Tal día
como hoy de 1991 y tras un largo exilio, fallecía en Madrid la insigne filósofa
María Zambrano. De firmes convicciones republicanas, unió siempre su compromiso
político a su labor intelectual. La recordamos con este bello texto escrito en
1970.
Entre el ver y el escuchar
El Viejo Topo
6 febrero, 2022
Algo se forma
entre el ver y el oír; entre el mirar y el escuchar. Algo más, como en las
combinaciones químicas en que un cuerpo nace de la unión entre dos elementos.
El agua, por ejemplo. Y para que algo nuevo nazca mediante este proceso han de
ser ellos diferentes o contener, si son sustancias compuestas, un elemento
diferente que es liberado al producirse la combinación. Es decir, que lo igual
se suma simplemente y lo diverso es lo que, uniéndose, da origen a algo
nuevo.
Desde luego, no
resulta cosa tan simple el buscar qué es lo que se produce cuando dos sentidos
se combinan entre sí, porque es un tanto inasible, como lo son en grado sumo
todas las cosas de nuestra psique. Y antes aún, porque cada sentido tiene sus
ayudantes en otros sentidos, revelados o no. ¿Sabemos acaso cuántos sentidos en
verdad tenemos? ¿No existirán sentidos desconocidos todavía, implicados en
otros, o emplazados en lugares del sistema nervioso no identificados quizás?
No es desde un
punto de vista fisiológico, sino psicológico como nosotros abordamos aquí los
sentidos. Y aún verdad más que de una consideración psicológica, se trata en
esas notas, de una consideración modestamente fenomenológica; de una reflexión
sobre los datos de nuestro sentir.
Pues de lo que
sentimos se trata antes que nada. Descifrar lo que se siente, percibir con
cierta nitidez lo que dentro de uno mismo pasa, es una exigencia del ser
persona. La vida que dentro de nosotros fluye pierde una cierta transparencia.
Los sentidos,
es decir, lo que a nosotros llega a través de ellos, se recorta sobre un cierto
fondo. Un dato sensorial supone y lleva consigo todo un mundo, quizás el mundo
todo. Mas de una cierta manera. Un sentido es un camino hacia la realidad, una
vía de acceso a ella. Lo cual sucede, sin duda, porque la realidad es
inagotable. Y porque hemos perdido, si alguna vez lo tuvimos, el contacto
inmediato con lo real en sí mismo.
Vista y oído
son los dos sentidos príncipes, los dos más nobles, los más diferenciados
también, ya que tacto y gusto son como modulaciones de una sensibilidad
general. El olfato se acerca un poco al oído; los dos se recogen dentro de una
cavidad sinuosa.
El oído recoge
los sonidos, es obvio. Sin embargo, estos sonidos son sentidos como llamadas,
avisos, señales que anuncian que algo va a llegar o que algo se está yendo. Los
rumores tienden a hacerse sonidos dentro de una atención espontánea, que es la
que nos muestra más que la atención voluntaria, el originario sentir que nos
habita y que nos mueve. Cuántas veces creemos que nos llama una voz cuando
solamente se trata de un sonido emitido ni siquiera por un ser animado: por una
puerta que chirría, por un cristal que vibra. Y en el viento discernimos
lamentos, llantos, quejas. Los rumores y aun los sonidos tienden inmediatamente
a cobrar alma, como si el sentido del oído fuese un órgano conectado muy
íntimamente con ella, con sus secretos, temores y esperanzas. Y, así, al filo
del oído, de los errores que nos hace cometer, podemos discernir esa
última, secreta, indefinible esperanza que nos habita, de ser llamados por
nuestro nombre por alguien y aun por algo que no conocemos, de oírnos llamar de
una vez por todas. Una llamada que nos procure la íntima certeza de sabernos
conocidos, conocidos del todo, enteramente identificados por alguien o por algo
más allá de lo cuotidiano.
Lo que se oye
mueve el ánimo todavía más de lo que se ve. El grito de la víctima es más
desgarrador que su propia vista. Y una palabra sola puede más que la presencia
real de una persona, cuando se trata de creerla, de creer en ella. Lo que se
oye es más prenda de fe que lo que se ve. Lo cual no deja de estar en relación
con la definición tradicional de la fe que dice que es creer lo que no vemos.
No obstante, en esta misma tradición se cree por la palabra escuchada y
guardada.
Entre lo visto
y quien ve existe una distancia. Una distancia que no solo es física –que
existe también el oír– sino en el ánimo, en la actitud del que ve, que aunque
se acerque físicamente para ver mejor el objeto de mira, se está alejando al
mismo tiempo para darle espacio, lugar donde se recorte. Y así lo visto se
convierte o tiende a convertirse en objeto. Lo que se oye, al contrario, se
adentra en al ánimo, en el interior. Cuando se produce una reacción motora, un
movimiento, si se trata del ver, es ir a tocar lo visto –se haga o no– y cuando
se trata del oír, es también ir hacia ello, pero no a tocarlo. En principio es
un ir que es un acudir o un presentarse, a no ser que en lo oído
específicamente haya señales de algo que hay que ir a ver. Lo que llega por el
oído llama a la unión –así Ulises hubo de taparse los oídos para no oír el
canto de las sirenas. Es la voz la portadora del destino.
Artículo publicado en la revista Educación, Puerto Rico, en 1970.
Fuente: Aurora: papeles del Seminario María Zambrano, 2012, p. 46-47.
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