Estados Unidos y su historia de crímenes de guerra
Rebelion
12.08.2022
Fuentes: Rebelión - Imagen: Fotograma de la
sátira antibélica «Dr. Strangelove», de Stanley Kubrick.
A la luz de los
77 años del bombardeo nuclear en Hiroshima y Nagasaki. ¿Fue una anomalía
aquella acción del gobierno de Estados Unidos? ¿O ha sido más bien una regla la
comisión de crímenes de guerra en el devenir histórico de esa potencia?
Autorizado por el “honorable
presidente” Harry Truman, a las 8:15 de la mañana del 6 de agosto de 1945 un
avión estadounidense lanzó sobre la población civil de la ciudad japonesa de
Hiroshima una bomba de uranio con potencia explosiva de 16 kilotones,
equivalente a 1600 toneladas de dinamita. Acabó instantáneamente con la vida de
unas 66,000 personas y causó luego la muerte de otros 140.000 seres humanos.
En sus cálculos criminales y
geopolíticos no les bastó ese hecho de inmensa brutalidad, y tres días después,
otra bomba nuclear, esta vez cargada de plutonio, fue lanzada sobre la ciudad
de Nagasaki, destruyéndola y causando otras 70 000 muertes instantáneas.
A ellos hay que sumar otros
centenares de miles de decesos por problemas de salud, lesiones y secuelas
relacionados con las bombas y la radioactividad, de acuerdo con datos de la
ONU. Murieron en las semanas y meses subsiguientes como resultado de las
quemaduras, las radiaciones. Muchos más quedaron afectados como portadores de
un gen propenso al cáncer, lo cual ha afectado a sus descendientes. Además,
agua, aire y tierra se contaminaron con las secuelas radioactivas, enfermando
por décadas a quienes bebieran o se alimentaran con productos de la zona. Los
efectos secundarios permanecieron por años, y aún están presentes.
Aquellas acciones criminales, la
decisión de lanzar ambas bombas, tuvo lugar cuando ya se había producido la
rendición incondicional de la Alemania nazi, y se sabía que la URSS estaba por
iniciar una poderosa ofensiva en el lejano oriente que ponía en jaque a los
japoneses, quienes buscaban desesperadamente un camino hacia la rendición
inevitable.
Según respetados expertos, el frío
cálculo geopolítico y la principal razón de usar la bomba fueron para forzar a
los líderes japoneses a que se rindieran antes de que los soviéticos entraran a
la guerra en el oriente.
Ahora bien ¿fue una anomalía aquella
acción del gobierno de Estados Unidos? ¿O ha sido más bien una regla la
comisión de crímenes de guerra en el devenir histórico de esa potencia?
Muchos de esos crímenes son inducidos
desde la distancia, generando la destrucción y el caos a miles de kilómetros de
sus costas, a veces con zarpazos directos, pero crecientemente junto con sus
supeditados “aliados” europeos o asiáticos o por mediación de estos. En buena
medida Estados Unidos logra y se beneficia de cierta impunidad, y del
tratamiento hasta cierto punto indulgente y a veces cómplice de muchos de los
medios de prensa.
Con la llamada y manipulada “guerra
contra el terrorismo”, desde 2001 Estados Unidos generó un nuevo ciclo de
muerte y de ganancias de la industria militar, y ha sobrepasado el número de
víctimas de aquellos terribles bombardeos contra dos ciudades japonesas en
1945.
Los sobrevivientes de las naciones
indígenas derrotadas fueron internados en reservas, en terrenos áridos; les
fueron arrebatados muchos de sus hijos y enviados a internados y casas de
pensión, donde sus cabellos fueron cortados y sus lenguas y ceremonias fueron
desterradas, en una especie de genocidio cultural. Durante décadas perduró la
práctica de fragmentar muchas familias indias y entregar a sus hijos en
adopción.
Ellos debieron vivir y presenciar
una profunda transformación de su entorno: muchas de sus tierras fueron apropiadas
por especuladores blancos; colonos y ganaderos que se asentaban a sangre y
fuego despejaban sus cotos de caza, seguido por la ruda huella del progreso:
terrenos cercados, carreteras, embalses, perforaciones mineras, ferrocarriles,
tendidos eléctricos, nuevos poblados, campos petroleros, etc.
En las praderas del Medio Oeste,
cientos de especies de pastos y bosques fueron reemplazadas por monocultivos de
soya y maíz o dedicadas a construir embalses sin permiso de las tribus.
Las estadísticas revelan que, desde
su independencia en 1776, el gobierno de los EE. UU. lanzó más de 1500 ataques
contra las tribus autóctonas, masacrando a los indígenas, tomando sus tierras y
cometiendo innumerables crímenes brutales. El 27 de marzo de 1814, unos 3000
soldados atacaron a los indios Creek en Horseshoe Bend, Territorio de
Mississippi. Más de 800 guerreros y pobladores creek fueron masacrados.
Entre los crímenes más notorias
también está la Masacre de Bear River en 1863, en Idaho, donde mataron a 350
integrantes de la “nación” Shoshone, o la del 29 de diciembre de 1890, cerca de
WoundedKnee Creek, en Dakota del Sur.
Al inicio de la colonización en 1619
cerca de dos millones de nativos habitaban lo que hoy es el territorio
estadounidense. En los tres siglos subsiguientes muchodead Indians are good
Indians). s perecieron no solo por patógenos y enfermedades, sino
principalmente por la violencia de los colonos y las tropas federales para
arrebatarles sus tierras y en la expansión hacia el oeste. Se calcula que hacia
1900 solo uno de cada diez nativos sobrevivían, menos de 240 mil, luego de los
brutales exterminios del siglo XIX. Por entonces primaba el lema de que solo
los indios muertos son los indios buenos (only
La política exterior arrogante y
agresiva, y la generación de tensiones bélicas no es coyuntural ni depende en
lo fundamental de quién habite la Casa Blanca. En la misma se relega la
diplomacia y lo multilateral para enfocarse en la intimidación y la fuerza.
Esta es acompañada por campañas de
generación de terror, basadas en una muy alta tecnología militar, operaciones
encubiertas, aviones no tripulados, la externalización de las labores de
combate con el empleo masivo de mercenarios y ejércitos subalternos, y el uso
de alrededor de 800 bases e instalaciones militares en el exterior en más de
130 países, desde muchas de las cuales, unidades de Fuerzas Especiales de
EE.UU. efectúan acciones ‘quirúrgicas’ letales y cacerías humanas.
Es imposible recoger aquí la totalidad,
ni siquiera el grueso de las situaciones, en las cuales Estados Unidos se ha
visto involucrado y ha cometido despiadados crímenes de guerra, pero se puede
afirmar sin dudas que ese país es el mayor perpetrador de tales horrendos
abusos y aberraciones.
[Continuará.]
Imagen de portada: Fotograma de la sátira «Dr. Strangelove, or How I Learn
to Stop Worrying and Love the Bomb», una película de Stanley Kubrick. [Una de
las traducciones al castellano fue titulada: «¿Teléfono rojo? Volamos hacia
Moscú».]
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