Las élites que se encuentran en la cúspide
social son conscientes de las inestables contradicciones del sistema
capitalista. ¿Cómo podrían conservar su poder ante la posible pérdida de
legitimidad?
La era de las distopías
El Viejo Topo
1 febrero, 2023
Las élites que
se encuentran en la cúspide social son conscientes de las inestables
contradicciones del sistema capitalista. ¿Cómo podrían conservar su poder ante
la posible pérdida de legitimidad?
1) Cursos de colisión
La era
contemporánea presenta una reedición mejorada de ese sistema de contradicciones
que desde sus inicios ha caracterizado al sistema capitalista. El problema
estructural ligado al modo de producción capitalista está dado por su carácter
“monotónico exponencialmente creciente”, o por su tendencia intrínseca a
alimentar procesos de “retroalimentación positiva”, de “interés compuesto”, es
decir, de “crecimiento ilimitado“. En otras palabras: el mecanismo del
capital, viviendo según su propio crecimiento, tiende a empujar a todos los
factores de producción siempre constantemente en la misma dirección, creando
así un desequilibrio sistemático. El sistema, por lo tanto, impulsa el
crecimiento ilimitado de la producción, el crecimiento ilimitado de la
acumulación de capital en la cima de la sociedad, el crecimiento ilimitado de
la explotación de las personas, así como de la naturaleza.
Esto es lo que
el antiguo lenguaje marxista llamaba “contradicciones del
capitalismo”. Cada una de estas tendencias entra en conflicto sistemático
con sistemas equilibrados a nivel social, humano y ambiental: crece la brecha
entre la parte superior e inferior de la pirámide social, crece tanto el
consumo como el derroche de recursos, crece la licuefacción de organismos
colectivos (familias, comunidades, estados, etc.) e identidades
personales. Mientras que el mundo y la vida pueden concebirse sobre el
modelo orgánico de los sistemas de “retroalimentación negativa”, que restauran
y corrigen los desequilibrios, el capitalismo opera como una proliferación
ilimitada e incontrolada, literalmente como un cáncer ontológico.
Históricamente,
dado que el primero en comprender la naturaleza del problema fue Marx, esta
conciencia está asociada a la búsqueda de soluciones “anticapitalistas”,
socialistas, comunistas o similares. Por lo tanto, la idea es a menudo que
el “pueblo” debería ser el primer sujeto pertinente de estos
análisis. Esta visión pasa por alto un hecho de la realidad: durante mucho
tiempo han sido los detentadores del poder dentro del sistema quienes han
tomado más en serio los análisis marxistas y posmarxistas, quienes están
fuertemente preocupados por lo que podría socavar su posición: quienes hoy se
ocupan principalmente de los problemas de capitalismo son los capitalistas, los
“maestros del vapor”.
Los multimillonarios Warren Buffett y Bill Gates
2) Los “maestros del vapor”
Cuando se habla
genéricamente de “capitalistas”, “oligarquías”, “élites”, etc. es
inevitable despertar la sospecha de una excesiva vaguedad de los
referentes. ¿A quién se refiere? A uno le gustaría poder indicar el
sujeto del poder por nombre y apellido como se podía hacer en el mundo
premoderno al indicar el rey, el papa, el emperador, este señor feudal o ese
cortesano. Hoy, sin embargo, dar nombres es una falsificación de la
realidad. Por mucho que importen las personas, el sistema tiene una alta
capacidad de reemplazo de sus miembros en todos los niveles, incluido el más
alto. Saber quién es el CEO de BlackRock o Vanguard no nos acerca más a
una comprensión de quién ejerce el poder, porque no se trata de cómo las
personas específicas realizan sus funciones.
Otro error en
el que no debemos caer –alimentado por la propia ideología del poder– es el de
suponer que la existencia de una pluralidad de “maestros de vapor” y no de un
solo “emperador” garantiza de alguna manera una diversificación de intereses y
proyectos, y así le otorga una cierta “democracia” al sistema (por ejemplo: “la
existencia de diferentes capitalistas implica dueños de diferentes periódicos y
por lo tanto pluralidad de información”). Pensar esto es una gran
ingenuidad. El día que el director general de BlackRock redescubriera el
alma zapatista y las ganas de apoyar la liberación de Chiapas, dejaría de ser
director general y sería reemplazado (con indemnización, claro). Las
líneas de fondo no pueden cambiar y tienen un único objetivo infalible: la
perpetuación del poder de quienes lo ejercen. Tampoco se debe obsesionar
con una ortodoxia “capitalista” específica. Las oligarquías financieras no
son “capitalistas” porque conciban el capitalismo como una religión. Se
trata, simplemente, del modo con que tener poder. Si abandonar tal o cual
otro aspecto ideológico favorece la conservación y consolidación del poder,
nada se lo impide.
Pero al final,
¿quiénes son estos “maestros del vapor”? La concentración contemporánea
del poder es algo sin precedentes en la historia: unos pocos cientos de
personas llevan las riendas de los principales grupos financieros
(angloamericanos) del mundo y de lo que Eisenhower llamó el “complejo
militar-industrial” estadounidense. Estos grupos tienen todas las palancas
fundamentales del poder, son capaces de dirigir las decisiones políticas en los
estados que los albergan (EE.UU. en particular) y, a modo de cascada, en todos
los estados subordinados a ellos, o endeudados con ellos. No existen
contrapoderes exactamente iguales fuera del mundo occidental, pues no logran
sustraerse de la influencia estadounidense cuya matriz política influye in
primis en otros centros de poder.
Estas élites
occidentales apicales (situadas en el ápice de la sociedad), compactadas por la
motivación de mantener un poder de base económica, tienen habilidades de
coordinación inmensamente superiores a cualquier otro grupo de interés: tienen
lugares y formas de encuentro institucionales y no institucionales, tienen
recursos con que lograr una pluralidad de acuerdos y comunicaciones por
múltiples vías, sean no oficiales o clandestinas.
Cualquiera que
espere encontrar la lista de gobernantes y herederos del trono para planear el
asalto al “Palacio de Invierno”, y en ausencia de esta lista prefiera
desclasificar el problema a conjeturas o teorías de la conspiración,
lamentablemente es un cómplice involuntario del poder.
Los súbditos de
las élites apicales que buscan protagonismo público son escasos, y los que lo
hacen son esos pocos, víctimas de sus propias ideologías, que se han convencido
de que están realizando operaciones “paternalistamente redentoras” (los nombres
habituales que rondan a Schwab, Soros, Gates, etc.). Los más inteligentes
entre ellos son muy conscientes de que su poder no pasa por el consenso público
y, por lo tanto, revelarse no los fortalece, sino que los expone y debilita.
Estamos
entonces ante el siguiente cuadro: un pequeño grupo de sujetos, habiendo
obtenido una posición eminente dentro del capitalismo contemporáneo, ostenta el
poder con niveles de concentración nunca antes existidos, y se mueve y coordina
(red de particularidades personales) teniendo como finalidad el mantenimiento y
consolidación de este poder. Al mismo tiempo, este pequeño grupo de alto
nivel es perfectamente consciente de las tendencias críticas implícitas en el
sistema que encabeza. Debemos dejar de imaginar al capitalista como un viveur
que se divierte entre juguetes sexuales, yates y vinos de prestigio. En
este horizonte hedonista se mueven típicamente sujetos de cabotaje medio,
nuevos ricos. El capital consolidado (“dinero viejo”) forja diferentes
tipos humanos, que o bien tienen la formación adecuada para comprender los
problemas del sistema, o bien están acostumbrados a pagar a los think tanks
para que hagan este trabajo por ellos.
3) Las perspectivas de las élites apicales
Por lo tanto,
lo que debemos poner en primer plano es la suposición de que las líneas de
contradicción dentro del sistema capitalista son perfectamente conocidas por
los “maestros del vapor”. Son solo sus “asistentes de ventas“, los
liberales, quienes continúan creando cortinas de humo con golpes de “mercado
perfecto”, “equilibrio general a largo plazo” y otras trivialidades. Esta
labor intelectual –profusamente financiada– ocupa a menudo puestos académicos
de prestigio, y tiene la función de proporcionar una espesa niebla ideológica
sobre la que dispersar las energías de la crítica. Se trata de una labor
de los soldados de infantería de primera línea que luchan para mantener la
puntería de sus oponentes lejos del verdadero frente. La mayoría son
demasiado estúpidos para saber que simplemente funcionan como un objetivo
ficticio.
Elon Musk, la segunda fortuna del mundo según Forbes
Es del todo
evidente que la sustitución acelerada de trabajadores por maquinaria crea un
desequilibrio estructural en el sistema productivo, con un excedente de
producto potencial respecto al consumo, y un exceso de demanda impotente
(consumidores sin poder adquisitivo) respecto a una oferta desbordante.
Es igualmente
evidente que esto constituye la existencia de una vasta población superflua,
exagerada para ser útil como “ejército de reserva del capital”, una multitud de
bocas que alimentar y descontentos en ebullición es igualmente evidente.
Y es igualmente
cierto que un sistema que crece infinitamente termina por socavar todo el
sistema ambiental y social en el que vivimos.
Por lo tanto,
las principales fallas que se abren bajo las élites son: 1) fractura social
(riesgo de disturbios); 2) fractura ecológica (riesgo de desestabilización
de los equilibrios ambientales); 3) fractura financiera (colapso terminal
de las expectativas de crecimiento y, por ende, de los supuestos del sistema).
El error de los
herederos de la primera línea de análisis crítico, la marxista, es pensar que
el reconocimiento de estas tendencias implica en sí mismo adherirse a una
perspectiva de “superación del capitalismo“, lo que supone la búsqueda de
formas sociales que superen la deshumanización, inherente a la alienación,
reestableciendo un sistema en equilibrio (“de cada uno según sus capacidades, a
cada uno según sus necesidades“).
Esta es otra
gran ingenuidad. Las élites apicales del sistema contemporáneo conocen las
contradicciones del sistema, pero esto no significa en absoluto que pretendan
abandonarlo. No hay nada extraño en eso, pues ningún bloque de poder en la
historia ha dejado el poder por su propia voluntad. De lo que se trata
aquí es de entender bien cuáles son las perspectivas que se abren desde el
punto de vista de este poder, ya que éste puede mostrarnos el espectro de
riesgos subterráneos en la época contemporánea (aquellos riesgos que muchas
veces terminan expresados confusamente, y por lo tanto desacreditados, en forma
de “teorías de conspiración”).
3.1) Tómese su tiempo con las soluciones de mercado
La primera
perspectiva es la menos radical y la más débil, pero también es la que puede
declararse a las claras sin vacilación. Se trata de difundir la idea de
que para cada problema existe potencialmente una respuesta que las soluciones
tecnológicas del mercado podrán dar. Esta idea se está lanzando a los
estafadores de los medios como si fuera una opción realista, cuando en realidad
solo sirve para retrasar algunos procesos, al tiempo que permite mayores
acumulaciones de capital. Así, la perspectiva salvífica de los coches
eléctricos, o de la energía nuclear, aparece de vez en cuando en los medios que
“funcionan con monedas“ para responder a un problema ambiental único y
cuidadosamente seleccionado (¿calentamiento global?). Este enfoque
selectivo genera la impresión de que siempre se está resolviendo un solo
problema preeminente, lo que hace plausible la búsqueda de soluciones técnicas; esto
permite ganar tiempo en un área, distraer la atención del público ofreciendo
esperanza y dirigir las políticas públicas de manera rentable.
Naturalmente,
estas operaciones sectoriales, compartiendo el impulso estructural hacia la
innovación perenne y el aumento de la producción persistente, continúan
alimentando el proceso de desestabilización sistémica. En el mejor de los
casos, las soluciones tecnológicas ad hoc pueden tapar temporalmente un vacío,
mientras que al mismo tiempo se abren otros diez en forma de externalidades sistémicas.
3.2) La guerra como higiene mundial
Mark Zuckerberg, presidente de Meta
La segunda
perspectiva es una línea de solución clásica, más radical, que permite
circunscribir provisionalmente el daño a lo largo de varias líneas de
fractura. Cuando se logra fomentar una guerra, representa, al menos con
referencia a los países involucrados, una solución eficaz, ya que,
simultáneamente, logra regimentar a las poblaciones, bloqueando la protesta
social; crear un espacio de consumo frenético (y por tanto de renta del
capital) sin necesidad de conferir poder adquisitivo a la población; frenar
otros procesos sociales, reduciendo la “huella ecológica” humana, y en el mejor
de los casos también reduciendo la población. Idealmente, esta solución
funciona mejor cuantos más países estén involucrados. Si un conflicto
tiene un carácter militar muy limitado, no habrá impacto en el número de la
población, pero seguirá siendo efectivo en otros aspectos (regimentación y
disciplina social + drenaje económico en un “potlatch” posmoderno, donde se
queman ingentes recursos para mover la máquina consumista).
Una guerra
mundial de bajo voltaje de larga duración sería de hecho una solución perfecta:
idealmente permitiría: 1) aplastar cualquier resistencia o revuelta social en
nombre de la santa oposición al enemigo externo, 2) concentrar energías en una
producción infinita dirigida al infinito, que ignora cualquier saturación del
mercado; 3) reducir progresivamente la población.
Sin embargo,
esta perspectiva es muy inestable y no es fácil de manipular incluso para las
élites superiores, por muy poderosas que sean. Provocar una serie de
conflictos en áreas políticamente débiles es relativamente fácil, pero una
condición de guerra mundial de bajo voltaje y de larga duración no se orquesta
directamente, y continuamente corre el riesgo de desvanecerse o de crear una escalada
nuclear, en la que las élites de la cúspide acabarían involucrándose hasta
cierto punto.
3.3) Sociedad controladora
La tercera
perspectiva se manifiesta desde hace algún tiempo y se enfoca íntegramente en
una transformación del modelo ideológico liberal en un modelo autoritario, sin
cambiar un ápice su apariencia. La sociedad occidental contemporánea (pero
no solo occidental) está más regulada, legislada y supervisada que cualquier
otra sociedad en la historia. No solo hay leyes cada vez más detalladas
que en el pasado sobre áreas de comportamiento que no eran objeto de atención
legislativa, sino que la mayor capacidad tecnológica permite niveles sin
precedentes de implementación y control de esta regulación.
Dado que todo
poder tiene un incentivo intrínseco para incrementar su capacidad de control,
en el mundo liberal esto ocurre de manera paradójica, sobre la base de la
pretensión de operar por una “promoción de la libertad”. Para transformar
una ideología de libertad en una ideología de control, el neoliberalismo se
apoya sistemáticamente en la idea de “victimización” o “vulnerabilidad” de un
grupo. Una vez que se ha elegido a un determinado grupo como
potencialmente ofendido, vulnerado en sus derechos naturales o humanos, se
puede proceder a actos coercitivos en nombre de las “víctimas”, tal vez para
evitar su potencial victimización. Este mecanismo puede funcionar tanto
dentro de un país como en el exterior. Se puede intervenir coactivamente
sobre la libertad de expresión con la excusa de “proteger la sensibilidad” de
tal o cual grupo, se puede intervenir con medicalización forzosa (o
certificados verdes) para “proteger a los frágiles”, así como se puede
intervenir como “policía internacional” para “defender los derechos humanos”
en tal o cual zona del mundo. La misma lógica hace posible difundir
cámaras de vigilancia en cualquier lugar de acceso público o violar cualquier
comunicación privada en nombre de la “protección de la seguridad”, etc.
Es importante
estar alerta sobre el hecho de que las tecnologías de vigilancia disponibles
hoy en día son extraordinariamente sofisticadas y que, una vez que se rompe el
nivel de justificación legal, las capacidades de vigilancia (y sanción) son
casi ilimitadas.
El interés de
las élites superiores en un sistema total de vigilancia, control y sanción es
evidente. Es y será siempre presentada como una operación de “defensa de
los vulnerables”, cuando en realidad es una forma de bloquear de raíz la
posibilidad de que quienes no tienen poder se conviertan en una amenaza para
quienes lo tienen.
3.4) Despoblación
Si bien la
vigilancia y el control pueden desactivar el peligro que representa el
descontento masivo (descontento que, mientras sea de bajo nivel, puede ser
contenido con simples sistemas de distracción y entretenimiento), el problema
que representa el excedente de población económicamente “inútil y nocivo”
invoca otra tentación, que no debe subestimarse simplemente porque suene
“escandaloso”. Los países sin un sistema ideológico liberal, como China,
pueden permitirse abordar cuestiones de control demográfico de forma explícita,
como sucedió con la “política del hijo único”. En el Occidente liberal,
esta posibilidad de discusión abierta está excluida, ya que requeriría poner en
primer plano problemas embarazosos (empezando por el “consumo ostentoso”) para
las élites.
En este tema es
imposible ir más allá de las conjeturas e inferencias, pero sería erróneo
subestimar la tentación de utilizar clandestinamente soluciones tecnológicas
para limitar la fecundidad o aumentar la mortalidad (preferentemente para las
personas que ya no están en edad de trabajar).
3.5) ¿Neofeudalismo o nazismo 2.0?
Todas las
“soluciones” anteriores quedan dentro del marco capitalista, con sus mecanismos
y contradicciones internas. Esto quiere decir que, esencialmente, se
trata siempre de empujones destinados a ganar tiempo ralentizando determinados
procesos, o atrasando las manecillas del reloj histórico. Una solución
radical de salida del modelo capitalista por parte del poder capitalista solo
es imaginable con la promesa de cristalizar las actuales relaciones de poder
(una salida en dirección a una democracia socialista, por lo tanto, no es
particularmente popular).
En un marco de
capitalismo financiero como el contemporáneo, las concreciones de poder pueden
ser fugaces, porque una determinada capitalización depende ante todo de las
expectativas de consumo. Quienes disponen de grandes cantidades de
liquidez poseen un poder adquisitivo potencial que depende enteramente de las
perspectivas de disponibilidad de bienes y de la confianza del público en los
títulos de crédito. Este poder es el mismo que ejerce un billete de
banco, un objeto virtual que puede convertirse en papel desechable cuando ya no
se considere capaz de mediar en el suministro de bienes. Por eso, por la
necesidad de cuidar las apariencias, las expectativas, el capitalismo
financiero debe prestar especial atención a la gobernanza del aparato
mediático. Pero, en cualquier caso, hay límites para gobernar las
expectativas, ya que los propios mecanismos de competencia económica generan
constantemente convulsiones desestabilizadoras.
En el mundo
capitalista, el poder “líquido” es mucho más poderoso (gracias a su máxima
movilidad y transformabilidad) que cualquier poder “sólido” (la propiedad de
bienes reales). Sin embargo, los activos reales confieren una estabilidad
a largo plazo que el capital líquido no permite. Por lo tanto, la
perspectiva de una posible salida “postapocalíptica” del modelo capitalista
solo es concebible, para las élites apicales, en términos de una transición a
una especie de “neofeudalismo”, en el que el poder líquido se transforme de
nuevo en propiedades materiales (tierra, bienes inmuebles, armamento,
tecnología, etc.).
Sin embargo,
surge aquí un problema que modifica por completo el panorama. El
feudalismo histórico funcionó sobre la base de un sistema de legitimación
(incluida la legitimidad de la propiedad) dependiente de la tradición y la
religión. El mundo de hoy ha dejado de lado a ambos como
legitimadores. Entonces la pregunta que surge aquí es: ¿cómo podría
funcionar un sistema de poder y legitimación de la propiedad en un
“neofeudalismo” desprovisto de tradición y religión?
El poder en la
historia humana siempre ha estado, incluso en las culturas más autoritarias,
determinado por el reconocimiento medio de la legitimidad del
poder. Mientras la mayoría reconociera o al menos no impugnara la
legitimidad de un poder, éste seguía siendo funcional. Este poder
funcionaba siendo transmitido continuamente, por pasajes intermedios, de la
cúspide hacia la base (del rey a los vasallos, de los señores feudales a los
caballeros, de los campesinos a los siervos). De modo que esta forma de poder
siempre tiene una conexión humana en la esfera del reconocimiento. Pero si
se pierde la matriz misma de la legitimación, ¿cómo se puede ejercer el poder
de manera capilar, de arriba a abajo? En un sistema capitalista, la
riqueza es poder sin necesidad de reconocimiento porque el poder se reconoce
como poder adquisitivo, garantizado por el sistema económico. Si el
sistema falla, se rompe esa forma de reconocimiento del poder
impersonal. ¿Cómo podría funcionar un nuevo poder sin el reconocimiento de
su legitimidad?
Técnicamente,
la respuesta es simple: se debe reemplazar el poder del “medio” representado
por el dinero con otro medio externo adecuado a tal fin. En concreto, la
perspectiva más plausible es que esto suceda con la manipulación de medios
capaces de infundir miedo, un miedo que unos pocos deben poder infundir
directamente en la mayoría.
Una perspectiva
de este tipo era inaccesible en el pasado, pero el progreso tecnológico no ha
dejado de alimentar desde hace algún tiempo esta posibilidad, es decir, la
posibilidad de que un centro circunscrito se imponga a la multitud. Una
espada podría prevalecer quizá sobre cinco personas desarmadas, una pistola
sobre diez, una bomba sobre mil; y con el aumento técnico del poder,
también ha disminuido la dificultad de utilizarlo: hoy es más fácil detonar una
bomba que antaño blandir una espada. Pero no debemos imaginar el poder
tecnológico como un simple ejercicio de fuerza bruta. Pensemos más bien en
una situación actual, como la existencia de semillas genéticamente modificadas
que no permiten replantarse en la siguiente cosecha, lo que obliga a comprarlas
a un proveedor central. Las líneas básicas de este mecanismo de poder son
simples: se trata de hacer que un grupo dependa estructuralmente, para su
existencia misma, del acceso a una tecnología que no puede reproducirse de forma
autónoma, sino administrarse de forma centralizada. Se pueden inventar
muchos mecanismos de este tipo, basta con hacer que las personas dependan de
un bien tecnológicamente escaso que no se puede reproducir de forma
independiente (¿una terapia?). En principio, un mecanismo de este tipo
puede permitir que el poder se ejerza de forma directa, “neofeudal”, sin
necesidad de mecanismos de intermediación y legitimación.
Una observación
final: hablar aquí de “neofeudalismo” es una expresión engañosa. Estamos
ante un sistema en el que, sí, se trataría de una sociedad jerárquica cerrada,
como el feudalismo, fundada en poderes y propiedades reales, no líquidas, pero
todos los demás aspectos son profundamente diferentes y no en un sentido
mejorado. Sería un mundo en el que una casta superior ejerciera su poder a
través del miedo, después de haber sustituido, como fuente última de
autoridad, lo que en el feudalismo era Dios, por la Tecnología. Sería una
sociedad de mando directo, no mediada por ninguna adhesión ideológica, una sociedad
que rinde culto a la eficiencia técnica y concibe la infrahumanidad fuera de la
casta superior como materia prima de la que se puede disponer a voluntad.
De hecho, esta
imagen no recuerda el feudalismo, sino una experiencia mucho más cercana a
nosotros, a saber, el nazismo. El nazismo, en efecto, más allá de sus
tintes esotéricos y paganos, fue esencialmente la veneración de la fuerza
directa, atribuida a una casta superior, y ejercida con rigurosa eficacia
productivista, concibiendo al hombre mismo como medio manipulable (eugenesia) o
como recurso esclavizado (campo de concentración).
Así podríamos
descubrir un buen día que aquella docena de años en los que el nazismo hizo su
breve e ignominiosa aparición en la historia fueron solo la primera experimentación
de instancias y tendencias destinadas a adquirir una solidez completamente
diferente un siglo después.
Artículo publicado en el número 421 de Febrero de 2023 de El
Viejo Topo.
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