AUSENCIAS Y EXTRAVÍOS (IV)
Ausencia de vínculos y
extravío del saber
Por Yayo Herrero
Rebelion
11/08/2021
Fuentes: CTXT
[Imagen: Fotograma de la Reina de Corazones en 'Alicia en el país de las
maravillas' (1951). DISNEY]
Con el abandono de los lazos, se extravía el conocimiento. El saber que
nació en Europa se autoproclamó como conocimiento universal y el sujeto
patriarcal se convirtió en el protagonista de la economía y la política
Lewis Carroll
narra un disparatado partido de cróquet en el octavo capítulo de Alicia
en el País de las Maravillas. La Reina de Corazones, después de asegurarse
que Alicia conoce las reglas, le invita a jugar. Pero jugar en el campo de la
Reina no es tarea fácil.
El mazo no es
un mazo normal, sino que son flamencos vivos; las pelotas son erizos y los aros
son los soldados-naipes de la Reina a cuatro patas. Cuando Alicia comienza a
jugar, sus reglas, bien aprendidas, no le sirven para nada. Todo tiene
vida propia y es caótico. Los erizos se desplazan a su antojo, el flamenco se
mueve entre los brazos de Alicia y esquiva a los erizos, y los aros cambian de
lugar como les da la gana. Alicia, que conoce perfectamente las reglas del
cróquet, juega a lo loco, sin estrategia ni método, en un terreno en el que los
elementos no se comportan como ella espera.
Gregory Bateson
en 1986 explicó a través de este fragmento de Carroll los encontronazos que se
producen entre las reglas del juego de la naturaleza –autoorganizada y
compleja– y una tecnociencia que, impulsada por el capitalismo, la
concebía, sin embargo, como un mecano previsible y controlable.
El problema que
Bateson nombraba venía de lejos. La cultura occidental se había construido
sobre una especie de pecado original. La creencia de que los seres humanos eran
una cosa, y la naturaleza otra distinta e independiente. El Génesis, la
Escolástica, y luego en el siglo XVII, la ciencia triunfante en Occidente, se
había empeñado en intentar comprender el mundo desde fuera, rompiendo los
vínculos con él.
Isaac Newton,
convencido de que el universo se podía describir en términos matemáticos, buscó
y “encontró” las leyes universales que lo regulaban
Podría decirse
que la ciencia moderna arranca con El Discurso del Método. No es
que Descartes fuese un rebelde que pretendía transformar el orden social y
religioso, pero sí creía en la posibilidad de alcanzar un conocimiento
verdadero del mundo físico desvinculado de la religión. Dudar de todo. No
fiarse de los sentidos que engañan y buscar la verdad que solo puede ser
encontrada en uno mismo. La clave era la razón y la condición necesaria,
aprender a razonar desde fuera del objeto observado. El método postulaba la
separación entre el sujeto estudioso y el objeto que observaba. Solo así se
podía conseguir un saber objetivo, que no dependiese de la persona o del
contexto desde el que se miraba. Mientras se aplicase con rigor el método y lo
descubierto no fuese falseado a través del propio método científico, se podía
defender que el conocimiento generado era objetivo, universal y neutral.
Isaac Newton da
una vuelta de tuerca. Convencido de que el universo se podía describir en
términos matemáticos –la expresión perfecta del orden–, buscó y “encontró” las
leyes universales que lo regulaban. A partir de su descubrimiento, la
naturaleza pasaba a ser considerada como una máquina perfecta. El universo,
para Newton, era un Gran Reloj, y Dios, el Gran Relojero.
La razón y el
conocimiento, para él, eran los que permitían emular a Dios. Solo ellos
permitían trascender las ataduras humillantes que imponía el vivir encarnados
en cuerpos que enfermaban y envejecían, e insertos en una naturaleza hostil
llena de constricciones. Todo ser vivo que no era razón, era naturaleza. Lo que
no era sujeto racional, era objeto. Los animales no poseían alma ni razón, eran
objeto y naturaleza. Aquellas personas a las que se les suponía ausencia de
razón –mujeres y la otredad “descubierta” en los territorios invadidos y
colonizados– eran también naturaleza y objeto.
La ciencia
newtoniana descubrió una ley universal que demostraba que la naturaleza era una
sumisa autómata. El movimiento de los planetas alrededor del sol, la caída de
una piedra, el movimiento de un péndulo o la trayectoria de una bala podían ser
explicados a partir de leyes sencillas y matematizables. Evidenciada la
condición simple y estúpida de la naturaleza –y de todo lo que albergaba que no
tuviese razón–, el ser humano racional, mayoritariamente blanco y varón,
apostata “científicamente” de la Naturaleza. “Cuanto más se rebaja la
naturaleza, más se glorifica al que escapa de ella”, dice Galileo. Romper
relaciones con la naturaleza, mirar la tierra y los cuerpos supuestamente no
pensantes desde la exterioridad, la superioridad y la instrumentalidad.
Reconfigurar la vida en común en ausencia de nudos que anclen a esa naturaleza
simple.
La tentación de
llevar la elegancia matemática y la simpleza explicativa del mecanicismo a las
nuevas ciencias sociales fue enorme
Permitidme una
pequeña digresión. Leer la biografía de Newton da mucha pena. Quedó huérfano de
padre a los tres años. Su madre se casó con otro hombre y el padrastro no se
quiso hacer responsable del niño, que fue criado por unos abuelos, parece ser
que un tanto hoscos y fríos. Él, que era listísimo, intentaba hacer amigos
mostrando sus portentosas capacidades para las matemáticas, la ciencia y la
técnica. Pero no funcionaba. Parece ser que siempre tuvo difícil tener colegas
entre sus iguales. Su refugio fueron el estudio y la religión. Fue un
fundamentalista arrianista de tomo y lomo. Se hizo fuerte encerrado en la
ciencia y teología. Dicen sus biógrafos que fue despótico, narcisista, engreído
y poco generoso. No sé, pero me da que hubiese sido casi imposible que desde
esa experiencia vital hubiese podido desarrollar una teoría sensible a la
complejidad, la vulnerabilidad, las relaciones entre todo lo vivo y las
interdependencias. Teorizar el mundo desde la falta de afectos, y la ausencia
de obligación de tener que cuidar de alguien, creo que predispone a pensarlo
como una máquina. A Newton le faltaron muchos abrazos.
Volvemos. Para
la sociedad inglesa del siglo XVIII, Newton fue el descubridor de la piedra
Rosetta que permitió desentrañar el lenguaje que habla la naturaleza. La
tentación de llevar la elegancia matemática y la simpleza explicativa del
mecanicismo a las nuevas ciencias sociales fue enorme. En el siglo XIX, la
llegada de estas visiones a la ciencia económica fue una auténtica revolución.
La economía, autocentrada en ella misma, se aplicó al descubrimiento de leyes
que pudiesen explicar todo el hecho económico. Principios que calculasen el
comportamiento mecánico del consumidor, hallazgo de ecuaciones que explicasen
la ciencia de maximizar beneficios y minimizar costes, leyes que determinasen
científicamente cómo se comportan la oferta y la demanda… Leyes matemáticas,
universales y neutrales que expulsaban de la economía la ética y la filosofía.
Max Weber
denominó desencantamiento del mundo al proceso de
racionalización en la explicación del mundo. La magia, la religión, lo
misterioso, o el temor a los elementos naturales habían quedado sustituidas por
la ciencia y la razón. Obligados a vivir en la tierra –esa cruel madrastra a la
que Condorcet decía que los seres humanos habían sido arrojados–, en ausencia
de percepción de vínculos y relaciones con ella, su único sentido era ser útil
al progreso. El “hombre” se quedaba huérfano de creencias. El conocimiento
rompía de un tajo los nudos que le anclaban a la vida y se extraviaba.
La razón
instrumental daba una nueva oportunidad para que los humanos, que vagaban por
la tierra hostil desde la caída de Eva, se acercasen otra vez al paraíso.
Otorgaba poder. “La ciencia es el poder y tiene como finalidad extender el
dominio de la humanidad sobre el universo. La nueva ciencia proporciona un
enorme poder sobre la Naturaleza a fin de conquistarla, someterla y
estremecerla en sus fundamentos”, dice Francis Bacon en 1620 en su Novum
Organum.
La ciencia del
siglo XX se encargó de ir poniendo las cosas en su sitio. Einstein revolucionó
la concepción que teníamos de la física y demostró, entre otras muchas
aportaciones, que si variaba el sistema de referencia dos acontecimientos
aparentemente simultáneos dejaban de serlo. Dependiendo desde dónde miraras, la
percepción cambiaba. Heisenberg, en su Principio de Incertidumbre, advirtió que
en el mundo subatómico es imposible conocer a la vez la posición y la velocidad
de una partícula, ya que el mismo método de medición altera la velocidad a la
que viaja ésta. Los teoremas de la incompletitud de Godel establecieron ciertas
limitaciones sobre lo que es posible demostrar mediante un razonamiento matemático.
El segundo principio de la termodinámica o ley de la entropía trajo a la
palestra la cuestión de la irreversibilidad. El calor disipado en la
combustión del carbón no se podía volver a convertir en un trozo de carbón
disponible para quemar. La ecología nos enseñó que todo lo vivo y lo inerte
está interconectado, que la biosfera crea y mantiene sus propias condiciones de
existencia a través de ciclos y de una densísima y compleja red de relaciones…
Resulta que lo
vivo no funcionaba de forma automática. Las relaciones no eran lineales. A la
misma causa no le seguía siempre el mismo efecto. Sinergias,
realimentaciones positivas y negativas, azar, caos… La vida progresaba entre la
estructura y la sorpresa.
Las viejas
reglas, que tanto dolor y sufrimiento causaron en quienes no tenían
privilegios, ya no sirven para jugar en el campo de la Reina de Corazones
Cuatro siglos
después, es innegable que el funcionamiento de los equilibrios que los seres
humanos han conocido desde que aparecieron en el planeta hasta hoy han sido
estremecidos. Más dudoso es que se haya conseguido controlar y dominar la
naturaleza. Lo que Isabelle Stengers denomina la intrusión de Gaia es la
irrupción de los ciclos y fenómenos naturales como agente político, como un
poder. Un poder que, sin duda, de aquí en adelante habrá que tener en cuenta,
pero que no es controlable ni sometible, con el que no se puede negociar. Las
viejas reglas, que tanto dolor y sufrimiento causaron en quienes no tenían
privilegios, ya no sirven para jugar en el campo de la Reina de Corazones.
Intentar organizar lo vivo con la lógica de las cosas muertas ha sido una
cagada monumental y sus consecuencias violentas e injustas.
En ausencia de
relaciones y vínculos, se extravía el conocimiento. El saber que nació en
Europa se autoproclamó como conocimiento universal y el sujeto patriarcal,
emancipado de todo aquello que generase obligaciones hacia otros, se convirtió
en el protagonista de la economía y la política. Siempre aprendemos e
interpretamos desde un cuerpo, un tiempo y un lugar. El conocimiento y la
experiencia no se dan en el vacío. Hume, Descartes o Walras intentaron
distanciarse de cualquier prejuicio o punto de referencia concreto para
construir un pensamiento objetivo y neutro.
Hoy, en plena
crisis ecosocial, apalancados en el origen de coordenadas del crecimiento, los
sacerdotes de los beneficios otean y deciden no hacer nada o perderse en las
falsas soluciones.
Vínculo. Unión
o atadura de una cosa con otras.
Abstracto.
Aquello de lo cual se ha excluido el sujeto, lo concreto, las cosas y los
vínculos que las atan.
Comentando Roma,
la película de Cuarón, un amigo me decía que, aunque le había gustado, toda la
primera parte se le había hecho pesada, que prácticamente durante media hora no
pasaba nada. La primera parte de la película mostraba la tarea de la empleada
doméstica indígena. Levantarse, preparar desayunos, fregar. Limpiar baños,
hacer camas, ordenar, quitar las cagadas del perro, hacer comida; fregar,
meriendas, preparar la cena, acostar a los niños, fregar e irse a dormir. Lo
mismo al día siguiente, y al otro, y al otro. En ese no pasar nada, lo que pasa
es justamente el mantenimiento de la vida. Saberes que no se llaman
conocimiento. Vínculos y trabajos invisibles cuya contemplación aburre.
¿Hay alguna
otra forma de entender la razón que ayude a evitar el naufragio de una
civilización que, en ausencia de vínculos, extravía el saber? María Zambrano
llamó razón poética a un pensamiento racional que también debe integrar cosas,
acontecimientos y sentimientos que consigan unir el yo con la vida. Habla de
superar una razón aislada, abstracta e instrumental, de “repartir el logos por
las entrañas”.
Necesitamos mucha,
mucha y buena ciencia. Saber no asegura la inteligencia colectiva, ni tampoco
que se vaya a poner el foco en la supervivencia digna, ni siquiera que desde
ese conocimiento cambie el sentido común. Pero es condición necesaria para
intentarlo.
Necesitamos una
ciencia –natural y sobre todo social– que piense en la naturaleza desde dentro,
sin intentar dominarla, aliándose con ella. Unas ciencias terrícolas capaces de
desacelerar los excesos cometidos por la propia ciencia. En la novela de
Tarashea Nesbit, Las esposas de Los Álamos, uno de los esposos que
trabajan clandestinamente para conseguir la primera bomba atómica en el
desierto polvoriento se pregunta: “¿No deberíamos conseguir fracasar?
Necesitamos una
ciencia que piense en la naturaleza desde dentro, sin intentar dominarla. Unas
ciencias terrícolas capaces de desacelerar los excesos cometidos
De esas
ciencias terrícolas he aprendido muchas cosas útiles para vivir. Que un árbol
nunca va por libre. Qué las plantas, en contra de lo que decretó la mirada
antropocéntrica, son capaces de comunicarse entre sí. Que una población de
hayas se organiza para mantener con vida a los troncos caídos. Que los
vegetales aprenden sin cerebro y se organizan sin un único centro decisor. Que
lo más importante en ellas es lo que no se ve: la raíz, una raíz que escucha y
se interconecta con hongos y otras raíces para conseguir que el conjunto
sobreviva. Que la piel de un árbol se llama corteza. Que el gran poder de las
plantas es el de animar lo inanimado. Y que de ese poder arranca la posibilidad
de vida. La tuya, la mía, la nuestra. Para mí, el conocimiento de los árboles
ha sido un gran maestro.
Cómo no sentir
reverencia –reverencia significa respeto y admiración ante algo que es más
grande que tú– ante la vida… Una tiene que tener la percepción muy dañada para
observar un bosque y ver solo madera.
Dice Abi
Andrews en el maravilloso libro Naturaleza es nombre de mujer:
“¿Oyes la respiración del bosque? Bajo el suelo está su cerebro. ¿Lo oyes
pensar a medida que pasa el tiempo? Unos hilillos de micelio, de una célula de
grosor, se ramifican como neuronas y se conectan para formar debajo del bosque
una red viva de varios kilómetros de longitud”.
¿Qué ciencia
puede ayudar a anclarse en la tierra, conectarse con las otras vidas para
encontrar la fuerza? Azarías, el personaje de Los Santos
Inocentes, solo se rebela contra el señorito cuando éste mata a la
milana bonita. El amor al animal, su conexión con él, su asesinato rabioso y
absurdo, subleva a Azarías y hace brotar a borbotones la dignidad de esa vida
humillada.
¿Cómo tener la
sensatez de bajar a la tierra desde la atalaya que ciega? ¿Cómo hacer brotar a
borbotones el sentido de pertenencia, el orgullo de ser terrícola? Wagensberg
denomina estímulo blando a un detonante que proviene de otra
conciencia y te agita. Una conversación, un cuadro, un libro, una mujer gitana
que a ti, feminista paya, te señala tus privilegios; una lectura, un cártel de
propaganda electoral racista, un desahucio, un poema, un amor, un insulto… Los estímulos
blandos con frecuencia hieren, duelen, molestan. Es la perplejidad que surge e
interpela lo que hasta entonces para ti era normal. Dice que esos estímulos
blandos son imprescindibles para que aparezca el cambio, la creatividad y el
conocimiento. Son sorpresas que obligan a reconfigurar, si nos dejamos
interpelar por ellas, los imaginarios y nuestro saber.
Una sorpresa es
algo inesperado que produce un cambio de ánimo.
El 30 de abril
de 2016 una comadreja paralizó el mayor acelerador de partículas del mundo. Se
coló en la instalación que la Organización Europea para la Investigación
Nuclear (CERN) tiene a las afueras de Ginebra y provocó un cortocircuito. La
pobre comadreja no sobrevivió al mordisco del cable. Tuvieron que pasar varios
días antes de ponerse en marcha de nuevo el Gran Colisionador de Hadrones que
algunos también llamaban la máquina de Dios. Imaginad la cara de Newton si
alguien le contase que un bichito peludo de poco más de cuarto kilo podía
para la máquina de Dios.
Yayo Herrero. Es activista y ecofeminista. Antropóloga, ingeniera técnica agrícola y
diplomada en Educación Socia
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario