¿Qué
significa tomarse en serio a VOX? Ser capaces de construir una propuesta
político-cultural con voluntad de hegemonía que dispute a las derechas España
como proyecto e imaginario socialmente vivido, con una idea fuerte de soberanía
popular.
Tomarse en serio a Vox
El Viejo Topo
25 octubre, 2021
Lo mejor es
empezar por lo importante: el imaginario político-constitucional y la
simbología del sistema está fuertemente hegemonizado por las derechas.
¿Exagero? Creo que no. Frente a esto, la izquierda tiene muy poco que oponer y
corre el peligro de perder su centralidad en el país. Quisiera argumentar tres
asuntos: primero, cómo empezó esta hegemonía; segundo, el contenido del
discurso de las derechas y, tercero, lo que significa Vox en
este contexto.
Todo empezó con
algo que se olvida hoy, a saber, la reacción de los poderes fácticos que
llevaron a la disolución de la UCD, el intento de golpe de Estado
del 23F y la refundación del Partido Popular. Aznar lo
dejó muy claro: una derecha sin complejos que no admitía ninguna superioridad
moral de las izquierdas; es decir, de las fuerzas democráticas que emergían de
la clandestinidad. ¿Qué significaba esto? Que el PP no estaba dispuesto a
criticar el franquismo, a romper en serio con él y que pasaban a la ofensiva
para disputarle a las izquierdas el proyecto de país, en momentos, hay que
subrayarlo, en el que este cambiaba sustancialmente. No es casualidad que en
los años del “felipismo”, de la integración en el OTAN y
en el Mercado Común, de reconversión industrial y social, las
derechas levantaran una plataforma cultural que tenía en su centro el debate
sobre la historia, sobre nuestra reciente historia. La izquierda, como suele
ser habitual en ella, miró con desprecio la operación, se centró en la historia
profesional y le dejó todo el campo libre a los Pío Moa, a
los Jiménez Losantos y los César Vidal. La
paradoja era que la izquierda, en nombre de la reconciliación, hablaba poco y
con prudencia de la Guerra Civil mientras los publicistas de
la derecha la convertían en tema central de sus preocupaciones e iniciaron un
trabajo de masas con un objetivo claro: deslegitimar la Segunda
República, justificar el golpe de Estado dirigido por el general Mola y,
lo más importante, validar la dictadura de Franco.
El discurso de
las derechas se ha ido construyendo sobre las debilidades de la izquierda y el
viento conservador que venía de Europa y de EEUU.
La Transición es analizada como obra de ingeniería de una clase política franquista
dirigida por Juan Carlos I. La oposición democrática aparece como
actor necesario y, casi siempre, subalterno. Adolfo Suárez, el
hombre más odiado por las derechas de la época, está hoy situado en los altares
y su aliado, Santiago Carrillo, en los infiernos de la historia. La
operación es curiosa: el Partido Comunista, de actor imprescindible
en la Transición, se ha ido convirtiendo por las derechas en un obstáculo para
nuestra democracia; como dijo un conocido magistrado, lo anormal es que una democracia
seria permita la existencia legal de los comunistas.
Las derechas
han sabido patrimonializar nuestro imaginario constitucional y sus símbolos
políticos convirtiéndolos en arma contra unas izquierdas que, a su vez, ha ido
perdiendo consistencia política y capacidad (contra)hegemónica. La operación es
inteligente y tiende a expulsarlas del sistema político, arrinconarlas,
situándolas a la defensiva y dejarlas sin iniciativa política. Ellas son
la anti España. La Constitución se ha convertido
progresivamente en algo suyo; sagrada, inmodificable, intocable y cada vez más
apartada de la realidad que tiende a ordenar. El rey, la Casa de los
Borbones, son defendidos férreamente y sin concesiones; las lucrativas
actividades del Rey emérito negadas o, en todo caso,
justificadas. La bandera constitucional se ha ido convirtiendo en un
instrumento político y arma arrojadiza contra las izquierdas. El nacional-catolicismo retorna
como víctima ante la tremenda agresión a la familia y a los valores
tradicionales de la cultura cristiana. El problema con este Papa es
evidente y lo sortean con cierta habilidad. Resumiendo: de nuevo las derechas
tienen Rey, Patria, Dios y, esta
vez, Constitución. España es suya.
Con la llegada
de Vox se produce un cambio cualitativo, una ruptura que cambia agenda y
sistema. De la derecha sin complejos pasamos a un nacionalismo español
explícito con vocación de mayoría, de gobierno y de poder. ¿Cómo ha sido
posible esto? Los factores que lo explican son internos, ampliados por los
vientos de la época y tienen que ver centralmente con el intento de secesión de
Cataluña y la posible ruptura del Estado español. Los actos tienen
consecuencias. Se produjo una reacción enorme en Cataluña y en
el resto de España. Dicho de otra forma, el paso del autonomismo al
independentismo generó una crisis existencial del Estado, una “autonomización”
significativa de sus aparatos e instituciones y, sobre todo, la emergencia de
un potente nacionalismo español con voluntad de hegemonía en sentido estricto.
La singularidad
española tiene que ver con el tipo de derecha que es el PP. El partido
refundado por Aznar y el partido Vox tienen la misma tradición, el mismo
sustrato ideológico y, en último término, el mismo discurso político. El
militante del PP, una parte de sus votantes, sueñan con la jefatura de Abascal,
se sienten sentimental y culturalmente parte del mundo de Vox y como, además,
empiezan a tener la sensación de que su discurso tiene posibilidades de vencer,
la situación de Pablo Casado se hace difícil y sin salidas
claras. Ha existido la duda de si Vox pretendía ser un instrumento para cambiar
al PP o construirse como alternativa a él. Todo apunta a que hoy Vox se siente
con fuerza para convertirse en la derecha mayoritaria, cambiar el mapa político
del país y, es mi opinión, de régimen.
Toda sociedad
necesita auto representarse, construir imaginarios que validen las
instituciones y una simbología que los identifique. Si se analizan con cuidado
y con cierta distancia el nacionalismo español y los nacionalismos periféricos
que hoy son independentistas, se observarán similitudes, estrategias parecidas,
una lucha sin cuartel por la memoria histórica, por la construcción de
comunidades imaginadas que justifiquen la ruptura y legitimen la polarización
política. No les interesa la historia de los historiadores, sino aquella que se
pueda convertir en sentido común de masas, en fundamento de una identidad. Lo
más dramático es que la izquierda se encuentra cada vez más al margen de este
juego, sin proyecto claro de país, obligada a pactar con las fuerzas
nacionalistas para alcanzar su modesto programa económico-social.
El dilema no es
fácil de resolver, pero al menos habrá que hacerlo emerger y convertirlo en
problema: o dejamos España como concepto e imaginario a las derechas o la
disputamos desde otra propuesta política y cultural. Hay quien piensa que la
cuestión puede ser eludida y hay quien defiende, más o menos, que no tiene
solución. Otros, más audaces, piensan que es bueno y posible romper en varios
pedazos el España, es decir, ir alegremente a la guerra civil o al golpe de
Estado. Durante mucho tiempo se pensó que la globalización y la integración
europea resolverían los viejos y nuevos problemas territoriales. La
construcción de la Europa Unida iría deconstruyendo el Estado nacional y, por
caminos contradictorios, terminaríamos en otro que reconocería la singularidad
de las distintas nacionalidades históricas. A más Europa menos España.
La dialéctica
entre la Unión Europea y los Estados nacionales se está haciendo muy viva en
este periodo. Hay muchos falsos debates y demasiadas posiciones cargadas
ideológicamente. La lógica operacional de la Comisión y
del Tribunal de Justicia de la Unión generan resistencias que
hacen fuertes a los soberanistas de derechas y da mucha munición a los
populismos conservadores. El objetivo es ya diáfano: una constitución (formal y
material) supranacional sin proceso constituyente, es decir, cambiar el régimen
político de los Estados eludiendo los gravosos procedimientos democráticos para
su reforma. No cabe confundirse, ninguna de estas fuerzas de derecha dura
pondrá en cuestión este tipo de integración europea; ninguna pretende realmente
volver al Estado nacional. Nada temen más que a la soberanía popular sin la red
de la Unión Europea. Es un juego de estrategias, controversias controladas y en
el fondo regladas,” tira y afloja” que alinean pedazos de la opinión pública y
que ayudan a mantenerse en el poder a supuestos patriotas nacionalistas. La
razón última parece también clara: están de acuerdo con este concreto y preciso
tipo de integración neoliberal que es la Unión Europea; con el
proyecto político-militar que la cohesiona, la OTAN; y, y esto es
decisivo, con la alianza geoestratégica que la une subalternamente a los EEUU.
Todo lo demás puede ser importante, discutible y hasta conflictual, pero
secundario, muy secundario.
El impulso de
los tiempos no va por estos caminos, creo. Los Estados nacionales no se están
diluyendo en parte alguna; más bien está emergiendo un nuevo tipo de Estado más
intervencionista, con mayores responsabilidades sociales y, sobre todo,
económicas. Vox es en esto ejemplar único. Como neo-franquistas confunden la
soberanía nacional con su negociación con los que mandan en Europa y en el
mundo. Aceptarán, como siempre, lo que decidan las grandes potencias. No
cuestionarán en serio la pertenencia a la OTAN, ni la existencia de bases
militares en el suelo patrio, ni mucho menos las reglas básicas de la Unión
Europea. Protestarán, se enfadarán muchísimo y clamarán al cielo; al final
harán lo que les exijan los que mandan y no se presentan a las elecciones.
Menos soberanía a cambio de más poder para las viejas y nuevas élites. Nunca
discutirán las orientaciones de la oligarquía financiera-corporativa, son más neoliberales
que el PP. Se conforman, como Ayuso, con ser los gestores
leales de los fondos de inversión, de los fondos buitres, de las grandes
transnacionales; eso sí, en nombre de la sacrosanta independencia nacional. Su
única condición: nosotros mandamos, nosotros decidimos. La soberanía del pueblo
español nada vale; somos nosotros los que garantizamos vuestros intereses.
España de nuevo en venta.
La izquierda
española vive al día y carece de un proyecto solvente que genere compromiso y
movilización. Confunde consignas con programa, frases, más o menos
altisonantes, con ideario Hay quien defiende la necesidad de ir a las cosas y
centrarse en resolver los problemas vitales de las personas, lo que me parece
bien. Mi acuerdo se agota cuando se dice o se insinúa que el ideario, el
programa y la estrategia carecen de importancia, o algo peor, son un obstáculo
para la unidad de las izquierdas. El programa sería, por lo tanto, algo técnico
y las propuestas, medidas surgidas de un contexto social juicioso. Basta observar
lo que cuesta aprobar mejoras tan moderadas, tan poco socialdemócratas en el
gobierno de coalición PSOE/Unidas Podemos para saber que el
debate político-ideológico está más vivo que nunca y que pronto, muy pronto,
veremos la reacción de la UE, cuando Alemania supere su
crisis. De inmediato, se habla de un pacto –secreto– con la Comisión para
acordar un programa completo de “reformas” a cambio del “maná” de los fondos de
recuperación. Veremos ideología de alto voltaje camuflada de reglas
supuestamente técnicas, de sesudos burócratas de una UE preocupada, como
siempre, por los derechos y el bienestar de la ciudadanía europea.
¿Qué significa
tomarse en serio a VOX? Ser capaces de construir una propuesta
político-cultural con voluntad de hegemonía que dispute a las derechas España
como proyecto e imaginario socialmente vivido. Otra España posible no puede ser
pensada como abstracción; está aquí, delante de nosotros. Hay que hacerla
emerger, definirla y, sobre todo, organizarla sabiendo que es un proceso a medio
y largo plazo y, es bueno decirlo, que no pude confundirse con una simple
propuesta electoral. En España un proceso alternativo tiene que ver con tres
asuntos que andan sueltos y que es necesario engarzar en torno a una idea
fuerte de soberanía popular: República, democracia federal y
socialismo.
Artículo publicado originalmente en Nortes.
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