El viejo sistema
de control social alternaba la represión violenta de las pasiones juveniles con
guerras periódicas para dejarlas desahogar; el nuevo, en cambio, proporciona
lugares donde es posible hacer revoluciones fingidas con espadas de cartón.
Historia de una involución. De la política estructural
al moralismo histérico
El Viejo Topo
2 mayo, 2023
El otro día reflexionaba sobre cómo ha podido ocurrir que la capacidad operativa de la oposición política al sistema se haya extinguido y hoy necesite reconstruirse esencialmente desde cero.
Dado que este es el problema de los problemas de hoy, y dado que, como todo
proceso histórico, sus causas son plurales, quiero detenerme brevemente en una
sola causa, de carácter específicamente cultural.
La era de la democracia y la oposición política desde abajo fue una época
circunscrita que se inició hacia mediados del siglo XIX, en la que el marxismo
jugó un papel fundamental.
Específicamente, el marxismo fue fundamental para entender, y hacer entender,
cómo en el mundo moderno todo cambio de hábito y de opinión (que se torna
hegemónico) tiene siempre una raíz primaria en la «estructura», es decir, en la
esfera de la producción económica y la gestión correlativa del poder.
Si en una descripción de lo que ocurre no se tiene conciencia de su raíz
estructural, si no se comprende cómo debe situarse el problema respecto a los
mecanismos de distribución de la economía y del poder (muchas veces
coincidentes), se termina por perder de vista la única esfera donde se pueden
mover las palancas causalmente decisivas.
Una vez recordado este hecho, no se puede dejar de pensar en la distribución
generacional de la conciencia política actual. Las experiencias repetidas,
desde la recolección de firmas hasta los debates públicos y los mítines,
señalan una visión común: la distribución generacional de la conciencia
política sigue casi perfectamente una curva decreciente. Quienes muestran mayor
urgencia por actuar frente a las palancas del poder son los mayores, y a medida
que se es más joven se reducen las filas de los políticamente conscientes,
hasta el punto de casi desaparecer en el ámbito de los jóvenes y muy jóvenes (digamos
el grupo de 18 a 24 años).
Ahora, es importante señalar que este es un hecho históricamente sin
precedentes. Hasta hace poco tiempo, los jóvenes formaban parte de las filas de
los «pirómanos», las universidades siempre fueron fraguas de protesta, la
pasión política nació en el umbral biográfico entre el estudio y el ingreso al
mundo del trabajo. Y esto es natural, porque el compromiso y la energía
necesarios para la participación política crítica se encuentran más fácilmente
en un veinteañero que en uno de sesenta; y en otros factores porque las
limitaciones, las cargas y las responsabilidades normalmente aumentan con la
edad.
Entonces la pregunta es: ¿qué nos pasó?
Para tener una pista, basta mirar el activismo político juvenil, que de hecho
todavía existe, pero cuya forma es instructiva. Es interesante notar en qué
temas se enfoca el activismo hoy. Un breve registro nos revela:
1) un ambientalismo centrado en el cambio climático;
2) cuestiones de identidad de género, violencia de género, igualdad de género,
autodeterminación de género, lenguaje de género;
3) animalismo del tipo Disney y prácticas alimentarias autoflagelatorias
(veganismo, elogios a la carne sintética y harina de insectos, etc.);
4) para los más atrevidos, apelaciones a los «derechos humanos» en una versión
muy selectiva (donde por cierto las violaciones ocurren sólo entre los enemigos
de Estados Unidos).
Lo que es esencial subrayar es que en cambio puede existir y existe:
1) un auténtico ambientalismo “estructural”;
2) una conciencia histórico-estructural de la división sexual del trabajo (y
sus consecuencias consuetudinarias);
3) un análisis de las formas de «reificación» de la naturaleza sensible
(animales) en la industrialización moderna;
4) una conciencia política de la explotación y violación de la naturaleza
humana.
Y en cada uno de estos casos es posible reconocer problemas reales al ubicarlos en el marco general de los procesos de producción económica y distribución del poder en el mundo contemporáneo.
Pero nada de esto es mayormente parte del activismo político juvenil, que en
cambio acoge su agenda de «protesta» que viene desde arriba, en un formato
rigurosamente saneado de sus implicaciones estructurales.
En otras palabras, los recintos en los que ejercer la contestación y las formas
en que identificar los problemas han caído desde alturas inescrutables, a
través del aparato mediático, el adoctrinamiento escolar y universitario. De
esta forma se crean cómodas burbujas de disputa, con el certificado de bondad
progresista, proporcionado por fuentes acreditadas.
El viejo sistema de control social alternaba la represión violenta de las
pasiones juveniles con guerras periódicas para dejarlas desahogar; el nuevo
sistema de control, en cambio, proporciona lugares donde es posible hacer
revoluciones fingidas con espadas de cartón, en islas sin comunicación con ese
continente donde el poder real juega sus juegos.
Sin embargo, este proceso de construcción de cercos artificiales, sin anclaje
estructural, no es nuevo y es erróneo enfocarse solo en los jóvenes de hoy. Es
un proceso que comenzó al menos en la década de 1980 y simplemente se ha
expandido y perfeccionado con el tiempo. Todo el esfuerzo conceptual realizado
por la reflexión marxista (en parte ya en la época hegeliana) y luego desarrollado
durante más de un siglo, ha sido anulado con la lejía del nuevo poder
mediático.
Hoy estas agendas «políticas» cuidadosamente castradas se difunden y hacen oír
su característica voz estridente, que luego se hace eco, tal vez con
benevolencia reprochada, pero finalmente bendecida, por los voceros del poder.
Hemos recaído así en un análisis de la historia, la política y la geopolítica
que, olvidando cuáles son las verdaderas palancas del poder, se dedica en
cuerpo y alma a lecturas moralizantes del mundo, a la actualidad policiaca, al
alboroto de la “rectitud” y a la corrección política, a los chismes entre las
élites.
Las interpretaciones geopolíticas proliferan y prosperan donde Putin es el
malvado y los rusos son los ogros; lecturas sociales donde la crítica a la
“ideologías de género” son abominaciones homofóbicas; donde quien no abraza a
un chino es «fascista», y quien lo abraza después de una contraorden es
«estalinista»; lecturas ecológicas donde los cuadros de museos se ensucian
porque “ya no hay un minuto que perder”, antes de volver a casa a jugar en la
Smart TV de 88 pulgadas; etc. etc.
Esta infantilización del análisis histórico-político vuelve fatalmente
impotente cualquier «activismo», que examina el mundo como si la distribución
de adjetivos morales estuviera en su centro. Y cuando alguien señala que todo
ese extenuante graznido histérico no produce ni un desasosiego al poder, que
hasta aplaude, tienen preparado otro atributo moral: eres un cínico.
La compartimentación de la protesta según los cercos ideológicos elaborados
aguas arriba produce, además de un efecto de impotencia sustancial, una pérdida
total del equilibrio y de la capacidad de evaluar las proporciones de los
problemas.
Cada uno de estos juegos ideológicos aparecen a quienes los frecuentan como un
cosmos, el único punto de vista desde el cual se ve mejor el mundo entero. Y
esto genera una sensibilidad desequilibrada a los visitantes de estos recintos,
porque invierten toda su energía y pasión en un campo cuidadosamente delimitado:
hay gente que pasa dos veces al día frente a la anciana muriéndose de hambre en
el departamento de al lado, pero saltan con los ojos inyectados en sangre si
usas un pronombre de género mal visto …
En general, el panorama es el siguiente, mientras que el poder real nos
aconseja ser resilientes (porque si tomas la forma de la bota que te pisotea,
sufres menos), nos aconseja no tener hijos y no jubilarte por el bien del
futuro, mientras todos los días te explica que tienes que ser móvil para
trabajar donde haya necesidad y que tienes que dejar de moverte porque arruinas
el clima, y mientras te mea en la cabeza te exige que ahorres en la ducha.
Mientras todo esto sucede, y sucede mucho más, estos activistas se pelean
furiosamente entre ellos… porque ninguna injusticia debe quedar impune,
incluyendo “los derechos de los espárragos».
Fuente: Observatorio de la crisis.
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