La
fatiga democrática es evidente. Sectores importantes de la población no ven
atendidas sus necesidades y desconfían de la política convertida en mera lucha
por el poder. Frente a ello hace falta movilización, programa y unidad.
En ningún sitio está escrito que tengan que ganar los
bárbaros
El Viejo Topo
8 julio, 2022
Por situarnos.
Sigue la guerra de Ucrania y son pocas las voces lúcidas que reclaman la paz.
Junto a la muerte y la destrucción, una consecuencia inmediata es la crisis
energética y el abandono de los objetivos de descarbonización y lucha contra el
cambio climático. La Cumbre de la OTAN de Madrid arrastra a Europa al conflicto
geoestratégico de EEUU con China por la supremacía mundial. Además, aprueba
aumentar el gasto militar: cañones en vez de mantequilla; rearmar a Ucrania:
seguir jugando a la ruleta rusa de la internacionalización del conflicto; una mirada
militarista sobre las personas migrantes en la Frontera Sur, algo que asusta
tras la masacre de Melilla-Nador.
Aquí, en las
comunidades autónomas gobernadas por el PP continúa la ofensiva contra los
servicios públicos y el aumento de la regresividad fiscal. En el mundo, avanza
la conjura contra la democracia desde la ultraderecha, el sectarismo religioso
y sectores de la judicatura, financiados por poderosos intereses. No hace falta
ser catastrofista, la realidad es suficientemente pavorosa.
Ante las
profundas desigualdades sociales que vive el mundo, hace poco decía Thomas
Piketty que «estamos en una situación similar a la Revolución Francesa» (NOTA
1). Tiene razón, pero sólo en parte, porque eso debe ser en Francia o en
Latinoamérica. No, aquí, en España. Aunque la injusticia social sea parecida,
no se percibe un impulso de transformación progresista en marcha. Más bien lo
contrario.
La fatiga
democrática es evidente. Sectores importantes de la población no ven atendidas
sus necesidades y desconfían de la política convertida en histriónica lucha por
el poder. Las políticas neoliberales, la inflación y la crisis derivada de la
guerra pauperiza a los sectores populares y aumenta la desafección política y
la abstención electoral. Si se reduce la democracia a una caricatura se pierde
el concepto de bien común y se entra en un proceso de despolitización.
Ello facilita
la construcción del consentimiento, como dice David Harvey, para ir en contra
de la mayoría y del bien común. Utilizando los sentimientos, los valores
tradicionales sobre la religión, la patria, el papel de las mujeres; los miedos
a la inmigración y al comunismo, etc., enmascarando en ellos otras realidades.
Emociones agitadas por profetas que logran que sectores importantes de la
población renuncien a la razón por abrazar la verdad revelada. Se trate de la
falacia del Gran Reemplazo o cualquier otra que les lleve a recurrir al odio y
a los instintos menos nobles del ser humano. La consecuencia es que muchas
personas votan en contra de sus intereses o no votan por la desigualdad social.
Este es el peligroso juego de la ultraderecha que hace que lo que está en juego
no sea un simple cambio de gobierno.
Aquí, el PP de
Feijóo prepara el asalto al poder aprovechando el desgaste del Gobierno de
coalición y la ola conservadora. Si le dieran los votos gobernaría en
solitario, pero todo apunta a que la única aritmética posible es gobernar con
Vox, si se descarta la gran coalición PP-PSOE. Desde muchos medios de
comunicación se está normalizando esta hipótesis a partir de los dos modelos
realmente existentes: el de Castilla León y el de Madrid, compartir el gobierno
o pactar la política con la ultraderecha, respectivamente. En todo caso, hay un
serio intento de la oligarquía de retorno al bipartidismo. Una vez liquidado
Ciudadanos, el único obstáculo es la izquierda del PSOE, lo que representa
Unidas Podemos y el espacio por construir de Yolanda Díaz.
Por ello, en un
clima de desmoralización de la sociedad civil, la izquierda no puede cometer
los viejos errores de la división y de programas poco ilusionantes o irreales.
Nada es fácil, todo exige mucha inteligencia y generosidad, más aún cuando no
hay un fuerte movimiento de masas empujando y exigiendo cordura y compromiso
unitario. No estoy descubriendo ningún mediterráneo, pero las claves son
básicamente tres.
1. Movilización.
Sin ella, no se articulará una voluntad ciudadana en torno a la defensa de
derechos y libertades y a la mejora de la sociedad. Esos son los ejemplos,
desde Latinoamérica a Francia, donde se ha producido un cambio político o un
avance de las fuerzas de la izquierda. En Bolivia no se hubiera recuperado el
poder tras el golpe militar que destituyó a Evo Morales sin la lucha social e
indígena. En Chile, las movilizaciones por la constituyente explican el triunfo
de Boric. Las huelgas generales del año pasado en Colombia están detrás de la
victoria de Petro. El avance del bloque de izquierda de Mélenchon en Francia no
se entendería sin las huelgas en defensa del sector público y las pensiones y
el movimiento de los chalecos amarillos. Falta mucha calle cuando más se
necesita y sin ella es muy difícil que se abra paso la alternativa. La defensa
de los salarios frente a la inflación, de los servicios públicos ante la
galopante privatización, la protección social frente a la crisis, son líneas de
reivindicación y lucha. Es la gran prioridad no exenta de contradicciones.
2. Programa. Que se base en ejes estratégicos como la lucha contra la desigualdad
social (política fiscal progresiva, defensa de la educación y de los servicios
públicos, reto medioambiental…), que piense en la mayoría social (empleo de
calidad y con derechos, salarios y redistribución de la renta, protección
social…), que refuerce los derechos y libertades (desde un nuevo Estatuto de
los Trabajadores, y la defensa de la igualdad real). Es muy importante la
participación de la sociedad civil en todo el proceso. En suma, hay que
fortalecer el concepto de democracia y un nuevo sentido de lo común.
3. Unidad.
Sin llegar a maldición bíblica, la izquierda siempre ha tenido una difícil
relación con la unidad. Quizá porque en la izquierda hay demasiados
protagonismos que pueden dificultar la gestión de las diferencias y de las
ambiciones, porque los matices ideológicos derivan fácilmente en sectarismo o
porque el pragmatismo suele brillar por su ausencia. Pero es un axioma que
unidos se gana o se pierde menos. Así que el tema está claro: humildad de
todos, generosidad, empatía, sentido común, y no olvidar lo que está en juego y
quienes son los verdaderos adversarios. Divisiones las justas. Porque los dos
problemas que tiene la izquierda son la división y la abstención, como se ha
visto en Andalucía. No ir con una sola lista a las próximas citas electorales
es un suicidio. Deberíamos aprender de Francia y Mélenchon. Desde la unidad y
desde una política de alianzas, desde un sujeto histórico más plural, ojalá
seamos capaces de seguir el consejo del veterano teólogo de la liberación,
Gustavo Gutiérrez: «Vamos todos juntos, pero cada cual con su
singularidad».
Así las cosas,
el viernes 8 de julio, para sumar, no faltaré a la cita. Iré a oír, a
establecer complicidades espero que con muchas otras personas. En reciprocidad,
otros días Yolanda Díaz tendrá que escuchar y recoger las quejas de la clase
trabajadora y de la ciudadanía. De ellos, y de algo así como unos Estados
Generales de toda la izquierda y de la sociedad civil, debería salir ese
programa ilusionante y transformador. Porque la izquierda debe ir en serio. Entonces
podremos decir que la nave va, con un rumbo claro y con la participación activa
y entusiasta de toda la tripulación. Ojalá este acto en Matadero Madrid sea el
comienzo de algo importante. En ningún sitio está escrito que tengan que ganar
los bárbaros.
Artículo publicado originalmente en el blog Otras Miradas.
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