través de los acuerdos
internacionales de inversión; el reconocimiento a los tribunales
internacionales de justicia para controversias relacionadas con las
inversiones, y gracias también a que los Estados consideran a la inversión
extranjera directa la capacidad de determinación de la tecnología, la
innovación y el empleo en sus propias economías.
En la exogenización de la producción en primera
instancia la corporación se queda con la marca, de ahí la importancia del
derecho a la propiedad intelectual y los tribunales de conciliación y arbitraje
para diferencias relativas a inversiones. Son, de hecho, sus subcontratistas
los que finalmente producen todo lo que estas corporaciones negocian. Pero esos
subcontratistas, a su vez, tienen a su disposición una fuerza de trabajo
abundante, barata y que, gracias a las zonas especiales de desarrollo
económico, no tiene capacidad política de interferir en la producción porque
tienen prohibida toda forma de sindicalización. Se produce así una situación
paradójica: los trabajadores crecen a escala global pero, como clase obrera,
prácticamente están anulados. Políticamente los obreros son irrelevantes.
Es una fuerza de trabajo precarizada a nivel
global. La precarización laboral es el otro lado de la exogenización de la
producción. La precarización es, en realidad, creada desde la anulación
política de la clase obrera y, por ello, corresponde a una dinámica política.
Sin embargo, para que la precarización se convierta en un vector clave de la producción
globalizada es necesario evitar que el Estado intervenga sobre la sociedad,
sobre todo a través de la regulación, control y política social. Al mismo
tiempo es necesario que los derechos de los trabajadores se anulen
políticamente. El Estado debe achicarse. Así, la exogenización de la producción
es también un resultado de las políticas de austeridad que recortan al Estado y
las políticas de des-sindicalización que destruyen la capacidad política de los
trabajadores.
En ese contexto, las referencias teóricas de la
economía se quedaron en el siglo XX. El equilibrio general no es ni funcional
ni metodológicamente pertinente para comprender a las corporaciones del siglo
XXI, sobre todo a aquellas que manejan, controlan y administran la demanda y la
oferta.
El precio: un espacio de
disputas políticas
Estos procesos de endogenización de la demanda y
exogenización de la oferta suscitan una cuestión: ¿qué significación tienen
para el equilibrio económico? Si el equilibrio económico, supuestamente, es el
locus desde el cual se estructuran y definen los sistemas de precios globales,
pero si ya no existen como fuerzas cuasi-naturales ni la oferta ni la demanda,
entonces, ¿cómo se forman los precios en contextos de endogenización de la
demanda y exogenización de la oferta? Por ejemplo, ¿por qué la suscripción al
Chat GPT de OpenAI o Midjourney tiene ese precio y no otro? ¿De dónde y cómo se
estructuró ese precio? ¿qué tienen que ver esos precios con la demanda, con las
preferencias reveladas del consumidor, con el equilibrio general, con los
costos marginales de producción? Lo mismo puede decirse con un vasto conjunto
de aplicaciones de internet y sus precios.
Si en esos precios no existe la lógica del
equilibrio entre oferta y demanda, porque parten de un precio que es inelástico
y que ha sido impuesto por fuera de cualquier punto de encuentro entre oferta y
demanda y, por tanto, sin relación alguna con la competencia de mercado,
entonces ¿cómo se definen? ¿qué significación tienen para el capitalismo? ¿qué
rutas abren para los procesos globales de acumulación de capital? ¿cómo se
estructuran esos precios?
Esto nos lleva a una constatación: los precios
de las corporaciones de la sociedad de la información se estructuran,
establecen, definen e imponen por fuera de la racionalidad económica y sin
relación alguna con el cálculo económico; porque se han formulado desde otras
determinaciones que no tienen relación con la economía, al menos con aquella
economía que describen y analizan los libros de texto y el discurso oficial de
la economía moderna.
Los precios que se originan desde estas
corporaciones de la sociedad de la información nada tienen que ver con la
racionalidad económica del siglo XX. Esos precios expresan procesos
relativamente novedosos como son la endogenización de la demanda y la
exogenización de la oferta.
Si esos precios no nacen desde la economía,
porque no tienen relación alguna con el equilibrio económico, ni las
preferencias reveladas del consumidor, entre otras, entonces ¿cómo se definen?
¿cuál es su estructura más fundamental? Y una intuición clave es que los
procesos más fundamentales que definen esos precios en realidad obedecen a
fenómenos políticos y globales. Esos precios, a la larga y esencialmente son
políticos. Dependen de circunstancias y procesos políticos concretos e
históricamente determinados.
Para que los ciudadanos pongan su información
personal en las redes se necesita de la desregulación a las corporaciones que
administran esta información y esas redes. Para que estas empresas puedan realizar
minería de datos (machine learning, big data, data science, etc.), también se
necesita de desregulación y de asimetrías entre el poder de los ciudadanos y
aquel de las corporaciones. ¿Qué poder regulador controla el uso de datos, por
ejemplo, de Google? ¿Qué estructura legal regula el hecho que OpenAI haya usado
a toda la humanidad literalmente como conejillo de Indias para sus programas de
inteligencia artificial? ¿Qué instancias de control ético y moral pueden
regular y controlar el uso de la información que utiliza Alexa?
Para que las corporaciones puedan colectar datos
globales y administrarlos necesitan de la complicidad de los Estados, los
sistemas jurídicos y los sistemas políticos a escala global. Para que se pueda
exogenizar la oferta se necesita precarizar al trabajo y, para que esto ocurra,
se necesita deconstruir y derrotar políticamente a la clase obrera y eso, por
definición, es una tarea política. Para proteger los derechos de propiedad
intelectual de las marcas se necesita que los Estados realicen convergencias
normativas hacia las prescripciones hechas por estas corporaciones en los
tratados de libre comercio o acuerdos internacionales de inversión que son
instancias, de hecho, políticas y en las cuales no participa la sociedad.
En definitiva, la endogenización de la demanda y
la exogenización de la oferta tienen sustratos políticos y, evidentemente,
globales. Es desde esa trama de circunstancias políticas que se crean las
condiciones de posibilidad para que estas corporaciones puedan definir sus
precios prescindiendo del mercado y de los equilibrios de mercado y de toda la
racionalidad económica del siglo XX. De esta manera, entramos en una etapa en
la que los precios dejan de ser económicos para convertirse en determinaciones
políticas. Los usuarios o consumidores nada pueden hacer contra este sistema de
precios que ahora se convierte en una gigantesca aspiradora de rentas.
La principal significación del equilibrio
económico en circunstancias en las que la demanda se ha endogenizado y la
oferta se ha exogenizado es que, esta vez, los precios adquieren una
consistencia fundamentalmente política y el equilibrio general de la economía
se transforma en una categoría política de desequilibrio general entre
ciudadanos y corporaciones. A mayor desequilibrio mayores rentas para estas
corporaciones. Un desequilibrio que se mantiene, consolida y expande gracias al
poder político de estas corporaciones y a la debilidad de los Estados, de la
democracia y de la clase obrera.
Si esto es así, entonces la trama que sostiene a
estos precios se confunde, imbrica y yuxtapone a los procesos productivos que
aún conservan aquella trama que los define desde el siglo XIX. En esa mezcla,
el capitalismo contamina todos los procesos productivos y los lleva, de grado o
por fuerza, a esa lógica en la que los precios se definen desde la política.
Son precios que deben dar cuenta de las circunstancias políticas que
contribuyen a conformarlos, sostenerlos y consolidarlos, es decir, la política
como relaciones de poder, como espacios de luchas, resistencias, violencia e
imposiciones. Es el retorno de la economía política.
Endogenizar la demanda y exogenizar la oferta
implica administrar políticamente los precios y eso supone administrar
políticamente a la sociedad. La lucha política que se supone se inscribía en
las coordenadas del sistema político, en realidad se define antes: en la
economía política. Se trata, por tanto, de un vasto proceso político que le
permite a las corporaciones asegurar y controlar las condiciones políticas
desde las cuales se estructuran estos precios como vectores políticos.
Quizá sea por ello que un espacio ad hoc y
contingente como el Foro de Davos, finalmente, sea más importante y
trascendente que cualquier Asamblea de Naciones Unidas. Porque en el Foro de
Davos se trazan las coordenadas políticas (y, sobre todo, geopolíticas) sobre
las cuales van a actuar las corporaciones de la sociedad de la información y se
definen las coordenadas de esas luchas políticas.
Esto pone en otro nivel la lucha por las
reivindicaciones sociales. Si los precios ahora constan en la esfera de la
política, entonces será la política quien imponga sus límites y trace sus
posibilidades. Pero para ello es necesario que los trabajadores puedan abrir la
política para la discusión de la economía de la información. Para hacerlo, los
trabajadores necesitan capacidad política que, lamentablemente, por ahora no
tienen. Quizá ese sea uno de los retos del futuro y de la nueva izquierda.
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