La OTAN como religión
Por Alfred de
Zayas
Rebelion
29/01/2022
Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
La controversia
entre Estados Unidos, la OTAN, Ucrania y Rusia no es totalmente nueva. Ya vimos
la posibilidad de que se produjeran graves problemas en 2014, cuando Estos
Unidos y los Estados europeos interfirieron en los asuntos internos de Ucrania
y de forma encubierta o abierta contribuyeron al golpe de Estado contra el
presidente elegido democráticamente de Ucrania, porque no jugaba el juego que
Occidente le había asignado. Por supuesto, nuestros medios de comunicación
aplaudieron el golpe como una “revolución de colores” con todos los oropeles de
democracia.
Tal como
señalan muchos profesores de derecho internacional y de relaciones
internacionales, entre los que se incluyen Richard Falk, John Mearsheimer,
Stephen Kinzer y Francis Boyle, la crisis de 2021/22 es una continuación lógica
de las políticas expansionistas que ha seguido la OTAN desde la desaparición de
la Unión Soviética. Esta estrategia de la OTAN lleva a la práctica la
pretensión de Estados Unidos de tener la “misión” de exportar su modelo
socioeconómico a otros países, con independencia de las preferencias de Estados
soberanos o la autodeterminación de los pueblos.
Aunque los
relatos de Estados Unidos y de la OTAN han demostrado ser inexactos y muchas
veces deliberadamente falsos, el hecho es que la mayoría de los ciudadanos del
mundo occidental cree de forma acrítica lo que se les dice. La “prensa de
calidad”, como New York Times, Washington Post, The Times, Le Monde, El País, Neue Zürcher
Zeitung y FAZ, es una eficaz caja de resonancia de las
opiniones de Washington y apoya con entusiasmo la ofensiva de relaciones
públicas y de propaganda geopolítica. Creo que se puede afirmar sin miedo a
equivocarse que la única guerra que ha ganado la OTAN es la guerra de la
información. Unos medios de comunicación corporativos dóciles y cómplices han
logrado persuadir a millones de personas en Estados Unidos y Europa de que los
tóxicos relatos de los Ministerios de Asuntos Exteriores son realmente verdad.
Creemos en el mito de la “Primavera Árabe” y del “EuroMaidan”, pero nunca oímos
hablar del derecho de autodeterminación de los pueblos, incluidos los rusos de
Donetsk y Lugansk, ni de lo que se podría llamar “Primavera Crimea”.
A menudo me
pregunto cómo es posible esto cuando sabemos que Estados Unidos mintió
deliberadamente en el caso de conflictos anteriores para hacer que un agresión
pareciera una “defensa”. Se nos mintió respecto al incidente del “Golfo de
Tonkin” y a las supuestas armas de destrucción masiva en Irak. Hay muchas
pruebas de que la CIA y el M15 han organizado acontecimientos de “falsa
bandera” en Oriente Próximo y otros lugares. ¿Por qué estas masas de personas instruidas
no toman cierta distancia y se hacen más preguntas? Me atrevo a formular la
hipótesis de que la mejor manera de entender el fenómeno de la OTAN es
entenderlo como una religión laica. De este modo se nos permite creer sus
relatos inverosímiles, porque podemos aceptar que son ciertos por una cuestión
de fe.
Por supuesto,
la OTAN no es precisamente una religión de las Bienaventuranzas y del Sermón de
la Montaña (Matías V, 3-10), excepto por una Bienaventuranza típicamente
occidental: Beati
Possidetis, esto es, bienaventurados quienes poseen y
ocupan. Lo que es mío, es mío; lo que es tuyo es negociable. Lo que ocupo lo he
robado con todas las de la ley. Si consideramos la OTAN como una religión,
podemos entender mejor determinados acontecimiento políticos en Europa y
Oriente Próximo, Ucrania, Yugoslavia, Libia, Siria e Irak.
El credo de la
OTAN es un tanto calvinista, un credo por y para los “elegidos”. Y, por
definición, nosotros, Occidente, somos los “elegidos”, lo que significa “los
buenos”. Solo nosotros nos salvaremos. Todo esto se puede aceptar por una
cuestión de fe. Como cualquier religión, la religión de la OTAN tiene sus
propios dogmas y su propio vocabulario. En el vocabulario de la OTAN una
“revolución de colores” es un golpe de Estado, democracia es sinónimo de
capitalismo, intervención humanitaria implica “cambio de régimen”, “imperio de
la ley” significa NUESTRAS normas, el “Satán número uno” es Putin y el Satán
número dos es Xi Jinping.
¿Podemos creer
en la religión de la OTAN? Desde luego. Como escribió el filósofo
romano-cartaginés Tertuliano en el siglo III d.C., credo quia absurdum: lo creo porque es absurdo. Y lo que es peor que el absurdo común y
corriente, exige mentir constantemente al pueblo estadounidense, al mundo, a la
ONU.
¿Ejemplos? El
montaje propagandístico de las armas de destrucción masiva en 2003 no fue una
simple “pia fraus” o mentira piadosa. Estuvo bien organizado y hubo muchos artífices. Lo
triste es que un millón de personas iraquíes lo pagaron con sus vidas y su país
quedó devastado. Como estadounidense, tanto yo como muchas otras personas
gritamos “no en nuestro nombre”, pero ¿quién nos escuchó? El entonces
Secretario General de la ONU Kofi Annan afirmó muchas veces que la invasión era
contraria a la Carta de la ONU y cuando los periodistas le instaron a ser más
preciso, afirmó que la invasión era “una guerra ilegal”. Peor que meramente una
guerra ilegal era la violación más grave de los Principios de Nuremberg desde
los juicios de Nuremberg, una auténtica revuelta contra el derecho
internacional. No solo Estados Unidos sino también la llamada “Coalición de
Voluntarios”, 43 Estados aparentemente comprometidos con la Carta de la ONU y
con el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, atacaron
deliberadamente el estado de derecho internacional.
Se podría
pensar que después de que te hayan mentido en cuestiones de vida o muerte,
habría un sano escepticismo, un cierto grado de precaución; es de supone que
las personas racionales pensarían “¿no hemos oído este tipo de propaganda
antes?”. Pero no, si la OTAN es realmente una religión, aceptamos a priori sus
dictámenes por una cuestión de fe. No ponemos en duda a [el actual secretario
general de la OTAN] Jens Stoltenberg. Parece que existe un acuerdo tácito de
que mentir en asuntos de Estado es “honorable” y que cuestionarlo es
“antipatriótico”, de nuevo el principio maquiavélico de que el supuesto buen
fin justifica los malos medios.
La apostasía es
uno de los problemas de cualquier religión. Ocurre a menudo cuando los líderes
de una religión mienten descaradamente a los fieles. Cuando las personas
pierden la fe en los dirigentes actuales, buscan otra cosa en la que creer, por
ejemplo, la historia, la herencia, la tradición. Me atrevo a considerarme un
patriota estadounidense y un apóstata de la religión de la OTAN, porque rechazo
la idea de “apoyo a mi país actúe bien o mal” (1). Quiero que mi país actúe
correctamente y haga justicia, y que cuando el país vaya por el camino
equivocado, quiero que vuelva a los ideales de la Constitución, de nuestra
Declaración de Independencia, del discurso de Gettysburg (2), algo en lo que
todavía puedo creer.
La OTAN se ha
convertido en la religión perfecta para los matones y los belicistas, al igual
que otras ideologías expansivas del pasado. En el fondo los romanos estaban
orgullosos de sus legiones, los granaderos franceses morían gustosamente por
las glorias de Napoleón, miles de soldados aplaudieron las campañas de
bombardeo sobre Vietnam, Laos y Camboya.
Considero que
la OTAN está dentro de la tradición del matón del pueblo. Pero la mayoría de
los estadounidense no pueden saltar sobre sus propias sombras. La mayoría de
los estadounidenses carece emocionalmente de la temeridad de rechazar a
nuestros dirigentes, quizá porque la OTAN afirma ser una fuerza positiva para
la democracia y los derechos humanos. Yo preguntaría a las víctimas de los
drones y del uranio empobrecido en Afganistán, Irak, Siria y Yugoslavia qué
opinan del historial de la OTAN.
Muchas
religiones son solipsistas, autocomplacientes, se basan en la premisa de que
ella y solo ella posee la verdad y de que el demonio amenaza esa verdad. La
OTAN es una clásica religión solipsista, autosuficiente, interesada, basada en
la premisa de que la OTAN es por definición la Fuerza buena. Un solipsista es
incapaz de reflexionar sobre sí mismo, es incapaz de autocrítica, es incapaz de
ver a los demás como a sí mismo, con fortalezas y debilidades, y posiblemente
con algunas verdades también.
La OTAN se basa
en el dogma de la “excepcionalidad” que Estados Unidos ha practicado durante
más de dos siglos. Según la doctrina de la “excepcionalidad”, Estados Unidos y
la OTAN están por encima del derecho internacional e incluso del derecho
natural. “Excepcionalidad” es otra forma de expresar el dicho latino “quod licet Jovi, non licet bovi”: lo que Júpiter puede hacer no está permitido al común de los mortales.
Nosotros somos los “bovi”, los bovinos.
Por otra parte,
en Occidente estamos tan acostumbrados a nuestra “cultura del engaño” que reaccionamos
sorprendidos cuando otro país simplemente no acepta que le hemos engañado. Esta
cultura del engaño se ha convertido en algo tan natural para nosotros que ni
siquiera nos damos cuenta cuando engañamos a otro. Es una forma de
comportamiento depredador que la civilización todavía no ha logrado erradicar.
Pero,
honestamente, ¿acaso la OTAN no es también un reflejo del imperialismo del
siglo XXI, muy cercano al neocolonialismo? La OTAN no solo provoca y amenaza a
los rivales geopolíticos, sino que en realidad saquea y explota a sus propios
Estados miembros, no por la seguridad de esos, sino a beneficio del complejo
militaro-industrial. A todo el mundo le debería parecer obvio, aunque no lo es
en absoluto, que la seguridad de Europa radica en el diálogo y el compromiso,
en comprender los puntos de vista de todos los seres humanos que viven en el
continente. La seguridad nunca fue idéntica a la carrera de armamento y al
ruido de sables.
Según el relato
dominante, los crímenes cometidos por la OTAN en los últimos 73 años no son
crímenes, sino lamentables errores. No solo como jurista, sino también como
historiador reconozco que puede que estemos perdiendo la batalla por la verdad.
Es bastante probable que dentro de treinta, cincuenta, ochenta años la propaganda
de la OTAN se imponga como la verdad histórica aceptada, sólidamente
consolidada y repetida en los libros de historia. En parte se debe a que la
mayoría de los historiadores, al igual que los abogados, son plumas de
alquiler. Olviden la ilusión de que a medida que pasa el tiempo aumenta la
objetividad histórica. Bien al contrario, todos los bulos que los testigos
presenciales pueden desmontar hoy se acaban convirtiendo en el relato histórico
aceptado una vez que han muerto todos los expertos y ya no pueden cuestionar
ese relato. Olviden los documentos desclasificados que contradicen el relato,
porque la experiencia nos enseña que solo muy raras veces pueden acabar con una
mentira política bien arraigada. En efecto, la mentira política no morirá hasta
que haya dejado de ser útil políticamente.
Por desgracia,
muchas personas en Estados Unidos y Europa siguen asumiendo el relato de la
OTAN, quizá porque es fácil y reconfortante pensar que nosotros somos “los
buenos” y que los “graves peligros” que hay “fuera de aquí” hacen que la OTAN
sea necesaria para nuestra superviviencia. Como escribió Julio César en
su De bello
civile, “quae volumus,
ea credimus libenter”, esto es, creemos lo que queremos creer; dicho
de otro modo, “mundus vult decepi”, es decir, en realidad el mundo
quiere ser engañado
Objetivamente,
la expansión de la OTAN y las constantes provocaciones a Rusia fue y es un
peligroso error geopolítico, una traición a la confianza que le debemos al
pueblo ruso y, lo que es peor, una traición a la esperanza de paz que comparte
la gran mayoría de la humanidad. En 1989-1991 tuvimos la oportunidad y la
responsabilidad de garantizar la paz del mundo. La arrogancia y la megalomanía
mataron esa esperanza. El complejo militaro-industrial-financiero se basa en la
guerra perpetua para seguir haciendo miles de millones de beneficios. 1989
podría haber marcado el comino de una era de aplicación de la Carta de las
Naciones Unidas, de respeto del derecho internacional, de convertir las
economías que dan prioridad a lo militar en economías de seguridad de los seres
humanos y de servicios para ellos, de recorte de los inútiles presupuestos
militares y de orientar los fondos liberados a erradicar la pobreza, la malaria
y las pandemias, y de dedicar más fondos a la investigación y a desarrollar el
sector sanitario, a mejorar hospitales e infraestructuras, a luchar contra el
cambio climático, al mantenimiento de carreteras y puentes …
¿Quién es
responsable de esta enorme traición al mundo? El difunto presidente George H.W.
Bush y la difunta primera ministra británica Margaret Thatcher, junto con sus
sucesores y todos sus asesores neoconservadores y defensores del
“excepcionalismo”, además de los think tanks y los expertos que les alentaron.
¿Cómo fue
posible esta traición? Solo por medio de la desinformación y la propaganda.
Solo con la complicidad de los medios corporativos, que aplaudieron las ideas
del “final de la historia” y del “ganador se queda con todo” de Fukuyama.
Durante un tiempo la OTAN se deleitó con la ilusión de ser la única potencia
hegemónica. ¿Cuánto duró esta quimera de un mundo unipolar? ¿Y cuántas
atrocidades cometió la OTAN para imponer su hegemonía al mundo, cuántos
crímenes contra la humanidad se cometieron en nombre de la “democracia” y de
los “valores europeos”?
Los medios
corporativos siguieron dócilmente el juego al declarar a Rusia y China nuestros
enemigos jurados. Cualquier discusión razonable con los rusos y los chinos era
y es condenada como “[política de] apaciguamiento”. Pero ¿no deberíamos
mirarnos al espejo y reconocer que los únicos que deberíamos “apaciguarnos”
somos nosotros? En efecto, tenemos que calmarnos y dejar de agredir a todos los
demás: tenemos que parar las ofensivas tanto militares como informativas.
Si hay un país
al que le importa muy poco el estado de derecho internacional (que también se
conoce como el “orden internacional basado en normas” de Blinken) es, por
desgracia, mi país, Estados Unidos de América.
Algunos de los
tratados que Estados Unidos no ha ratificado son la Convención de Viena sobre
el Derecho de los Tratados, el Estatuto de la Corte Penal Internacional, la
Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, el Acuerdo de
Cielos Abiertos, el Protocolo Facultativo de la Convención de Viena sobre
Relaciones Diplomáticas, el Protocolo Facultativo de la Convención de Viena
sobre Relaciones Consulares, la Convención sobre los Derechos del Niño de las
Naciones Unidas, la Convención sobre los Trabajadores Migrantes, la Convención
sobre Derechos Económicos, Sociales y Culturales…
Finalmente
comprendemos que ni Huntington ni Fukuyama acertaron respecto al siglo XXI,
quien acertó fue Orwell.
Alfred de Zayas es profesor en la Geneva School of Diplomacy y desempeñó el cargo de
Experto Independiente de la ONU para la Promoción de un Orden Internacional
Democrático y Equitativo 2012-2018.
Notas de la
traductora:
(1) En el
original “my country right or wrong”, una expresión de patrioterismo atribuida
a un militar estadounidense del siglo XIX, Stephen Decatur.
(2) El discurso
de Gettysburg es el discurso más famoso de Lincoln. Lo pronunció en la ciudad
de Gettysburg el 19 de noviembre de 1863, cuatro meses y medio después de la
Batalla de Gettysburg de la guerra civil estadounidense. Invocando los
principios de igualdad de los hombres consagrados en la Declaración de
Independencia, Lincoln redefinió la guerra civil como un nuevo nacimiento de la
libertad para Estados Unidos y su ciudadanía.
Fuente: https://www.counterpunch.org/2022/01/24/nato-as-religion/
No hay comentarios:
Publicar un comentario