Más de 180 convocatorias tuvieron lugar ayer en Euskal Herria con un lema que ha crecido: de 'Gora borroka feminista' (viva la lucha feminista) a 'Gora borroka feminista, antirrazista eta antikapitalista' (viva la lucha feminista, antirracista y anticapitalista).
Cabecera de
la manifestación de este 8M en Bilbao. GESSAMÍ FORNER
EL SALTO / 9 MAR 2021
Quien
siembra recoge. Y el movimiento feminista vasco ha sembrado con ahínco a lo
largo de cuatro décadas. El discurso político está articulado y el engranaje
organizativo —con cientos de colectivos— funciona a pesar de la pandemia y las
asambleas por videoconferencia: mujeres de todas las edades salieron juntas
ayer en sus municipios —había más de 180 convocatorias—, se pasaron el micro y
se apoyaron unas a otras. Por un sistema antirracista y anticapitalista,
tejiendo resistencias feministas y por unos cuidados
público-comunitarios han sido los lemas de este año, que
recogen las bases del
último Encuentro del Movimiento Feminista de Euskal Herria y enraízan en un año
pandémico que ha cargado aún más las espaldas de las mujeres, siempre cuidando,
siempre trabajando.
La jornada empezó fuerte en Llodio
(Araba), cogió vuelo en Iruña (Navarra) y, un año más, Bilbao rompió
todas las expectativas: las cuatro columnas de los barrios (Bilbao la Vieja,
Errekalde, Deusto y Uribarri) bajaron a la Gran Vía. Todo el centro de la
ciudad estaba cortado. Ellas colocadas en cuatro filas dispuestas desde la
plaza Moyua hasta el Sagrado Corazón, cuidadas por más de cien voluntarias ataviadas
con chaleco amarillo. “Pero lo más increíble ha sido ver a las mujeres que
salían del metro e iban organizándose casi solas. Se me saltaban las lágrimas”,
reconoce Elena García, de la red Bilbao Feminista Saretzen, tras la tensión
acumulada por participar en la organización de una manifestación de este tamaño
bajo medidas sanitarias —7.500 mujeres, según la Policía Municipal; 30 minutos
separaban la salida de la cabecera y la de la cola—.
Fue un día largo con meses de trabajo
previo y a cada mujer preguntada camino a la icónica explanada del Ayuntamiento
la respuesta para este artículo era la misma: “No esperaba tanta
gente”. Nadie la esperaba. El Gobierno vasco, el Colegio de Médicos y
otros organismos habían sugerido o incluso pedido quedarse en casa, que esto
año no tocaba llenar las calles.
El movimiento feminista no les escuchó.
Tienen un mensaje que dar. Alto, claro y largo, porque el lema crece junto con
el movimiento. Este año ha pasado del clásico Gora borroka feminista (viva
la lucha feminista) a otro más transversal: Gora borroka feminista,
antirrazista eta antikapitalista (viva la lucha feminista,
antirracista y anticapitalista).
Si en 2018 las calles estaban llenas de
mujeres, también de mujeres que contratan a otras mujeres en su mayoría racializadas
para los cuidados del hogar, de las criaturas y de las personas mayores, en
2021 las mujeres blancas han sido interpeladas. El discurso feminista siempre
se sitúa a la vanguardia y camina dos pasos antes que la sociedad. “Frente a la
necropolítica del poder, las feministas insistimos en que la vida [todas las
vidas] hay que cuidarla y esta es una apuesta radical incompatible con un
modelo apropiador y mercantilizador de la existencia”, afirmaron en el discurso
final en el que apostaron por “colectivizar de forma urgente los cuidados en un
sistema público-comunitario que asegure calidad, universalidad y condiciones
dignas para todas las personas”.
Más de 7.500 mujeres participaron en la manifestación de Bilbao, según los cálculos de la Policía Municipal, caminando en cuatro filas por la Gran Vía en un acto que terminó en la icónica explanada del Ayuntamiento con una actuación de La Basu
El movimiento feminista secundó la
clásica concentración de los lunes al mediodía del movimiento
pensionista. GESSAMÍ FORNER
Los actos en la capital vizcaína durante
la mañana, mucho menos concurridos al no estar convocada una huelga feminista,
marcaron el tono político de la jornada: a las 11h en la sede de Extranjería
(contra la ley de Extranjería), a las 12h para acompañar la clásica
concentración del Movimiento Pensionista y tejer redes feministas y a las 13h
en la torre Iberdrola para denunciar la pobreza energética y el modelo
extractivista que practica esta compañía en países de América Latina. Capital,
racismo y patriarcado.
Pero, ¿las manifestantes que iban por
libre comulgaban con el eslogan de las activistas? “Sí, el feminismo es
compañerismo y el racismo deja de lado a compañeras”, resumían Katalin Gaztelu
y Eva Verholst”, estudiantes de 20 años. “Todos creemos en esa vaga idea de que
estamos mejor, pero los pasos dados son pequeños y no podemos acostumbrarnos a
ellos”, consideró Vanesa Centeno, de 43 años y acompañada por su hija pequeña.
“Si eres de otro país o tienes otro color de piel, las cosas se ponen mucho más
feas”, añadía Ana Bakinsun, de 29 años, madre vasca y padre nigeriano. “Queda
mucho por hacer y juntas se puede”, agregaba Ana Belinchón, de 39. No se
conocen, no militan en colectivos feministas, no conciben 2018 como el final de
una época, sino como el principio de otra.
En el Encuentro Feminista de Euskal
Herria de noviembre de 2019 las mujeres
racializadas alzaron la voz e interpelaron a las blancas para
que se cuestionaran sus privilegios. En 2020, la asociación de mujeres gitanas
Amuge fue la encargada de dar el discurso final del 8M. Este año, se ha sumado
el colectivo de mujeres gitanas Sin romi, Mujeres Feministas de Nicaragua,
Plataforma Saharaui, Munduko Emakumeen Martxa, Galtzagorri, Feministalde,
Bilgune Feminista y Bilbao Feminista Saretzen. Juntas portaron la cabecera y
leyeron un discurso atravesado por el antirracismo, el anticapitalismo y la
necesidad de unos cuidados público-comunitarios. La cantante La Basu puso por
sorpresa punto final a un acto que terminó con bailes y un agradable sabor de
boca.
Con las trabajadoras en huelga
En Euskal Herria, las redes sociales se
calentaron de buena mañana: a las 7h el movimiento feminista, a través de
Aiaraldeko Mugimendu Feminista, acudió a la fábrica Tubacex de Llodio (Araba)
para apoyar a las trabajadoras en su vigésimo sexta jornada de huelga por el
ERE: tan solo el 12% de la plantilla son mujeres, pero el 34% de las despedidas
son trabajadoras. Juntas lograron parar el autobús que traía a la directiva de
la empresa, escoltada por un cordón policial de la Ertzaintza. Por un día, el
capital reculó.
En Iruña, a media mañana la Policía
Foral de Navarra dejó la foto de la jornada: varios agentes empujaron hacia la
calzada a las mujeres que portaban la pancarta con el lema Feminismotik
dena aldatu sistema arrakalatu (Cambiarlo todo desde el feminismo) y
detuvieron a una manifestante por un presunto delito de atentado a la
autoridad. La manifestante precisó de atención hospitalaria por dolor en un
brazo tras la caída sufrida durante el arresto llevado a cabo por cinco
agentes.
Varias compañeras se encadenaron a las
rejas del Parlamento: “Basta ya de simbolismos. Estamos hartas de sus lazos y
sus manos moradas. Menos lazos morados y más dinero para cuidados”, expresaron
su hartazgo a políticos que “desatienden a la infancia y los barrios, desmantelan
y privatizan los recursos públicos, cierran y criminalizan a los equipos de
prevención”.
No es amor, es violación
Este no ha sido el año de las pancartas caseras, por ello destacaron las de Sara Gómez, de 19 años, que volvían a colocar la mirada hacia la violencia patriarcal: Si el maltrato hubiese sido físico, ya estarías en la cárcel, Si la ves borracha, dale agua no “amor”. Gómez explicó que descubrió el feminismo “hace poco”, cuando estaba “enganchada a una relación de maltrato, abusos y violaciones”. Violaciones en la pareja, ese gran invisible incluso para las sentencias judiciales de violencia machista de largo recorrido. Se recoge el psicológico, se recoge el físico, pero jamás el sexual: es una palabra contra la otra.
En Bilbao, la joven Sara Gómez, de 19
años, entre sus amigas, quiso denunciar públicamente un tema aún tabú en las
relaciones de malos tratos: la violencia sexual en la pareja.. GESSAMÍ FORNER
“No tengo pruebas ni testimonios, pero a
mí me vale con saber que yo no soy culpable”, sostiene la joven. Le ocurrió
cuando tenía 17 años; él tenía la misma edad. “No tengo miedo de denunciarlo
públicamente, mis amigas y mi familia lo saben y lo que desearía ahora es que
ninguna mujer pasase por lo que yo he tenido que pasar, que me acompañará el
resto de mi vida”.
Se refiere a que su novio la violó
cuando estaba borracha y a sexo no consentido cuando estaba sobria. “Me
manipulaba, le tenía miedo”, explica esta mujer joven con nombre y apellido en
la plaza Pío Baroja de Bilbao un 8 de marzo tres años después de aquel 8 de
marzo histórico. “Por supuesto que el feminismo me ha empoderado”, concluye
poniendo voz a una historia vivida por muchas mujeres anónimamente año tras año
y rompiendo tabúes desde la juventud. Quien siembra recoge.
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