La invasión de Ucrania
Rebelion
22/01/2022
Fuentes: Ctxt
Desde el punto
de vista de los intereses europeos, nada sería más sencillo que establecer
estatutos de neutralidad y renunciar al despliegue de armas nucleares.
Que Rusia vaya
a “invadir Ucrania”, ocupando todo el país, está completamente descartado. En
las calles de Budapest todavía se ven los rastros de la ocupación soviética de
1956. Lo de entonces en Hungría sería de risa al lado de lo que pasaría en
Ucrania en tal caso. Eso es algo evidente para cualquiera mínimamente
informado, así que no merece la pena extenderse.
Otra cosa es
que, ante la falta total de resultados de la reclamación de Rusia a Estados
Unidos y la OTAN, exigiendo garantías de seguridad, debería haber una respuesta
“fuerte” de Moscú. Rusia anunció “medidas militares”. ¿Cuáles? Como
mínimo colocar misiles nucleares “tácticos” en Bielorrusia,
Kaliningrado y demás. Como máximo, una anexión del Donbass con el beneplácito
de la población local. Los actuales precios del petróleo al alza y la previsión
de que se mantendrán permiten con creces al Kremlin sufragar los costes
económicos de tales operaciones.
Podrían hacerse
también militarmente con la zona al sur del Donbass (Mariupol) para organizar
un cinturón de seguridad en dirección sur-oeste y empalmar las dos zonas
rebeldes con Crimea, pero esto último me parece extremadamente arriesgado. La
población de los distritos ucranianos de Zaporozhia y Jersón, mayoritariamente
rusoparlantes como la de Odessa, no lleva su rusofilia hasta el extremo de
desear ingresar en Rusia y romper con Ucrania, como fue claramente el caso de
la población de Crimea en 2014. En esa hipótesis extrema, habría mucha
violencia y la ocupación rusa se convertiría en un infierno…
Lo que está
claro es que Moscú hará algo. De lo contrario, todo parecería un farol. El oso
ruso, que después de veinticinco años sin hacerle ni caso ha proclamado “línea
roja” y tanto gruñe, perdería la cara. Toda la movida que ha iniciado Moscú con
la exigencia de “garantías de seguridad” no es teatro. Va en serio. Estaría
bien que nuestros medios de comunicación, nuestros expertos y nuestros
políticos informaran sobre (y se leyeran) los documentos propuestos por Moscú.
El proyecto de
acuerdo propuesto a Estados Unidos para disminuir la tensión señala en su
artículo 1 que las dos partes, “no deben emprender acciones que afecten a la
seguridad del otro”, y en el artículo 2 propone que las organizaciones
internacionales y alianzas militares de las que forman parte, “se adhieran a
los principios contenidos en la Carta de las Naciones Unidas”. Hay muchos otros
aspectos interesantes, por ejemplo en el artículo 7 se dice que “las partes
deben abstenerse de desplegar armas nucleares fuera de sus territorios
nacionales y repatriar a su territorio las que ya tengan desplegadas”. El mismo
artículo apunta que las partes “no deben entrenar al personal civil y militar
de los países no nucleares para usar armas nucleares”, ni “realizar maniobras
que contemplen el uso de armas nucleares”. Es la OTAN quien hace todo eso:
mantiene armas nucleares en países como Bélgica, Alemania, Holanda, Turquía e
Italia, y sus militares son entrenados en el manejo de bombarderos con
capacidad nuclear.
Rusia pide que la OTAN cese todo empeño en ampliarse hacia el Este, particularmente hacia Ucrania y Georgia. Que garantice que no estacionará baterías de misiles en países fronterizos con ella. Que se restablezca el acuerdo INF que Estados Unidos abandonó unilateralmente en agosto de 2019 y que se abra un diálogo Este/Oeste en materia de seguridad. Todo esto es manifiestamente razonable y merece una discusión pública a todos los efectos.
Es obvio que
Estados Unidos no quiere saber nada del asunto y las razones son claras: aunque
el verdadero adversario de Washington está en Asia, la gran potencia imperial
americana dejaría de serlo en cuanto dejase de dominar Europa. Ese es,
precisamente, el cometido de la OTAN. Henry Kissinger lo expresa así: “Sin
Europa, América se convertiría en una isla distante de las costas de Eurasia,
se vería en la soledad de un estatuto menor”. Así que es imperativo mantener la
tensión en Europa y para ello hay que continuar metiéndole el dedo en el ojo al
oso ruso. Pero, ¿tiene eso algo que ver con “intereses europeos”?
Salvo raras
excepciones, los periodistas y expertos europeos contribuyen a esa insensata y
ajena cruzada. Explican la cronología de la agresividad rusa comenzando con la
invasión rusa de Georgia de 2008, siguiendo con la anexión de Crimea de 2014 y
concluyendo con el fomento de la rebelión separatista en la región del Donbass
pocos meses después.
No explican que
la entrada de los rusos en Georgia tuvo lugar después de que
el ejército georgiano penetrara en Osetia del Sur –una de las regiones étnicas
de Georgia peleadas con el gobierno de esa república– donde el ejército ruso
tenía el estatus de fuerza de mantenimiento de la paz de Naciones Unidas, en lo
que fue un episodio de guerra relámpago del presidente georgiano Mijaíl
Sakashvili bendecido por el Presidente George W. Bush y aprovechando que Putin
viajaba a China para la olimpiada de Pekín.
No explican que
Rusia se anexionó Crimea solo después de que Estados Unidos y
la Unión Europea promovieran un cambio de régimen sobre la ola de una gran
protesta popular que derribó al gobierno legítimo de Ucrania, y cuyo momento
determinante fue el oscuro y mortal tiroteo de civiles en Kíev, probablemente a
cargo de los golpistas y sus padrinos occidentales.
Occidente, que
nunca ha movido un dedo por la anexión de Jerusalén Este y los Altos del Golán
por parte de Israel, por la ocupación del Sahara occidental a cargo de
Marruecos, o por la ocupación de la mitad de Chipre por Turquía, operaciones
todas ellas realizadas contra la voluntad de la mayoría de la población,
impuestas mediante la represión y la limpieza étnica, monta un gran escándalo
por la anexión rusa de Crimea, incruenta y que contó con el aplastante apoyo de
su población.
Nuestros
periodistas y expertos tampoco quieren situar la actual crisis en su
perspectiva de treinta años y prefieren omitir las escenas en las que Putin lo
explica con meridiana claridad. A cambio, nos ofrecen diariamente la
pormenorizada crónica de los desmanes y fechorías del régimen de Putin, o de Xi
Jinping, la mayoría de ellas completamente reales, sin cotejarla con los mucho
peores crímenes y fechorías de las potencias occidentales. La eliminación de
adversarios con polonio en Londres, la infame negación de responsabilidad en el
derribo del vuelo de Malaysia Airlines del 17 de julio de 2014, con sus 300
muertos y las demás flores de Moscú coincidieron mas o menos con el tiempo en
que un presidente de Estados Unidos galardonado con el Premio Nobel de la Paz
se desayunaba cada día en la Casa Blanca firmando las listas de la gente que su
ejército eliminaba con drones por doquier en el mundo. Centenares de asesinatos extrajudiciales.
Brutal está
siendo la ilegalización de la organización rusa “Memorial”, dedicada a la
memoria de los crímenes del estalinismo en los terribles años treinta
soviéticos. El escándalo por el trato a esta organización de furibundos
liberales anticomunistas, cuyos promotores siempre han considerado las masacres
de Stalin y su régimen como una consecuencia lógica de la Revolución de
Octubre, está más que justificado, pero siempre será un escándalo ambiguo e
incompleto sin atender al holocausto de
las guerras de Washington posteriores al 11-S de 2001. ¿A qué
memoria tendrán derecho en Occidente los 38 millones de desplazados que esas guerras han producido
desde Afganistán a Libia, pasando por Yemen, Pakistán, Irak, Somalia, Siria o
Filipinas?
Es posible que
a causa de su estupidez estratégica y de la mano de Estados Unidos, Europa se
meta en una fase peligrosa y turbulenta con Rusia. Desde el punto de vista de
los intereses europeos, nada sería más sencillo que renunciar a armas nucleares
en la parte oriental del continente y establecer un estatuto de neutralidad
para los países del Este de Europa, o como mínimo para Georgia, Ucrania y los
países bálticos. La histeria con la que se replica a ese tipo de escenarios,
diciendo que cualquier concesión en esa dirección supondría un “nuevo Yalta”
(Borrell) o hacer de esos países, “satélites de Rusia”, es absurda. No fueron
satélites Austria (cuyo Staatsvertrag de 1955 le dio la plena
soberanía, sin militares extranjeros a cambio de un estatus de neutralidad), ni
Finlandia, en una época en la que el poder de Moscú era infinitamente superior,
y no lo serán ahora. No es el sometimiento a Moscú de ningún país lo que está
en juego. Es la seguridad de Rusia, país frágil que no conviene agitar por su
alto potencial de inestabilidad interna. Es la paz y la soberanía bien
entendida, en Europa.
Fuente: https://ctxt.es/es/20220101/Firmas/38467/rusia-ucrania-invasion-otan-rafael-poch.htm
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