Cartas de militares a Felipe VI: Un régimen entre la
reforma y la contrarreforma
El Viejo
Topo
10
diciembre, 2020
“¿Cómo se puede hacer
una democracia con gente que ha estado toda la vida al servicio de la dictadura
franquista? ¿Hasta dónde llegará la ingenuidad, por no decir otra cosa como
tontería, jactancia, autosatisfacción, conformismo de la izquierda del país”,
Raimon, 1 de marzo de
1981, La vida inmediata.1981. Diario de trabajo
La publicación de las
cartas de 39 militares retirados de la XIX promoción del Ejército del Aire (con
el ya famoso Francisco Beca a la cabeza) y de otros 73, también retirados,
pertenecientes a la XIII promoción del Ejército de Tierra -a las que han
seguido otras de militares en situación similar pero con postulados compartidos[1]-,
dirigidas a Felipe VI y al Presidente del Europarlamento y amplificadas por el
contenido del grupo de Whatsapp del que formaban parte muchos de ellos, ha
vuelto a poner de actualidad algo que era un secreto a voces. El ex militar de
la UMD y ahora vicepresidente del Foro Milicia y Democracia, José Ignacio
Domínguez, ha venido a recordárnoslo denunciando abiertamente en distintos
medios, entre ellos infolibre.es: que “el franquismo tiene una gran
implantación en el Ejército y Franco es respetado”. Una constatación compartida
por otro miembro del mismo Foro Miguel López en el mismo medio digital (“Yo soy
uno de esos 26 millones de hijos de puta”) alertándonos de que“aún está
pendiente la entrada de la democracia en los cuarteles”.
Ya había precedentes
relativamente recientes de este tipo de manifiestos, como el que en agosto de
2018 protagonizaron más de mil oficiales retirados (de ellos 70 generales y
almirantes), con el título suficientemente expresivo de “Declaración de respeto
y desagravio al general Francisco Franco Bahamonde, soldado de España”. Un
documento que provocó una modesta respuesta de militares antifranquistas y que
costó una sanción disciplinaria a uno de los firmantes, el cabo Marco Santos.
Por eso no tiene sentido alguno que, frente a ese cúmulo de evidencias, la
actual ministra de Defensa se empeñe en decir que los firmantes “sólo se
representan a sí mismos”, en lugar de, como bien dice otro ex militar
sancionado, Luis Gonzalo Segura, reconocer que éste es un problema estructural
y como tal ha de abordarse.
Las
descalificaciones, insultos y llamamientos a un pronunciamiento que se expresan
en esas cartas y whatsapps contra “el gobierno social-comunista, secundado por
filoetarras e independentistas”, acompañadas de amenazas -como la de fusilar a
26 millones de españoles…-,no sólo reflejan una visión interesadamente
distorsionada de la realidad política española, sino sobre todo la pervivencia
de una cultura política reaccionaria en esta institución clave del Estado.
Una institución cuyo
mando supremo, no lo olvidemos, está en una monarquía que ha demostrado en más
de una ocasión situarse por encima de los otros poderes del Estado. Por eso no
cabe extrañarse de que los sucesivos manifiestos se hayan dirigido a Felipe VI
y que éste siga sin responder públicamente a esas cartas golpistas, a
diferencia de lo que hizo ante el referéndum celebrado en Catalunya el 1 de
octubre de 2017. Habrá que darle toda la razón al gran periodista Alfredo
Grimaldos, recientemente fallecido, cuando sostenía que “el franquismo no es
una dictadura que finaliza con el dictador, sino una estructura de poder
específica que integra a la nueva monarquía”.
De nuevo, de aquellos
polvos estos lodos
Así que no nos
sorprende a quienes fuimos y seguimos siendo críticos de la modélica
Transición la ausencia dentro de esta institución de una cultura
política democrática –y, por tanto, antifranquista- a lo largo de las más de
cuatro décadas de vida de este régimen.
Esa tarea de
socialización política era difícil cuando el régimen surgido de aquella
Transiciónhabía sido resultado de una transacción asimétrica con unos poderes
fácticos, entre ellos el propio Ejército, que lograron imponer a la mayoría de
la oposición unos límites intocables al proceso de democratización que se quiso
impulsar desde la movilización popular y que pronto quedó bloqueado. Uno de
esos límites era precisamente que esa voluntad democratizadora no entrara en
los cuarteles y fuera generosa con las intentonas golpistas, como pudimos
comprobar con ocasión de la Operación Galaxia y, luego, del golpe de estado del
23F de 1981. Porque esa fue la oportunidad histórica para emprender una
depuración radical de las Fuerzas Armadas, totalmente desaprovechada por el
gobierno de Felipe González, confiando (¿ingenuamente?) en que la modesta
reforma de Narcís Serra y la incorporación a la OTAN desviaran la atención de
la jerarquía militar sobre la política interna.Como si la participación activa
en las guerras imperialistas –en las que se deshumaniza al enemigo- sirviera de
instrumento de educación democrática. Por eso no debería llamar la atención que
entre los firmantes de las cartas figuren militares implicados en esas
operaciones presuntamente humanitarias.
Ha sido esa política
del avestruz ante la pervivencia de un conservadurismo de matriz franquista en
el seno del Ejército la que ha permitido que ahora, estimulados por el contexto
internacional de ascenso de la extrema derecha, del trumpismo y de fuerzas como
Vox, muchos de los que eran altos mandos hasta fechas recientes no muestren
ningún complejo en expresar su ideario reaccionario en el espacio público.
Si a todo esto
sumamos la crisis de legitimidad de la monarquía, derivada tanto de los
escándalos de corrupción como del creciente intervencionismo político de Felipe
VI, con la unidad de España como metavalor a defender por encima de los
derechos y libertades de la ciudadanía, no es difícil entender sus temores a
ver amenazados ese enclave ultraautoritario y los sagrados valores
en los que se han (de)formado, convencidos de que todo estaba “atado y bien
atado”.
Un Estado no
tan profundo y cada vez más visible
En una entrevista
reciente en la revista Contretemps, Pierre Dardot y Christian
Laval expresaban sus reticencias al concepto de Estado profundo argumentando
que esa noción “tiene el inconveniente de dar a pensar que el gobierno
supondría un Estado superficial, situado por encima del primero [el profundo],
que actuaría en la sombra con maquinaciones secretas que el segundo ignoraría”.
Y, en efecto, por mucho que continuemos bajo la Ley de Secretos Oficiales de
1968, el gobierno español ya no puede decir que ignora todo lo que ocurre en el
seno del Estado: del mismo modo que las cloacas han sacado a la luz nuevos
escándalos, ahora lo que pasa en el Ejército no se puede decir que no se
conocía.
No se puede entender
estas iniciativas más que como una forma de visibilización pública de la
participación activa de un sector significativo del Ejército como parte de un
bloque reaccionario (el de la foto de Colón, con Vox a la
cabeza) que no se resigna a abandonar una estrategia de tensión que permita
frenar cualquier veleidad reformista del régimen por parte del gobierno de
coalición PSOE-UP. Por eso Vox los ha recibido con orgullo (“Son nuestra
gente”) y el líder del PP ha tardado en desmarcarse…de las barbaridades del
grupo de Whatsapp, pero no de los manifiestos.
Es el PSOE, partido
que ha sido clave para la construcción y estabilización del régimen, el que se encuentra
ahora en medio de un fuego cruzado entre, por un lado, ese bloque reaccionario
y, por otro, el que quiere ir construyendo UP con el PSOE, ERC y EHBildu, pero
también con el PNV y otras de menor peso parlamentario. Un bloque que en el
caso de UP ya no aspira a la ruptura con el régimen sino, más bien, a un
proyecto reformista con sentido de Estado que marque el inicio
de una nueva modernización de la sociedad española y del régimen. Proyecto que
no parece que implique poner en cuestión la política de concertación social con
la gran patronal, como estamos viendo con los fondos europeos, ni romper con la
élite tecnocrática que mantiene el hilo directo con Bruselas, pero sí con las
derechas españolas. Así se desprende de declaraciones de su líder, Pablo
Iglesias, cuando propone “una mayoría de dirección de Estado que va a mantener
a la derecha fuera del gobierno por muchos años”.
Con todo, esos
propósitos son ya demasiado peligrosos para un bloque que mantiene una
concepción patrimonial del Estado y de la Constitución y no se resigna a ser
oposición parlamentaria mientras estén en peligro pilares fundamentales para
ella, como son su idea de una España uniforme o una monarquía que pueda ejercer
su falsa neutralidad ante momentos conflictivos que puedan surgir
en el futuro. En estas líneas rojas, que también ha compartido históricamente
el PSOE, se va a apoyar el PP para dirigirse a la izquierda patriótica de
ese partido, y de ellas es consciente el resiliente Pedro Sánchez, alguien
capaz hasta ahora de superar todas las pruebas que se ha encontrado por delante
para mantenerse en el gobierno, aun a costa de desmentirse constantemente
respecto a sus propias promesas y declaraciones anteriores.
La última y la más
importante prueba de la nueva legislatura, la de los Presupuestos, ha sido ya
saldada con éxito, si bien esto no ha sido sin renuncias importantes tanto por
UP como por ERC y EH Bildu, no siendo entre las menores la ausencia de una
reforma fiscal progresiva o el aumento de los gastos militares y de la Casa
real, como en un análisis crítico ha señalado Daniel Albarracín.
¿A dónde va el PSOE?
Así que, una vez
superada esta batalla parlamentaria, habrá que ver cuál es la orientación que
va a adoptar el líder del PSOE, la única formación política que, como bien
saben -y presionarán a favor de ello- los grandes poderes económicos, puede
reconstruir un nuevo extremo centro, capaz de dividir a las
derechas y subalternizar a las fuerzas a su izquierda para emprender un nuevo
camino hacia la recomposición del régimen.Todo esto sin cuestionar el paradigma
neoliberal y sin ninguna garantía de estabilidad política en medio de una
crisis pandémica, ecosocial, político-institucional, nacional-territorial y de
derechos –en primer lugar, los que está negando la Europa fortaleza ahora en
Canarias- que tiende a profundizarse.
Un proceso de
recomposición que, ahora que se conmemora el 42 aniversario de la Constitución
y pese a la desmovilización social de las clases populares, no podrá obviar que
el debate sobre reforma o ruptura destituyente siga estando en la agenda
política y, con ella, la exigencia creciente, como demostró la encuesta de la
Plataforma de Medios Independientes el pasado 12 de octubre, de un referéndum
sobre la forma de Estado. Junto a ellas, el reconocimiento de la
plurinacionalidad con todas sus consecuencias, como el derecho a decidir su
futuro de pueblos como el catalán, confrontado una vez más al gobierno
de las togas (Martín Pallin) y su derecho penal del enemigo, como
hemos visto ahora con el nuevo castigo a las presas y presos del procés.
Cuestiones todas
ellas que el conjunto del establishment sigue viendo con
terror y que, sin embargo, tampoco el PSOE muestra voluntad de abordar, como su
líder ha reiterado recientemente: “Mientras el PSOE empuñe el timón del
Gobierno, la Constitución regirá en España de un punto a otro y de principio a
fin. Vamos a defender la Constitución a las duras y a las maduras (…). El PSOE
se siente plenamente comprometido con el pacto constitucional en todos sus
términos y extremos”. Léase, “seguiré aceptando el espíritu y la letra de la
Constitución y de los consensos de la Transición”. Por ello, es difícil esperar
de este gobierno algo que vaya más allá de un reformismo sin reformas en su
sentido fuerte, que son las que harían falta en estos tiempos de malestar
popular y de disputa por el espacio público frente a una extrema derecha cada
vez más envalentonada.
Notas
[1] La última, hecha pública este sábado 5
de diciembre, de 270 militares: https://www.publico.es/politica/otros-270-militares-retirados-advierten-del-deterioro-democracia-y-acusan-al-gobierno-imponer-pensamiento-unico.htm
Artículo publicado
originalmente en Viento Sur.
No hay comentarios:
Publicar un comentario