Sanfermines de 1978: el azar y
la necesidad
Por Varios
autores
Rebelion /
España
| 08/07/2022 |
Fuentes: Naiz
[Foto: Cargas de la Policía en la plaza de toros de Pamplona en los Sanfermines
de 1978]
Este año harán
cuarenta desde la aprobación de la Ley Orgánica de Reintegración y
Amejoramiento del Régimen Foral de Navarra, por la que esta se constituye en
una comunidad autónoma integrada en la Nación española.
Como es conocido, esta ley nunca fue sometida a referéndum, como sí se hizo con
otros estatutos de autonomía. De hecho, en la comisión de régimen foral del
Parlamento de Navarra, en mayo de 1982, se rechazó una moción presentada por
Euskadiko Ezkerra que solicitaba la convocatoria de un referéndum sobre el
proyecto de ley orgánica, con los votos en contra de UCD, UPN y PSOE, contando
con el único apoyo del PNV.
La aprobación de esta ley en 1982 fue la culminación en Navarra de un proceso
político planificado tras la muerte del dictador en 1975, relativo a uno de los
capítulos más urgentes dentro de la transformación global de la dictadura a un
régimen democrático homologable, pero sin que ello supusiera una ruptura con
las estamentos que habían conformado y sostenido el sistema franquista.
Y ese capítulo no era otro que el de encauzar debidamente, dentro de un
proyecto de «Estado fuerte», las aspiraciones nacionales que habían fermentado
bajo la dictadura, especialmente en Euskadi, Cataluña y Canarias.
Por eso, en 1977, el Consejo de Ministros, estableció para las tres provincias
vascongadas el régimen preautonómico, donde Navarra quedó excluida. Meses antes
se había restablecido la Generalitat de Cataluña, y las preautonomías del País
Valencia, Andalucía, Galicia… Todas ellas con un límite preciso: «La unidad
indisoluble de España».
Se trataba de crear los mecanismos institucionales sobre los que asentar en su
día los estatutos de autonomía, encauzando en este entramado las aspiraciones
nacionales, torpedeando y restando protagonismo a las movilizaciones populares.
Se buscaba eclipsar las aspiraciones nacionales enredándolas dentro de una
telaraña preautonómica, que establecía una igualdad en el tratamiento de todas
las nacionalidades y regiones del Estado sobre la base de un mismo rasero
autonómico para todas.
A diferencia del resto, donde este proyecto autonomista se sustentó en pactos
entre UCD, el PSOE y los partidos nacionalistas, en Navarra el proceso previo a
la aprobación de su estatuto se cimentó en un pacto directo entre UCD y la
derecha reaccionaria navarra.
Así, en enero de 1979, fruto de la negociación entre el «cacique» Amadeo Marco,
presidente franquista de la Diputación Foral de Navarra, y Rodolfo Martín
Villa, se impuso un engendro institucional cuyo objetivo era garantizar, por
encima de todo, el control del proceso «autonómico navarro» por una Diputación
manejada por la derecha (compuesta por cuatro miembros de UCD, uno del PSOE,
uno de HB y uno de Amaiur), y con una caricatura de parlamento sin competencias
legislativas y sin ejercer ningún control sobre la Diputación. Con una
composición descompensada en donde UCD y UPN ostentaban la mayoría absoluta a
pesar de haber obtenido apenas el 42% de los votos.
Su función era dar un barniz de apariencia democrática a este proyecto de
imposición, tratando de impedir, por todos los medios posibles, la existencia
de una autonomía formada por las provincias vascongadas y Navarra.
La comisión que negoció con el Gobierno el texto del amejoramiento estaba
compuesta por siete miembros (UCD, UPN y PSOE), todos ellos favorables a la vía
autonómica propia, siendo excluidos todos los demás.
Este proyecto político, diseñado y pergeñado en su origen por la derecha
caciquil, franquista y requeté que representaba Amadeo Marco, y por el ministro
Martín Villa, tenía que imponerse con la aquiescencia del partido socialista
que no dudo en darla. Pero, sobre todo, debía basar su éxito en el
aplastamiento de la movilización popular que aspiraba a la materialización de
la unidad con el resto de Euskadi.
Y en ese punto cobra sentido la agresión llevada a cabo en los sanfermines de
1978, junto con otros episodios habidos de violencia policial en nuestra
tierra: 1 de mayo de ese mismo año, la actividad de las bandas de extrema
derecha, las cargas en la marcha por la libertad, Montejurra etc.
A quien sostenga que la irrupción de la Policía en la plaza de toros y en las
calles, el 8 de julio de 1978, disparando de forma indiscriminada bajo la
consigna de «tirad con todas las energía. No os importe matar», fue producto de
la casualidad, sólo podemos contestarle con la cita atribuida al filósofo
Demócrito: «todo cuanto existe es fruto del azar y la necesidad».
Las personas asesinadas (Germán y Joseba), las heridas, las golpeadas, las
gaseadas… en los sucesos del 8 de julio de 1978 se puede decir que fueron
agredidas por estar en la fiesta, por estar en la calle respondiendo a la violencia
policial. Son víctimas por esa circunstancia, que puede ser calificada como por
azar. Pero también es de justicia reconocer que esa actuación policial fue
motivada y desatada porque había una necesidad; existía un proyecto político;
una planificación orquestada para imponer un determinado estatus autonómico en
Navarra costase lo que costase. Y detrás de esa maquinación política que acabó
llevándose a cabo, estaba el siniestro Martín Villa.
Por eso la violencia ejercida se inserta perfectamente en lo que se conoce como
«crímenes contra la humanidad». Se produjo en un contexto de violencia
institucional con el propósito de conseguir imponer un modelo político
determinado.
Modelo que respondía a los intereses de las clases dominantes en el Estado
español y en Navarra, que han detentado el poder desde el golpe militar contra
la II República, durante la larga dictadura que le siguió y que han conseguido,
bajo el manto de la más absoluta impunidad, seguir instalados en el mismo.
Lo que pasó no fue producto de la casualidad, ni de ordenes mal entendidas, ni
de extralimitaciones por parte de la Policía. Fue algo premeditado y con un
objetivo político. De ahí la pertinaz negativa a juzgar estos hechos. Sentar a
Martín Villa en el banquillo para que responda de estos crímenes, supone poner
en tela de juicio la idoneidad de la transición española y su supuesta
condición de pacto pacifico.
Por eso seguimos exigiendo verdad, justicia y reparación. Seguimos apoyando la
querella argentina. Seguimos compareciendo en las instancias europeas. Seguimos
pidiendo a los tribunales de aquí que hagan justicia. Y seguimos acudiendo año
tras año al monolito en recuerdo a Germán.
Menchu Velasco, Fermín Rodríguez, Marta Aparicio y
Iosu Santxez, Iniciativa Popular Sanfermines-78: Gogoan Herri Ekimena y
Federación de Peñas de Iruñea
Fuente: https://www.naiz.eus/es/iritzia/articulos/sanfermines-de-1978-el-azar-y-la-necesidad
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