Los fracasos de Washington en
Afganistán
Rebelion
20/08/2021
Fuentes: Rebelión
A 20 años de la invasión y ocupación de Afganistán por Estados Unidos y
fuerzas de la OTAN, la agresiva operación hegemónica acabó en un rotundo
fracaso militar, político y económico para la decadente potencia imperial
norteamericana al retomar los talibanes el control de la nación.
Tras el
atentado a las Torres Gemelas en Nueva York el 11 de septiembre de 2001 y bajo
el pretexto de que Osama Bin Laden, la organización Al Qaeda y los talibanes
eran los responsables del violento hecho, la administración de George W. Bush
con apoyo de una alianza mayormente occidental, lanzó el 7 de octubre de ese
año violentos ataques contra posiciones civiles y militares, derrocaron al
régimen y ocuparon la nación centroasiática.
Donald Trump,
ante el cansancio de los estadounidenses para continuar una guerra que se veía
inacabable, había acordado sacar las tropas de esa nación y Biden supuso que si
no lo hacía ahora, entonces cuándo sería.
Tras la salida
de varias fuerzas militares, los talibanes desarrollaron una ofensiva
relámpago, ocuparon Afganistán, cercaron Kabul y obligaron al presidente Ashraf
Ghani a abandonar el país. Los talibanes volvieron al poder.
Kabul se
convirtió en un nuevo Saigón para Estados Unidos. En 1975 helicópteros
norteamericanos retiraban abruptamente de esa ciudad vietnamita a su personal
diplomático y ahora se repitieron las imágenes cuando helicópteros CH-47
Chinook sacaban a los funcionarios de la sede diplomática en la capital afgana.
Otro vergonzoso fracaso. Días antes, el presidente Joe Biden aseguraba que eso
no sucedería bajo “ninguna circunstancia”.
Pero vayamos
por parte. El costo económico de la invasión ha sido catastrófico pues
Washington gastó o despilfarró más de un billón y medio de dólares, según
cálculos periodísticos como el realizado por el Financial Times.
Además la
administración norteamericana asumió abultados egresos monetarios para que los
regímenes de Hamid karsai, primero, y Ashsef Ghani después se mantuvieran en el
poder con la ayuda de las tropas del Pentágono.
Solo hasta el
2010, Estados Unidos y la coalición habían entregado al impuesto régimen
afgano, 22 000 vehículos, entre ellos 514 nuevos todoterrenos, carros
blindados, 44 aviones y helicópteros, 40 000 armas y decenas de miles de radios
y otras piezas de equipos de comunicaciones. Esas entregas se triplicaron hasta
2020.
El dinero de
los contribuyentes estadounidense siguió fluyendo para tratar de mantener a
flote al gobierno de Kabul. Millones han gastado en los miles de
empleados occidentales (tanto militares, civiles y contratistas-mercenarios)
cuyos sueldos son 250 veces superiores a los de cualquier trabajador nacional.
Y podríamos
preguntarnos, ¿para qué han servido 20 años de guerra fraticida con vestigios
de planes hegemonistas de Washington en la rica región. La derrota militar ha
sido consumada: miles de jóvenes estadounidenses murieron en atentados y en los
campos de batalla; otros miles regresaron con graves heridas o con problemas
psiquiátricos; un sinnúmero comete actos violentos contra familiares, personas
inocentes o piden limosnas en ciudades como New York, Los Ángeles, Washington o
Florida.
Recordemos que
durante la permanencia de los talibanes en el poder (1995-2001) se disminuyó la
producción de opio y heroína. Tras la invasión se desarrolló una progresiva
siembra de amapola con una espiral en su producción pues ese negocio representa
miles de millones de dólares y en el mismo participan poderosos grupos de
traficantes.
Según la
Oficina de las Naciones Unidas contra la droga y el crimen (ONUDC) se calcula
que la cantidad de opio procesado en el país alcanza 4 200 toneladas, más de
las tres cuartas partes de la producción ilícita mundial.
El otro fiasco
para Estados Unidos es que con su retirada no pudo cumplir sus ansias
geopolíticas en la región para debilitar la influencia política, económica y
cultural que tienen Rusia, China e Irán.
Washington
pensaba debilitar el control que Rusia mantiene sobre el transporte petrolero,
rodear militarmente a Irán y establecer bases cercanas a la frontera con China.
Ahora tratará de buscar esos objetivos por otros medios al dejar prácticamente
desestabilizada esa amplia zona.
Pero después de
estos 20 años, el que más ha sufrido es el pueblo afgano. De sus cerca de 28
millones de habitantes, 12 millones están desocupados; el 85 % son analfabetos;
la carencia de agua potable y alcantarillado es casi total en el amplio
territorio; el 55 % de los niños padecen malnutrición y a diario mueren 600
infantes por enfermedades evitables.
Datos del Fondo
de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) indican que Afganistán tiene una
de las mayores tasas de mortalidad infantil en el mundo con 170 por cada 1 000
nacidos vivos; carencia casi total de vacunación infantil contra enfermedades;
la esperanza de vida es de 43 años; solo el 13 % de la población tiene acceso
al agua potable y 92 % no utiliza instalaciones adecuadas de saneamiento.
Aunque no hay
cifras exactas, se estima que más de 200 000 civiles han muerto por la metralla
de Estados Unidos y de la OTAN. El informe Tendencias Globales de la Asociación
de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) señaló que «tres de cada diez
refugiados en el mundo son de Afganistán, con el 96 % de ellos ubicados en
Pakistán e irán.
El pasado 13 de
agosto de 2021 a casi 20 años de la invasión, Estados Unidos y sus aliados
tuvieron que salir en estampida de Afganistán lo que representó una triple y
bochornosa derrota: política, económica y militar.
Hedelberto López Blanch, periodista, escritor e investigador cubano.
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