Las
lecciones que aprendimos del desastre ambiental de Aznalcóllar
TERCERAINFORMACION /
25.04.2023
La ruptura de una balsa minera de la empresa Boliden contaminó el corredor del río Guadiamar y los vertidos llegaron a las puertas del Parque Nacional de Doñana, hace 25 años. En aquel momento, Miguel Ferrer era el director de la Estación Biológica de Doñana del CSIC, una institución con un papel fundamental en su recuperación. En la actualidad, este paraje natural único sigue amenazado por la sequía y la sobreexplotación de acuíferos.
Imagen actual de la mina de
Aznalcóllar. El 25 de abril de 1998 reventó la presa de la balsa con vertidos
tóxicos de la mina de pirita y solo la labor de los tractores de los arroceros,
que construyeron un muro de urgencia, impidió la llegada a Doñana de cuatro
hectómetros cúbicos de aguas ácidas y otros dos de lodos cargados con metales
pesados. EFE /José Manuel Vidal.
Aquel 25 de abril de 1998, el paisaje se tiñó de
negro cuando casi todos los elementos de la tabla periódica se vertieron a lo
largo de los ríos Agrio y Guadiamar, llegando
a las puertas de Doñana. Seis millones de metros cúbicos de lodos discurrieron
por la brecha de la balsa, afectando a unas 6.000 hectáreas.
Un deficiente mantenimiento facilitó el desastre,
anunciado años atrás por científicos y ecologistas. La empresa Boliden-Apirsa
acababa de provocar el mayor accidente
contaminante de la historia de Europa Occidental.
A pesar del desconcierto inicial, las
actuaciones de recuperación fueron excelentes. La rápida intervención para
limitar la zona afectada resultó acertada, mucho más que la idea de alejar
al Prestige. En este
caso, se acotaron
los daños, ya que un vertido mucho más pequeño terminó incidiendo en una
superficie enorme.
La actuación del Consejo Superior de
Investigaciones Científicas (CSIC) fue fundamental, por un lado, para asesorar
a las administraciones en las tareas de recuperación y, por otro, porque se
convirtió en una fuente de información fidedigna que contribuyó a generar la
tranquilidad necesaria para afrontar el tremendo trabajo que nos esperaba.
En los mismos parajes que habían sido testigos
de esa descomunal arriada de lodos tóxicos, se constataría, durante los
siguientes tres años, la mayor operación de limpieza
de suelos contaminados en Europa.
Ahora, 25 años después, la contaminación
basal —si bien algo superior a la que había antes del accidente— se halla
muy lejos de niveles preocupantes. La zona está limpia y no existen
riesgos derivados del accidente para ningún ser vivo, incluidas las
personas.
La recuperación ha sido ejemplar y constituye,
de hecho, un modelo de referencia a nivel internacional. Desde el punto de
vista del conocimiento científico hay un antes
y un después. Todo lo que sabemos en el mundo de accidentes de
este tipo lo sabemos por Aznalcóllar.
Lo que aún amenaza a Doñana
Aunque las administraciones siguieron
mayoritariamente las sugerencias del CSIC, hubo dos problemas que convendría
tener en cuenta: por un lado, la balsa
sigue teniendo filtraciones hacia el río Agrio que, poco a poco,
descienden hacia Doñana. Por otro, el alejamiento del cauce del Agrio del borde de la balsa
sería la solución que resulta, además, completamente viable desde el punto de
vista técnico.
El segundo punto pendiente se encuentra en el
‘Corredor Verde’. Aunque es un magnífico ejemplo de recuperación del cauce
fluvial contaminado y casi destruido durante la limpieza, desde el punto de
vista ecológico, no es un corredor funcional porque
no se aseguró su conexión con las masas forestales del norte del Parque
Nacional y es, por lo tanto, incapaz de conectarlas con Sierra Morena.
De nuevo, esto resulta técnicamente posible pero
no se afrontó en su momento. Por último, conviene recordar que, como
consecuencia del accidente, se produjeron cambios en las normativas, tanto
nacionales como europeas, que hacen que hoy resulte mucho más difícil que algo
así pueda volver a ocurrir.
Desgraciadamente, como el caso Prestige se encargó de dejar claro,
la intervención de los investigadores del CSIC como asesores en situaciones de
crisis, que tan buenos resultados arrojó en Aznalcóllar, lejos de
convertirse en un ejemplo, se quedó en una anécdota.
Hoy, 25 años después, se plantea la oportunidad
de reabrir la actividad minera en Aznalcóllar. Personalmente, teniendo en
cuenta que la explotación no se plantea a cielo abierto y que el procedimiento
de extracción no genera esas descomunales y peligrosas balsas que se
necesitaban en el pasado, me parece que la reapertura es la única oportunidad
realista de que alguien pague la inertización
de los lodos, se haga cargo de los pasivos ambientales y afronte
el necesario reto de no solamente no dañar el medio ambiente sino dejarlo en
una mejor situación, con niveles más altos de salud ambiental y biodiversidad.
Si este fuese el propósito de la Junta de
Andalucía y de la empresa concesionaria, los científicos que en su momento
trabajamos en el accidente estaríamos muy felices, ya que no tendríamos que
volver a hacerlo jamás.
Miguel Ferrer trabaja como profesor de Investigación
del Consejo Superior de Investigaciones (CSIC) en la Estación Biológica de
Doñana, de la que fue director desde 1996 hasta 2000. Es
también presidente de la Fundación
Migres, desde 2003; miembro del grupo de Expertos en Biodiversidad y Cambio Global del Consejo
de Europa, desde 2001, y revisor del IPCC.
Fuente: SINC
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