¿Quién intentó matar a Cristina?
Fue el odio
Rebelion
03/09/2022
Fuentes: Revista
Anfibia
El
intento de asesinato a la vicepresidenta Cristina Kirchner es el
“acontecimiento de violencia política más previsible de la historia argentina”.
Esto podía pasar, analiza Ezequiel Ipar, porque una red de ideología, medios y
tecnologías de comunicación preparaba algo así. Decían: las palabras que apelan
a la destrucción del adversario político no importan. Las palabras sí importan
y hoy explican esta secuencia trágica.
A pesar de la
consternación que genera el intento de asesinato de la vicepresidenta Cristina
Fernández de Kirchner estamos ante la certeza de que se trata del
acontecimiento de violencia política más previsible y explicable de la historia
reciente. Esto que finalmente se materializa con brutalidad, que observamos en
la crudeza registrada en la imagen del arma de fuego lanzada sobre una de las
principales dirigentes del país, responde y se explica por un proceso social,
político-ideológico y mediático muy claro y muy preciso. En la historia
inmediata tenemos el hostigamiento y la persecución en el proceso judicial del
fiscal reproducida por los medios de comunicación. Si a eso se le agregan las
declaraciones desafortunadas de dirigentes políticos, los pedidos de pena de
muerte, más la serie de acontecimientos que se vienen sucediendo sólo en el
último año, hay un primer registro que explica por sí solo esa fotografía
trágica.
Luego, hay que reponer
el circuito para alentar los discursos de odio contra los políticos que trazan
las redes sociales, los medios de comunicación, influencers políticos y los
movimientos de estetización de la violencia en las calles. En este caso es
contra una determinada orientación pero en realidad es contra la vida política
democrática en general. Esto emergió. Pasó por este circuito en donde se supone
que las palabras no hacen nada y terminó en un hecho político gravísimo,
comparable con acontecimientos como la violencia política que culminó con la
toma del Capitolio en los Estados Unidos, la radicalización de grupos de
derecha en Europa o las múltiples manifestaciones de violencia política en el
Brasil de Bolsonaro. Esto podía pasar porque esa red de ideología, medios y
tecnologías de comunicación estaban preparando, ni siquiera silenciosamente,
este tipo de acontecimientos. El contexto político-ideológico marcado por una
creciente intolerancia y el autoritarismo político merece de modo urgente
nuestra atención.
El
atentado se explica por la creciente intolerancia y autoritarismo político.
En el transcurso de
este último año se acumularon declaraciones y posicionamientos que componen el
sistema dentro del que hay que pensar este hecho: las declaraciones explícitas
del magistrado Rosenkrantz mediante las que descalifica la doctrina de uno de
los principales partidos políticos del país, la profundización del sesgo en la
persecución y la condena que hace el sistema judicial contra funcionarios y
ex-funcionarios políticos (frente a los mismos hechos castiga sistemáticamente
a unos y exculpa siempre a los otros), la desproporción entre los crímenes que
se imputan y las penas que se proponen (con la pena de muerte siempre como
acicate fundamental), la negación de la igualdad de las inteligencias para
razonar públicamente, la normalización en los medios de comunicación de
mensajes que abiertamente propician y justifican la desaparición de un partido
político, la creciente estetización de la violencia en las redes sociales que
discuten cuestiones políticas y, last
but not least, las declaraciones de importantes dirigentes
políticos, en algunos casos parlamentarios y líderes de fuerzas políticas, que
plantean la disputa bajo la lógica anti-democrática del “ellos o
nosotros”.
En todos estos casos se
apela a una supuesta racionalidad de los pronunciamientos y las declaraciones
públicas que justifican este tipo de destrucción masiva del adversario
político, cuestión que no deja de generar efectos paradójicos en las
identidades y las ideologías.
Este
hecho es comparable con la violencia política que culminó con la toma del
Capitolio en los Estados Unidos, la radicalización de grupos de derecha en
Europa o las manifestaciones en el Brasil de Bolsonaro.
Estos pronunciamientos
creen que siguen criterios elementales de racionalidad cuando llegan al punto
de justificar la exclusión o directamente la violencia política. Racionalidad
que aparece siempre como respuesta, como reacción defensiva frente a una
amenaza: “como ellos son violentos no nos queda otra alternativa que no sea la
violencia”, “como hacen demandas infinitas de imposible cumplimiento no nos
queda más que excluirlos”, “como critican la verdad de nuestras ideas sólo
podemos asumirlos como incapaces para pensar por sí mismos”.
La distancia entre lo
que devuelve el espejo en el que los ciudadanos se reconocen y las prácticas
sociales en las que efectivamente desarrollan su vida social es algo que afecta
y fisura desde dentro a todas las posiciones ideológicas. Pero estamos frente a
algo diferente cuando un juez de la corte suprema hace una proclama en la que
se convoca al filósofo liberal
Rawls para luego terminar condenando con retórica jurídica a la
doctrina comprensiva de un partido por el mero hecho de que pretenda alojar
derechos sociales dentro de la constitución de un Estado racional. Lo mismo
vale para el supuesto liberalismo del legislador que vocifera como praxis
política recomendada la consigna “ellos o nosotros”. También para los
funcionarios que se apresuran a identificar la crítica pública de decisiones
políticas o jurídicas con un acto de incitación a la violencia.
Las
declaraciones que justifican este tipo de destrucción masiva del adversario
político generan efectos paradójicos en las identidades y las ideologías.
Si se afirma que
criticar en el espacio público las decisiones de un juez o de un funcionario es
un acto de violencia y una irracionalidad política que el Estado tendría que
sancionar, entonces lo que se propone es que todas las decisiones importantes
del Estado, sobre todo las que tienen que resolver conflictos, deben tomarse
dentro de un espacio cerrado y ser aceptadas en silencio. Pero ese modelo de
gestión del capitalismo -porque en buena medida de eso trata la cuestión de
fondo- no guarda relación con los principios de las democracias liberales. Más
bien se parece al fundamento cotidiano de los Estados autoritarios y de los
partidos políticos iliberales. Este es el juego de espejos invertidos en el que
los partidos de derecha en Argentina sucumben y hoy les impide terminar de
asumir su compromiso con una democracia pluralista basada en la protección de
los derechos humanos.
Toda esta movilización
de fantasías autoritarias no sólo deteriora la calidad de la democracia sino
que explican la secuencia trágica que vimos una y otra vez esta noche imposible
de olvidar.
Ezequiel Ipar. Sociólogo (UBA), Doctor en Ciencias
Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y Doctor en Filosofía por la
Universidad de Sao Paulo (USP). Es Investigador del CONICET y profesor en el
área de teoría sociológica en la Universidad de Buenos Aires (UBA).
Fuente: https://www.revistaanfibia.com/atentado-a-cristina-fernandez-de-kirchner-fue-el-odio/
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario