Acosado
por problemas judiciales, Netanyahu huye hacia adelante poniéndose -y muy a
gusto- en manos de los más extremistas. Sus víctimas ya no son solo los
palestinos, sino su propio pueblo, al deslizarse hacia un sistema dictatorial.
Crece el temor a una guerra civil.
Israel en el abismo
El Viejo Topo
6 abril, 2023
Eduardo Luque y Bashar Barazi
Israel vive la
peor crisis interna desde 1948. Los gobiernos se suceden precipitadamente desde
hace años. Israel vive inmerso en una crisis permanente. Tras cinco elecciones
generales, los israelitas entronizaron la coalición liderada nuevamente por
Benyamin Netanyahu. Pocos meses más tarde la población exige desde las calles
la dimisión del gobierno. El 29 de diciembre Netanyahu formó un nuevo gabinete,
el más derechista de la historia. Su objetivo fundamental es, como explicó en
su primer discurso, expandir los asentamientos expulsando a la población
palestina. Recupera el sueño acariciado por Ariel Sharon. Para cumplirlo,
Netanyahu quiso introducir profundas modificaciones legales que empujan al país
hacia la dictadura.
La respuesta
social al nuevo ejecutivo fue en aumento. En un primer momento fueron las
fuerzas de izquierda. Se sumaron después sectores del “centro” e incluso de la
derecha. El riesgo de una confrontación civil, que se otea en el horizonte, ha
galvanizado a fuerzas políticas muy dispares. Amplios sectores ven con estupor
cómo las propuestas legislativas de Netanyahu conducen al país al
enfrentamiento social en una sociedad cada vez más fragmentada. Los choques
entre las fuerzas políticas en el Parlamento se están extendiendo a la sociedad
civil. El diputado Yair Golan, ex jefe adjunto del estado mayor del ejército
israelí, llama a la desobediencia civil “contra un gobierno malicioso y
malvado”.
Los nexos que
mantenían cohesionada a la sociedad israelita se debilitan. Hace pocos días
grupos de reservistas del ejército se negaban a incorporarse a los cuarteles.
Las tropas de élite, oficiales de la aviación y la marina se negaban a cumplir
las órdenes. A tal extremo ha llegado la situación que el día 24 los pilotos
militares que debían transportar al presidente al Reino Unido se negaron a
pilotar el avión presidencial y Netanyahu tuvo que suspender el viaje. Israel
es un hervidero de manifestaciones que duran muchas semanas de forma
ininterrumpida y que quieren impedir (posiblemente sea demasiado tarde) que
Israel se convierta “En un Estado racista y violento que no podrá
sobrevivir”. Lo dijo el ex director del Mossad.
La causa
Benyamin
Netanyahu es la misma imagen del político felón. Bajo su presidencia, acuciado
por las investigaciones judiciales, firmó con la justicia israelí un acuerdo
que no pensaba respetar. Eso podría motivar que el Tribunal Supremo lo
declarase incapaz de gobernar. Netanyahu reaccionó y quiso introducir una
propuesta que enmendara Leyes Fundamentales (Israel no tiene constitución). La
reforma impulsada por Netanyahu limitaría la autoridad de los jueces y los
asesores jurídicos. Una mayoría simple parlamentaria le permitiría anular una
sentencia del Tribunal Supremo que implique derogar una ley o una decisión del
gabinete. Pero hay más reformas, la mayoría diseñadas para contentar a grupos
específicos de la sociedad israelí: retirar los bonos alimenticios a las
familias pobres priorizando a las familias de los ultraortodoxos (que no pagan
impuestos ni están obligados a hacer el servicio militar), permitir que
partidos abiertamente racistas se presenten a las elecciones, etc… son algunas
de ellas. A pesar de la respuesta en la calle, con una movilización social sin
precedentes en Israel, la ley fue aprobada por la mínima.
La rabia
popular se ha exacerbado. Decenas de miles de manifestantes han llenado las
calles de Tel Aviv y otras ciudades. El elemento más peligroso es el creciente
malestar en el seno del ejército (el gran nexo de unión de la sociedad
israelí); cientos de soldados y oficiales israelíes de las unidades
cibernéticas y de operaciones especiales renuncian a presentarse al servicio
militar en protesta contra la reforma judicial. En paralelo se hizo pública una
carta que afirma: “No tenemos contrato con un dictador”. La
carta fue firmada por 450 reservistas de las fuerzas especiales de la
inteligencia militar y otros 200 de sus unidades cibernéticas, incluidos el
Shin Bet y el Mossad. Por su parte más de 400 pilotos de guerra decidieron no
presentarse durante dos semanas al servicio militar. Los reservistas de la
armada decidieron bloquear la zona por vía marítima.
La vuelta al
poder de Netanyahu al frente de una variopinta coalición de grupos, cada uno
más extremista que el anterior, ha provocado un auténtico revulsivo social.
Netanyahu busca desesperadamente librarse del peso de la justicia. Su gobierno
es débil y está sometido al albur de los partidos más extremistas. Las voces
que se alzan en el seno de su propio partido para paralizar la reforma sólo han
conseguido un aplazamiento hasta el mes de mayo. Los grupos más extremistas del
ejecutivo pretenden, lo proclaman abiertamente, no sólo un cambio
constitucional sino un trampolín para un cambio demográfico fundamental: el
proyecto pretende transferir el grueso de la población palestina de Cisjordania
al este del río Jordán (la actual Jordania) en una nueva diáspora de alcance
bíblico.
El núcleo del
problema, por tanto, va más allá de la mera reforma legislativa. Es un
enfrentamiento social en bloques cada vez más antagónicos. Por una parte, los
representantes de la antigua clase dirigente profesional (mayoritariamente
asquenazíes), por la otra los colonos judíos más radicalizados (los mizrajíes).
Los ministros de Netanyahu ven Oriente Próximo como una lucha entre el bien y
el mal, en la que la paz no puede existir hasta alcanzar la victoria final. Los
manifestantes, por el contrario, apoyan la continuación del statu quo (la
ocupación, aunque de forma más liberal).
En las últimas
elecciones fueron los colonos más extremistas los que acabaron ganando las
elecciones. Llevaban décadas esperando este momento y no piensan retroceder. Es
el sueño de Ariel Sharon hecho realidad. Mientras una parte de la sociedad
aguanta la represión policial que va en aumento, otro sector se está
radicalizando, como demuestra el ataque a la ciudad palestina de Hawara. El
ministro de finanzas del gobierno Netanyahu declaraba: “El pueblo de
Hawara tiene que ser aniquilado…”
El declive económico
Inestabilidad
política, cambio continuo de gobierno, deterioro de la situación de seguridad,
a pesar de la represión los atentados se suceden. El discurso de la
ultraseguridad es ya un sueño. Tel Aviv tuvo que ceder frente a Hezbola y
llegar a un acuerdo con el Líbano para explotar conjuntamente los depósitos de
gas en la zona. La posición dominante de Israel se deteriora.
Esto influye en
el declive económico de Israel. A la fuga de capitales hacia otros mercados más
“tranquilos” se le une la necesidad estadounidense de repatriar capitales,
incluso a costa de sus aliados. Diarios israelitas como Maariv (el
segundo con más difusión en Israel) señalaba que solo en el mes de enero habían
salido del país más de 1.000 millones de dólares. Las consecuencias de la
guerra en Ucrania también influyen; la reducción de la tasa de interés en
Israel contrasta con el aumento de precio del dinero en EEUU; la falta de
seguridad interna y la permanente crisis gubernamental hacen el resto. Otros
problemas añadidos son el aumento del paro y la huida a otros países de parte
de la población más joven; según estadísticas oficiales cerca del 33% de los
jóvenes quieren salir del país.
La situación social se complica.
Las voces más
lúcidas alertan de la dramática situación que vive el país. El exjefe del
servicio de inteligencia del Mossad, Tamir Pardo, nombrado en su momento por el
propio Netanyahu y ahora coordinador de las movilizaciones, señalaba el peligro
de enfrentamiento civil: “La reforma propuesta cambiará la
estructura gubernamental en Israel, ya que el poder ejecutivo –encabezado por
el primer ministro– tendrá un poder ilimitado…” El presidente del
país, Issac Herzog, afirmaba hace pocos días: “Estamos al borde de un
colapso social y constitucional” añadiendo que las movilizaciones
populares contra las reformas legislativas presagian un “enfrentamiento
violento”. Llegó a pedir la retirada de la ley o bien el retraso de la
tramitación, cosa que no se produjo. Netanyahu rechazó la mediación del
presidente. Quería ganar la votación, como así fue.
Los otros actores
La mediación
china en Oriente Medio, consiguiendo que Irán y Arabia Saudita vuelvan a
intercambiar embajadores, asusta en Israel. Las relaciones de poder en la zona
cambian. Irán, el gran rival de Israel, se afianza como potencia regional y más
tras cerrar el acuerdo con Iraq para controlar a los grupos kurdos. La solución
a la guerra en Yemen, en la que había intervenido Tel Aviv apoyando a Riad,
modificará la correlación de fuerzas en la zona. Turquía se desliza hacia una
postura cada vez más proclive a Rusia. Israel ve con pavor que los grandes
vencedores en la zona son los iraníes. El portavoz de Exteriores iraní, Naser
Kanani, hablaba del posible colapso del país hebreo en pocos meses. La propia
inteligencia del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica (CGRI) coincide
en esos análisis, al igual que el Secretario General de Hezbola.
Para Biden la
situación actual en Israel es un quebradero de cabeza. EEUU está descontento
con Netanyahu, éste a su vez ha prohibido a sus ministros que visiten
Washington.
Israel vive un
momento de tensa espera; las reformas legislativas se han aplazado para el mes
de mayo. Cada grupo vela las armas en un choque que parece inaplazable. Aunque
las clases medias salen muy perjudicadas en esta nueva relación de poder, es
difícil que actúen por la vía violenta, cosa que sí desean los colonos (de ahí
el ataque a la ciudad palestina). Israel vive las consecuencias de una opción
que pretende cambiar la estructura social y demográfica del país. Es un proceso
que ha estado gestándose durante los últimos 23 años, desde que Ariel Sharon
encendió la mecha de los movimientos nacionalistas más radicales. En estas dos
décadas la sociedad israelita ha virado aún más hacia la derecha tanto política
como culturalmente. Hoy es posible oír en Israel declaraciones como las
pronunciadas por el ministro de transporte, Bezael Yoel Smotrich, quien
afirmaba con orgullo: «Soy fascista y homófobo, pero [no] lapidaré a los
gays (al menos por ahora)».
Ahora los
sectores y las facciones religiosas más extremistas han llegado a la cima de su
poder y no piensan abandonarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario