Tal día como
hoy en 1883 moría Karl Marx. Este célebre Prólogo a la Contribución a la
crítica de la economía política es un texto clave para comprender el trabajo
científico de Karl Marx, su radicalidad y su alcance.
Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía
Política
El Viejo Topo
14 marzo, 2022
Mis estudios
profesionales eran los de jurisprudencia, de la que, sin embargo, sólo me
preocupé como disciplina secundaria, junto a la filosofía y la historia. En
1842‑1843, siendo redactor de “Gaceta Renana”[1] me
vi por primera vez en el trance difícil de tener que opinar sobre los llamados
intereses materiales. Los debates de la Dieta renana sobre la tala furtiva y la
parcelación de la propiedad de la tierra, la polémica oficial mantenida entre
el señor von Schaper, por entonces gobernador de la provincia renana, y Gaceta
Renana acerca de la situación de los campesinos de Mosela y, finalmente, los
debates sobre el librecambio y el proteccionismo, fue lo que me movió a ocuparme
por primera vez de cuestiones económicas. Por otra parte, en aquellos tiempos
en que el buen deseo de “ir adelante” superaba en mucho el conocimiento de la
materia, “Gaceta Renana” dejaba traslucir un eco del socialismo y del comunismo
francés, tañido de un tenue matiz filosófico. Yo me declaré en contra de ese
trabajo de aficionados, pero confesando al mismo tiempo sinceramente, en una
controversia con la “Gaceta General” de Ausburgo[2] que
mis estudios hasta ese entonces no me permitían aventurar ningún juicio acerca
del contenido propiamente dicho de las tendencias francesas. Con tanto mayor
deseo aproveché la ilusión de los gerentes de “Gaceta REnana”, quienes creían
que suavizando la posición del periódico iban a conseguir que se revocase la
sentencia de muerte ya decretada contra él, para retirarme de la escena pública
a mi cuarto de estudio.
Mi primer
trabajo emprendido para resolver las dudas que me azotaban, fue una revisión
crítica de la filosofía hegeliana del derecho[3],
trabajo cuya introducción apareció en 1844 en los “Anales francoalemanes”[4],
que se publicaban en París. Mi investigación me llevó a la conclusión de que,
tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado no pueden comprenderse
por sí mismas ni por la llamada evolución general del espíritu humano, sino
que, por el contrario, radican en las condiciones materiales de vida cuyo
conjunto resume Hegel siguiendo el precedente de los ingleses y franceses del
siglo XVIII, bajo el nombre de “sociedad civil”, y que la anatomía de la
sociedad civil hay que buscarla en la economía política. En Bruselas a donde me
trasladé a consecuencia de una orden de destierro dictada por el señor Guizot
proseguí mis estudios de economía política comenzados en París. El resultado
general al que llegué y que una vez obtenido sirvió de hilo conductor a mis
estudios puede resumirse así: en la producción social de su vida los hombres
establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad,
relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo
de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de
producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la
que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden
determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida
material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en
general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el
contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una
fase determinada de desarrollo las fuerzas productivas materiales de la
sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o,
lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de
propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de
desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas
suyas, y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base
económica se transforma, más o menos rápidamente, toda la inmensa
superestructura erigida sobre ella. Cuando se estudian esas transformaciones
hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las
condiciones económicas de producción y que pueden apreciarse con la exactitud
propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas,
religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra las formas ideológicas en
que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo.
Y del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de
sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de transformación por su
conciencia, sino que , por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por
las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las
fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. Ninguna formación
social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que
caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de
producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan
madurado dentro de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propone
siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, porque, mirando mejor, se
encontrará siempre que estos objetivos sólo surgen cuando ya se dan o, por lo
menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización. A
grandes rasgos, podemos designar como otras tantas épocas de progreso en la
formación económica de la sociedad el modo de producción asiático, el antiguo,
el feudal y el moderno burgués. Las relaciones burguesas de producción son la
última forma antagónica del proceso social de producción; antagónica, no en el
sentido de un antagonismo individual, sino de un antagonismo que proviene de
las condiciones sociales de vida de los individuos. Pero las fuerzas
productivas que se desarrollan en la sociedad burguesa brindan, al mismo
tiempo, las condiciones materiales para la solución de este antagonismo. Con
esta formación social se cierra, por lo tanto, la prehistoria de la sociedad
humana.
Federico
Engels, con el que yo mantenía un constante intercambio escrito de ideas desde la
publicación de su genial bosquejo sobre la crítica de las categorías económicas
(en los Deutsch‑Französische Jahrbücher)[5],
había llegado por distinto camino (véase su libro La situación de la clase
obrera en Inglaterra) al mismo resultado que yo. Y cuando, en la primavera de
1845, se estableció también en Bruselas, acordamos elaborar en común la
contraposición de nuestro punto de vista con el punto de vista ideológico de la
filosofía alemana; en realidad, liquidar cuentas con nuestra conciencia
filosófica anterior. El propósito fue realizado bajo la forma de una crítica de
la filosofía poshegeliana[6].
El manuscrito ‑dos gruesos volúmenes en octavo‑ ya hacía mucho tiempo que había
llegado a su sitio de publicación en Westfalia, cuando no enteramos de que
nuevas circunstancias imprevistas impedían su publicación. En vista de eso,
entregamos el manuscrito a la crítica roedora de los ratones, muy de buen
grado, pues nuestro objeto principal: esclarecer nuestras propias ideas, ya
había sido logrado. Entre los trabajos dispersos en que por aquel entonces
expusimos al público nuestras ideas, bajo unos u otros aspectos, sólo citaré el
Manifiesto del Partido Comunista escrito conjuntamente por Engels y por mí, y
un Discurso sobre el librecambio, publicado por mí. Los puntos decisivos de
nuestra concepción fueron expuestos por primera vez científicamente, aunque
sólo en forma polémica, en la obra Miseria de la filosofía, etc., publicada por
mí en 1847 y dirigida contra Proudhon. La publicación de un estudio escrito en
alemán sobre el Trabajo asalariado[7],
en el que recogía las conferencias que había dado acerca de este tema en la Asociación
Obrera Alemana de Bruselas[8],
que interrumpida por la revolución de febrero, que trajo como consecuencia mi
alejamiento forzoso de Bélgica.
La publicación
de la “Nueva Gaceta Renana” (1848‑1849) y los acontecimientos posteriores
interrumpieron mis estudio económicos, que no pude reanudar hasta 1850, en
Londres. El enorme material sobre la historia de la economía política acumulado
en el British Museum, la posición tan favorable que brinda Londres para la
observación de la sociedad burguesa y, finalmente, la nueva etapa de desarrollo
en que parecía entrar ésta con el descubrimiento del oro en California y en
Australia, me impulsaron a volver a empezar desde el principio, abriéndome
paso, de un modo crítico, a través de los nuevos materiales. Estos estudios a
veces me llevaban por sí mismos a campos aparentemente alejados y en los que
tenía que detenerme durante más o menos tiempo. Pero lo que sobre todo reducía
el tiempo de que disponía era la necesidad imperiosa de trabajar para vivir. Mi
colaboración desde hace ya ocho años en el primer periódico anglo‑americano, el
New York Daily Tribune, me obligaba a desperdigar extraordinariamente mis
estudios, ya que sólo en casos excepcionales me dedico a escribir para la
prensa correspondencias propiamente dichas. Sin embargo, los artículos sobre
los acontecimientos económicos más salientes de Inglaterra y del continente
formaba una parte tan importante de mi colaboración, que esto me obligaba a
familiarizarme con una serie de detalles de carácter práctico situados fuera de
la órbita de la verdadera ciencia de la economía política.
Este esbozo
sobre la trayectoria de mis estudios en el campo de la economía política tiende
simplemente a demostrar que mis ideas, cualquiera que sea el juicio que
merezcan, y por mucho que choquen con los prejuicios interesados de las clases
dominantes, son el fruto de largos años de concienzuda investigación. Pero en
la puerta de la ciencia, como en la del infierno, debiera estamparse esta
consigna:
Qui si convien
lasciare ogni sospetto;
Ogni viltá
convien che qui sia morta[9]
Londres, enero
de 1859.
Publicado en el
libro; Zur Kritik der plitischen Oekonomie von Karl Marx, Erstes Heft, Berlín
1859.
Notas:
[1] Gaceta renana (“Rheinische Zeitung”): diario radical que se publicó
en Colonia en 1842 y 1843. Marx fue su jefe de redacción desde el 15 de octubre
de 1842 hasta el 18 de marzo de 1843.
[2] Gaceta general (“Allegemeine Zeitung”): diario alemán reaccionario
fundado en 1798; desde 1810 hasta 1882 se editó en Ausburgo. En 1842 publicó
una falsificación de las ideas del comunismo y el socialismo utópicos y Marx lo
desenmascaró en su artículo “El comunismo y el Allegemeine Zeitung de
Ausburgo”, que fue publicado en Rheinische Zeitung en octubre de 1842.
[3] K. Marx, Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de
Hegel.
[4] Deutsch‑französische Jahrbücher (“Anales franco‑alemanes”): órgano de
la propaganda revolucionaria y comunista, editado por Marx en parís, en el año
1844.
[5] “Anales franco‑alemanes”.
[6] Marx y Engels, La ideología alemana.
[7] Marx, Trabajo asalariado y capital.
[8] La Asociación Obrera Alemana de Bruselas fue fundada por Marx y
Engels a fines de agosto de 1847, con el fin de educar políticamente a los
obreros alemanes residentes en Bélgica y propagar entre ellos las
ideas del comunismo científico. Bajo la dirección de Marx, Engels y sus
compañeros, la sociedad se convirtió en un centro legal de unión de los
proletarios revolucionarios alemanes en Bélgica y mantenía contacto directo con
los clubes obreros flamencos y valones. Los mejores elementos de la asociación
entraron luego en la organización de Bruselas de la Liga de los Comunistas. Las
actividades de la Asociación Alemana en Bruselas se suspendieron poco después
de la revolución burguesa de febrero de 1848 en Francia, debido al arresto y
expulsión de sus miembros por la policía belga.
[9] Déjese aquí cuanto sea recelo;/ Mátese aquí cuanto sea vileza.
(Dante, La divina comedia).
Fuente: Marxists.org.
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