La COP26 finaliza como era de esperar…. un
estrepitoso fracaso
Por Diego Lotito y Elías Lavín /KAOSENLARED
Tras un
día de prórroga para cerrar la COP26 reunida en Glasgow, el acuerdo final no da
solución a ninguno de los problemas planteados al comienzo de la conferencia.
Como dijo Greta Thunberg: el acuerdo de la COP26 es puro “bla, bla, bla”.
Los
representantes de los casi 200 países que participan en la 26º Conferencia de
las partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio
Climático (COP26) cerraron este sábado por la noche, un día después de lo
previsto, un acuerdo por unanimidad en Glasgow, lleno de ambigüedades y sin
tomar medidas urgentes contra el cambio climático.
La
denominada por la prensa como la edición “más importante hasta el momento”, a
pesar de enmarcarse en un contexto de recrudecimiento de la crisis climática y
las alarmantes evidencias científicas recogidas en el Panel Intergubernamental
de Expertos para el Cambio Climático de la ONU (IPCC), termina sin proponer
ninguna medida de fondo contra la catástrofe ambiental global a la que nos
aboca el capitalismo.
El
acuerdo alcanzado es un claro retroceso incluso en relación a otras
declaraciones. El documento pide a los países que “reduzcan” el consumo de
carbón, pero no establece la imperiosa necesidad de eliminarlo. A su vez,
elimina la referencia a acabar con los combustibles fósiles y no fija plazos
consecuentes para impedir el aumento de 1,5ºC de la temperatura global antes de
2030, como ha recomendado hasta el hartazgo el IPCC.
Pero no
podía ser de otra manera en una cumbre dominada por los principales estados
imperialistas del mundo, en representación de sus respectivas corporaciones,
que son los principales emisores de CO2 del planeta. El vigesimosexto fracaso
de la COP no más que el reflejo de la incapacidad del sistema capitalista para
dar una salida a la crisis ecológica que ha generado.
Un
acuerdo que es puro “bla, bla, bla”
Las
palabras de la joven activista climática Greta Thunberg sobre el acuerdo de la
COP26 resumen perfectamente su contenido: es puro “bla, bla, bla”. Si algo
puede sacarse en claro del acuerdo, es el reconocimiento por parte de los
países que participan de la cumbre de que no están logrando nada de lo que se
han propuesto.
El
documento afirma que están “fallando” y que necesitan aumentar sus planes de
reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, pero la cumbre no ha
tomado ninguna medida en este sentido. Pero ni siquiera podía tomarlo, ya que
los acuerdos y resoluciones de la Convención no son vinculantes para los países
miembros.
Asistimos
a una verdadera farsa. Desde el Protocolo de Kioto en 1997 se han lanzado a la
atmósfera el 50% de las emisiones totales de CO2 que han tenido lugar desde el
inicio de la era industrial (en 1750), y solo en los últimos siete años se ha
emitido el 10%. Tras la Cumbre de París (2015) se registraron los mayores
incrementos en las emisiones de CO2 de la historia del capitalismo. Y mientras
se celebraba la cumbre, Europa votaba la inversión de 13.000 millones de euros
en subsidios públicos para proyectos de gas.
Previamente
al acuerdo, el borrador llamaba a los Gobiernos a acelerar la desinversión de
combustibles fósiles y planteaba acabar con el carbón. Se reconocía por primera
vez en un texto de la ONU que la quema de combustibles era la principal causa
del calentamiento global. Esta parte del texto, demasiado problemática para los
principales países exportadores de petróleo y carbón, se ha eliminado en el
acuerdo final, y se ha sustituido por una “exhortación” a los Estados a
aumentar el uso de energías renovables. Asimismo, ya no se habla de eliminar
las subvenciones a la exploración y producción de combustibles fósiles, sino de
eliminar las subvenciones a los combustibles “ineficientes”, un recurso para
que las empresas energéticas sigan destruyendo el planeta con tal de continuar
con sus negocios.
En 2020
la inversión mundial en combustibles fósiles fue de 350.000 millones de
dólares, según la Agencia Internacional de Energía (dependiente de la OCDE) y
el Fondo Monetario Internacional. Una cantidad que, si se compara con la
inversión en energías renovables, en torno a 100.000 millones, muestra las
prioridades de los capitalistas: energías baratas para obtener grandes
beneficios y, ya de paso, cargarse el planeta.
¿Justicia
climática?
El
acuerdo final tampoco representa ningún avance en términos de justicia
climática. Ni las propias compensaciones económicas acordadas en cumbres
anteriores entre los países capitalistas se cumplen. Las principales potencias
económicas del planeta siguen sin aportar los 100.000 millones de dólares
anuales al Fondo Verde de Adaptación, una cifra que habían acordado para 2020.
Estos acuerdos económicos son solo medidas cosméticas insuficientes que no
acaban con la situación de expolio de los estados imperialistas sobre los
países semicoloniales y dependientes, pero ni siquiera son capaces de cumplir
con ellos.
Los
países capitalistas más poderosos del mundo son los que más contribuyen a las
emisiones de CO2 y a la crisis climática. El 1% más rico de la población
mundial tiene una huella ecológica 175 veces mayor que el 10% más pobre. Las
emisiones de CO2 del 1% de la población de Estados Unidos, Luxemburgo y Arabia
Saudí son 2000 veces superiores a las la población pobre de Honduras,
Mozambique y Ruanda.
Quienes
más padecen esta “deuda climática” en forma de catástrofes ambientales son los
países y pueblos pobres del mundo. Una deuda que se suma a las deudas
económicas que estrangulan sus economías. El compromiso no vinculante de los
Estados imperialistas de destinar cerca de 40.000 millones de dólares a la
adaptación de los países pobres en 2025 es una verdadera infamia.
Vía
libre a continuar con el timo de los mercados de carbono
Otro de
los puntos del debate ha sido el de los mercados de carbono. Esto es, qué
ocurriría con el mecanismo de intercambio de derechos o unidades de emisiones
de gases entre países. Un mercado de unidades de emisiones de CO2 que permita a
los Estados más industrializados seguir quemando combustibles fósiles a costa
de las regiones más empobrecidas del planeta.
El
Protocolo de Kyoto generó este sistema que permite desde hace más de dos
décadas evadir los intrascendentes objetivos de reducciones gracias a
“mecanismos de flexibilidad”, que permitían ganar el derecho a emitir todavía
más dióxido de carbono mediante la compra y venta de “bonos de carbono”. Sí, el
capitalismo imperialista se las ingenió para crear un nuevo mercado: una bolsa
mundial de gases de decenas de miles de millones de dólares. Pues bien, la
COP26 ha decidido, ratificando el artículo 6 del Acuerdo de París, que se
podrán seguir con este timo.
Palabras
vacías y hechos dramáticos“Las cumbres mundiales sobre
el calentamiento global no son realmente efectivas sino más bien ejercicios de
diplomacia teatral”, escribió hace tiempo el filósofo y ecologista Jorge
Riechmann. La puesta en escena de la cumbre de Glasgow no ha sido la excepción.
Una mezcla de comedia y farsa, pero que es el preludio de la tragedia que nos
depara el capitalismo.
Si por
algo se caracterizan las cumbres climáticas, y esta tampoco ha sido la
excepción, es por hacer todo tipo de promesas a largo plazo que en ningún caso
se cumplirán. Los integrantes de la COP26 han prometido que para mediados de
siglo alcanzarán las denominadas emisiones netas cero, esto es, que solo
emitirán la misma cantidad de gases que la que puedan capturar con sumideros de
gases de efecto invernadero como los bosques. Esta medida impediría que el
aumento de la temperatura global supere los 1,5 grados centígrados respecto a
los niveles preindustriales. Pero no hay ninguna medida concreta ni acuerdo
vinculante que garantice que estos objetivos se cumplan. Un nuevo brindis al
sol. Eso sí, cada vez más caliente.
Las
promesas a largo plazo, para 2050 o más adelante, no cuadran con los planes a
corto plazo que han presentado oficialmente ante la ONU los distintos países.
La declaración final de Glasgow se centra en esos planes a corto plazo,
conocidos por las siglas en inglés NDC, los cuales resultan igualmente
insuficientes. Para cumplir la meta que señalábamos de 1,5 grados que fija el
Acuerdo de París, es preciso que las emisiones de dióxido de carbono, entre
otros gases de efecto invernadero, caigan un 45% en 2030 respecto a los niveles
de 2010. Nada más lejos de la realidad, los NDC presentados hasta ahora
llevarán a que las emisiones globales sean un 13,7% mayores en 2030 que en
2010.
Pero
incluso estos planes son una burla. Porque la realidad es que, en el marco de
la crisis energética mundial que estamos transitando, los planes de los 15
principales productores de combustibles fósiles del mundo son producir más del
doble de petróleo, gas y carbón hasta 2030.
Una
estrategia revolucionaria para enfrentar la catástrofe ambiental
Las
grandes corporaciones capitalistas y los gobiernos de las principales potencias
contaminantes del planeta, los verdaderos actores de las cumbres, son
impotentes para frenar la crisis climática, porque para hacerlo es necesario
intervenir despóticamente en el terreno de la propiedad privada capitalista y
establecer un plan democrático y racional de la economía que pueda restablecer
un equilibrio entre la sociedad y la naturaleza.
La
solución a la crisis climática no va a venir, por lo tanto, desde las entrañas
del propio sistema que nos lleva a la catástrofe. Ni tampoco de los partidos y
movimientos políticos que creen que este sistema es reformable, como quienes
promueven Planes de descarbonización o grandes acuerdos de la mano de las
corporaciones, como los que promueven en el Estado espaolo el Gobierno del PSOE
y Unidas Podemos, o Más País.
Es
necesario imponer medidas drásticas y urgentes para activar el “freno de
emergencia” que pare la irracionalidad capitalista y evitar así la catástrofe
ambiental que nos amenaza. Esto solo puede ser posible si la planificación
económica y los planes de transición energética se encuentra en manos de la
única clase que por su situación objetiva y sus intereses materiales tiene la
capacidad de hegemonizar una alianza con el resto de los sectores oprimidos que
son los que más sufren la crisis ecológica: la clase trabajadora.
La clase
obrera, en toda su heterogeneidad –que incluye a sus diferentes nacionalidades,
pueblos originarios y la lucha de las mujeres contra la opresión patriarcal–
cuenta con la fuerza social para llevar adelante una alianza obrera, popular y
juvenil para terminar con la doble alienación del trabajo y la naturaleza que
impone el capitalismo y avanzar hacia una planificación realmente democrática y
racional de la economía.
Como
dice la declaración impulsada por jóvenes, estudiantes y trabajadores de las
juventudes y agrupaciones anticapitalistas, socialistas y revolucionarias
impulsadas por la Fracción Trotskista – Cuarta Internacional (FT-CI) en la
pasada Huelga Mundial por el Clima del 24 de septiembre: ¡Si el capitalismo y
sus gobiernos destruyen el planeta, destruyamos al capitalismo!
https://www.izquierdadiario.es/La-COP26-finaliza-como-era-de-esperar-un-estrepitoso-fracaso
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