Hoy hace
cuatro años nos dejó nuestro amigo, autor y colaborador Samir Amin. Fue una
persona excepcional y uno de los intelectuales marxistas más brillantes de la
izquierda contemporánea.
Gestión del euro: ¡Misión imposible!
El Viejo Topo
12 agosto, 2022
El economista Samir Amin demuestra en seis puntos por qué, según él, la
zona euro está en un callejón sin salida. La única puerta de salida –el
abandono del euro y la creación de una serpiente monetaria europea– que
supondría una puesta en entredicho del poder de los oligopolios le parece ya
algo imposible.
No hay moneda
sin Estado. Juntos, Estado y moneda constituyen en el capitalismo el medio de
gestión del interés general del capital, más allá de los intereses particulares
de los segmentos del capital en competencia. La dogmática en curso que imagina
un capitalismo gestionado por el “mercado”, incluso sin Estado (reducido éste a
sus funciones mínimas de guardián del orden), no se basa ni en una lectura
seria de la historia del capitalismo real, ni en una teoría con pretensiones
“científicas” capaz de demostrar que la gestión por el mercado produce –incluso
tendencialmente– una forma u otra de equilibrio (a fortiori, un equilibrio
“óptimo”).
Ahora bien, el
euro se creó en ausencia de un Estado europeo, sustituto de los Estados
nacionales, cuyas funciones esenciales de gestores de los intereses generales
del capital estaban en camino de ser abolidas. El dogma de una moneda
“independiente” del Estado expresa esta absurdidad.
La “Europa”
política no existe. A pesar del imaginario ingenuo que llama a superar el
principio de soberanía, los Estados nacionales siguen siendo los únicos que
tienen legitimidad. No existe la madurez política que haga aceptar por el
pueblo de cualesquiera de las naciones históricas que constituyen Europa el
resultado de un “voto europeo”. Es posible desearlo, pero aún habrá que esperar
mucho tiempo antes de que emerja una legitimidad europea.
La Europa
económica y social ya no existe. Una Europa de 25 o 30 Estados sigue siendo una
región profundamente desigual en su desarrollo capitalista. Los grupos
oligopólicos que controlan actualmente el conjunto de la economía (y más allá
de ella, también la política cotidiana y la cultura política) de la región son
grupos que tienen una “nacionalidad” determinada por la de sus principales
dirigentes. Son grupos principalmente británicos, alemanes y franceses, y
accesoriamente holandeses, suecos, españoles e italianos. La Europa del Este y
en parte la del Sur mantienen con la Europa del noroeste y la central una
relación análoga a la que, en las Américas, caracteriza la existente entre
América Latina y Estados Unidos. En estas condiciones, Europa es apenas un mercado
común, apenas un mercado único que forma parte del mercado global del
capitalismo tardío de los oligopolios generalizados, mundializados y
financiarizados. Europa es, desde este punto de vista y como he escrito en otro
lugar, la “región más mundializada” del sistema global. De esta realidad,
reforzada por la imposible Europa política, deriva una diversidad de niveles de
salarios reales y de sistemas de solidaridad social como las fiscalidades que
no puede ser abolida en el marco de las instituciones europeas tal como son.
La creación del
euro, pues, fue una forma de empezar la casa por el tejado. Los propios
políticos que tomaron la decisión así lo han confesado, convencidos de que la
operación obligaría a “Europa” a inventar su Estado transnacional, con lo que
el tejado tendría finalmente una casa que cubrir. Pero este milagro no se
concretó y todo da a entender que no lo va a hacer. Ya a finales de los años 90
tuve ocasión de expresar mis dudas sobre esta maniobra. La expresión que yo
había empleado (“empezar la casa por el tejado”) la ha repetido recientemente
un alto responsable de la creación del euro que, en aquella ocasión, me había
dicho estar convencido de que mi juicio era excesivamente pesimista y que
carecía de fundamento. Un sistema absurdo de este tipo solamente podía producir
la apariencia de funcionar sin contratiempos, había escrito yo, mientras la
coyuntura general siguiera siendo fácil y favorable. Era de esperar, por tanto,
que pasase lo que pasó: en cuanto una crisis (que en un primer momento parecía
meramente financiera) afectase al sistema, la gestión del euro se revelaría
imposible, incapaz de permitir respuestas coherentes y eficaces. La crisis en
curso está destinada a durar, incluso a profundizarse. Sus efectos son
diferentes, y a menudo desiguales, de un país europeo a otro. La gestión de
estos conflictos llamados a desarrollarse es imposible en ausencia de un Estado
europeo, real y legítimo; y el instrumento monetario de esta gestión no existe.
Las respuestas dadas por las instituciones europeas (incluido el Banco Central
Europeo) a la crisis (griega, entre otras) son de hecho absurdas y están
condenadas al fracaso. Estas respuestas se resumen en un solo término
–austeridad en todas partes y para todos– y son análogas a las respuestas dadas
por los gobiernos existentes en 1929-1930. Y del mismo modo que las respuestas
de los años treinta agravaron la crisis real, las preconizadas ahora por
Bruselas producirán el mismo resultado.
Lo que hubiera
sido posible hacer durante la década de 1990 habría tenido que definirse en el
marco del establecimiento de una “serpiente monetaria europea”. Cada nación
europea, manteniendo su soberanía de hecho, habría gestionado entonces su
economía y su moneda de acuerdo con sus posibilidades y sus necesidades,
incluso limitadas por la apertura comercial (el mercado común). La
interdependencia se habría institucionalizado por medio de la serpiente
monetaria: las monedas nacionales se habrían intercambiado a unos tipos fijos
(o relativamente fijos), revisados de vez en cuando por ajustes negociados
(devaluaciones o reevaluaciones).
Se hubiese
abierto entonces una perspectiva –larga– de “endurecimiento de la serpiente”
(preparando tal vez la adopción de una moneda común). El progreso en esta
dirección se habría medido por la convergencia –lenta, progresiva– de la
eficacia de los sistemas de producción, de los salarios reales y de las
ventajas sociales. Dicho de otro modo, la serpiente habría facilitado –y no
dificultado– una progresión posible por convergencia hacia arriba. Esta habría
exigido unas políticas nacionales diferenciadas con unos objetivos propios, y
los medios para implementar estas políticas, entre otros el control de los
flujos financieros, lo que implica el rechazo de la absurda integración
financiera desregulada y sin fronteras.
La crisis
actual del euro podría proporcionar la ocasión para el abandono del absurdo
sistema de gestión de esta moneda ilusoria y para el establecimiento de una
serpiente monetaria europea, en consonancia con las posibilidades reales de los
países implicados.
Grecia y España
podrían iniciar el movimiento decidiendo: 1) salir (“provisionalmente”) del
euro; 2) devaluar; 3) instaurar el control de cambios, por lo menos en lo que
respecta a los flujos financieros. Estos países estarían entonces en una
posición de fuerza para negociar verdaderamente la reprogramación del pago de
sus deudas, después de una auditoría, repudiando las deudas asociadas a
operaciones de corrupción o de especulación (¡en las que los oligopolios extranjeros
han participado y gracias a las cuales incluso han obtenido pingües
beneficios!). El ejemplo, estoy convencido de ello, crearía escuela.
Desgraciadamente,
la probabilidad de una salida de la crisis por estos medios es probablemente de
casi cero. Pues la opción de la gestión del euro “independiente de los Estados”
y el respeto sacrosanto a la “ley de los mercados financieros” no son el
producto de un pensamiento teórico absurdo. Convienen perfectamente al
mantenimiento de los oligopolios en los puestos de mando. Son piezas de la
construcción europea global, concebida ella misma exclusiva e íntegramente
para hacer imposible la puesta en cuestión del poder económico y político
ejercido por estos oligopolios, en beneficio exclusivo suyo.
En un artículo
publicado en varios sitios web y titulado Open letter by G.Papandréou to
A.Merkel, los autores griegos de esta carta imaginaria comparan la arrogancia
de la Alemania de antaño y la actual. Por dos veces a lo largo del siglo XX las
clases dirigentes de este país han concebido el proyecto quimérico de
configurar Europa por medios militares, cada vez sobreestimados. ¿Acaso su
objetivo de liderazgo de una Europa pensada como “una zona del marco” no se
basa a su vez en una sobreestimación de la superioridad de la economía alemana,
de hecho relativa y frágil?
Una salida de
la crisis solamente sería posible en la medida en que una izquierda radical se
atreviese a tomar la iniciativa política de la constitución de bloques
históricos alternativos “anti-oligárquicos”. Europa será de izquierdas o no
será, he escrito en otro lugar. La adhesión de las izquierdas electorales
europeas a la idea de que “vale más una Europa tal como es que la posibilidad
de que no haya ninguna Europa” no permite salir de este callejón sin salida, lo
que exige la deconstrución de las instalaciones y de los tratados europeos. En
caso contrario, el sistema del euro, y tras él la “Europa tal como es” se
sumirán en un caos cuya salida es imprevisible. Pueden concebirse entonces
todos los “escenarios”, incluido aquel que supuestamente se quiere evitar, el
del renacimiento de proyectos de ultraderecha. En estas condiciones, para
Estados Unidos, la supervivencia de una Unión Europea perfectamente impotente
o el estallido de la misma no cambian gran cosa. La idea de que una Europa
unida y poderosa obligaría a Washington a tener en cuenta sus puntos de vista
y sus intereses es una pura ilusión.
He dado a esta
reflexión un carácter conciso, para evitar repetirme, pues he tratado por
extenso diferentes aspectos del callejón sin salida europeo en varios escritos
anteriores: La hegemonía de Estados Unidos y el eclipse del proyecto
europeo (sección II, El Viejo Topo, 2000); Más allá del capitalismo senil (capítulo
6, El Viejo Topo, 2002); El virus liberal (capítulo 5, Ed.
Hacer, 2003); Por un mundo multipolar (capítulo 1,
El Viejo Topo, 2005), y La crisis: ¿salir de la crisis del capitalismo o salir del
capitalismo en crisis? (capítulo 1, El Viejo Topo, 2008).
Fuente: Texto publicado en el nº 272 de El Viejo Topo,
septiembre de 2010.
No hay comentarios:
Publicar un comentario