8 de marzo: día de la mujer trabajadora y revolucionaria; no de reinas ni explotadoras
Cecilia Zamudio
DIARIO OCTUBRE / 06.03.2021
El 8 de marzo
se conmemora a la mujer trabajadora, revolucionaria. La comunista Clara Zetkin
propuso la conmemoración en la conferencia de mujeres socialistas de 1910, para
homenajear la lucha de las mujeres contra la explotación capitalista. Se
recuerda el asesinato, a manos del Gran Capital, de 129 obreras en huelga
quemadas vivas en una fábrica textil en EEUU: los dueños de la fábrica cerraron
las puertas con ellas dentro y le prendieron fuego para hacerlas arder (como
medida de “disuasión” para evitar que otras obreras siguieran su ejemplo de
lucha). Se conmemora la lucha por la justicia social, por los derechos de la
clase trabajadora, la lucha contra el patriarcado y el capitalismo, cuyos
mecanismos se articulan el uno al otro a la perfección.
El 8 de marzo
también quedó apuntalado como fecha eminentemente revolucionaria por los
sucesos del 8 de marzo de 1917 en la Rusia tzarista: miles de mujeres salieron
a las calles clamando por sus derechos, contra la explotación y las guerras que
la burguesía imponía al pueblo: ellas detonaron la Revolución de Octubre. Tras
la revolución de Octubre las mujeres conquistaron sus derechos económicos,
sociales, sexuales y reproductivos: derecho al voto para todas las mujeres (no
solo para las propietarias como en Gran Bretaña), derecho al divorcio, derecho
al aborto, derechos plenos al estudio y trabajo, vivienda, sanidad y educación
garantizadas, etc. Todos estos derechos todavía se siguen luchando en la
inmensa mayoría de países capitalistas.
Las mujeres
somos la parte más golpeada de la clase explotada. Somos víctimas de las
guerras imperialistas, del saqueo capitalista que empobrece regiones y países
enteros, de las privatizaciones y la precariedad, y además somos víctimas del
machismo incesantemente promovido por los medios y toda la industria cultural
del capitalismo. Porque el capitalismo se sustenta fragmentando y dividiendo a
la clase explotada: por ello la industria cultural del capitalismo difunde
incesantemente paradigmas de discriminación como el machismo y el racismo.
Somos las
trabajadoras explotadas, estudiantes, artistas, paradas y jubiladas a quienes
se nos está privando de una vida digna, en ocasiones hasta de la alimentación,
la vivienda, el acceso a la salud, el acceso a la educación, etc. Somos privadas
de condiciones de trabajo y de remuneración dignas por los capitalistas que
sacan la plusvalía de nuestro trabajo. Somos las madres cuyo trabajo en el
hogar no es reconocido, las que se quedan en absoluta precariedad sin pensión.
Somos las mujeres migrantes empujadas a padecer las peores explotaciones: en
maquilas de espanto, rociadas de veneno en el agro-industrial, abocadas a la
explotación de la prostitución o a ser cosificadas y saqueadas como “vientres
de alquiler”. Somos las niñas violadas y forzadas a parir. Somos designadas por
este sistema como la diana de las frustraciones aberrantes que este sistema
causa, de la misoginia que fomenta. Por ello el feminicidio galopa: porque los
medios banalizan la tortura y toda discriminación alienante funcional al
capitalismo, porque la violencia ejercida de manera estructural arrastra su
odio contra nosotras. Somos vícimas del capitalismo y su barbarie, víctimas del
machismo que el mismo Capital promueve; pero también somos mujeres luchadoras y
revolucionarias.
El 8 de marzo
no es el día de las princesas, ni de las empresarias explotadoras. Las mujeres
opresoras, las Cristine Lagarde, las Thatcher, las Hillary Clinton y demás… las
que se lucran de devastar selvas, de oprimir poblaciones, de esclavizar en
fábricas de espanto a miles de trabajadoras, las que se lucran, también, de
fomentar el machismo a través de sus medios de alienación masiva, son clase
explotadora, al igual que los hombres de la clase explotadora.
Al Capital le
interesa mantenernos atadas a la división sexual del trabajo, a labores de
cuidado no remuneradas, a la discriminación salarial por ser mujeres. Al
Capital le interesa una clase explotada pulverizada y golpeada, impedida de
unidad por el machismo, el racismo, la xenofobia, el individualismo y demás
alienaciones que la clase explotadora se encarga de cultivar. Frente a una
realidad tan brutal, el reformismo, siempre sirviendo a impedir
cuestionamientos profundos, pretende encapsular nuestra lucha y
superficializarla, ocultando su carácter de clase, obviando la funcionalidad
que para el capitalismo tiene el machismo.
Los
reformistas, que pretenden seguir engañándonos con la cínica fábula de un
supuesto e imposible “capitalismo con rostro humano”, buscan ocultar que no
lograremos cambiar la cultura profundamente machista que impera en el mundo
entero, a menos que nos tomemos los medios de producción y por lo tanto los de
difusión y educación. En este sistema toda una artillería de sometimiento
ideológico es implementada por la clase burguesa; los paradigmas de opresión
son activamente martilleados desde múltiples flancos: desde las instituciones
religiosas históricamente funcionales a las clases dominantes, pasando por la
gran industria audiovisual, hasta los nada ‘inocuos’ videojuegos. Para contrarrestar
esa alienación a gran escala, que tanto sufrimiento causa, se necesitan
obviamente medidas que subviertan el actual orden social; abolir el patriarcado
no será posible sin abolir el capitalismo.
Los caballos de
Troya de la burguesía intentan hacer creer que las mujeres explotadoras son
nuestras hermanas, cuando ellas también participan de perpetuar este sistema
que devora a la naturaleza, explota a los seres humanos (a la clase
trabajadora), y perpetúa al machismo, al racismo, al individualismo, comportamientos
y discriminaciones fundamentales para el mantenimiento de este sistema
putrefacto.
Las mujeres
revolucionarias sabemos que la sociedad de clases se perpetúa sobre la
violencia: esa violencia ejercida por la clase explotadora (la que posee los
medios de producción) contra las mayorías explotadas y precarizadas, y sabemos
también el lastre que significa el machismo para la unidad de la clase
explotada. Luchamos también por un feminismo revolucionario, para poder
oponerlo a la infame recuperación que el sistema está intentando hacer de la
lucha feminista, con sus aberrantes Caballos de Troya y su discurso de
“sororidad interclasista” (¡cómo si tuviéramos que tener “sororidad” con una
capitalista explotadora, una proxeneta o una ficha del complejo
militar-industrial por el mero hecho de ser mujer!).
Luchamos contra
toda explotación, y nuestra lucha contra la opresión de la mujer trabajadora,
la adelantamos luchando día a día contra el machismo, contra la clase burguesa,
contra un orden social de explotaciones concatenadas; luchando contra la raíz
que sostiene las desigualdades sociales: luchando contra un sistema que fomenta
la opresión de la mujer porque necesita esta opresión como mecanismo de
dominación y división de la clase explotada; luchando contra un sistema que
fomenta la violencia machista a modo de control social (como pérfida válvula de
escape de las frustraciones que tal sistema crea); luchando contra un sistema
en el que un puñado de multimillonarios capitaliza moliendo humanidades y rebanando
el planeta.
El Feminicidio
galopante es parte de la barbarie de un sistema económico, político, social y
cultural, el capitalista, violento en esencia y perverso en su lógica. Un
sistema basado en la explotación de las y los trabajadores y en el saqueo de la
naturaleza, es un sistema que necesita banalizar la explotación, la injusticia
social y la tortura.
La lucha por la
emancipación de la mujer y la lucha contra el capitalismo son inseparables. Por
un feminismo revolucionario, que no es foto de portada sino lucha cotidiana,
que lucha contra toda explotación.
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