Vacunas: fondos públicos, beneficios privados
Por Alfio Finola / Lina Merino
Rebelión
Fuentes: CLAE
12/06/2021
A pesar de los
esfuerzos por ocultarlo, el “dios mercado” que el neoliberalismo adora no ha
financiado el desarrollo de las vacunas. Los pueblos, a través de los Estados,
han sido los principales protagonistas de financiar su producción.
Entre estos, el
Estado estadounidense no ha sido la excepción. La Casa Blanca ha participado de
manera protagónica en el financiamiento de la vacuna contra la Covid-19,
otorgando subsidios directos a las principales farmacéuticas para la
investigación y desarrollo de las vacunas y garantizando la producción.
Hace más de
ocho años el gobierno estadounidense pagó a Emergent BioSolutions, una empresa
de biotecnología de Maryland conocida por producir vacunas contra el ántrax,
para tener una fábrica en Baltimore siempre lista para producir vacunas (o sea,
en capacidad ociosa). Cuando llegó la pandemia, la fábrica se convirtió en la
principal ubicación de EUA para fabricar vacunas Covid-19 desarrolladas por
Johnson & Johnson y AstraZeneca, produciendo alrededor de 150 millones de
dosis.
Por su parte,
la vacuna Sputnik V es financiada por el Fondo de la Riqueza Soberana de Rusia
(RDIF) y desarrollada por el Instituto de Investigación Gamaleya, ambos de
origen estatal, y el Ministerio de Salud de la Federación de Rusia. Mientras que
Sinopharm, pertenece al Grupo Farmacéutico Nacional Chino, una empresa estatal
china.
Así, nos
encontramos ante un escenario donde la mayor parte del financiamiento para
investigación, desarrollo y producción de las principales vacunas contra la
Covid-19 tiene origen en fondos públicos, aunque no en todos los casos las
apropiaciones de esos beneficios volvieron a sus orígenes.
Más allá de las
pujas entre las potencias mundiales y los laboratorios por la propiedad y uso
de las vacunas, en nuestra región comienzan a aparecer desarrollos propios para
dar respuesta a la escasez de este bien tan preciado.
En este
sentido, Cuba se encuentra desarrollando las únicas candidatas en fase 3 de
América Latina, las vacunas Soberana 02 y la Abdala. Gracias a esto, la isla
podría ser el primer país del mundo con capacidad para cubrir todas sus
necesidades con vacunas de producción propia, incluso con las restricciones
económicas de un bloqueo que no se ha levantado ni siquiera en pandemia.
Por medio de un
convenio, Argentina busca acceder también a esta vacuna, donde podría colaborar
para escalar su producción y avanzar en su aprobación. La asesora presidencial,
Cecilia Nicolini, y la ministra de Salud, Carla Vizzotti, estuvieron en la isla
a fines de mayo.
Argentina también
está desarrollando sus propios candidatos vacunales. La principal propuesta es
dirigida por investigadores de universidades nacionales y organismos públicos
de ciencia encabezados por el el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología
(Conicet).
Sin dudas la
capacidad instalada del sistema científico argentino, las políticas públicas
que promueve este sector, los recursos humanos y técnicos formados con
experiencia en biotecnología y producción de vacunas son claves para dar
respuesta a las necesidades de innovación y producción del momento, pese a los
ahogos presupuestarios heredados de la administración neoloiberal del
macrismo.
La discusión de la propiedad intelectual
La propiedad
intelectual (PI) se refiere a una serie de marcos regulatorios impulsados desde
1967 por el Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT), que ubican los
bienes culturales o económicos en el dominio privado. Este acuerdo plantea que
tales bienes surgen del intelecto humano, individual o grupal, y que estas
creaciones deben “protegerse” para explotación exclusiva de su creador.
Quitando definiciones técnicas, la PI es un mecanismo fundamental de la
mercantilización del conocimiento.
En la actual
fase del capitalismo, el conocimiento es un recurso fundamental para la
producción de cualquier mercancía y apropiación de riqueza. Además, es el
“recurso limitante” de los sectores económicos estratégicos. Así, las
fracciones más avanzadas del capitalismo son las que contienen un mayor
conocimiento, como la biotecnología, la nanotecnología, la industria del
software, la robótica, la industria farmacéutica, las energías renovables, etc.
El conocimiento
tiene dos particularidades. Por un lado, es un bien que no se agota, es decir,
que tiene un crecimiento infinito. Por el otro, es un bien intangible que, a
diferencia de otros recursos como la tierra, dos personas (o dos empresas)
pueden tener o compartir un conocimiento en simultáneo.
Acá es donde la
cuestión de la PI, o sea, la apropiación privada del conocimiento, juega un rol
fundamental. Es imperativo resaltar la falsedad de la afirmación de que la
producción del conocimiento es un proceso individual, ya que es un proceso
social. El privatizarlo tiene que ver con la privatización de la riqueza.
El salto
tecnológico de los últimos años no posee una valoración negativa por sí mismo,
debido a que el conocimiento que permite acortar los tiempos de producción
puede ser la solución a las necesidades de las grandes mayorías. Podríamos
disponer de más y mejores bienes en menor tiempo y esfuerzo. Sin embargo, la
madre de las batallas o la cuestión fundamental es quién se apropia de ese
conocimiento, para qué lo utiliza y en función de qué intereses.
Este es un
debate que la pandemia de la Covid-19 y el “bien más preciado”, la mercancía
vacuna, trajo aparejada. En medio de una distribución desigual y la acuciante
necesidad de una producción de vacunas mucho mayor, entra en la agenda
internacional la discusión de que las compañías farmacéuticas renuncien
temporalmente a los derechos de propiedad intelectual.
El reclamo
comenzó en octubre de 2020 cuando India y Sudáfrica, junto con otros 57 países
presentaron su pedido ante la Organización Mundial de Comercio (OMC). De hecho,
es la puja por la propiedad privada del conocimiento lo que dio origen a la OMC
en el año 1995.
A pesar de los
esfuerzos nacionales y globales que apalancaron el desarrollo tecnológico en
tiempo récord, la distribución desigual de la vacuna a nivel mundial resulta
evidente. Como advierte Diego Tipping, presidente de la Cruz Roja Argentina,
“las dos terceras partes de las vacunas han sido asignadas a los 50 países más
poderosos y el 0,1% a los 50 países más pobres”.
Al momento se
han administrado más de 2.150 millones de dosis de vacunas en todo el mundo, lo
que equivale, en promedio, a 28 dosis por cada 100 personas. En Argentina el
promedio está por encima de la media global siendo de 31 dosis cada 100. Las
tasas de vacunación por continente son las siguientes: 63% América del Norte,
51% Europa, 31% Sudamérica, 26% Asia, 14% Oceanía y 2.6% África.
La enfermedad como un negocio: ganancias y más ganancias
En los últimos
ocho años el sector farmacéutico fue uno de los de mayor crecimiento,
183% a nivel mundial. La empresa farmacéutica estadounidense Pfizer
que desarrolló una de las vacunas contra la Covid-19 junto con su socio alemán
BioNtech, percibieron una ganancia de 3.500 millones de dólars en ventas
durante los tres primeros meses de 2021, cuando se puso en marcha la campaña de
vacunación en Estados Unidos.
Esto
provocó un aumento de las acciones de Pfizer de casi un 50% desde marzo de
2020, elevando el valor de mercado de la empresa a 222.000 millones de dólares.
En el mismo
sentido, el fabricante de otra vacuna contra la Covid-19 estadounidense,
Moderna, cotiza 11 veces más que el año pasado. Esta empresa declaró que los
ingresos totales aumentaron a 1.900 millones de dólares en el primer trimestre
(frente a las pérdidas de 124 millones en el mismo periodo del año anterior),
al vender 102 millones de dosis de su vacuna de dos dosis.
Por su parte,
AstraZeneca que lleva dos años consecutivos de crecimiento de dos dígitos en
los ingresos, encabezó la producción de 350 millones de dosis de una vacuna
contra el Covid-19. La empresa cifra la rentabilidad total para el accionista
en un 300% en los últimos ocho años, frente al el 44% del FTSE-100. El FTSE-100
es el índice bursátil de referencia de la Bolsa de Valores de Londres. Está
compuesto por las 100 compañías de mayor capitalización bursátil del Reino
Unido.
El laboratorio
norteamericano Johnson & Johnson informó ventas de la vacuna por una suma
de 100 millones de dólares en EEUU, que nutren los 22.000 millones de ingresos
del primer trimestre.
Hacia la soberanía tecnológica
Frente a los
ingresos multimillonarios por la comercialización de vacunas y la desigual
distribución mundial de las mismas, se pone en relieve dos grandes cuestiones:
los intereses en pugna por la liberación de la propiedad intelectual y la
importancia de tener soberanía sobre el conocimiento científico-tecnológico.
El desarrollo
tecnológico soberano e inclusivo es fundamental para lograr la independencia
económica, generando puestos de trabajo con personal altamente calificado, que
aproveche sus recursos naturales de manera respetuosa con la comunidad y el
ambiente. Por ello una pieza fundamental del desarrollo humano y social, es el acceso
a la salud, a la educación y a la cultura.
El fracaso del
neoliberalismo, con sus mecanismos, empresas, organismos y leyes
internacionales que privatizan y mercantilizan el conocimiento social y hasta
públicamente producidos, ahogando en la pobreza a las grandes mayorías, ha
llegado a un punto de inflexión en esta pandemia.
Así lo muestran
las luchas populares en todo el mundo y en nuestra región, lo que debe
alertarnos de la urgencia de un nuevo modelo de producción orientado a conectar
ciencia, tecnología, cultura, ambiente y comunidad con justicia social.
[*] Merino
es licenciada en Biotecnología y Biología Molecular (UNLP) y Doctora en
Ciencias Biológicas (UNLP). Finola es licenciado y profesor en Geografía
(UNRC). Ambos investigadores del Observatorio de Energía, Ciencia y Tecnología
(www.oecyt.com.ar) asociado
a la plataforma Pueblo y Ciencia y al Centro Latinoamericano de Análisis
Estratégico (CLAE, www.estrategia.la).
https://estrategia.la/2021/06/11/vacunas-fondos-publicos-beneficios-privados/
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