Tal día como hoy de 1931 nacía en El Cairo uno de los intelectuales marxistas más brillantes de la izquierda contemporánea: Samir Amin. Este fragmento, perteneciente al título Rusia en la larga duración, publicado por El Viejo Topo en 2015, se anticipa a lo que hoy sucede.
La crisis ucraniana, el proyecto euroasiático y el
paso grand écart de Putin
El Viejo Topo
3 septiembre, 2022
La crisis ucraniana en curso funciona como un indicador del balance actual
de la historia de Rusia (y de Ucrania, por supuesto). Arroja plena luz sobre la
índole de las oligarquías que se han adueñado de los poderes establecidos,
el lugar de la nomenklatura de los países de la ex Unión Soviética y sobre sus
salvajes opciones capitalistas (que Alexandre Buzgalin califica como
«capitalismo de Jurassik Park»). Revela sus ambiciones y las limitaciones de lo
que dichas opciones pudieran hacer en ese sentido, su aceptado sometimiento al
estatus de correa de transmisión de la dominación mundializada del capital
financiero del imperialismo colectivo de la tríada, pero también –en lo que
respecta a Rusia– la posibilidad que ellas tienen de emprender otra vía
acercándose a países emergentes (Rusia pertenece al grupo de los BRICS). La
crisis ucraniana, por tanto, revela que las condiciones necesarias para
garantizar su eventual éxito en esta vía están lejos de reunirse. Pero también
revela –como es obvio– las verdaderas ambiciones de los poderes dominantes de
la tríada imperialista, tales como los medios poco escrupulosos que emplean
para lograr sus objetivos, que van desde la manipulación de pueblos ociosos
hasta la práctica del terror a cargo de milicias fascistas. El conflicto
ucraniano, por consiguiente, se inscribe en el marco más amplio de ese que
opone, por un lado, la estrategia desplegada por Washington y sus aliados
europeos subalternos y, por otro, las aspiraciones –aunque confusas– de los
pueblos, de las naciones, y con certeza de los Estados de las periferias
contemporáneas –Rusia y los demás países de la ex Unión Soviética, al igual que
todos esos países de Asia, de África y de la América Latina. En mis
conclusiones volveré a tocar esta apertura mundializada de las interrogantes
planteadas por las crisis actuales en Rusia y en Ucrania.
Es un hecho que los Estados Unidos y Europa organizaron en Kiev, en marzo
de 2014, un verdadero putsch «euro-nazi». La retórica del coro mediático
occidental que se regodea con promesas de democracia es pura y simplemente una
falsedad. Las potencias de la tríada no han promovido la democracia en ninguna
parte. Por el contrario, han apoyado siempre a los adversarios más encarnizados
de la democracia, fascistas incluidos, rebautizados como «nacionalistas». En la
ex Yugoslavia, los europeos han apoyado a los nostálgicos del fascismo croata,
reexpedidos de su exilio canadiense; en Kosovo dieron el poder a las mafias de
la droga y de la prostitución; en los países árabes siguen apoyando el Islam
político más reaccionario, financiado este por las nuevas repúblicas
democráticas en que se habrían convertido la Arabia Saudita y Qatar, si se cree
en las falacias de los medios de comunicación occidentales. La intervención
militar en Irak y en Libia ha destruido estos países, sin promover en ellos la
menor promesa de democracia. En Siria, el apoyo militar de las potencias de la
tríada a los «islamistas», directamente o por intermedio de la Arabia Saudita y
Qatar, no promete nada mejor.
El poder autoproclamado de Kiev tomó la precaución de darse una apariencia
de legitimidad por medio de elecciones. Los candidatos a esas elecciones
incluso tomaron la precaución de no asumir los nombres de las milicias
fascistas que les llevaron al poder. Ello permitió a los medios de comunicación
occidentales presentarlos como ¡«nacionalistas demócratas»! De hecho se trataba
de una farsa electoral, aquí como en otras partes (en el mundo árabe, por
ejemplo). La represión brutal de todas las resistencias al proyecto de la junta
–prohibición de los partidos calificados de «pro-rusos», control sobre los
medios de comunicación, masacre de los opositores, como en Odesa (¡la justicia
controlada por las milicias absteniéndose de perseguir a los criminales para
ensañarse con las familias de las víctimas!)– no ha sido objeto de ningún
comentario por el coro mediático de la tríada. Estos medios de comunicación
atribuyen la responsabilidad del drama ucraniano solo a las desmesuradas
ambiciones expansionistas de Putin, acusado de haber violado la independencia
de las naciones (mediante la anexión de Crimea y el apoyo a los separatistas
del Estado ucraniano). Curiosa acusación proveniente de los que han violado sin
titubear la independencia de Serbia, de Irak, de Siria y persisten en extender
ese intento a otros.
El obstáculo con que choca el poder de Kiev no es solo de una naturaleza
«étnica» que opondría a los rusoparlantes y a los de habla ucraniana.
Ciertamente las fronteras de las repúblicas de la ex URSS habían sido
voluntariamente diseñadas por el poder soviético, dando la mejor parte a los
nacionalistas no rusos en un espíritu de ruptura con el chovinismo de la Gran
Rusia. El ejemplo de Crimea, que nunca había sido ucraniana, es prueba de ello.
Donetsk y Odesa tampoco habían sido nunca «étnicamente» ucranianas. Al igual
que las fronteras de las repúblicas yugoslavas, estas jamás fueron diseñadas
para convertirse en las fronteras de Estados secesionistas. Putin no es
probablemente un héroe de las causas democráticas, pero aquí no hace más que
apoyar a todos los que rechazan en Ucrania la colonización euro-alemana que
Bruselas quiere imponer tal como lo ha hecho en Europa oriental, en Grecia y en
Chipre. Y no son solo los «rusoparlantes» de Ucrania quienes podrían rechazar
el proyecto de los europeos, a pesar de que los poderes despóticos ejercidos
por la junta de Kiev no permitan expresar esta oposición al proyecto
euro-alemán.
Rusia está en busca de un lugar en el sistema mundial de nuestros días y
del mañana. Rusia está ya cercada por las fuerzas de la OTAN. La amenaza no es
un resultado de las alucinaciones de Putin. Es real y ha surgido a causa de la
violación por los Estados Unidos y Europa de su compromiso de no integrar en la
OTAN a la Europa oriental, en particular a los Estados bálticos. En la
actualidad la amenaza consiste en integrar a su vez a Ucrania en esta
organización bélica. ¡No obstante, debería saberse que las promesas no
cumplidas constituyen el pan diario de las políticas del imperialismo (desde
1492)! Era preciso, pues, ser muy ingenuo para creer en la palabra de
Washington y de Bruselas. Esta ingenuidad se manifestó de nuevo cuando Rusia y
China se abstuvieron de utilizar su derecho al veto en el Consejo de Seguridad
para quitar toda legitimidad a la agresión contra Libia. Pero parece que Moscú
y Beijing por fin han aprendido la lección de sus meteduras de pata. En
respuesta al proyecto expansionista de los Estados Unidos y de la Europa
alemana, Putin parece haber apoyado el proyecto de construcción de una vasta
alianza de los pueblos de la ex URSS.
Este proyecto es ya conocido con el nombre de alianza de los pueblos
«euroasiáticos». No se trata de un invento artificial reciente. En el capítulo
primero de este libro yo señalaba que esta idea respondía, desde hace siglos, a
la búsqueda por Rusia de la definición de su lugar en el mundo. Y no veo por
qué se le negaría ese derecho a los rusos y a los demás pueblos de la ex URSS.
El combate emprendido por Moscú contra el orden imperialista, en Ucrania y
en otras partes, solo podrá triunfar si cuenta con el firme apoyo de los
pueblos involucrados. Este apoyo solo será posible si Rusia se libera del yugo
neoliberal que, aquí, como en otras partes, está en el origen del desastre
social. Putin lleva a cabo hasta ahora el peligroso ejercicio de abrise de piernas,
asociando, por un lado, la continuación de su desastrosa política interna y,
por otro, la defensa de los legítimos intereses de una Rusia independiente.
Abandonar el neoliberalismo y salir de la mundialización financiera son en
adelante necesarios y posibles. Esta exigencia no se refiere solo a la Rusia de
hoy, es también válida para los BRICS y para todos los países del gran Sur, tal
como diré en mis conclusiones. Sin embargo, actualmente hay segmentos de la
clase política que gobierna a Moscú que están dispuestos a adherirse a un
capitalismo de Estado, capaz, a su vez, de abrir la vía para un eventual avance
hacia la socialización democrática de su gestión.
Pero si la fracción compradore de las clases dirigentes rusas
–beneficiarias exclusivas del neoliberalismo– es la que prevalece, entonces las
«sanciones» con que Europa amenaza a Rusia podrían dar sus frutos; los
compradore están siempre dispuestos a capitular para preservar su parte en el
producto del saqueo de sus países. Rusia no podría entonces rechazar su
colonización por el imperialismo de la tríada. Y perderá, mientras espera, la
batalla en Ucrania.
Fragmento
del capítulo 6 de Rusia en la larga duración.
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