La
aparición de grupos de extrema derecha que no usan el termino «fascista» ha
sembrado la confusión sobre el carácter de sus programas y prácticas, y restado
importancia al fenómeno de su aparición y crecimiento. Artículo publicado en El
Viejo Topo nº 80, 1994
Los rasgos del fascismo
El Viejo Topo
7 diciembre, 2022
La entrada de la Alianza Nacional Italiana en el gobierno de Silvio Berlusconi ha levantado la lógica preocupación por el retorno de un movimiento fascista a un gobierno europeo. Después de aquel –año 0– de 1945 nunca un grupo que se reclamase fascista (neo, post…) había conseguido llegar tan lejos en una democracia europea. Si hasta entonces Le Pen era el ídolo de los grupos extremistas europeos, pronto Fini va a tomar el relevo.
Los distintos
grupos que se reclaman de extrema derecha ya han empezado a estudiar el estilo
italiano, pero el auge del llamado nuevo fascismo, que tiene en Italia su
epicentro, extiende sus tentáculos por media Europa. Las recientes elecciones
austríacas han visto subir la cotización de los (contradictoriamente llamados,
puesto que se trata de un partido de extrema derecha) liberales. También en
bélgica la ultraderecha tanto valona como flamenca ha subido. En otros países,
como Alemania, aunque no ha conseguido entrar en el parlamento resulta
indudable el aumento de actividad de sus organizaciones.
¿Pero, qué es el fascismo?
La discusión
sobre si ese aumento de la extrema derecha es, en realidad, un aumento del
fascismo o no. ha llenado ríos de tinta. Algunos opinan que no es necesario ser
alarmistas y no cabe confundir estos nuevos partidos y movimientos extremistas
con el viejo fascismo que llevó a Europa casi a la hecatombe. Otros consideran
que estamos ante una vuelta al pasado.
Y la discusión
tiene sus vicios insalvables. Porque la única definición indiscutible es
aquella que define el fascismo como el régimen que gobernó Italia entre 1922 y
1945. Pero esta es una definición aséptica que sirve de poco para encarar el
presente. Aceptando, pues, una cierta flexibilidad en cuanto al criterio
histórico, cabe buscar una definición más operativa en términos políticos
actuales.
Tal y como
afirma Angelo Tasca, la mejor manera de definir el fascismo es escribiendo su
historia. Porque aquello que lo dibuja con trazos claros es su manera de
actuar. Los orígenes ideológicos pueden ser bien diversos pero la práctica
unifica los movimientos que tendemos a catalogar como fascistas.
Sus principales
características serían:
- La obsesión por el papel del estado. El estado suprime al individuo y
lo controla sin ninguna clase de límites legales ni morales.
- La existencia de una potente infraestructura policial y de un partido
único, una vez instalados en el ejecutivo. Estas son dos máquinas de poder
que se superponen y confunden. El partido único (o con voluntad de serlo)
se funde con el estado y llega a ponerse por encima de él. La policía es
usada de manera arbitraria por los políticos para defender el terror
establecido. Por encima de todo ello sobrevuela la figura del líder
indiscutible. Del caudillo, el führer, el duce…
- El recurso ideológico a principios simples, renovadores de manera
-total- de la sociedad. Nada de lo que existe sirve. Todo, absolutamente
todo, funciona fatal. No hay ni un resquicio para la esperanza. Si el
discurso se puede recubrir con una capa milenarista y nacionalista (tanto
da que sea nacionalista flamenca como nacionalista italiana…) mejor que
mejor.
- La varita mágica de la economía es la planificación. No hace falta
expropiar sino planificar. Es un detalle importante porque, en la
práctica, es el que marca una de las diferencias primordiales con el
comunismo. Pero, a la vez, resulta el elemento más débil de conexión entre
el viejo y el nuevo fascismo.
- La fórmula mágica para la movilización social es el recurso al otro
como elemento agresor. Judíos, árabes, negros, catalanistas…
Cualquier arquetipo
es bueno si funciona. Si relanza el odio primario y lo convierte en moneda
política. No es que estos elementos sean suficientes. Pero son los básicos, los
que coinciden en la práctica y la ideología de la mayoría de los totalitarismos
que catalogamos, a efectos prácticos, como fascistas. Aunque, por supuesto, hay
más cera aún por arder. Así en la mayor parte de los fascismos, aunque no en
todos, se encuentran elementos como los siguientes:
- La defensa abierta de la desigualdad humana y la defensa abierta de la
discriminación.
- La práctica abierta de la violencia.
- La denuncia del parlamentarismo y en general de los métodos
democráticos. La burla y el sarcasmo son utilizados como medios para minar
su credibilidad.
- El anticomunismo.
Estas son
claves ideológicas, cuyas raíces se pueden rastrear, según qué autores, hasta
Platón, Fitche. Rousseau, Carlyle o Hegel. Pero hay una pregunta que queda por
contestar: ¿cómo se transforma eso en poder? ¿Cómo llega el fascismo al poder?
La respuesta sólo puede basarse en admitir que su capacidad para aprovechar las
debilidades del sistema es inmensa. Sin olvidar nunca, por supuesto, que
siempre hay personajes adinerados que facilitan las monedas necesarias.
Pero no hay que
llamarse a engaño, porque el fascismo no sólo es generado por una cierta
burguesía, como acostumbran a describir los manuales. Hay un elemento mucho más
tenebroso y terrible que sería estúpido esconder. Y este no es otro que el
hecho de que el fascismo logra reunir en torno suyo un enorme consenso. Garantizado
y mantenido por tanta represión como se quiera. Pero real. Este es su auténtico
peligro.
En la Europa
actual se han puesto en marcha dos importantes máquinas que a los ojos de
algunos legitiman el fascismo. De un lado una emigración sin precedentes en la
historia. De otro una corrupción generalizada de la clase política, que no
puede calificarse ya de anecdótica. El primero de los elementos sirve para
crear el estereotipo de enemigo: –un puesto de trabajo para un negro significa
un parado blanco–, por ejemplo. El segundo
sirve en
bandeja el descrédito de la democracia. Un tercer elemento, mucho más difícil y
contradictorio, proviene de la caída de los regímenes socialistas. Por un lado
esa caída ha provocado el trasvase de militantes partidarios del orden, de
cualquier orden, y antisistema. La cohabitación de fascistas y comunistas ya no
es una simple anécdota rusa. Cohabitan, aunque sea sólo un tanteo, en diversos
países europeos, especialmente en Francia, donde ya ha llegado a producirse un
discurso teórico sobre esta cohabitación. Y, a tenor de ciertas publicaciones y
panfletos, empiezan a cohabitar también en el Estado Español, aunque de una
manera harto más embrionaria (es el caso de una organización llamada
Alternativa Europea que combina el águila franquista con la hoz y el martillo).
No es, sin embargo, esta la única repercusión del fin del comunismo en el auge
de los movimientos fascistas. Hay una más. La derrota del socialismo real ha
llevado la euforia a la derecha. Y la derecha más extrema recoge el fruto.
Especialmente en el Este -donde está de moda homenajear a cualquier fascista de
tres al cuarto- pero también aquí.
Lo más
peligroso es que las dimensiones del conflicto empiezan a ser alarmantes. La
creación de potentes organizaciones fascistas y la extensión de su discurso
puede ser rastreada en la mayoría de los países del continente:
–Alemania. Se
calcula que existen 7 partidos nazis, con una militancia aproximada de 50.000
personas. En 1993 causaron 7 muertes y protagonizaron 2.322 acios violentos. El
partido de los Republicanos, la principal fuerza de extrema derecha, consiguió
en las anteriores elecciones europeas dos millones de votos. Su líder es el
ex-oficial de la Waffen SS Franz Schonhuber. De la capacidad de financiación de
la extrema derecha alemana da una idea el hecho de que la Deustche Volksunion
en 1989 envió 28 millones de cartas personalizadas a electores alemanes. El
costo de la operación fue de 500 millones de pesetas. Un elemento remarcable en
el caso alemán es la facilidad con la que antiguos militantes nazis vuelven a
la vida política. Seguramente el caso más espeluznante sea el del general SS
Heinz Reinefurth. Reinefurth fue elegido alcalde de Wasiermand en 1951, sólo
unos años después de hacerse famoso como el verdugo de Varsovia. Reinefurth
dirigió la represión en la capital polaca, que llegó a cobrarse la vida de
15.000 ciudadanos en un solo día.
–En Austria es
el partido liberal FPOE de Jorg Haider el que encarna el auge de la extrema
derecha. Un auge notable si se tiene en cuenta la existencia de una encuesta de
1991 donde se proclama que el 21% de los jóvenes austríacos simpatizan
con lo que Hitler representó. Haider mismo no esconde para nada su simpatía por
el sargento bávaro, hasta el punto de que su biografía autorizada lleva por
título Haider Kampf. Los magníficos resultados electorales del
FPOE, sin embargo, tienen que ser contrastados con la que fue su gran derrota.
En 1993 su partido propuso un referéndum contra la inmigración. Para que se
celebrase debía recoger un millón de firmas en una semana. Una movilización sin
precedentes de la sociedad austríaca redujo el margen de firmantes a 417.000.
La respuesta fue una campaña de atentados y bombas.
–En Gran
Bretaña el fascismo tiene pocos adeptos, en buena parte porque dentro del
Partido Conservador existen dirigentes, como Norman Tebbit. que de hecho son
los líderes naturales de la extrema derecha. La poca actividad de los tres
grupos fascistas británicos (British National Party, National Front y Third
Way) contrasta sin embargo con el hecho de que Gran Bretaña es el gran
foco de la corriente revisionista, que pretende hacer creer que el holocausto
no existió. David Irving es su representante más conocido. El hooliganismo y
una gran parte del movimiento skin son armas de choque del fascismo británico.
–Francia era el
paraíso de los fascistas europeos, hasta la llegada al poder de la Alianza Nacional
Italiana. Hasta esa fecha el Front National de Jean Marie Le Pen, creado en
1972, era el partido fascista más estructurado y con más votos de toda Europa.
El lepenismo es un ejemplo claro de conexión entre el viejo fascismo y el
nuevo, a pesar del cuento chino de Le Pen sobre su participación en la
resistencia (circula un chiste según el cual Le Pen se apuntó a la resistencia…
el 35 de agosto). A lo largo de su carrera Le Pen ha tenido mucho cuidado en
unir los restos de los viejos movimientos totalitarios franceses, Así fue
diputado poujadista en 1956 o participó en la campaña electoral del antiguo
ministro de información del régimen de Vichy, Tixier Vignacourt, en 1965. El
gran salto adelante del Front National se dio en los años ochenta, en el momento
en que los socialistas llegan al poder. En 1981 el FN no pudo ni reunir las
firmas necesarias para presentar a Le Pen como candidato. Pero en las
presidenciales de 1988 obtuvo el 14,4 % de los votos. Su discurso
antiparlamentario y contrario a la inmigración había calado rápidamente. En los
últimos 30 años más de 10 millones de emigrantes han llegado a Francia.
–En Bélgica el
Vlaams Blok flamenco y el Front National valón están experimentando un fuerte
aumento de votos. En el caso del primer partido, sin embargo, hay que tener en
cuenta que no sólo se recoge el voto de la extrema derecha sino que suma el
voto independentista, ya que es el único partido flamenco que la defiende
abiertamente.
–En los países
nórdicos, los grupos fascistas que han conseguido una cierta audiencia basan su
discurso exclusivamente en el rechazo a la inmigración. Se trata de los
partidos Progreso de Dinamarca (16 diputados) y Noruega (13% de los votos) y,
un poco más al sur, el de los Demócratas Centristas holandeses.
–En Suecia sólo
existe un pequeño grupúsculo conocido como Movimiento Ario, sin ninguna
importancia real.
–En los países
y estados del sur de la Unión Europea la pervivencia hasta la década de los
setenta del fascismo en el poder parece haber influido en su escasa implantación.
En Portugal apenas si existen grupos organizados; en España se han producido
atentados mortales pero la capacidad de implantación de los grupos de extrema
derecha no parece notable. (Aunque hay que hacer un paréntesis para recordar
que el GAL es el grupo armado de carácter fascista que ha causado más muertes
en los últimos años en Europa).
Un caso
especial es el de ciertos movimientos antinacionalistas, especialmente en los
Países Catalanes (concretamente en Valencia) y en Euskadi. Pero estos movimientos,
de clara tipología fascista, disfrazan su actividad con la defensa de
improbables lenguas y de derechos peculiares. Así y todo la crisis más que
evidente del movimiento blavero en Valencia ha tenido como epifenómeno
peligroso su descarada alianza con los restos de movimientos nazis (el GAV
presidido por Juan García- Santandreu) y la práctica del asesinato político
(contra el militante antiracista y catalanista Guillem Agulló, ahora hace un
año).
–Italia. En el
caso italiano se da una relación lineal entre el partido de Fini, el viejo
régimen fascista de Saló y el terrorismo de extrema derecha de los sesenta. La
unión de todos los grupos fascistas y la aparición de un político perspicaz y
capaz como Gianfranco Fini ha catapultado la Alianza Nacional al gobierno de
Italia, donde controla 109 diputados, 48 senadores y 5 ministros. La actuación
gubernamental del fascismo italiano ha destacado por su bloqueo a Eslovenia y
Croacia, ante las cuales ha vuelto a plantear los derechos históricos italianos
sobre
Istria y una
parte de Dalmacia. Otra inquietante perspectiva sería analizar lo que tiene de
fascista (aquí sí nuevo y tecnológicamente puntero) el discurso político y la
práctica de Silvio Berlusconi. Pero ahora no viene al caso. En buena medida
porque sus orígenes ideológicos y políticos están más, por contradictorio que
pueda parecer, en el socialismo de Craxi que en el movimiento misino de Giorgio
Almirante.
Al Este, la confusión
Queda
finalmente el bloque del Este, donde la crisis de identidad provocada por la
caída del comunismo ha provocado un revival de todos los viejos fascismos de
entreguerras. Entre los muchos incidentes provocados por la extrema derecha en
aquellos países destaca el antisemitismo creciente, y altamente preocupante, en
una Polonia donde los judíos ya son sólo un vestigio del pasado. El líder de la
extrema derecha polaca, Boreslaw Tejkowski, ha llegado a acusar a Juan Pablo II
de ser judío. Una afirmación tan grotesca y peregrina no ha encontrado eco
suficiente, pero un caso más grave sería el de Bronislaw Geremek, un conocido
luchador por la democracia en los tiempos de la dictadura, que se ha visto
interpelado en el propio parlamento polaco y ha tenido que defenderse de la
acusación (?) de ser judío.
En otros países
movimientos ultra nacionalistas han dado cobertura a grupos fascistas. Es el
conocido caso de Croacia o Serbia, pero también ocurre en Hungría (Itsvan
Csurka) o Rumanía.
La
santificación del pasado fascista, como oposición al comunismo, ha llevado a
países como Lituania, Letonia o Rumanía a homenajear a líderes de la época de
entreguerras. Especialmente espeluznante fue el minuto de silencio guardado el
1 de junio de 1991 por todo el parlamento rumano en el aniversario de la
ejecución del dictador Ion Antonescu.
Artículo publicado en El Viejo Topo nº 80, 1994.
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