THIERRY MEYSSAN. El conflicto en Ucrania
precipita el fin de la dominación occidental
insurgente.org // 31 agosto 2022
El conflicto en Ucrania, presentado en los medios como una agresión rusa, es de hecho la aplicación de la resolución 2202, adoptada el 17 de febrero de 2015 en el Consejo de Seguridad de la ONU. Francia y Alemania no cumplieron los compromisos que habían contraído en el Acuerdo Minsk II pero Rusia se preparó durante 7 años para hacerlo, lo cual significaba asumir este enfrentamiento. Y también previó con mucha antelación las sanciones occidentales, tanto que en sólo 2 meses ha sabido contrarrestarlas. Las sanciones de Occidente contra Rusia están dando al traste con la globalización estadounidense ya que desorganizan las economías occidentales al interrumpir las cadenas de aprovisionamiento, haciendo rebotar los dólares hacia Estados Unidos y desatando una inflación generalizada, además de provocar en Occidente una grave crisis energética. Estados Unidos y sus aliados se ven en la situación del “cazador cazado”, están cavando su propia tumba. Mientras tanto, los ingresos del Tesoro ruso han crecido en un 32% en sólo 6 meses.
Los jefes de Estado y/o de gobierno presentes en el Acuerdo de
Minsk II.
Durante
los 7 últimos años, las potencias firmantes del Acuerdo Minsk II
(Alemania, Francia, Ucrania y Rusia) tuvieron en
sus manos la responsabilidad de garantizar la aplicación de los compromisos inscritos en ese documento, avalado y legalizado el 17 de febrero
de 2015 por el Consejo de Seguridad de la ONU.
Sin embargo, a pesar de los discursos sobre la necesidad de proteger a los ciudadanos amenazados por su propio gobierno, ninguno de
esos Estados actuó para garantizar la aplicación de lo
pactado en Minsk II.
El 31 de
enero de 2022, mientras se hablaba de una posible intervención militar
rusa, el secretario del Consejo de Seguridad Nacional y
Defensa ucraniano, Oleksiy Danilov, lanzaba un desafío a Alemania, Francia, Rusia y al propio Consejo de Seguridad de la ONU
al declarar:
«El respeto de los acuerdos de
Minsk significa la destrucción del país. Cuando se firmaron, bajo la
amenaza armada de los rusos –y bajo la mirada de los alemanes y
los franceses– ya
estaba claro para todas las personas racionales que era imposible poner en
aplicación esos
documentos.» [1]
Siete
años después de aquella firma, la cifra de ucranianos muertos a manos del
gobierno de Kiev ya era de 12 000 personas (según
Kiev) mientras que la Comisión Investigadora rusa contabilizaba más de 20 000 muertos.
Sólo entonces, Moscú inició una «operación militar especial»
contra los elementos ucranianos que
se identifican a sí mismos como «nacionalistas integristas»,
mientras que el gobierno ruso
los señala como «neonazis».
Desde el inicio de su operación especial, Moscú precisó que las tropas
rusas se limitarían a socorrer a los pobladores del
Donbass y a «desnazificar» Ucrania, no a ocuparla.
A pesar de esa clarificación sobre los objetivos rusos,
las potencias occidentales acusaron a Rusia de tratar de tomar Kiev, de querer derrocar al presidente Volodimir Zelenski y de
proponerse anexar Ucrania. Ya hoy es evidente que las
fuerzas rusas no han hecho absolutamente nada de eso. Sólo después de que uno de los negociadores ucranianos, Denis Kireev, fue ejecutado por el
SBU –el servicio de seguridad de Ucrania– y de que
el presidente Zelenski suspendiera las negociaciones con Moscú, el presidente ruso Vladimir Putin anunció un endurecimiento de las
exigencias rusas. Desde aquel momento, la Federación Rusa
reclama la «Novorossia», o sea el sur de Ucrania
–territorio históricamente ruso desde los tiempos de
la zarina Catalina II (Catalina la Grande), con excepción de un periodo de 33 años.
Es
importante entender que si Rusia esperó 7 años antes de tomar la
iniciativa, no fue porque Moscú fuese insensible a la
masacre contra los pobladores rusoparlantes del Donbass sino porque estaba preparándose para enfrentar la previsible respuesta occidental.
Según la citación clásica del ministro de Exteriores
del zar Alejandro II, el príncipe Alexander Gorchakov:
«El Emperador está decidido a
dedicar, preferentemente, sus esfuerzos al bienestar de sus súbditos
y a concentrar, en el desarrollo de los recursos internos del país, una
actividad que sólo
iría más allá de las fronteras cuando los intereses positivos de Rusia así
lo exijan absolutamente.
A Rusia se le reprocha aislarse y guardar silencio ante hechos
que no se corresponden
con el derecho ni con la equidad. Rusia nos pone
mala cara, dicen. Rusia
no pone mala cara. Rusia se recoge.»
Esta operación policial ha sido calificada de «agresión» por
las potencias occidentales. Subiendo
de tono, se ha descrito a Rusia como una «dictadura» y su
política exterior se tacha de «imperialismo». Parece que nadie ha leído el
Acuerdo de Minsk II, a pesar de que ese documento recibió la validación del Consejo de Seguridad de
la ONU. En una conversación telefónica
entre el presidente Putin y el presidente de Francia Emmanuel Macron
–conversación divulgada por los servicios de la
presidencia francesa– el jefe de Estado francés expresa abiertamente su desinterés por la suerte de la población del Donbass, o sea su
desprecio por el Acuerdo de Minsk II.
Ahora, los servicios secretos occidentales corren en auxilio de los «nacionalistas integristas» ucranianos (los «neonazis», según la terminología
rusa) y, en vez de buscar una solución pacífica, lo que hacen es tratar de destruir la Federación Rusa
desde adentro [2].
A la luz
del Derecho Internacional, Moscú no hace otra cosa que aplicar la
resolución que el Consejo de Seguridad de la ONU
adoptó en 2015. Puede reprochársele lo brutal de sus medios, pero ciertamente no puede decirse que haya actuado con precipitación
(después de una espera de 7 años) ni que su
actuación sea ilegítima (tiene el respaldo de la resolucion 2202 del
Consejo de Seguridad de la ONU).
De hecho,
los presidentes Petro Porochenko, Francois Hollande, Vladimir Putin y la
canciller alemana Angela Merkel se habían
comprometido, en una declaración común anexa a la resolución, a hacer lo mismo. Si alguna de las potencias representadas
por esos dirigentes hubiese intervenido antes, habría podido
elegir otras formas de actuación… pero ninguna lo hizo.
El 24 de agosto de 2022, el presidente ucraniano hace su cuarta intervención por videoconferencia ante
el Consejo de Seguridad de la ONU… a pesar de que el reglamento interno de ese
órgano estipula que, fuera de los funcionarios de la ONU en misión, cualquier otro orador
tiene que estar físicamente presente en la sala para hacer uso de la palabra ante el Consejo.
El secretario general de la ONU y la mayoría de los miembros del Consejo de Seguridad han
aceptado –en 4 ocasiones– esa violación del reglamento interno, rechazada por Rusia.
Si
hubiese actuado de manera lógica, el secretario general de la ONU
habría tenido que llamar al orden a los
miembros del Consejo de Seguridad para que no condenaran la operación
rusa, cuyo principio habían aceptado 7 años
antes –cuando aprobaron la resolución 2202. Tendría que haberlos exhortado más bien a determinar las modalidades de la intervención.
Pero no lo hizo sino que, por el
contrario, saliéndose de su papel y poniéndose del lado del sistema
unipolar, el secretario general acaba de impartir a
todos los altos funcionarios de la ONU en teatros de operaciones una instrucción oral para que no se reúnan con diplomáticos rusos.
No es la
primera vez que el secretario general de la ONU infringe los
estatutos de las Naciones Unidas. Durante la guerra
contra Siria, el secretario general de la ONU redactó unas
50 páginas sobre una renuncia del gobierno sirio,
dando por sentado que habría que privar a los sirios de su soberanía popular y “desbaasificar” el país. Aquel texto del
secretario general de la ONU nunca llegó
a publicarse, pero nosotros lo analizamos con espanto en este
sitio web.
En definitiva, el enviado especial del secretario general de la ONU
en Damasco, Staffan de Mistura, se vio obligado a
firmar una declaración donde reconocía que aquel texto carecía de valor legal. Pero la instrucción del secretariado general de la ONU
que prohíbe a los funcionarios de Naciones Unidas
participar en la reconstrucción de Siria [3] sigue
estando en vigor. Es precisamente esa instrucción lo que mantiene paralizado el regreso de los refugiados sirios a
su tierra natal, en contra de la voluntad
no sólo de Siria sino también de Líbano, Jordania y Turquía.
Durante
la guerra de Corea, Estados Unidos aprovechó la política soviética del
escaño vacío para imponer su guerra bajo la bandera
de la ONU (en aquella época la República Popular China no era miembro del Consejo de Seguridad). Hace 10 años,
Estados Unidos utilizó el personal de la ONU para desarrollar una guerra total contra Siria. Actualmente,
Estados Unidos va todavía más lejos haciéndola
tomar posición contra un miembro permanente del Consejo de Seguridad.
Después
de haberse convertido, en tiempos de Kofi Annan, en un ente
al servicio de las transnacionales, la ONU de Ban
Ki moon y de Antonio Guterres es simplemente un anexo del Departamento de Estado.
Rusia y
China saben, como los demás Estados, que la ONU ya no cumple
sus funciones. Al contrario, la ONU está
agravando las tensiones y participa en guerras –al menos
en Siria y en el Cuerno Africano. Ante ese nuevo
contexto, Moscú y Pekín están desarrollando nuevas instituciones.
Rusia ya
no dirige sus esfuerzos hacia las estructuras heredadas de la Unión Soviética,
como la Comunidad de Estados Independientes
(CEI) o la Comunidad Económica Euroasiática, ni siquiera hacia la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, tampoco hacia las
heredadas de los tiempos de la guerra fría, como la
Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). La Federación Rusa se concentra actualmente en
lo que puede definir los contornos de un mundo
multilateral.
En primer
lugar, la Federación Rusa está poniendo de relieve las acciones económicas de
los países del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India,
China y Sudáfrica), acciones que Rusia no reivindica como propias sino como esfuerzos comunes en los que participa. Trece Estados
ya esperan unirse al BRICS, aunque ese grupo no se ha
declarado abierto a adhesiones. A pesar de ello, el poder del BRICS ya es superior al del G7. La razón es muy simple, el BRICS actúa
mientras que el G7 lleva años haciendo declaraciones sobre las
grandes cosas que va a hacer, pero que no acaban de concretarse, mientras que sus dirigentes se dedican a criticar a
quienes no están presentes para defenderse.
Lo más importante es que Rusia está estimulando una mayor apertura y una profunda transformación de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS). Hasta ahora, la OCS era sólo una estructura de contacto entre los países del Asia Central, alrededor de Rusia y China, creada en aras de contrarrestar y prevenir los desórdenes que los servicios secretos anglosajones trataban de fomentar en esa parte del mundo. Poco a poco esa estructura ha permitido que sus miembros se conozcan mejor entre sí y estos han extendido sus trabajos a otras cuestiones comunes. Además, la OCS se ha ampliado, concretamente con la adhesión de la India, Pakistán e Irán. De hecho, la OCS encarna actualmente los principios enunciados en Bandung, basados en la soberanía de los Estados y en la negociación, frente a los que propugna Occidente, basados en la conformidad con la ideología anglosajona.
Occidente
parlotea mientras que Rusia y China avanzan. Y escribo que “parlotea”
porque las potencias occidentales siguen creyendo
que sus gestos pomposos serán de alguna manera eficaces.
Cegados por esa creencia, Estados Unidos, Reino Unido y, después, la
Unión Europea y Japón adoptaron contra Rusia
medidas económicas muy duras. No se atrevieron a decir que estaban iniciando una guerra tendiente a conservar su propia autoridad sobre
el mundo y anunciaron esas medidas
utilizando el término «sanciones», aunque no hubo
tribunal, alegato de parte de los “acusados”
ni sentencia. Por supuesto, en realidad son sanciones ilegales
ya que fueron adoptadas fuera de las instancias de las
Naciones Unidas. Pero los occidentales, que se autoproclaman
defensores de «reglas internacionales»,
no están realmente interesados en respetar
el Derecho Internacional.
Por
supuesto, el derecho al veto, prerrogativa de los 5 miembros permanentes
del Consejo de Seguridad de la ONU impide
la adopción de sanciones contra uno de ellos. Pero es así precisamente porque el objetivo de las Naciones Unidas no era
alinearse tras la ideología anglosajona sino preservar la
paz mundial.
Ahora regreso al asunto principal: Rusia y China están avanzando, pero
lo hacen a un ritmo muy diferente al de
los occidentales. Transcurrieron 2 años entre el compromiso de Rusia
de intervenir en Siria y el despliegue
de soldados rusos en ese país. Rusia utilizó esos 2 años para terminar de preparar las armas que garantizaron su superioridad en el campo
de batalla. En el caso de Ucrania, hubo un periodo de
7 años entre el compromiso ruso contraído en Minsk II y el inicio de la «operación militar especial» en el Donbass, 7 años
que Rusia utilizó para prepararse a contrarrestar
las sanciones económicas de Occidente.
Es por eso que las «sanciones»
no han logrado poner de rodillas la economía rusa sino que, por el contrario, están afectando duramente a quienes las
decretaron. Los gobiernos de Alemania
y Francia están enfrentando ya graves problemas en el sector de la
energía, al extremo que ciertas fábricas ya están trabajando
a media máquina y están en peligro de verse obligadas a cerrar.
Mientras tanto, la economía rusa está en plena expansión. Después de vivir
2 meses pendiente de sus reservas, Rusia
ha pasado a una etapa de abundancia. Los ingresos del tesoro ruso se
ham incrementado en un 32% durante el primer
semestre de este año [4].
El
rechazo occidental al gas ruso no sólo se tradujo en un alza de los
precios en beneficio del primer exportador mundial –que es Rusia–
sino que además esa contradicción con el discurso liberal asustó a los demás Estados consumidores, que naturalmente
se volvieron –para garantizar su
consumo– hacia Moscú.
China, el
coloso que los occidentales se empeñan en presentar como un vendedor de
chatarra que sume sus presas en una espiral de
endeudamiento, acaba de anular la mayoría de las deudas que 13 Estados africanos habían contraído con Pekín.
Oímos a
diario los nobles discursos occidentales y sus acusaciones contra Rusia
y China. Pero también comprobamos a diario, si
nos detenemos en los hechos, que la realidad es
lo contrario de lo que nos dicen.
Por ejemplo, Occidente nos explica, sin pruebas, que China es una
«dictadura» y que ha «encarcelado un millón de uigures». Aunque
no disponemos de estadísticas recientes, todos sabemos que en China hay menos presos que en Estados Unidos
–a pesar de que Estados Unidos está 4 veces
menos poblado que China. También nos dicen que en Rusia se persigue a los homosexuales… pero vemos que en Moscú hay discotecas
gays más grandes que en Nueva York.
La ceguera de Occidente conduce a situaciones ridículamente absurdas en las que los dirigentes occidentales ya ni siquiera perciben el impacto de sus propias contradicciones.
El 26 de agosto de 2022, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, y el presidente de Argelia,
Abdelmadjid Tebboune, se reunieron en el palacio de El Mouradia, donde abordaron, en presencia de
los generales responsables de la seguridad interna y externa, la lucha contra los yihadistas
en el Sahel. Después de las guerras contra Libia, Siria y Mali, Francia ya no puede
ocultar su apoyo a los yihadistas.
Por ejemplo, el presidente francés Emmanuel Macron acaba de visitar
Argelia. Está tratando de reconciliar los dos países… de
comprar gas para contrarrestar la escasez que él mismo ha contribuido a provocar. Macron sabe que llega demasiado tarde –después de
que sus “aliados” (Italia y Alemania) ya hicieron sus
propias compras– pero se empeña en creer, erróneamente, que el principal problema franco-argelino es la colonización. Macron
no ve que es imposible que Argelia
confíe en Francia porque Francia apoya precisamente a los peores
enemigos de Argelia –los yihadistas de Siria y
del Sahel. Macron es incapaz de ver el vínculo entre su ausencia de relaciones con Siria, la reciente expulsión de las tropas que Francia
había desplegado en Mali [5] y
la frialdad de su recibimiento en Argelia.
Es cierto
que los franceses no conocen realmente a los yihadistas. Acaban de
cerrar, como el más sonado del siglo,
el juicio sobre los atentados perpetrados en París el 13 de noviembre
de 2015, sin haber sido
capaces de plantear la cuestión de los apoyos estatales a los yihadistas. De esa manera, en vez de mostrar su sentido de la justicia,
los franceses han demostrado su propia
cobardía. Se han mostrado aterrorizados por un puñado de yihadistas,
mientras que Argelia ha luchado contra decenas
de miles durante su guerra civil y sigue enfrentándolos ahora en el Sahel.
Mientras
Rusia y China avanza, Occidente ni siquiera mantiene sus posiciones sino
que retrocede. Y seguirá cayendo mientras no logre
clarificar su política, mientras no ponga fin a su doble rasero moral y mientras no renuncie a su doble juego.
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