El
semanario argentino Kalewche ha publicado esta sustanciosa entrevista con
Rafael Poch-de-Feliu, quien ha sido durante veinte años corresponsal de La
Vanguardia en Moscú y Pekín. Sabe muy bien de qué habla.
Entrevista a Rafael Poch
EL Viejo Topo
12 julio, 2023
Del cierre en
falso de la guerra fría a la espiral suicida de la guerra en Ucrania
Una entrevista
con el semanario argentino Kalewche
Kalewche: En tu nuevo libro, Ucrania, la guerra que lo cambia todo,
que hemos reseñado en Kalewche, hablas de “responsabilidades
compartidas” en los orígenes de la “Operación Especial”. Es indudable que Rusia
tiene una cuota no menor de responsabilidad como «detonante», por haber
invadido Ucrania desde la premisa de una guerra «preventiva». Pero no es menos
cierto que la previa, muy agresiva e irresponsable expansión de la OTAN en la
Europa del este, dentro del marco de lo que has llamado «cierre en falso de la
Guerra Fría», también ha contribuido enormemente a la escalada del conflicto
Moscú-Kiev. Se habla mucho, y con razón, de una proxy war o
«guerra por delegación» de la OTAN, donde Kiev funge de peón de Washington y
Bruselas, tras largos años donde el Tío Sam y la Unión Europea sembraron la
discordia en Ucrania con injerencias o intrigas. A un año y cuatro meses de
iniciada la invasión, ¿sería posible calibrar el grado de responsabilidades
relativas de Rusia y la OTAN en la gestación y el desencadenamiento de la
guerra?
Rafael Poch: La dificultad estriba en que, como digo en mi último opúsculo, no hay una
guerra sino tres interrelacionadas, con las tensiones internas en Ucrania, los
problemas de perpetuación del sistema autocrático ruso, el pulso entre la OTAN
y Rusia, y el gran pulso de Washington para mantener su preponderancia global
ante la emergencia de nuevas potencias lideradas por China. Dicho esto, los
actuales dirigentes chinos “solucionaron” la valoración histórica del papel de
Mao diciendo que el 70% de su legado fue positivo y el 30% restante negativo.
Naturalmente, tal valoración está sometida a los vaivenes de la historia y los
intereses de quienes la formulan. Así que cada generación reformula la
calificación que pone a los grandes asuntos del pasado para encarar su
presente. La guerra de Ucrania no será excepción. Pero a la luz de los datos
que disponemos hoy, está claro que su génesis es un proceso de 30 años. La
versión ofrecida ahora en Occidente ignora todo ese proceso y afirma que la
guerra es algo que comienza con la invasión rusa de febrero de 2022 sin la
menor provocación, como pura consecuencia de una voluntad imperial agresora y
expansionista rusa, y de la maldad de su dirigente. Es evidente que esta tesis
no resiste un análisis critico serio. En mi opinión, en este conflicto hay
responsabilidad rusa, pero el grueso de la culpa es de Estados Unidos y sus
aliados –más bien habría que hablar de vasallos– europeos. Digamos una relación
de 30% de responsabilidad para la elite rusa y ucraniana, y un 70% para los
americanos y europeos de la OTAN. Sin la arquitectura de seguridad europea que
Washington impuso tras el fin de la guerra fría como algo primero sin
Rusia y luego contra Rusia, no se habría llegado a esta
guerra. La intervención occidental, es decir de Estados Unidos y de la Unión
Europea, forzando la incorporación política, económica y militar de Ucrania a
ese orden contra Rusia, contra la voluntad de la inmensa mayoría de los
ucranianos, abrió primero una clara perspectiva de guerra civil en Ucrania y
luego provocó la guerra con Rusia. Para llegar a eso, Occidente ignoró las más
básicas realidades, históricas, económicas y sociales de la sociedad ucraniana
así como las repetidas advertencias de Rusia al respecto.
Kalewche: ¿Cuánto piensas que ha incidido en la génesis del conflicto la propia y
singular situación interna –tan enrevesada y volátil– de Ucrania, desde lo
político a lo económico, pasando por lo social y cultural? ¿O te parece que
solo o básicamente se trata de geopolítica global, de dos “imperios
combatientes” (como se llama tu sección en CTXT), es decir, OTAN
vs. Rusia, Rusia vs. OTAN? El sociólogo ucraniano de izquierdas Volodymyr
Ishchenko, sin negar la importancia crucial de la puja exógena
Washington/Bruselas vs. Moscú, ha puesto el foco en dinámicas endógenas. ¿Se
podría plantear una responsabilidad tripartita en la génesis de la guerra de
Ucrania, donde, al margen de la OTAN y el Kremlin, Kiev habría aportado lo suyo
a la discordia?
Rafael Poch: Sin duda. No se entiende nada sin atender al escenario post soviético que
se abre con la disolución de la URSS. En 1991 una pugna por el poder en el interior
de la elite rusa determinó que ésta disolviera la URSS para que la facción de
Boris Yeltsin se hiciera con el pleno poder que hasta entonces debía compartir
con el aparato central de la URSS dirigido por Mijaíl Gorbachov. Eso fue la
disolución “política”, podríamos decir. Hubo también un claro aspecto “de
clase”: la URSS, con sus maltrechos y desprestigiados referentes simbólicos e
históricos revolucionarios era un impedimento para la reconversión social de
una casta administrativa-burocrática en clase propietaria. Sin la URSS, la
elite rusa y las respectivas elites nacionales de cada república eran mucho más
libres para realizar esa reconversión social. En el marco de esa operación, que
abría enormes perspectivas de enriquecimiento y de poder, la elite rusa
sacrificó, momentáneamente, casi todo lo demás: la geografía humana rusa, los
enormes espacios de las repúblicas socialistas soviéticas de Kazajstán y
Ucrania, poblados por rusos y mayoritariamente rusoparlantes, la suerte de
millones de rusos que vivían fuera de las fronteras de la República Socialista
Federativa Soviética de Rusia (RSFSR), cuyos estatutos y derechos se dejaron de
lado, la identidad de gran potencia en el mundo, etc, etc. Todo eso la elite
rusa lo dejó de lado para concentrarse en lo principal: el asalto al
supermercado nacional, que la URSS definía como “propiedad de todo el pueblo”,
y su apropiación privada vía la privatización. En ese contexto, cuando en
diciembre de 1991 la URSS fue disuelta a iniciativa rusa y con la aquiescencia
seguidista de Ucrania y Bielorrusia, los dirigentes rusos ni siquiera pensaron
en que el sur y el este de Ucrania, la franja que va desde Jarkov hasta Odesa
pasando por el Donbas y Odesa, eran mucho más Rusia que Ucrania desde
todos los puntos de vista. Aún menos pensaron en la parte occidental de
Kazajstán. La mentalidad de saqueo era lo que verdaderamente importaba y lo
demás era accesorio. Después de todo, pensaban, Ucrania, es una “casi Rusia”,
siempre será un solícito satélite ruso, por no hablar de Kazajstán. No contaron
con que las elites dirigentes ucranianas, como las de las otras repúblicas,
fundamentalmente cuadros ex comunistas rápidamente reciclados en adalides de la
“economía de mercado”, necesitaran consolidar ideológicamente su nuevo poder,
no ya sobre la “eterna amistad entre los pueblos de la URSS” sino
desarrollando su propio particular nacionalismo, lo que determinaba muchas
colisiones con Rusia. Otro proceso fundamental es que al mismo tiempo, los
dirigentes rusos estaban convencidos de que Occidente les iba a dejar entrar en
la globalización capitalista como socios “libres e iguales”. Habían olvidado
todo aquello por lo que sus abuelos hicieron la revolución en busca de una
solución al problema del desigual desarrollo capitalista que empujaba al
Imperio Ruso de principios del siglo XX a convertirse en una especie de gran
potencia colonizada. Consideraban que con la URSS su país se había apartado de
la “civilización” a la que ahora regresaban. Moscú quería ser Nueva York, París
o Londres, pero lo que la globalización capitalista les ofrecía era un estatuto
subalterno en el que la ”Tercera Roma” debía renunciar a su identidad y
realidad de gran potencia, con su nueva burguesía en el papel de intermediaria (compradora)
en el comercio de materias primas. El resultado fue aquellos años noventa con
enormes posibilidades de enriquecimiento privado para unos pocos, miseria y
colapso demográfico para los más, humillación e impotencia en el ámbito
internacional, con la sucesiva ampliación de la OTAN, apoyo occidental al
secesionismo en Rusia y hasta planes para disolver Rusia en toda una serie de
repúblicas manejadas por Occidente. Realizada con éxito la reconversión social
de la casta dirigente, con Putin comenzó el restablecimiento de la potencia
rusa y con ello el choque con el “capitalismo realmente existente”. La elite
rusa cayó del caballo y comenzó a elaborar un plan para hacerse respetar por
Occidente, que nunca entendió los procesos internos de Rusia. En eso estamos.
Con esta guerra, Rusia pretende “hacerse respetar”, es decir que Occidente
reconozca sus intereses, zonas de influencia, etc. Como no lo ha conseguido se
reorienta hacia la pujante Asia, de ahí el renacimiento del euroasianismo, el
“somos una civilización diferente” y todo eso… Es decir: no ha sido la
“ideología” del régimen la que ha desencadenado un cambio de actitud en Moscú.
Lo que ocurrió es que el desengaño de la elite rusa con Occidente, por no ser
aceptada en la general rapiña en las condiciones “libres e iguales” que
imaginaba, y por recibir una clara y creciente hostilidad a su relativa
consolidación como potencia y al ejercicio de su soberanía en la esfera
internacional, determinó la búsqueda de nuevas ideologías y discursos
conservadores.
Respecto a
Ucrania, treinta años de caótico gobierno nacional provocaron muchos desastres
sociales pero también el hecho de que aquella “casi Rusia” fuera cada vez “más
Ucrania”. Tras una generación viviendo en una Ucrania “soberana e
independiente”, incluso en el este del país, cultural e idiomáticamente muy
ruso, avanzó claramente una identidad ucraniana plural. El nacionalismo étnico
de las regiones de Ucrania Occidental que nunca pertenecieron al Imperio Ruso y
a su cristianismo, un nacionalismo furibundamente antiruso y excluyente hacia
los grandes sectores rusófilos y rusoparlantes de la nación, con narrativas
históricas de extrema derecha, que era minoritario en el grueso del país, fue
ganando influencia y terreno a un nacionalismo patriótico capaz de integrar la
diversidad identitaria de la nación. En 2014 ese nacionalismo étnico se impuso
definitivamente con una mezcla de revuelta social y golpe de estado que contó
con el decidido apoyo occidental y que fue rechazado en el Este y el Sur del
país. En ese contexto, Rusia se anexionó Crimea, con el beneplácito de la
inmensa mayoría de la población de la península y en el Donbas arrancó una
revuelta armada, inicialmente sin apoyo ruso. Comenzó así una guerra civil. El
nuevo gobierno de Kíev apoyado por Occidente la planteó desde el principio como
“operación antiterrorista” inspirada por Rusia cuya solución era doblegar a los
que denominaba “nedoukraintsy”, es decir “gente no suficientemente ucraniana”.
Según el propio secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, la guerra
comenzó en 2014 y no en 2022, y produjo unos 14.000 muertos antes de la
invasión rusa, la mitad de ellos civiles y la mayoría de estos civiles
pobladores de localidades rusófilas víctimas del ejército ucraniano entonces
compuesto por milicias de extrema derecha. Desde entonces Occidente comenzó a
dar miles de millones a Ucrania y a armar y modernizar a su ejército para que
luchara contra Rusia, cuyo desafío con la limpia anexión de Crimea era un mal
ejemplo global que había que escarmentar militarmente. Las negociaciones de paz
de los Acuerdos de Minsk, con supuesta participación “mediadora” de Francia y
Alemania fueron mascaradas para “ganar tiempo y preparar a Ucrania” para la
guerra, según han admitido la ex canciller alemana Angela Merkel y el ex
presidente francés François Hollande. En marzo de 2021 los ucranianos aprobaron
planes para reconquistar Crimea militarmente con ayuda de Estados Unidos. La
invasión rusa se produjo en un claro contexto de incremento de los bombardeos
ucranianos sobre las regiones rusofilas del Donbas…
En lo que
respecta a Ucrania, su tragedia es que sus dirigentes han contribuido a la
perpetuación del conflicto. No habrá paz ni integridad territorial del país
mientras Ucrania no vuelva a reconocer su pluralismo interno. Y eso parece más
difícil que un escenario en el que Rusia se anexiona gran parte de su
territorio del Sur y del Este, lo que tampoco nos llevará a una situación
estable. ¿Por qué una “victoria” rusa no será estable? Imaginemos que aplastan
militarmente a Ucrania y se quedan no solo con las cuatro regiones incompletas
que ya han incorporado constitucionalmente a la Federación Rusa, además de
Crimea, sino con toda la franja culturalmente rusófila del país, desde Járkov
hasta Odesa, privando al país de su salida al mar y convirtiéndolo en un
reducto rusófobo revachista e impotente, con una linea divisoria no reconocida
internacionalmente. Por poca resistencia local armada que actuara contra la
ocupación en todo ese territorio, eso obligará a establecer allí
administraciones rusófilas férreas y muy militarizadas, con toda la panoplia
“antiterrorista” (tortura, desaparecidos, represión) y predominio de la policía
de estado. Lo más probable es que lo que quede de Ucrania, y también sus
padrinos europeos apoyen decididamente tal “resistencia”. Para Rusia será un
cáncer. Y Rusia es un país muy frágil. El “incidente Prigozhin” lo ha recordado
con toda claridad: un motín militar en plena guerra animado por un personaje
que, seguramente, se veía amenazado por sus rivales del Ministerio de Defensa.
Y no es lo único inaudito que se puede esperar en Rusia. La oposición a Putin,
hoy mayormente irrelevante, tiende a venderse a la OTAN y a hacerle el juego a
todo lo que vaya contra su propio país porque uno de los dramas de la
autocracia es que, por falta física de espacio de protesta, crea oposiciones
condenadas a practicar el derribo total de una estructura apenas reformable,
como he explicado en mi texto “La maldición de la autocracia”. En Rusia la
oposición está condenada a ser irresponsable, porque nunca ha tenido
responsabilidades de gobierno. Toda su energía se dirige al derribo sin muchas
mas consideraciones. Es verdad que si las cosas le siguen yendo militarmente
tan mal a Ucrania como le están yendo ahora, veremos cosas parecidas en Kíev
contra Zelensky, pero hay que ser consciente de que el régimen ruso tiene
defectos estructurales que solo se resuelven con convulsiones. Uno de ellos es
el relevo del líder autocrático. Es sumamente complejo. A falta de mecanismos y
normas claras consensuadas e institucionalizadas de sucesión, los relevos en el
grupo dirigente siempre son peligrosos. Contienen el riesgo de purgas, ajustes
de cuentas y peleas entre dirigentes que se resuelven por la fuerza. En China
eso ocurrió en cuatro de las seis operaciones de relevo de dirigentes ocurridos
desde la muerte de Mao en 1976. Y en China hay un Partido de Estado que
gobierna, con ciertas normas internas, mecanismos de ascenso, una tradición
secular de meritocracia etc. Es mucho más difícil que aparezca un Prigozhin. En
Rusia todo está mucho más abierto a esos riesgos…
Kalewche: Tú y otros analistas habéis señalado que la dirigencia europea actual
parece especialmente incompetente, y que ha interiorizado unas representaciones
hollywoodenses de la política internacional que está deviniendo no solo en
análisis ultra-simplistas, sino en una actuación contraria a los intereses
europeos. ¿Qué ejemplos podrías ofrecer que ilustren tal incompetencia? ¿Y cómo
se explica la actitud política de las autoridades europeas? Porque incluso
aunque fuera pura y simple incompetencia, cuando la misma alcanza cotas tan
elevadas exige una explicación. ¿Tienes alguna?
Rafael Poch: El asunto viene de muy lejos. Con el fin de la guerra fría y la
disolución del Pacto de Varsovia y de la URSS, los americanos se deberían haber
ido de Europa y la OTAN debería haberse disuelto. Si no ocurrió fue por la
voluntad de Estados Unidos, perfectamente documentada y conocida, de no
marcharse para no perder su control político-militar sobre el viejo continente
que le habría restado mucho poder global. Para eso exacerbaron las ansiedades
de Rusia, creando artificialmente las tensiones que la propia ampliación de la
OTAN provocaba y utilizando las propias ansiedades de antiguos vasallos
soviéticos y del Pacto de Varsovia. En todo esto, la gran responsabilidad fue
de Alemania y Francia, que se negaron a asumir responsabilidades autónomas en
materia de seguridad continental y acción internacional, prefiriendo seguir la
estela de Estados Unidos a costa de sus propios intereses. Desde el fin de la
guerra fría, la Unión Europea ha sido el ayudante del sheriff americano en
todas las barbaridades que éste ha cometido, desde Afganistán hasta Irak, con
el resultado de más de tres millones de muertos y casi cuarenta millones de
desplazados según el estudio “Costs of War” de la Universidad Brown de Estados
Unidos, y la destrucción de estados y sociedades enteras. En Libia, incluso el
protagonismo fue más europeo que estadounidense… Si recordamos que en los años
sesenta y setenta del siglo XX ni siquiera Inglaterra, el perrito faldero de
Washington, participó en la guerra de Vietnam, la comparación con la situación actual
requiere un análisis en profundidad sobre lo que ha ocurrido en Europa en los
últimos treinta años. Y lo que ha ocurrido es, entre otras cosas, que Europa se
ha “agringado” profundamente. Incluso países como Francia, con una tradición de
soberanía nacional muy fuerte, se han transformado culturalmente en satélites y
vasallos de Estados Unidos. Regís Debray dice que hemos pasado de un cuadro en
el que había una civilización europea a la que pertenecía la cultura
norteamericana a otro en el que hay una civilización norteamericana de la que
la cultura europea forma parte. Curiosamente eso ha ocurrido mientras el poder
mundial de Estados Unidos decrecía en el mundo. Hoy el gran vector que la
guerra de Ucrania nos confirma es el de la inequívoca incorporación de la Unión
Europea al conflicto de Occidente con las potencias emergentes, lideradas por
China. La miseria política europea es extraordinaria. Basta comparar a los
políticos alemanes post reunificación con los Willy Brandt, Helmuth Schmidt,
Hans-Dietrich Gensher, a los franceses con sus antecesores, los italianos con
aquella gran tradición de izquierdas del “compromiso histórico” que han llevado
al poder a personajes como Silvio Berlusconi, etc. La decadencia es
extraordinaria y, obviamente, no es una mera cuestión de personas, sino de
procesos de fondo que tienen que ver con la propia arquitectura neoliberal de
los fundamentos de la Unión Europea. La concertación europea es tan necesaria y
clara como la necesidad de la propia concertación internacional global, pero no
basta con la necesidad: ahí tenemos el caso de la Sociedad de Naciones
(1919-1946) la antecesora de la ONU que acabó siendo completamente irrelevante
al ser incapaz de afrontar los retos que llevaron a la Segunda Guerra Mundial.
Hoy la UE avanza a pasos agigantados hacia su irrelevancia, lo que debería ser
estudiado con miras a su completa refundación sobre bases nuevas. ¿Muestras de
esa incompetencia? No solo el conflicto con Rusia, sin cuya integración no se
puede hablar de “Europa” con propiedad, sino más en concreto la política
energética, la aberración de comprar gas licuado a Estados Unidos a cuatro
veces el precio del gas ruso y eso después de que Estados Unidos reventara con
un atentado los gaseoductos de sus aliados europeos sin que estos no solo no se
atrevan a protestar, sino que participen en la maniobra para disimular esa
barbaridad. Tenemos también la demolición del consenso antifascista de
posguerra sustituido por la narrativa reaccionaria de la derecha polaca y
alemana que pone el signo de igualdad sobre nazismo y estalinismo, la política
de sanciones contra Rusia que sustituye a la diplomacia y está dañando más a la
UE que a Rusia… La lista es larga.
Kalewche: Más allá de las declaraciones de Trump y otros políticos, militares e
intelectuales republicanos (en el sentido de que sería China, no tanto Rusia,
el gran enemigo geoestratégico de Estados Unidos y sus aliados), lo cierto es
que habría evidencias de que, entre las presidencias de Obama y Biden, los
EE.UU. siguieron contribuyendo –con sigilo, pero no el suficiente para que el
Kremlin ignorara la situación– al rearme de Ucrania: asesoramiento militar,
financiamiento y provisión de armamento, entrenamiento de tropas, información
de inteligencia, etc. ¿Qué piensas de todo esto? ¿Qué hizo el trumpismo con el
conflicto ruso-ucraniano cuando fue gobierno? ¿Se puede marcar alguna
diferencia entre demócratas y republicanos?
Rafael Poch: Trump decía querer dejar en paz a Rusia para concentrarse contra China,
pero no le dejaron. Culturalmente, si se puede usar ese término al referirse a
tal personaje, Trump estaba más próximo al neoconservadurismo ruso, con su
hostilidad manifiesta al liberalismo de los demócratas en materia de “moral y
costumbres”, género, comunitarismo de minorías, etc, que tanto desagrada al
tradicionalismo en todo el mundo. Pero todo eso quedó en nada porque la línea
de los neocons en materia de intervención mundial es común a republicanos y
demócratas. Eso viene de lejos, de la llamada “doctrina Wolfowitz”, divulgada
por la prensa de Estados Unidos en marzo de 1992, y está contenida en el
documento del Pentágono titulado “Defense Planning Guidance 1994-1998”.
En el se lee que “nuestro primer objetivo es impedir el resurgir de un nuevo
rival, en el territorio de la ex URSS o en otra parte, que represente una
amenaza del tipo de la que antes representaba la Unión Soviética”. Sobre
Europa, el documento señalaba: “al tiempo que Estados Unidos apoyan el objetivo
de la integración europea, tenemos que impedir el surgimiento de acuerdos de
seguridad exclusivamente europeos que puedan debilitar a la OTAN y en
particular la estructura de mando integrado de la Alianza”. Y en un plano más
general, el propósito de la hegemonía mundial en solitario exige relativizar el
derecho internacional: “ya no podemos permitir que nuestros intereses
fundamentales dependan únicamente de mecanismos internacionales que pueden ser
bloqueados por países cuyos intereses pueden ser muy diferentes a los
nuestros”. De ahí el concepto “orden internacional basado en (nuestras)
reglas”, como alternativa al orden basado en el derecho internacional. Todo
esto es común a republicanos y demócratas. De hecho los personajes que dirigen
la política exterior de Biden son neocons, pensemos en Victoria Nuland, Sullivan
o Blinken.
Respecto al
Pentágono, en 2019 un extenso documento de la RAND Corporation, el
principal think tank del Pentágono, titulado “Overextending
and Unbalancing Russia” (“Sobrepasar su capacidad y desestabilizar a
Rusia”), proponía un detallado catálogo para estresar a Moscú, cuyo primer y
principal escenario era el de “suministrar una ayuda letal a Ucrania”, cosa que
se venía haciendo desde 2014. Para cuando se publicó aquel documento,
dirigentes ucranianos como el sobrado y elocuente consejero presidencial
Aleksei Arestovich, ya decía en público que “el precio para que Ucrania ingrese
en la OTAN es una guerra contra Rusia y la derrota de ésta”, escenario
“ineludible” que fechaba para “2021 o 2022”. https://youtu.be/1xNHmHpERH8
Kalewche: En tu último artículo hemos notado una preocupación por el curso de
los acontecimientos que parece ser incluso mayor que en intervenciones
anteriores. El riesgo de una escalada (incluso nuclear, posibilidad que siempre
consideraste) o la intervención directa de otros beligerantes, ¿te parece ahora
aún más posible? Y en tal caso, ¿qué razones tienes para pensar así?
Rafael Poch: Me parece más probable porque así se deduce de la evolución del
conflicto. Cuanto más se aleja la posibilidad de una victoria militar ucraniana
y de una derrota de Rusia, tanto más medios ponen los occidentales. Recordemos
que Biden dijo en marzo de 2022 que no se podía suministrar armas pesadas a
Ucrania “porque eso equivalía a una tercera guerra mundial”. Ahora se
suministra de todo: tanques, misiles de largo alcance capaces de golpear
territorio ruso; se bendicen atentados personales contra funcionarios
ucranianos “colaboracionistas” en la parte ocupada de Ucrania así como contra
periodistas rusos en Moscú, San Peterburgo y Nizhni Nóvgorod; se ha atacado el
Kremlin con drones y hasta dos bases de la aviación nuclear rusa en Riazán y
Sarátov, se ha aprobado el suministro de aviones modernos… Y a pesar de todo
eso no parece que se pueda derrotar a Rusia. El siguiente paso es una
participación del ejército polaco y de los bálticos, lo que llaman una
“coalición de voluntarios”, algo que ya ha mencionado el ex secretario general
de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen… Kiev continua con el objetivo de reconquistar
Crimea, algo imposible sin implicación directa de la OTAN. Moscú dice que
cuanto mas presionen, más extenderá geográficamente su conquista y que si los
aviones que se usen contra Rusia tienen base fuera de Ucrania, léase en Polonia
y Rumanía, esas bases serán atacadas. Por otro lado, si el ejército ruso se
desmoronara, el uso de armas nucleares para evitar “riesgos existenciales” es
algo contemplado por la doctrina militar rusa. Así que la perspectiva de
escalada es bastante clara.
Kalewche: El Maidán, así como la anexión rusa de Crimea y el estallido de la
guerra civil en el Donbás, se produjeron durante el gobierno demócrata de
Obama. Por otro lado, la “Operación especial” del Kremlin comenzó y escaló
durante la presidencia –también demócrata– de Biden. Pareciera que el
interregno republicano de 2017-2021 hubiera sido menos antirruso y más
dialoguista. Más de una vez Trump se ha jactado de ser más aislacionista y
menos belicista que sus adversarios del Partido Demócrata, y de tener una muy
buena relación personal y cierta sintonía ideológica con Putin. Ambos son
líderes carismáticos de derechas, que combinan la defensa y promoción del
capitalismo –neoliberal o neokeynesiano– en lo económico, con un populismo
nacionalista y neoconservador en lo político y cultural. Si los republicanos
–con o sin Trump de candidato presidencial– ganaran las elecciones de 2024,
¿habría todavía alguna posibilidad de que la guerra de Ucrania desescalara o se
enfriara, y se reflotaran los acuerdos de paz de Minsk?
Rafael Poch: No lo sé. Desconozco las interioridades de la política de Estados Unidos.
Constato que allí hay tensiones internas muy fuertes, tanto populares como en
el establishment, que la situación económica es sumamente inestable y que en
Moscú siempre –ya en tiempos soviéticos era así– se han sentido más cómodos con
administraciones republicanas, por considerarlas mas comprensibles y
previsibles. Claro que algún día la guerra terminará, pero eso dependerá de
cómo evolucionen sus tres causas. Primera: la estrategia de Estados Unidos en
Europa y su reiterado e ignorado rechazo de los intereses rusos; una seguridad
europea primero sin Rusia y luego contra Rusia, cuya última etapa es el ingreso
de la OTAN en Ucrania, independientemente de que esta forme parte de la Alianza
o no. El fin último de esta estrategia es impedir la integración euroasiática
animada por China con participación de Rusia que dejaría fuera a Estados Unidos
de la gran masa continental. Segunda: La negativa de Rusia a aceptar dicha
estrategia americana, que acabó con la inicial ilusión de la elite capitalista
rusa de ser considerada en pie de igualdad por sus homólogos occidentales, y la
voluntad del Kremlin de romperla, de “hacerse respetar”, contando en ello con
la comprensión de China y de gran parte del mundo no occidental históricamente
sometido. Tercera: el no reconocimiento del gobierno de Kiev surgido de la
revuelta / golpe de estado apoyado por Occidente del invierno de 2014, de la
diversidad identitaria interna de los ucranianos en sus diferentes regiones,
que provocó revueltas tanto civiles como armadas en el sur y este de Ucrania,
así como la anexión rusa de Crimea, sin todo lo cual la invasión militar rusa
de 2022 habría sido muy difícil, sino imposible. Estas tres causas están
interrelacionadas y habrá que observar su evolución.
Kalewche: Piensas que el declive de la hegemonía norteamericana está
desembocando en un militarismo que deja sociedades devastadas allí donde
interviene. Por contraste, pareces ver en China una potencia hegemónica pacífica.
Pero, ¿qué hay del autoritarismo interno del régimen chino? Y ese «pacifismo»
chino, ¿no podría ser consecuencia de su actual debilidad relativa, antes que
de causas más profundas? ¿No nos hallamos ante la posibilidad de un capitalismo
iliberal o no liberal, autoritario, gestado por diferentes vías tanto en
Oriente como en Occidente? De hecho, las pujas hegemónicas actuales se están
librando en un contexto en el que ninguno de los actores decisivos impulsa (e
incluso no parece capaz de imaginar) una alternativa a la sociedad capitalista.
A lo sumo, lo que parece estar en juego son variantes (más o menos
autoritarias, más o menos proclives a la participación estatal) de una misma
economía capitalista. ¿Estás de acuerdo? ¿Y de ser así, cómo influye esto en
los acontecimientos? Sobre todo, teniendo en cuenta los desafíos ecológicos y
lo difícil que parece imaginar un capitalismo ecológicamente sustentable que no
sea, a la vez, una sociedad de pesadilla.
Rafael Poch: Es la pregunta más complicada: ¿qué podemos esperar de China? Complicada
porque como ha dicho Walden Bello (2019) el jurado que debe dictaminar el
asunto aún está reunido y deliberando. Su sistema es diferente al capitalismo
occidental en el hecho crucial de que lo político domina sobre lo económico y
financiero. El reparto y la nivelación social son mucho más factibles en tal
sistema, que tiene miserias internas bien conocidas. Hace menos de treinta años
que China “salió al mundo” y, desde luego, no hemos visto en ella una
repetición de la conducta de los últimos trescientos años de las potencias
occidentales. Sus relaciones comerciales con el sur global no han sido
impuestas por la fuerza. Su no injerencia en los asuntos internos de sus socios
no ha fortalecido, endurecido o hecho peores a sus regímenes políticos. En eso
hay una diferencia con, por ejemplo, las condiciones “neoliberales” adjuntas a
los créditos occidentales al sur global, causantes de tantos desastres. En
general, China no es vista en el sur global como una potencia imperial o neocolonial.
Una de sus ventajas para el mundo de hoy es su menor predisposición a la
violencia y el conflicto, la no exportación de un “chinesse way of life”,
su relativo desinterés en la carrera armamentística, la ausencia de un
“complejo militar-industrial” capaz de influir e incluso determinar la política
exterior, como ocurre en Estados Unidos, y su doctrina nuclear, la menos
demencial entre las de los cinco miembros del Consejo de Seguridad de la ONU.
En los últimos treinta años, en los que Occidente se ha metido en un sinfín de
desastrosas guerras, China no ha conocido conflictos externos. Los que tuvo
antes, la intervención en la guerra de Corea, los incidentes con India y la
malograda operación de castigo contra Vietnam de 1979 que tan mal le salió, no
fueron en absoluto intervenciones de cariz expansionista. China mantiene una
política mucho más defensiva que ofensiva y eso no es así ahora, cuando tiene
enfrente a rivales mucho más poderosos militarmente que ella, sino que ha sido
siempre así. Su actual rearme, incomparable con el de Estados Unidos, es una
clara reacción al hecho de que Washington haya pasado de considerar a China un
“socio” a “la mayor amenaza existencial contra Estados Unidos”. La actitud
defensiva de China queda plasmada en uno de sus símbolos nacionales, la Gran
Muralla. Se trataba no tanto de expandirse violentamente hacia fuera, sino de
impedir que los bárbaros amenazaran su orden… Todo eso es una buena noticia
pero no es en absoluto una garantía para la integración planetaria, más
horizontal, equitativa y menos injusta, que necesitamos para afrontar los retos
del siglo.
El ascenso
chino ocurre en una época de crisis de civilización. Los presupuestos del
desarrollo y el crecimiento se revelan caducos. China llega tarde a un modelo
de progreso caduco y en crisis del que el cambio climático antropocénico es
pauta y espejo. En esta situación el sentido común receta el decrecimiento a
las sociedades obesas y permite a los más pobres seguir creciendo. China, país
pujante y a la vez aún en desarrollo, está en una situación intermedia. Eso
determina cierta esquizofrenia: por un lado debe crecer para generar
prosperidad, por el otro debe dejar de hacerlo para generar estabilidad
ambiental y sostenibilidad.
Sin
responsabilidades históricas en el calentamiento global –responsabilidades que
son occidentales– ya es el mayor contaminador del planeta y al mismo tiempo el
mayor usuario de energías renovables. Líder en la quema de carbón y en la
fabricación de vehículos eléctricos y de placas solares y fotovoltaicas. Es el
país que mejor representa y encarna las cuestiones existenciales a las que se
enfrenta la humanidad en este siglo. Desde ese punto de vista deberemos
observar, juzgar y calificar la Belt and Road Initiative (B&RI)
la estrategia que presenta como de pacífica integración mundial y alternativa
al “Imperio del Caos” y los imperios combatientes, es decir al escenario de
grandes potencias en declive con tendencia a la violencia. Conocida como “Nueva
Ruta de la Seda”, la BRI tiene un bonito nombre, pero es una plataforma
para exportar las sobrecapacidades de la economía china y con ella su
contaminación. En sus proyectos de conectividad hay muchas presas
hidroeléctricas, muchas centrales térmicas de carbón y mucho extractivismo. ¿Es
ese neodesarrollismo del Siglo XX una concepción válida para el siglo XXI? Y
aquí hay que recordar que en materia de dominio colonial-imperialista ha habido
dos secuencias a lo largo de la historia. Una es la conquista militar, seguida
del dominio económico (trade follows flag). Otra es el poder político
como consecuencia del comercio y la inversión (flag follows trade). El
occidente colonial e imperialista, que no imagina otro mundo que no sea
jerárquico y desigual (“piensa el ladrón que todos son de su misma
condición”, dice el refrán), afirma que China sigue el segundo modelo: a su
expansión comercial e inversora, seguirá un dominio político. En mi opinión
este es un escenario que en absoluto se puede desdeñar. Por eso, al mismo
tiempo que saludamos su ascenso y su papel de contrapeso, sin el cual el
relativo declive occidental al que asistimos sería aún más peligroso, hay que
ser crítico y vigilante con China.
Qué China
afirme que no quiere ser hegemon, conductor, guía, dominador, es
algo que no pasará de ser una declaración de buenas intenciones, si su
proyección mundial se basa en un comercio económica y ecológicamente desigual
como el que tenemos en el mundo de hoy entre los países ricos y dominantes, y
los pobres y dependientes. Esa declaración puede ser tan irrelevante como la de
los europeos llevando “la civilización” a los “salvajes” en el siglo XIX, o los
estadounidenses promoviendo la “democracia y los derechos humanos” a punta de
guerras y masacres en el siglo XX hasta el día de hoy. Con la explotación de
materias primas en las últimas vetas mundiales, China está adquiriendo un gran
protagonismo en este tipo de intercambio que la puede instalar en una nueva
fase de dominio imperialista, bien a pesar de las declaraciones e intenciones
de sus líderes. Su demanda y su comercio están desforestando Gabón y
Mozambique, creando una devastadora agricultura de monocultivo de soja en
Brasil, Argentina y Paraguay. Seguramente China no hace nada que no hagan
otros, o que otros han hecho antes en esos u otros países, pero eso cambia poco
la situación. Como consecuencia, e independientemente de la intensa campaña
mediático-propagandística occidental, la imagen del país ha empeorado en
prácticamente todos los continentes, incluidos aquellos como África y América
Latina, bien predispuestos hacia ella por razones de la empatía que una antigua
y lejana nación históricamente sometida y colonizada genera en otras en
situación similar.
Finalmente una
consideración de índole general: el “ascenso pacifico chino” no es retórica. Es
un hecho que entrará en los manuales de historia. La historia no conoce un caso
de un país tan grande e importante que haya pasado de la miseria a la
prosperidad en tan poco tiempo y sin violencia exterior. Y ese proceso de
llegada a los primeros puestos mundiales no es un ascenso, sino sobre todo un
regreso: hasta hace tres o cuatro siglos, y durante algunos milenios, China ya
fue primera potencia mundial. Ascenso y regreso son experiencias muy
diferentes. El ascenso lleva consigo la mentalidad de “somos los mejores y por
eso ganamos”. El regreso es otra cosa. El país conoció el descenso hasta lo más
bajo, una decadencia extraordinaria con dominio y crucifixión (la palabra
que utiliza el gran sinólogo Jacques Gernet) bajo las potencias extranjeras.
Esa es una experiencia que muy pocos tienen y de la que se extraen enseñanzas
que advierten contra aquel “somos los mejores”. De la continuidad histórica de
China, de su gran cultura milenaria, se desprende una capacidad de supervivencia
extremadamente valiosa y actual para una humanidad amenazada que necesita
urgentemente lecciones de supervivencia en el callejón sin salida al que nos ha
llevado la civilización capitalista industrial. De su senectud, de su gran
experiencia de gloria y derrota, China desprende cierta sabiduría y cierta
prudencia. Esos son rasgos muy necesarios en el mundo en que vivimos, rodeado
de amenazas existenciales como el calentamiento global y la capacidad de
destrucción masiva. Rasgos que están completamente ausentes en la sicología y
en la breve experiencia histórica del adolescente europeo-norteamericano. De
todo eso extraigo cierta esperanza del ascenso y posible relevo mundial de
China y de Asia en general.
Fuente: Semanario Kalewche.
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