Tal día
como hoy, en 1909, moría fusilado Ferrer Guardia, tras ser falsamente acusado
de ser instigador de la Revolución de Julio, mal llamada Semana Trágica.
Fundador de la Escuela Moderna y símbolo de los librepensadores, honramos hoy
su memoria.
Desde la cárcel
El Viejo Topo
13 octubre, 2022
Fragmento de
carta escrita al director de «El País» seis días antes de que fuese fusilado el
13 de Octubre de 1909 al ser condenado a muerte por un tribunal militar el día
anterior (12 de octubre). Fueron sus últimas palabras: «¡Soy inocente! ¡Viva la
Escuela Moderna!». Murió a los cincuenta años de edad.
Cárcel Celular.
Barcelona.
Sr. Director de
«El País». Madrid.
[…] Fespués de
6 días de habérseme levantado la incomunicación, me ha sido permitido leer la
prensa que venía reclamando desde el primer día, y al enterarme de las
enormidades que se han impreso a mi referencia me apresuro a mandarle esta
rectificación.
Empezaré
diciendo que no es cierto hubiese tomado yo parte alguna, ni como director ni
como actor, en los últimos sucesos de la última semana de julio. Ningún cargo
hay en los autos en contra mía. Y no es que el juzgado haya estado ocioso
durante todo ese tiempo en busca de pruebas de mi culpabilidad. Primeramente
hizo interrogar a unos tres mil presos que según parece ha habido en toda
Cataluña, preguntándoles si me conocían o si habían recibido dinero u órdenes
mías; ninguno pudo contestar afirmativamente.
Luego se hizo
una minuciosísima investigación en los pueblos de Mongat, Masnou y Premiá,
donde se decía que yo lo había revuelto todo, preguntando a las autoridades,
mayores contribuyentes y a cuantas personas pudieran estar en situación de
poder ayudar a la justicia, sobre la participación que yo hubiese tomado en
aquellos acontecimientos; porque se habla mucho de los actos de una partida
armada de tiroteos, de dinamita, de explosiones, de una tartana que andaba
constantemente entre Mongat y Premiá y de unos biciclistas que continuamente
llevaban ordenes mías a los insurrectos. Todo el mundo afirmaba esto; pero
nadie, ni una persona siquiera, ha podido declarar al juez haber visto la
partida de hombres armados, la tartana, los biciclistas, ni oído los tiros ni
las explosiones. Todos hablaban por haberlo oído decir.
No hallándose
pues prueba en contra mía, mandó el juzgado practicar otro registro en mi casa
de Mongat, a pesar de haber hecho ya dos anteriormente: uno el día 11 de agosto
por una veintena de policías y guardias civiles, que duró unas doce horas, y
otro dieciséis días después, el 27, por seis policías que duró tres días y dos
noches, ordenado, según confesión de uno de uno de los policías, por más de
cuatrocientos telegramas del ministro y de cuyo registro habrá mucho que decir,
pero esta vez el juez lo hizo practicar por dos señores oficiales y varios
soldados del digno cuerpo de ingenieros, quienes, durante dos días, sondearon
los muros de la casa y de sus dependencias, demoliendo cuanto les pareció
conveniente para el objeto de su misión, levantando planos de la casa y de las
minas de aguas exploradas, pero no encontrando, igual que en los anteriores
registros, la prueba buscada.
No sabiendo ya
el juzgado donde hallar esa dichosa prueba, tuvo la feliz ocurrencia de
dirigirse al señor Ugarte, que había estado en Barcelona por orden del gobierno
para una información de los sucesos, suplicándole tuviera a bien informarle de
cuanto pudiese ser útil a la justicia, y el fiscal del Tribunal Supremo
(Ugarte) contestó, muy compungido, que si dijo a un periodista que Ferrer era
el director de todo, no hizo otra cosa que hacerse eco de un rumor general en
Barcelona; es decir que, como la gente de Premiá, lo habla oído decir. Esta fue
la última diligencia del juzgado.
¿Qué le parece
a Ud. señor director? ¿Es esto serio ni digno de España? ¿Qué no se podrá decir
ya de nosotros?
He de añadir
vehemente protesta contra la conducta de la policía, que si en el proceso de
hace tres años en Madrid se condujo de manera inadmisible llegando hasta
falsificar documentos con afán de perjudicarme, esta vez ha hecho cosas todavía
peores que se conocerán el día de la vista.
Protesto de que
se quitasen mis ropas todas vistiéndome con otras humillantes, caso nunca visto
por los mismos empleados que lo efectuaron. El juez rehúsa concederme un traje
para comparecer ante el tribunal por estar también embargados mis vestidos. Ni
un par de pañuelos de bolsillo pude obtener.
Otra protesta
he de hacer todavía por haberme tenido durante el mes que duró la
incomunicación en un calabozo de los que llaman de riguroso castigo, el cual
reúne tan malas condiciones higiénicas que, de no gozar yo de una salud a toda
prueba y de no haber poseído una voluntad que se sobreponía a todas las
miserias humanas, no habría llegado con vida al final de mi incomunicación.
Por fin dirijo
un ruego a todos los señores directores de periódicos, no tan sólo republicanos
y liberales, sino a todos los que por encima de toda pasión política o
religiosa, alberguen una recta conciencia de justicia, suplicándoles la
reproducción de esta rectificación y protestas, para con ello desvanecer algo
la mala atmósfera que sin razón se ha hecho en mi contra y facilitar así la
tarea de mi defensor ante los jueces que muy pronto me han de juzgar.
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