Publicado
en El Viejo Topo 316 (mayo de 2014) en este artículo Amin sostiene que lo que
desde 2014 está sucediendo en Ucrania es una nueva jugada en el ajedrez
geopolítico en el marco de la guerra mundial soterrada que la triada sostiene
para asegurarse los recursos del planeta.
Rusia y la guerra de Ucrania
El Viejo Topo
19 marzo, 2023
La actual escena global está dominada por el intento de los centros históricos del imperialismo (Estados Unidos, Europa occidental y central, y Japón, también llamados “la Tríada”) de mantener su control exclusivo del planeta mediante una combinación de:
- Las llamadas políticas económicas neoliberales de la globalización,
que permiten al capital financiero transnacional de la Tríada decidir en
solitario todos los temas que tienen que ver con sus intereses exclusivos.
- El control militar del planeta por parte de Estados Unidos y de sus
aliados subordinados (la OTAN y el Japón), que tiene el objetivo de
aniquilar cualquier intento de cualquier país ajeno a la Tríada de escapar
de su yugo.
En este
sentido, todos los países del mundo que no pertenecen a la Tríada son enemigos
o potenciales enemigos. Excepto aquellos que aceptan una completa sumisión a la
estrategia económica y política de la Tríada. ¡Como las dos nuevas “repúblicas
democráticas” de Arabia Saudita y Qatar! La denominada “comunidad
internacional” a la que se refieren continuamente los medios de comunicación
occidentales se reduce de hecho al G7 más Arabia Saudita y Qatar. Cualquier
otro país, incluso en el caso de que su gobierno esté actualmente alineado, es
un enemigo potencial, por cuanto puede que los pueblos de estos países rechacen
esta sumisión.
En este marco,
Rusia es “un enemigo”. Sea cual sea la valoración que hagamos de lo que fue
la Unión Soviética (una sociedad “socialista” o de otro tipo), la Tríada la
combatió simplemente porque era un intento de proceder a un desarrollo
independiente del capitalismo/imperialismo dominante.
Tras la
descomposición del sistema soviético, hubo quien pensó (en particular en Rusia)
que “Occidente” no trataría como un antagonista a una “Rusia capitalista”. Del
mismo modo que Alemania y Japón habían “perdido la guerra y ganado la paz”.
Olvidaban que las potencias occidentales apoyaron la reconstrucción de los
países ex fascistas precisamente para hacer frente al desafío que representaba
la existencia de unas políticas independientes por parte de la Unión Soviética.
Ahora bien, una vez desvanecido este desafío, el objetivo de la Tríada es
destruir la capacidad de Rusia de resistirse a una sumisión completa.
La Tríada ha
organizado en Kiev lo que deberíamos calificar de “golpe de estado euro-nazi”.
Efectiva mente, para llevar a cabo su objetivo –separar a dos naciones
históricamente hermanas, la rusa y la ucraniana– necesitaban apoyar a los nazis
locales.
La retórica de
los medios de comunicación occidentales que afirma que el objetivo de la
política de la Tríada es promover la democracia es simplemente una
mentira. La Tríada no ha promovido la democracia en ninguna parte. Al
contrario, sus políticas han apoyado sistemáticamente a las fuerzas locales más
antidemocráticas (y en algunos casos, “fascistas”). Casi fascistas en la
antigua Yugoslavia: en Croacia y en Kosovo, así como en los Estados bálticos y
en la Europa oriental, Hungría por ejemplo. Los países de la Europa oriental
han sido “integrados” en la Unión Europea no como socios iguales, sino en
calidad de “semicolonias” de las principales potencias
capitalistas/imperialistas de la Europa occidental y central.
¡La relación
entre el Oeste y el Este en el sistema europeo es en cierto modo similar a la
relación que existe entre Estados Unidos y América Latina! En los países del
Sur, la Tríada ha apoyado a las fuerzas antidemocráticas más extremistas, como
por ejemplo al Islam político ultra-reaccionario, y con su complicidad ha
destruido a dichas sociedades: los casos de Irak, Siria, Egipto y Libia
ilustran estos objetivos del proyecto imperialista de la Tríada
Por
consiguiente, la política de Rusia (tal como la desarrolla la administración de
Putin) de resistirse al proyecto de colonización de Ucrania (y de otros países
de la antigua Unión Soviética, en Transcaucasia y en Asia Central) ha de ser
apoyada. La experiencia de los Estados Bálticos no ha de repetirse. El objetivo
de construir una comunidad “euroasiática”, independiente de la Tríada y de su
socio subordinado europeo, también merece ser apoyado.
Pero esta “política
internacional” positiva rusa está condenada al fracaso si no es apoyada por el
pueblo ruso. Y este apoyo no puede obtenerse sobre la base exclusiva del
“nacionalismo”, ni siquiera el de un tipo progresista positivo –no chovinista–
de “nacionalismo”, y a fortiori, por una retórica rusa “chovinista”. El
fascismo en Ucrania no puede ser desafiado por el fascismo ruso. Solo podrá ser
vencido si la política económica y social interna promueve los intereses de la
mayoría de los trabajadores.
¿Qué entiendo
por una política “de orientación popular” y que favorezca a las clases
trabajadoras? ¿Me refiero al “socialismo”? ¿Estoy tal vez manifestando
nostalgia por el sistema soviético? ¡No es este el lugar para hacer una nueva
evaluación de la experiencia soviética en unas cuantas líneas! Me limitaré a
resumir mis puntos de vista en unas cuantas frases. La auténtica revolución
socialista rusa produjo un socialismo de Estado que era el único primer paso
posible hacia el socialismo; después de Stalin, el socialismo de Estado pasó a
convertirse en capitalismo de Estado (explicar la diferencia entre estos dos
conceptos es importante, pero no es el objetivo de este breve artículo). A
partir de 1991 el capitalismo de Estado fue desmantelado y sustituido por el
capitalismo “normal” basado en la propiedad privada, que, como en todos los
países del capitalismo contemporáneo, consiste básicamente en la propiedad de
los monopolios financieros, que están en manos de los oligarcas (similares, no
diferentes, de los oligarcas que dirigen el capitalismo en la Tríada), muchos
de los cuales proceden de la antigua nomenklatura, y algunos son
recién llegados.
La explosión de
prácticas democráticas creativas auténticas iniciada por la revolución rusa se
vio luego domeñada y reemplazada por un patrón de gestión de la sociedad de
carácter autocrático aunque garantizando derechos sociales a las clases
trabajadoras. Este sistema llevó a una masiva despolitización y no se vio
exento de desviaciones despóticas e incluso criminales.
El nuevo patrón de capitalismo salvaje se basa en la continuación de la
despolitización y en el no respeto de los derechos democráticos.
Dicho sistema
rige no solo en Rusia sino en todas las otras repúblicas ex soviéticas. Existen
diferencias respecto a la práctica de la denominada democracia electoral
“occidental”, más efectiva en Ucrania, por ejemplo, que en Rusia. Sin embargo,
este patrón de gobierno no es la “democracia”, sino una farsa comparada con la
democracia burguesa tal como funcionaba en etapas anteriores del desarrollo
capitalista, incluidas las “democracias tradicionales” de Occidente, ya que el
poder real no se limita al gobierno de los monopolios que operan en su
exclusivo beneficio.
Una política de
orientación popular implica, por consiguiente, alejarse lo más posible de las
recetas “liberales” y de la mascarada electoral con ellas asociada, que afirma
dar legitimidad a las políticas sociales regresivas. Yo sugeriría el
establecimiento en su lugar de un nuevo tipo de capitalismo de Estado con una
dimensión la social (digo social, no socialista). Este sistema abre el camino a
eventuales avances hacia una socialización de la gestión de la economía, y por
consiguiente, a auténticos nuevos avances hacia una invención de la democracia
capaz de res ponder a los retos de una economía moderna.
Solo si Rusia
se mueve en este sentido, el actual conflicto entre, por un lado, la política
internacional supuestamente independiente de Moscú, y, por otro lado, la
continuación de una política social interior reaccionaria, podrá tener una
resolución positiva. Este movimiento es necesario y posible: sectores de la
clase política dirigente podrían alinearse con este programa si la acción y la
movilización popular lo promueven. En la medida en que avances similares pueden
también llevarse a cabo en Ucrania, Transcaucasia y Asia Central, será posible
el establecimiento de una auténtica comunidad euroasiática de naciones, que
podrá convertirse en un actor poderoso en la reconstrucción del sistema
mundial.
Lo que queda
del poder del Estado ruso dentro de los estrictos límites de la
receta neoliberal elimina toda posibilidad de éxito de una política exterior
independiente, y la posibilidad de que Rusia se convierta en un país realmente
emergente capaz de actuar como un actor internacional importante.
El
neoliberalismo no puede producir en Rusia más que una trágica regresión
económica y social, un patrón de “lumpendesarrollo” y un estatus cada vez más
subordinado en el orden imperialista global. Rusia suministraría a la Tríada
petróleo, gas y otros recursos naturales; sus industrias se verían reducidas al
estatus de subcontratas en beneficio de los monopolios financieros
occidentales.
En esta
posición, no muy alejada de la que ocupa actualmente Rusia en el sistema
global, los intentos de actuar independientemente en el campo internacional
seguirán siendo frágiles en extremo y estarán amenazados por unas “sanciones”
que no harán sino reforzar el desastroso alineamiento de la oligarquía
económica gobernante con las demandas de los monopolios dominantes de la
Tríada. La actual salida de “capital ruso” asociada con la crisis de Ucrania
ilustra este peligro. El restablecimiento del control estatal sobre los
movimientos de capital es la única respuesta efectiva a este peligro. El
neoliberalismo no puede producir en Rusia más que una trágica
regresión económica y social, un patrón de “lumpendesarrollo” y un estatus
cada vez más subordinado en el orden imperialista global.
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