La
pregunta sigue siendo pertinente, ¿qué es lo que ha fracasado en Afganistán? Ha
fracasado el proyecto intervencionista de Bush, continuado por Obama y Clinton,
para impedir el surgimiento de una o varias potencias alternativas.
Después de Kabul: ¿seguir muriendo por los EE.UU.?
El Viejo Topo
8 septiembre, 2021
Las derrotas son
propicias para la autocrítica y, a veces, hasta para decir la verdad. Porque se
trata de eso, de una derrota de EEUU y de la OTAN de
grandes proporciones. Hablar de Occidente me parece excesivo. Es el juego
dominante de un gobierno norteamericano que quiere representar al conjunto de
ese mundo complejo y plural que hemos venido llamando Occidente. Hay dos
discursos que se solapan. El primero, masivo, viene a decir que el gobierno
afgano derrotado era una democracia razonable, imperfecta pero que defendía los
derechos humanos y, especialmente, el de las mujeres. Esto se repite una y mil
veces en lo que es una lucha por el relato que pretende ocultar la naturaleza
de la derrota y criminalizar aún más a los vencedores. El segundo se abre paso
entre la desmoralización, la rabia contenida y la inmensa humillación que
sienten los que han defendido, una y otra vez, las intervenciones militares de
EEUU y que ha hecho del llamado vínculo atlántico -es decir, de la OTAN- el eje
de la política de la Unión Europea y de España.
Ha sorprendido
mucho las declaraciones del secretario general de la OTAN, Jens
Stoltennberg, en las que ha afirmado, sin inmutarse, que “la misión era
proteger a EEUU, no a Afganistán”. No es nada nuevo. El 16 de agosto de este
año Biden afirmó que “nuestra misión en Afganistán nunca tuvo como objetivo
construir una nación. Nunca apuntó a crear una democracia unificada y
centralizada”. Obviamente se trata de una justificación a posteriori y una
mentira consciente que quiere minorar daños. EEUU ha estado 20 años combatiendo
en Afganistán, ha gastado en torno a 2’4 billones de dólares, han muerto 2.448
militares y 4.000 contratistas con más de 20 mil heridos. Ni que decir tiene
que los costes humanos para el pueblo afgano han sido inmensos; como siempre,
mal contados y rondando cifras, siempre opinables, de más de 240 mil muertos y
heridos. En Afganistán ha fracasado un experimento militar y político
minuciosamente diseñado y ferreamente ejecutado.
Antes indiqué
que había un discurso duro, amargo, que se atrevía a decir cosas que, en otros
tiempos y contextos, resultarían sorprendentes. Llama mucho la atención el
artículo de Lluís Bassets en El País del
pasado 22 de agosto; este periodista, subdirector del medio, hace cinco
afirmaciones que merecen la pena destacar. La primera es que “Los talibanes
tenían razón. Ashrf Ghani presidía un régimen títere, organizado y dirigido por
los extranjeros occidentales”. La segunda, ”En Afganistán ha fracasado el
intento occidental -y especialmente de EEUU- de modelar el mundo a su imagen
después de la victoria en la Guerra Fría”. Tercera, “La respuesta a la
solidaridad europea ha sido la marginación y la unilateralidad en la toma de
decisiones, convirtiendo el lema de ‘juntos dentro y juntos fuera’ en un chiste
de mal gusto”. La cuarta, “La caída de Kabul es un momento culminante del
desalojo occidental del continente y la inauguración de un orden regional
organizado por los propios asiáticos”. La quinta y última es una destacada
conclusión, “Las estampas del descalabro están ahí, significan lo que
significan: la ignominia inevitable de una derrota. No hay derrotas buenas. Ni
guerras que acaban ordenadamente. Tampoco hay victorias en las guerras de
ahora, que son asimétricas. Ni guerras buenas y justas, como pretendía ser la
que Washington declaró y organizó en Afganistán”.
El cuadro es
veraz y las conclusiones obligarían a una redefinición radical de las políticas
que ha venido defendiendo España en la UE y en la OTAN . No será así. Lo
primero que hay que subrayar es que se está siguiendo la hoja de ruta diseñada
en el acuerdo de Doha firmado en febrero del año pasado
entre el gobierno de Donald Trump y los talibanes donde se
fijaba el mes de mayo de este año como fecha de la salida de las fuerzas
armadas norteamericanas. Hay que decir que, desde ese momento, al menos, hay
relaciones fluidas entre la insurgencia afgana y el gobierno norteamericano. La
imagen que querían evitar, tanto Trump como Biden, era la “fuga de
Saigón” simbolo caótico y señal inequivoca de la derrota en
Vietnam. Al final no ha sido así. La razón última: la situación real de las
estructuras gubernamentales, del ejército y de las fuerzas de seguridad era
mucho peor de lo reconocido; que el arraigo y el dispositivo estratégico de los
talibanes era mucho más fuerte y sofisticado de lo que pensaban las autoridades
norteamericanas y de Kabul. Los talibanes han ido avanzando
rápidamente, pactando, comprando voluntades y con una determinación que les
hacía aparecer ante la población como los claros y nítidos vencedores.
Cuando hablaron en Moscú o en Pekín de que
controlaban la inmensa mayoría del territorio casi nadie los creyó; se ha
demostrado que llevaban razón. La imagen de improvisación, de caos y de derrota
perseguirá al gobierno de Biden y marcará, en muchos sentidos, las políticas de
la OTAN.
La pregunta
sigue siendo pertinente, ¿qué es lo que ha fracasado en Afganistán? Ha
fracasado lo que se llamó “Proyecto para un nuevo siglo americano”
(PNSA) incubado en el gobierno de Bush padre, organizado e
impulsado por las grandes fundaciones conservadoras durante el
mandato de Clinton y convertido en estrategia oficial del
gobierno de Bush hijo después de los ataques del 11S. Pronto hará 20 años. La
figura clave fue Dick Chaney, todopoderoso vicepresidente que
impulsó la intervención militar en Oriente Próximo y Medio en un intento de
remodelación radical de toda la zona. Los neocons tenían
un objetivo preciso: impedir el surgimiento de una potencia o conjunto de
potencias que cuestionaran la hegemonía norteamericana; para ello era
necesario poner en pie un conjunto de políticas proactivas que lo hicieran
viable, usando sin miedo unas FFAA que había que fortalecer y revitalizar. En
el centro de este nuevo orden imperial indiscutido e indiscutible, la
imposición de la democracia liberal, de las libertades económicas y políticas
al modo americano. Afganistán e Irak fueron, insisto, el laboratorio de una
gigantesca y dramática experimentación geopolítica.
Al final del
mandato de Bush hijo se sabía que, en lo fundamental, dicha estrategia había
fracasado. Un autor nada sospechoso como Zbigniew Brzezinski constataba
en el 2007 -en un libro que no por casualidad se llamaba La segunda
oportunidad: tres presidentes– las enormes dimensiones de la derrota y
la urgente necesidad de una rectificación sustancial, poniendo en Obama sus
esperanzas. Expectativas frustradas. El nuevo presidente no fue capaz de
definir una estrategia más adecuada a los nuevos desafíos y siguió empantanado
en todos los conflictos. El asesinato extrajudicial de Osama Bin Laden al
modo norteamericano, es decir,televisado en directo para el Presidente y su
equipo- entre ellos el vice Biden– violando la soberanía de
Pakistan y matando a todos los que se encontraban en el lugar, escenificó la
“victoria” y Afganistán fue desapareciendo de la agenda mediática. En 2014 se
llegó a la brillante conclusión que la guerra había terminado y que lo tocaba
ahora era (re)construir las estructuras estatales, fortaleciendo las fuerzas
armadas y reforzando los distintos aparatos de seguridad; precisamente, dicho
sea al paso, en el momento en que el movimiento talibán retomaba la iniciativa
desde una estrategia que llevaría a la derrota del gobierno títere de Kabul y
de la fuerzas de ocupación extranjeras.
Los que hoy
critican al “amigo americano”, hacen sesudos análisis sobre las causas de la
derrota de la OTAN y se preocupan dramáticamente de los derechos de la mujer
ante la barbarie del talibán, son los mismos que defendieron a la
civilizada Hilary Clinton frente al autoritario Donal
Trump. Pocos quisieron ver que lo que estaba realmente en juego en aquella
elección: intervencionismo político-militar humanitario desde la lógica del
internacionalismo liberal o repliegue y definición de fase.
Artículo publicado originalmente en Nortes.
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