Tal día como
hoy de 1814 nacía uno de los más grandes revolucionarios del s. XIX: Mijail
Bakunin. Anarquista, se definió como partidario convencido de la igualdad
económica y social, amante fanático de la libertad y buscador apasionado de la
verdad.
Carta a Élisée Reclus (1875)
El Viejo Topo
30.05.2022
Mijaíl Bakunin
Lugano
A Élisée Reclus
15 de febrero de 1875
Queridísimo
amigo. Te agradezco mucho tus buenas palabras. Nunca he dudado de tu amistad,
este sentimiento es siempre mutuo, y juzgo la tuya por la mía.
Sí, tienes
razón, la revolución se ha metido, de momento, en cama, volvemos a caer en el
período de las evoluciones, es decir, en el de las revoluciones subterráneas,
invisibles e incluso a menudo insensibles. La evolución que se está produciendo
hoy día es muy peligrosa, si no para la humanidad entera, sí al menos para
algunas naciones. Es la última encarnación de una clase agotada, que juega su
última baza, bajo la protección de la dictadura militar-Mac-Mahon-bonapartista
en Francia, y bismarckiana en el resto de Europa.
Estoy de
acuerdo contigo en que la hora de la revolución ha pasado, no a causa de los
espantosos desastres de los que hemos sido testigos y de las terribles derrotas
de las que hemos sido víctimas más o menos culpables,[1] sino
porque, para mi gran desesperación, he constatado y constato cada día otra vez,
que el pensamiento, la esperanza y la pasión revolucionarios no se encuentran
en las masas, y cuando esto ocurre, por mucho que se combata por los flancos,
no se hará nada de nada. Admiro la paciencia y la perseverancia heroicas de los
hombres del Jura y de los belgas —últimos mohicanos del fuego de la
Internacional—, que pese a todas las dificultades, adversidades y a pesar de
todos los obstáculos, en medio de la indiferencia general, oponen su frente
obstinada al curso totalmente contrario de las cosas, siguiendo tranquilamente
con lo que hacían antes de las catástrofes, cuando el movimiento general era
ascendente y cuando el menor esfuerzo podía crear una fuerza. Se trata de un
trabajo especialmente meritorio porque ellos no podrán recoger los frutos, aunque
pueden estar seguros de que su trabajo no se perderá —nada se pierde en este
mundo—: las gotas de agua, aun siendo invisibles, logran formar el océano.
Por lo que a mí
respecta, querido amigo, me he sentido demasiado viejo, demasiado enfermo,
demasiado cansado, y, hay que decirlo, demasiado decepcionado desde muchos
puntos de vista, como para sentir deseos y fuerzas para seguir en esta obra. Me
he retirado decididamente de la lucha y pasaré el resto de mis días en una
contemplación, no ociosa sino, por el contrario, muy activa intelectualmente, y
que espero que no deje de producir algo útil.
Una de las
pasiones que me dominan en este momento es una inmensa curiosidad. Ahora que he
tenido que reconocer que el mal ha triunfado y no puedo impedirlo, me he puesto
a estudiar sus evoluciones y cambios con una pasión casi científica,
totalmente objetiva.
Qué actores,
que escenario. Al fondo y dominando toda la situación europea, el emperador
Guillermo y Bismarck, a la cabeza de un gran pueblo lacayo. Frente a ellos, el
papa con sus jesuitas, toda la Iglesia católica y romana, rica en millones,
dominando una gran parte del mundo por medio de las mujeres, de la ignorancia
de las masas, y de la incomparable habilidad de sus innumerables afiliados, que
tienen los ojos y las manos por todas partes.
Tercer actor:
la civilización francesa encarnada en Mac-Mahon, Dupanloup y Broglie, que están
dedicándose a remachar las cadenas de un gran pueblo caído. Después, alrededor
de todo este panorama, España, Italia, Austria y Rusia, cada país con sus
muecas de turno, y desde lejos Inglaterra, incapaz de decidirse a volver a ser
otra cosa, y todavía más lejos la República modelo de los Estados Unidos de
América, que ya empieza a coquetear con la dictadura militar.
¡Pobre humanidad!
Es evidente que
no podrá salir de esta cloaca sin una inmensa revolución social. Pero, ¿cómo
hará esta revolución? Nunca estuvo la reacción europea tan bien armada contra
todo movimiento popular. Ha hecho de la represión una nueva ciencia que es
sistemáticamente enseñada en las escuelas militares a los tenientes de todos
los países. Y, ¿con qué contamos para atacar a esa fortaleza inexpugnable? Las
masas desorganizadas. Pero, cómo organizarlas si no tienen siquiera suficiente
apasionamiento por su propia salvación, si no saben ni lo que deben querer y si
no quieren lo único que puede salvarlas.
Queda la
propaganda, tal como hacen los del Jura y los belgas. Es algo, sin duda, pero
muy poca cosa, unas gotas de agua en el océano; y si no hubiera otro medio de
salvación, la humanidad tendría tiempo para pudrirse diez veces antes de que
llegara el momento de poder ser salvada.
Queda otra
esperanza: la guerra universal. Estos inmensos Estados militares tienen que
destruirse unos a otros, y devorarse unos a otros tarde o temprano.
Pero, ¡Qué perspectiva!
[1] Se refiere a la victoria de los ejércitos prusianos en la guerra
franco-prusiana, y la derrota del levantamiento de Lyon de septiembre de 1870,
de la Comuna de París (marzo-mayo, 1871) y de los levantamientos de España e
Italia, seguidos de la victoria de las fuerzas reaccionarias que dominaron la Europa
continental. Bakunin opinaba que las fuerzas revolucionarias eran en parte
responsables de estos fracasos porque no estaban preparadas ni ideológica ni
tácticamente para aprovechar las situaciones revolucionarias favorables.
[Dolgoff, Sam, La anarquía según Bakunin, Tusquets, Barcelona,
1983. Trad. Marcelo Covián]
Fuente: Biblioteca Anarquista.
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