José Saramago: Cien años que iluminaron al mundo
KAOS EN LA RED
29 de noviembre de 2022 /
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Más que presenciada, fue
una escena vivida por el niño. Cuando su humilde e iletrado abuelo supo que iba
a morir, fue a cada uno de los árboles de su pequeño huerto y abrazándolos,
llorando se despidió de ellos.
Ya el destino del niño
había quedado marcado. La vida había hecho su trabajo, y a él solo le
correspondía cuando fuera grande y aprendiera a escribir, contarlo todo. En
realidad, variaciones sobre un mismo tema. Y esas fueron veintitrés novelas
entre muchos otros escritos. Por eso ya famoso y laureado, decía que si él
tuviera escudo de armas, en uno de sus cuartos aparecería un hombre abrazando
un árbol. Sí. Porque es verdad; de ahí salió todo. Tanto genuino mágico
realismo en esa real y mágica escena, troquelaron el alma del niño con las virtudes
y firmezas del hombre, el intelectual y el escritor que después sería:
solidario, meditativo, sensible y sintonizado con lo dramático de la
circunstancia humana; la social y la política. Y militante. Sí. Militante
comunista que fue la forma que encontró de proyectar esos talentos y
convicciones.
Saramago fue una conciencia
social de su siglo. Porque su literatura – arte, ¿Quién lo duda? -, fue una
constante y severa requisitoria sobre el poder y la democracia, y la impostura
de la justicia y la libertad que uno y otra nos prometen. Mejor lo dicen sus
famosas sentencias: “No es que sea pesimista. Es que el mundo es pésimo”; “Hay
que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica. Porque se empieza
por el olvido y se termina en la indiferencia” ; “Las conciencias permanecen en
silencio más de lo que deberían”; “El mundo debe ser otro y no esta cosa
infame”; “¿Qué clase de mundo es este que puede mandar máquinas a Marte, pero
queda impasible ante la masacre de Seres humanos?”
Es acerca de mucho sobre lo
que José reflexiona en sus obras. El virtuoso manejo de la metáfora y la ironía
lo puso al servicio de denunciar un mundo y una historia que exigen
rectificaciones. Ahí están entonces la ceguera de los videntes que por
conveniencia no quieren ver, la deshumanización de los que por su posición en
la sociedad más compasivos debían ser, la pérdida de los valores, el gran
relato de Portugal desde su posición de imperio al actual ocaso, la larga noche
de Oliveira Salazar y cuándo no imposible faltara, la “Revolución de los
Claveles” la más épica y poética de cuantas rebeliones haya habido, en la
cual como era forzoso, José estuvo hombro a hombro con el pueblo levantisco .
Esto último en su bello libro “Alzado del suelo” que lo
proyectó internacionalmente.
Y también, claro, en su
obra Saramago se ocupó de una radical defensa y legitimación de la izquierda en
todo momento y circunstancia, aun en esta que alcanzó a vivir cuando los
corifeos del capitalismo decretaron “el fin de la historia”, y a esos sus
militantes declararon “dinosaurios”. Y en esta causa sí que volcó y demostró
talento, convicción y recursos literarios. Los cantos de sirena de la
democracia liberal y la socialdemocracia, a él menos que a nadie pudieron
engañar. “No es malo tener una ilusión. Lo malo es ilusionarse” decía como a
propósito. Cuánta razón tenía y se la reconoció la historia contemporánea,
cuando detrás de aquellos discursos vinieron las guerras y la furia del
capitalismo salvaje. Verdadero “Ensayo sobre la lucidez” eran sus palabras.
Pero en lo estrictamente
literario, con innovadores recursos formales, Saramago hizo una escritura que
obliga un nuevo lector. La morfología de sus textos rompiendo la gramática
convencional, hace que él se tenga que introducir en estos para comprenderlos. Juego
tan inteligente y original, que es como hacerlo partícipe de la escritura.
Cien años conmemoramos del
nacimiento del Camarada José. El escritor que cautivó y acrecentó las
convicciones de jóvenes comunistas de varias generaciones persuadiéndonos de
que el camino era correcto. Y hoy que se habla de clases subalternas y del
mundo de los nadies, su obra los reivindica diciéndole al
poder que en todo caso ellos están ahí. Y que no habrá futuro sin ellos, como
tampoco sin unas briznas, ojalá muchas, de amor.
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