El ascenso de
la extrema derecha europea no cesa. La victoria electoral de Fratelli d’Italia
es el caso más significativo. Igual de impactante que el segundo puesto
conseguido por la extrema derecha sueca, que le puede llevar al Gobierno.
Neofascismo posmoderno
El Viejo Topo
4 octubre, 2022
I
Hace años,
Italia y Suecia eran dos modelos para la izquierda. Italia, el país occidental
con el mayor Partido Comunista y con una pléyade de grupos a su izquierda de
enorme vitalidad (para mí, Il Manifesto ha constituido una de
las mejores publicaciones de la izquierda). Suecia, la experiencia
socialdemócrata más madura, el país que durante años ha obtenido los mejores
indicadores en términos de bienestar e igualdad. Hoy el PCI y su izquierda han
desaparecido del mapa político, y pese a que la izquierda sueca ha obtenido un
mejor resultado ha sido incapaz de superar a la marea derechista que cada vez
resulta más preocupante. Nos merecemos un análisis en profundidad del proceso,
más allá de los errores que ha cometido todo el espectro de la izquierda
(empezando por la autodisolución del PCI y su conversión en un Partido
Demócrata con una trayectoria errática). Pero una oleada de este tipo obedece a
un proceso más profundo, de transformación de las sociedades desarrolladas, que
es necesario entender si de verdad queremos trabajar para que las cosas
cambien. El hecho de que el neoliberalismo se haya podido implantar sin alterar
sustancialmente los procesos democráticos indica que la aceptación de las
desigualdades y los desastres que ha propiciado se han podido implantar sobre
una base social que ha sido incapaz de reaccionar. En cierta medida, la oleada
derechista es una continuación de este proceso de anomia social generado por
las dinámicas económicas y sociales de las sociedades maduras. Por eso, creo
que la cuestión requiere un análisis transversal que permita entender los
mecanismos, las dinámicas y las estructuras que han propiciado esta evolución
social que conduce a la minimización de la cultura de izquierdas.
II
La eclosión del
fascismo clásico obedeció a una situación fácilmente entendible: el miedo de
las clases dominantes a la revolución y a un pujante movimiento obrero que
cuestionaba derechos y privilegios. Fue una respuesta brutal propiciada por
élites estatales y locales ante lo que percibían como una amenaza total. En
países como Italia y Alemania contaban además con una masa social brutalizada
por su experiencia en la Primera Guerra Mundial, desmoralizada por la
traumática posguerra que constituyó una masa de choque fundamental para lanzar
el movimiento. Había un contexto y había unos intereses que explican, en todas
partes, las raíces sociales y económicas del viejo fascismo. De hecho, incluso
en países como Francia o Reino Unido es fácilmente constatable que gran parte
de las élites capitalistas vieron con bastante buenos ojos el surgimiento del
fascismo. La trágica historia de la 2ª República tiene mucho que ver con la
negativa de Francia y Reino Unido a darle un soporte real, mientras consentían
el apoyo crucial de nazis y fascistas a Franco y los suyos. Actualmente no
existe el impulso colonial que condujo a las dos guerras mundiales. Ahora el
imperialismo funciona de otro modo y, cuando menos, ninguna de las naciones
europeas estaría en condiciones de lanzar una expansión territorial (el caso de
los EE. UU. es diferente, pero su modelo imperial es distinto al que aspiraban
Hitler, Mussolini y Franco).
Hoy en día, la
situación es completamente diferente. Más de cuarenta años de gestión
neoliberal han debilitado a las clases trabajadoras, las han fragmentado y han
difuminado gran parte de la conciencia colectiva. No existe una propuesta
consolidada, social y política, de alternativa al capitalismo. Las amenazas que
perciben las élites del viejo imperio americano, especialmente de China, no
tienen una traslación a la dinámica interna de los países occidentales (como sí
representaban en algún momento los partidos comunistas o el movimiento
anarquista). Por eso es necesario analizar con más detalle a que responde esta
nueva oleada protofascista.
Una primera
cuestión sería estudiar quién está financiando el proceso. Es materialismo
vulgar, pero puede ayudar a tener pistas. Serviría para conocer si hay sectores
de la burguesía interesados en financiar a estas iniciativas. De hecho, sabemos
que la derecha norteamericana recibe importantes fondos de algunos altos
magnates de fuertes convicciones ultramontanas. También conocemos el papel de
las energéticas en financiar el negacionismo climático. No sería raro que
también estuvieran apoyando a los ultras. Un capitalismo que ha derivado hacia
un modelo de gestión totalmente autoritario puede generar muchos especímenes a
quienes atraiga la emergencia de partidos neofascistas. Y también están las
iglesias y las sectas cristianas reaccionarias. Al fin y al cabo, uno de los
ejes principales de intervención de esta extrema derecha lo constituye todo lo
que tiene que ver con la familia y la moral tradicional. El feminismo y la
revolución sexual han contribuido a minar la hegemonía moral de la iglesia. En
los países desarrollados (EE. UU. es caso aparte) las iglesias se sienten
amenazadas de muerte, y pueden ver en la extrema derecha una tabla de apoyo. Y
tener al lado a las iglesias, o sectores importantes de las mismas, suele ser
útil para obtener recursos y medios, pues una de las capacidades reconocidas de
las mismas es la de captar ingresos de sus fieles o del Estado. Sugiero que
este apartado merece estudios en profundidad. Sobre todo para tratar de ver si
existe un creciente apoyo de élites económicas a estas formaciones o se trata
sólo de un fenómeno circunscrito a unos pocos empresarios. De ocurrir lo
primero estaríamos en el escenario más preocupante de un movimiento que
constituyera una parte orgánica del capitalismo de la pospandemia, la guerra y
la crisis ecológica.
Una segunda
cuestión son los contenidos. Los analiza detalladamente Steven Forti en Fascismo
2.0 y son bastante obvios: nacionalismo cerril, racismo y xenofobia,
antifeminismo, anti-homosexuales, antiecologismo, anticomunismo (en un sentido
muy amplio que implica casi cualquier acción pública socializante). Uno diría
que construyen su atractivo explotando todos los miedos y los prejuicios de los
machos tradicionales. Y ello mediante una hábil demagogia para penetrar entre
los sectores con menos cultura política, y más proclives a una respuesta
pasional. De hecho, no es más que una puesta al día de las viejas ideas
reaccionarias en una situación en la que las migraciones internacionales se han
intensificado y donde el patriarcado está sometido a un cuestionamiento
abierto. Por eso, su primer banderín de enganche es la xenofobia y el racismo,
porque es lo que más conecta con un amplio sector social que ha mamado toda su
vida el racismo implícito del eurocentrismo. Me parece más difusa, en cambio,
su visión económica, en la que ha desaparecido el modelo corporativo que
planteó el viejo fascismo, donde las propuestas proteccionistas se combinan con
enfoques neoliberales radicales. Y es que, en los tiempos actuales de
globalización y Unión Europea, es imposible sostener propuestas de tipo
autárquico como en el pasado. Por ello considero que el neofascismo actual
tiene buenas posibilidades de acabar convergiendo con la derecha convencional
si la dureza de los tiempos convierte en más deseable, para las élites
económicas, reforzar el autoritarismo estatal. Al fin y al cabo, nunca ha
estado claramente definida la frontera entre derecha civilizada y derecha
fascista (en España la gente de Vox ha estado muchos años dentro del PP), y
muchos de los grandes temas son compartidos con matices. Y, por tanto, me
parece que lo de aislar a la extrema derecha era un cuento que duraría hasta
que fuera necesario un pacto. Como ya ocurrió en Austria, y como ahora se
plantea en muchos otros países. Más que una cuestión de principios, era una
cuestión de oportunidad, de coyuntura.
La amenaza de
una involución autoritaria es obvia. Ya hubo un giro en esta dirección con el
gobierno de Rajoy. Y ya conocemos las experiencias de Hungría y Polonia. En un
encadenamiento de crisis como la actual, la tentación de Gobiernos autoritarios
fuertes que restrinjan libertades para garantizar sus intereses puede ser
imparable. De hecho, a escala local, desde mi punto de observación en el
movimiento vecinal, llevamos meses detectando una situación de acoso continuado
al Gobierno municipal y a todos los movimientos sociales que les molestamos. Y
resulta relevante que uno de los principales focos de ataque haya sido un
moderado reglamento de participación (aprobado por la mayoría de grupos
municipales), o sea un reglamento que simplemente concede un pequeño espacio de
acción a entidades y vecindario. Se trata de una política que construye
obstáculos institucionales a los de abajo, que acaba por criminalizar todo
aquello que se opone a sus ideas, que bloquea toda acción colectiva. Y que se
hace utilizando fundamentalmente cambios legales y el apoyo de una buena parte
de la judicatura. En esto nada es nuevo, los nazis y los franquistas también
utilizaron la retorsión de las leyes para dar una pátina de legitimidad a sus
tropelías. Este nuevo fascismo no es el de los correajes, las antorchas. Es
posmoderno porque no plantea un modelo acabado de sociedad. Y por eso puede ser
aún más tolerable para alguna de las sensibilidades de la derecha, y más útil a
los objetivos de imponer un capitalismo autoritario. Al fin y al cabo, entre
Berlusconi —con sus políticas (la estatal y la cultural de sus medios)— y
Meloni hay más continuidad que una mera alianza circunstancial.
III
Las crisis
actuales pueden resolverse de formas diversas. La financiera del 2008, en un
reforzamiento de las políticas neoliberales. En la pandemia, con alguna reforma
sustancial. Había otro gobierno, y el fiasco de las políticas anteriores ayudó
a moderar algunas posiciones. Pero el rebrote de la inflación, los impactos ya
visibles de la crisis climática y el clima bélico en torno a las tensiones de
EE. UU. con Rusia y China abren otras salidas. Y el problema crucial que
tenemos en este momento está en la izquierda: en la debilidad de la acción
colectiva y las organizaciones, en su amplio descrédito social, en el
aislamiento social de gran parte de la población (en gran medida propiciado por
un combinado de consumismo, de presión individualista, de carreras
profesionales competitivas, de desaliento en los que ya salen derrotados en su
juventud…), y en la desaparición de un proyecto alternativo que sirva cuando
menos de guía.
Gran parte de
esta debilidad es estructural. Refleja el impacto social de la desigualdad de
recursos, de sistemas normativos diseñados en beneficio del capital, del
marketing formal e informal, del impacto de unos medios de comunicación
alienantes. También de la persistencia de viejos posos reaccionarios como los
que genera el patriarcado o la tradición racista. Pero la izquierda no puede
renunciar a intentar revertir esta situación. Hay aún mucha fuerza social que
se enfrenta en mil y un espacios a esta deriva autoritaria y reaccionaria. Sin
embargo, está bastante dispersa, metida en sus luchas particulares, en espacios
que les resultan relativamente confortables dada la dureza del ambiente
exterior, y otra mucha que lo vive de forma mucho más pasiva y a la que hay que
tratar de activar. Una activación que requiere un enorme esfuerzo colectivo,
generoso, abierto de acciones políticas, de organizaciones sociales, de
espacios de reflexión, de encuentros. Para disputar a la reacción la hegemonía
cultural, para provocar dinámicas de cambio.
Y, demasiadas
veces, parece que el guion de la izquierda lo escribe un reaccionario
infiltrado. El caso de Italia es paradigmático; cómo tirar por la ventana en
pocos años un patrimonio cultural y político construido con mucho esfuerzo.
Cómo aceptar unas reformas políticas totalmente favorables a la reacción. Y
cómo, después del desastre, no tener ninguna capacidad de reacción. Aquí las
cosas no han sido tan desastrosas. La vieja izquierda, la de Izquierda Unida,
la sindical, la vecinal, ha sabido mantener un suelo de organización y
resistencia nada despreciable. La nueva izquierda, la que emergió con el 15-M,
tuvo la capacidad de generar una dinámica ganadora cuando la coyuntura le fue
favorable, pero no consiguió consolidar un proyecto sólido ni eludir la
tradición de las disputas partidistas y personales. Tenemos que agradecer todo
este esfuerzo de la vieja y la nueva izquierda, y pedirles a todos y todas que
sean, seamos, capaces de construir una constelación social y política capaz de,
cuando menos, bloquear tanto el ascenso de este fascismo encubierto como de
parar el declive de la izquierda. Esto es lo que exigen los tiempos.
Fuente: mientras tanto.
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