La
guerra en Ucrania, sin alterar su discurso de amistad con Moscú, obliga a China
a ejercitar una moderación activa que también le permitirá incrementar su
influencia y su respetabilidad entre los países africanos, asiáticos o
latinoamericanos.
La guerra en Ucrania y los intereses de China
El Viejo Topo
11 abril, 2022
La crisis de
Ucrania “no es algo que queramos ver”, dijo Xi Jinping a Joe Biden en su última
cumbre virtual. Y China tiene sobradas razones para justificar dicha posición.
Culturalmente hostil a los enfrentamientos militares directos, aun reconociendo
su proximidad estratégica al Kremlin y su rechazo de esa arrogancia
estadounidense que le conmina a la genuflexión permanente, su agenda apunta en
otra dirección. Para China, cuando las principales economías debieran estar
centradas en la recuperación pos-pandémica, en la recomposición de las cadenas
industrial y de suministro mundiales, esta guerra no puede ser más inoportuna y
dañará las condiciones de vida de muchas personas en todo el mundo.
La abstención
ante el conflicto es una actitud compartida por no pocos países en la comunidad
internacional, especialmente, naciones en desarrollo. Pero no significa
inhibición. De hecho, Beijing viene desarrollando una importante labor
diplomática aunque se resista a liderar una mediación, tal como le “exigen”
algunos. Lo hace a partir de postulados propios: defensa de la soberanía e
integridad territorial, rechazo de la guerra y las sanciones, diálogo y
negociación como salida fundamental. Se trata de un ejercicio de independencia
que también excluye elegir bando, a pesar de las presiones que le llegan, fundamentalmente,
de Washington.
Aunque China
suscriba una relación privilegiada con Rusia, y aunque la relación con EEUU
siga deteriorándose inexorablemente, con reproches mutuos al alza, la prioridad
para Beijing sigue siendo desarrollar su economía y cumplir con sus planes de
modernización. A ese interés se supedita todo lo demás. Igualmente, si tenemos
en cuenta que dentro de seis meses se celebrará el XX Congreso del Partido
Comunista, cabe imaginar que se lo pensará mucho antes de asumir riesgos que puedan
suponer entrar en una dinámica de represalias por haberse involucrado en una
hipotética moderación de los efectos de las sanciones contra Moscú. La
estabilidad es la palabra de orden hoy día en China.
Un lamento por Europa
Europa se
enfrenta ahora a otra grave crisis que llueve sobre mojado. Los planes de China
eran otros. Un buen ejemplo es el acuerdo al que llegó con París hace apenas un
mes. Con el Elíseo muy dolido aún por la jugada de EEUU con Australia forzando
la anulación de un contrato multimillonario de submarinos, China aceptaba, por
ejemplo, formalizar una alianza para la gestión compartida de varios proyectos
de infraestructura en terceros países por valor de 1,7 billones de dólares. Se
trata de un gran paso en la dirección constructiva con Europa y que a China
tanto le interesa. A EEUU, obsesionado con la pugna hegemónica, no tanto. Pero
Europa debe pensar por sí misma, cosa que no siempre hace ahora. Ni siquiera
con esta guerra incendiando el continente. Nos dejamos llevar por la agenda geopolítica
de Washington. Tocar a rebato ahora para un supuesto renacimiento occidental
contra China y Rusia, metiendo los dos países en el mismo saco, solo contribuye
a alentar dinámicas de bloques antagonistas y resucitar guerras frías
trasnochadas. ¿No debiera movilizarse Europa para evitarlo? ¿Podemos extraer
lecciones de aventuras pasadas? ¿Se acuerdan, por ejemplo, del embarque con el
presidente encargado Guaidó a quien ahora consideran un desecho político en
Washington sin que la UE diga ni mu?
Si disponemos
las piezas crematísticas sobre la mesa, algunos datos son evidentes. Hoy día,
para Beijing, las relaciones con Estados Unidos y Europa son más importantes
que las de Rusia. La preferencia contable, que es una exigencia estratégica
ineludible, es contundente a pesar de los importantes contratos de gas y
petróleo y de las compras de cereales a precios de saldo que sacian en parte la
bulimia china (el nuevo gasoducto Rusia-China a través de Mongolia, concluido a
principios de marzo, tiene una capacidad anual de 50.000 millones de metros
cúbicos, equivalente al North-Stream 2).
Las cifras lo
confirman. Entre 2015 y 2020, la inversión china en Rusia al margen de los
hidrocarburos cayó de casi 3.000 millones de dólares a solo 500 millones. Al
mismo tiempo, y a pesar de un grave descenso debido a la aprobación de leyes
destinadas a frenarlas, en Europa siguen acercándose a los 10.000 millones de
euros, es decir, 20 veces más.
Con Estados
Unidos, donde las empresas chinas invirtieron 38.000 millones de dólares en
2020, la diferencia es aún más sustancial. Si nos fijamos en el comercio, punto
fuerte indiscutible de China, las diferencias muestran, más allá de las
apariencias, una irresistible atracción china por el mercado estadounidense. En
2021, el comercio entre Estados Unidos y China ascendió a casi 700.000 millones
de dólares, mientras que el comercio con Rusia, a pesar de un rápido aumento
desde 2020, se limita a 140.000 millones de dólares anuales, la mayor parte de
los cuales consiste en importaciones chinas de gas y petróleo. El déficit para
la Casa Blanca, por cierto, asciende a la mitad de aquella cifra. De nada ha
valido la guerra comercial y Europa debiera abogar por ponerle fin cuanto antes
y evitar que se traslade el foco a dimensiones y escenarios más turbulentos aun
(Taiwán, por ejemplo).
Realismo chino
En definitiva,
la crisis ucraniana, que ha engullido, por obra y gracia de Putin, las tímidas
diferencias que habían surgido entre la UE y Estados Unidos, por ahora
inflexibles frente a Rusia, recuerda a China donde están sus intereses básicos
y quiénes son los socios indispensables para proseguir la senda de su
modernización, que tanto esfuerzo le ha costado transitar.
La invasión de
Ucrania por parte de Rusia, sin alterar su discurso de amistad con Moscú,
obliga a China a ejercitar una moderación activa que, por otra parte, le
permitirá incrementar su influencia y su respetabilidad entre los países
africanos, asiáticos o latinoamericanos con quienes comparte un lenguaje y una
visión común. Porque ese mundo, más allá del nuestro, también cuenta.
Para China, mucho.
Publicado en el Observatorio de la Política China.
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