La otra vida
en tiempos de la peste
| 05/11/2020 | Cultura
Fuentes: Rebelión
¿Olvidará
Guayaquil sus esquinas macabras? Dicen: “volteemos la página”, sospecho que
esta frase maldita no tendrá aceptación. ¿Voltearla sin leerla con los ojos
críticos de todos los ofendidos?
Un día con la congola[1] de
cobre
Fue en la tarde desolada y silenciosa del sábado 16 de mayo, que caí en cuenta
que hasta ese momento habían corrido 1680 horas de obligado encierro. Al fondo
del lomerío ocurría una maravillosa masacre de luces, era fácil saberlo por las
cambiantes coloraciones de las nubes y el funcionamiento ecológico de los tonos
de lumbres vespertinas. Había que reconciliarse con la vida de ahí, donde
estaba sentado, hasta más allá. Hasta ese horizonte utópico que a esta hora
sirve para acentuar la diferencia entre economía y ecología. Un blues de otros
tiempos interrumpe la satisfacción personal. El teléfono pesca Wi-FI[2] y
como un plan premonitorio inicia Bad news is coming[3] ,
de Luther Allison, es el título de la actual verdad cantada. Coincidencia para
bajonear aquello que caía sin estas ayudas. O no, solo se pone prueba el
cimarrón tenaz de habitante de barrio adentro. Esta versión tiene unas 172 508
vistas. Luther, imagen fumando un porro, hace de griot[4] y
suelta la oralidad cantándola. Malas noticias golpean tu camino,
la gente llena las calles como si no hubiera pasado nada. Da palmas si te
sientes solo, que no quede nada igual[5].
Las malas noticias están al fondo y son de derechas, no intento bromear,
mientras las izquierdas están acoquinadas sin discurso y esperando
iluminaciones proféticas, ese deseo no es leninista; para nada. Es puro
pesimismo porque hoy, más que en cualquier otro día, en este septuagésimo día,
sabemos que el neoliberalismo volvió hablando de economía como gestión
exclusiva del dinero. El dinero nunca duerme y no le afecta la peste. Al revés,
se alimenta de ella para sestear en los bolsillos de un chininín de
capitalistas.
El 15 de marzo del 2020
El 15 de marzo del 2020, comenzaron los días sin fútbol y las conversaciones
sobre política fueron más aburridas. En la pantalla LED, los programas de
fútbol nos devuelven a conversaciones de otros tiempos. Revivir tiempos muertos
con la pasión caliente y popular de los clásicos futboleros argentinos,
brasileños, colombianos o ecuatorianos. Y también las noticias son leídas
asépticamente por unas señoras que debieron consumir químicos preventivos,
buena lectura y fría. Ese tema, el de la política, es otra peste. Los análisis,
aun con los adornos de quien está devorando a placer un lomito fino, apestan.
Alguien acumula culpas, primero los políticos de la República Popular asiática,
después unos Gobiernos de no sé dónde que no amurallaron los territorios
contagiados y después el ecuatoriano. Un inesperado día de abril se supo al
detalle, con el drama de una estrenada incredulidad popular, de la gestión
desastrosa de la peste y perplejos vimos los muertos guácharos en las calles de
Guayaquil. La información nos alcanzaba de rebote: Gobierno y periodismo de
papel y pantalla ecuatorianos habían ocultado la inmensidad tragedia. El
surrealismo pintado en la punta de la nariz: todas las calamidades y toda
desesperación barridas debajo de la alfombra de la indiferencia. Esta
descomunal desdicha obligó a multiplicar las precauciones y ya no fue posible
abrazar a nadie. Los besitos amistosos quedaron proscritos porque la separación
es el aprecio verdadero, las conversas se hicieron enmascaradas como genuinos
bandidos de la seguridad y la distancia fue inalcanzable para el sospechoso
salivazo. El desespero causado por el bichito mató al bichito de los cariños
irresponsables. Como los muertos de Guayaquil un sentimiento guácharo nos
acompañó. Aún nos acompaña y es agosto.
El día de Diógenes el Cínico
Los otros apestados por la peste fueron los políticos del alto Estado, mujeres
y hombres, nadie quiso cargar con ellos y debieron sentir ese padecimiento en
tierra ajena. Hace más de tres años se vendieron como mesías para todos los
problemas de la gente y les creyeron. Ganaron y jamás imaginaron que iba llegar
el día de los milagros. El milagro fue al revés, a la mitad de los
parlamentarios lo sigue una sombra de sospechas de nadar en vainas raras. Cambie raras por
corrupción pestilente. La confianza política es un bien que se busca con
lámparas encendidas en la plenitud luminosa de estos días. Diógenes el Cínico
es una súper star en las ciudades americanas, no en todas,
desde luego. La confianza popular, sin los óleos adjetivados, está arruinada.
No hay confianza propia ni en lo propio, porque los desengaños son abundantes y
de todos los tamaños. Los únicos confiables son los artistas, pero son los más
jodidos este tiempo de peste cifrada como Covid-19. Todavía la confianza
en ellos no ha sido infectada ni siquiera por el virus del estorbo. Son ellos,
mujeres y hombres, que nos permiten escuchar los ruidos tenues del tiempo que
pasa. Y no suena como reloj de hace años, tic-tac-tic-tac, sino como el silencio
de las dolientes pérdidas nuestras.
El 17 de marzo del 2020: sentimiento de
irrealidad
El 17 de marzo de 2020, comenzó en el encierro ciudadano decretado por el
Gobierno ecuatoriano, fue como un otoño del patriarca en
otro siglo y con personajes similares, con un presidente que debía
sentirse más solo que la mano izquierda[6],
porque estaba a cargo de un Gobierno no por su voluntad, sino por unas
elecciones ganadas al ventarrón de simpatías de uno de los liderazgos más
peleón y efectivo en la historia de la República. Hubo ese sentimiento
de irrealidad[7] aunque
más al filo de la desesperación de la gente, porque las narrativas de la crisis
económicas resulto un torneo desaforado de cifras para jamás ponerse de
acuerdo, al final les creyeron quienes querían creer y el resto se desentendió
del automatismo gubernamental hasta el día después del 17 de marzo. Una
sensación de orfandad correteó por los barrios y literalmente las autoridades
no sabían qué decir y peor qué hacer. En las semanas de marzo y abril culminó
el síntoma y se confirmó la sospecha: el Gobierno ecuatoriano atendía a todas
las brújulas para llegar a ninguna parte. Los comunicados gubernamentales de
salubridad eran tan contradictorios que parecían unos malísimos y desesperantes cuentos
de la cripta. Fue el aletear de la mariposa que causaría el caos que enredó
en un trágico bucle a un mal Gobierno, a una corrupción hospitalaria y a una
crisis política terminal. Al final decenas de miles de fallecidos por la peste.
¿Cuál es el costo en vidas unas pestes laberínticas?
Aguas cortas, aguas largas, aé, aé, aé.
Si alguien llega a Quito y pregunta, ¿dónde está Esmeraldas? La respuesta será:
por allá. Un lugar hacia el mar y a orillas del mar. No solo es el mar también
son los ríos y están las lluvias sin estación climática que cargan humedad el
aire. El agua es una constante cultural. Hay aguas largas y aguas
cortas como songs of labour, músicas afropacíficas. Para
la fecha en que el Gobierno mandó a parar la mayoría del comercio, apenas se
habían ubicado dos casos de contagios con Covid-19 fue cuando la ciudad se
metió casa adentro. Desolación urbana y temprana, el halo de preocupación por
las conversaciones y las arrebatadas dispersiones por una simple moqueada. En
fin. Las calles se vaciaron de golpe y el raro sentido de soledad que pertenece
a los domingos vespertinos nos alcanzó un miércoles o un viernes, había que
sobrellevar aquello con la extrañeza de habitante de una novela real. De El
otoño u otra con las mismas propiedades mágico-reales de
nuestros ecosistemas. De las esquinas se borraron los charlatanes de feria y
promesas de apocalipsis, para aparecer en las redes sociales y contarnos el
cuento de curas prodigiosas, para explicarnos unas alquimias que jamás serán o
asustarnos con el cabreo de Dios (dizque en ese rato saboreando las desgracias
de la gente por las ofensas a esa mala invención). La abundancia de promesas de
bebidas, pomadas y rezos misteriosos para la peste y los castigos venidos de no
sé dónde creó el raro folklor de bochinches insólitos. Ocurrió acá y por allá,
en Ecuador y en el resto de las Américas, o fueron encorbatados o predicaban
disfrazados de arcaicos galileos. Invocación, ¡Ayúdame, Freud! Y
supe que la mentira se facilita para ese público de fe .raquítica y en el
desespero por creer en la cuadratura del círculo si el farsante tiene nombre
raro. No fue esa curva creciente, la del contagio, más bien fue aquella de las
mentiras que ayudan a creer que el mañana es oportunidad personal y secreta. Además
dejar estas líneas se alzó para siempre con la vida de amigos. Axê.
Ciertos materiales de la nostalgia
Aún vivos somos de recoger los pasos perdidos o devueltos por las distancias
inútiles recorridas. ‘Somos’ es toda la gente, también aquella que no salió de
sus casas por precaución y cuando lo hizo fue para ir a un sitio que tiene una
enigmática leyenda en latín en el pórtico de entrada: homo velut fugit
umbra[8] .
El cementerio de la ciudad de Esmeraldas. El quédate en casa terminó
por ser una advertencia pesada y terrible. Y nos quedamos en casa como
conspiradores de nada, mirando por la ventana o espiando a quienes salían
porque debían o porque se pasaban por el forro el warnig[9] de
las autoridades. O de los cuartos de máquinas que es ahí donde está esa leyenda
en rojo combativo. Caminar es hacer camino. O rehacerlo en la conciencia casi
material de los recuerdos. Y de quienes cumplieron 65 años con ojos en la nuca.
Mi barrio se llama Los Almendros, ya no los hay, se volvieron
material de los recuerdos.Los jubilados de mi barrio a quienes se les acaban
muy pronto las conversaciones del presente sueltan su nostalgia que más parece
“un aferrarse a las cosa detenidas”: el tiempo pasado fue mejor”. Mi desacuerdo
me lo callo y prefiero no estropearle la comodidad de su conservadurismo.
Es Esmeraldas, mi ciudad, en el mes de julio avanza por la estación seca, en
otros lados se llama verano. Es Esmeraldas y el mes de julio para contar las
ausencias definitivas de amigos y el dato necrológico dicho para asegurarnos la
sospecha que habrá otro amanecer nuestra en la cuenta progresiva. En este mes
abrió un bar aquí otro por allá. Con pocas mesas disponibles, mascarillas
preventivas y desconfianza en la mirada. Y me fui a buscar los pasos perdidos
de algún cabildo de conversa y café, de café y palabra suelta,
de otras tardes parecidas y distintas a estas julianas. Ahí, en la
esquina de las calles A. J. de Sucre y J. Mejía Lequerica está el
café-bar El Porteñito. En uno de estos cercanos y años venideros
cumplirá 50 años de ofrecer café, además de jugos, tamales, sánduches. Es el
último bar que ofrece un buen café, en una provincia que fue cafetera. No supe
el porqué del nombre, pero desde 1973 he sido su cliente, ahora infrecuente. La
peste arruinó decenas de negocios, pero no llegó a ese puerto y
los porteños más recalcitrantes tendremos la mesa oportuna en pos pandemia.
También las almas en pena que no bebieron la última taza.
Decamerón futbolero
Abril y mayo fueron los meses del encierro riguroso. El aburrido fútbol de las
pantallas y los comentarios alcanzan record histórico de bostezos. El cabildo calienta
ánimos con esas discusiones imitación de aquellas que ocurrían en el Bizancio
cristiano, nadie porfiaba por cuántos querubines se arracimaban en la testa de
un alfiler, pero tibio, tibio. Más que una pregunta artificiosa es la
confirmación del viejo e incombustible enigma: ¿quién fue primero…? Y todos
tendrían razón con sus argumentos bíblicos o biológicos. Unos dirán el huevo y
otros la gallina. Bizancio retorna con sus maromas retóricas: ¿cuántos ángeles se
acomodan en la cabeza de un alfiler? O esta, la más bizantina de todas: ¿Quién
fue mejor Maradona o Pelé? No falta el despistado que la tira a la tribuna con
su respuesta: Messi. Y ya en esa baraja imposible con cinco ases, un
contradictor la rompe: Cristiano Ronaldo. El cabildo popular se mete en una
batalla de nombres, sostenidos con explicaciones que van desde la técnica
portentosa hasta las elocuencias malamente copiadas a Jorge Valdano. Los
tecnócratas exhiben estadísticas y la dejan lista: cantidad de
goles versus cantidad de partidos. El tropiezo con las matemáticas devuelve al
foro a la esencia de las razones. Entonces, qué, Pelé o Maradona. La sala
hierve en serio y el enmascaramiento fastidia las ganas de gritar los
argumentos. Esta peste causa este Decamerón futbolero, en muchas encendidas
esquinas de las Américas. En las horas pasivas de las tardes de canchas como
camposantos; en las refrescadas memorias por falta de nuevos pretextos para
renovar conversatorios; y en las ganas de postergar la amargura sistémica de la
política de las autoridades estatales del Ecuador.
En el barrio la neutralidad no vale. ¿Y usted qué dice? No hubo música de suspense,
no fue necesario, la respuesta la tengo clarísima. Respondí con el
neuromarketing del cimarronismo: “Pelé, pero prefiero a Maradona”.
Insatisfacción unánime, no fue una elección a conveniencia ni pretendía
desentonar con esta ley de contrarios que se atraen para pelear banderas
imposibles: Pelé no dijo nada de los atropellos a los deportistas negros, en el
mundo. Aun con el abrazo comprometedor de Muhammad Ali. A Maradona se la dan
por el lado humano débil: Maracoca. La solté con didáctica de
Juancho el Bautista del siglo XXI: me fui por la primera ley de termodinámica:
ΔU = Q + W. ¿Y qué quieren? Uno no tiene, ni de lejos, los conocimientos de
Gary Cortés, Ronald Murillo o Mario Canessa[10].
Y lancé el centro al área de candela: la energía interna del futbolista (ΔU) es
igual al calor que imprima (Q) para cumplir con su trabajo divertir y ganar
(W).
– “¡Tradúcelo, man!”
Chévere. La cancha es un mundo, pero no es todo el mundo. La inecuación abundó
en competidores y se fueron sin control de calidad y cantidad. Atención: “La
cancha es un mundo, pero el mundo es algo más que una cancha”. “La cancha es un
mundo sistemático, pero el mundo es una cancha sistémica”. Alabao sea
la santísima epistemología barrial. Y eso que no egresaron de la FLACSO. La
telaraña se complicaba. No lo dije, pero lo pensé: ¡hey, paren la rumba que
equivocamos el rumbo! Roberto Bonafont[11] tiene
competidores con sus salidas metafóricas. Cuando la palabra me fue devuelta
ensayé un dribling: miren el fútbol se resume en consumir energía
moviendo el balón con maravillosa habilidad para producir empeños críticos. Es
elocuente el silencio del pequeño vecindario futbolizado. Es sentencia
inapelable. La retirada es de valientes.
Maradona contra el equipo inglés, golazo con el balón adicto al pie izquierdo.
No fue de Dios, la mano que vino después, aunque se pongan tenaces en
Argentina. O esa danza de asombro frente Ladislao Mazurkiewicz y ganarle a
Uruguay con otro gol y no con ese que no lo fue. Maradona o Pelé, teorema
irresoluble. Por ahora. El gol más bonito de cualquiera de ellos está en la
vitrina de las capillas laicas de sus feligreses, sirve de raro consuelo
durante la oralidad de esos malos días del fútbol por venir. Y sin fútbol y
solo se juega de memoria.
Solo serás aquello que digas y no lo que te digan[12]
Un solo de marimba del maestro Lindberg Valencia o de Esteban Copete, en la
pampa Youtube está toda esa música que niega el silencio
cultural del Estado y sus instituciones culturales, si es que no las barrió el
viento pandémico. La ventana da a la calle desolada y nuestra ventana
metafísica da a la memoria histórica. Me apresuro a buscar las siembras
del pensar del Abuelo Zenón y ya. “El ayer, visto desde el ahora, es
lo que dejamos de ser”[13].
No fue como en el breve relato de Augusto Monterroso, ocurrió al revés: el
dinosaurio se aburrió de esperar, porque el durmiente no despertó. Algunos
filósofos dicen sus dichos a quienes queramos escucharlos y guardar la
reflexión en la memoria pronta. “Son tiempos de episodios inversos”, dicen
herméticos. Y que el bichito obligó a crear otra normalidad.
Los Gobiernos imploran que nos aislemos, descubren que la fuerza bruta
producirá rencores perdurables al menos en estas sociedades americanas
(¿perdono pero no olvido?), para los muertos se reclama la dignidad deseada
para los vivos, en exacta dimensión. ¿Olvidará Guayaquil sus esquinas macabras?
Sospecho que esta frase maldita no tendrá aceptación: “volteemos la página”.
¿Voltearla sin leerla con los ojos críticos de todos los ofendidos? A la
inversa de otras dificultades sociales, a esta se clasifica como la de
COVID-19, vimos la política de los políticos del Gobierno como del inútil
hacer. En casos elocuentes, sin importar el tamaño de su importancia, el
alcance de su liderazgo, su fraseología o su creencia convertidas en ciencias
de pacotilla. Ellos y ellas son el chiste perverso del drama mundial en una ciudad
puertas adentro y dejando sus muertos al filo de la calle. Ciudad desolada y
desilusionada, porque la publicidad ilusoria del éxito urbano se tropezó
destructivamente con el monstruo invisible de la verdad.
‘Solo serás aquello que tus palabras expresen’, axioma para estos tiempos del
bicho y también para otros, porque apenas ese será el tamaño de tu imagen de la
gente que testimonia lo inservible de los discursos. Los farsantes con aires de
seriedad están de moda funesta. Y tienen seguidores que aplauden por revanchas
incomprensibles. América, también Ecuador, tiene envalentonados a estos
embaucadores apenas útiles en estas dificultades sanitarias y económicas.
También racistas. Sin importar sus cogotes anaranjados, la exhibición de una
pesada biblia de un cuarto de quintal o mentarle la madre al bicho no-vivo. Es
el festival de una clase política absurda que recauda una cuota alta de vidas
humanas.
¿Quién se robó los meses de pandemia?
Se robaron los meses de marzo, abril, mayo junio y nos aferramos a abril. Fue
inevitable el despojo, porque un día un comunicado que nunca fue nos dijo: “en
encierro absoluto o la vida”. ¿Qué aprovechado capitalista nos saqueó estos
meses? Un domingo en el retrovisor del vehículo inmóvil. No sabía, pero escuché
gritar que era ‘domingo’. En ruso es Воскресенье[14].
Un domingo como este es eso, algo para superar el pesimismo del guardado de
humanidad. En fin, es domingo 5 de julio de 2020, hacia el fin de la tarde, al
borde de la noche de acá, de Esmeraldas, las lomas circundantes hacen el truco
para disimular la bella decadencia de las lumbres, por allá por el mar. Las
tardes dominicales son iguales en todas las ciudades del mundo. Es una
constatación que no admite réplicas.
Estamos en Esmeraldas y las buenas tardes son filtradas por
las mascarillas y el apagado tono de voz disimula la cordialidad. Se aprovecha
para leer en la calle por la tregua de silencio, la calle es una larga
biblioteca. Me encanta este silencio porque uno cree que puede oír hasta sus
pensamientos. Esmeraldas es una ciudad con muchos espacios ruidosos y este
tiempo sin sonoridad parásita devuelve a los oídos ciertas melodías con todas
sus tonalidades. La paradoja del bicho maldecido.
Hubo ese tiempo, hace unos meses no más, en el cual se le ponía el pecho a las
balas, por ideología o por nada. O porque se amanece en el rol de Equalizer.
O por tan poca razón que se parece a nada. En octubre del año pasado una rabia
heroica fue creciendo en la ciudadanía. Justa y necesaria. Al frente hubo otra
con pretensiones de defender el derecho de… ¿ciertos privilegios? ¿A un
Gobierno? Al frente unos héroes uniformados, en motocicletas, con sus armas y
sus órdenes. Armados de insensatez, desesperados por ser queridos por quienes
mandan obedecer donde alguna desobediencia humaniza. El bicho que se viralizó
fue el de la represión necia y el de los heroísmo simples. Heroísmos llamativos
de mujeres o jóvenes que luego protagonizaron las conversaciones de las
esquinas. Así empiezan las mitologías.
La gente buena también muere apestada
¿Quién le teme a un domingo por la tarde? ¿Quién se deja sorprender por el
hastío de un domingo casi oscuro? Julio 12 y las noticias resbalan. Poca gente
se informa sobre los contagios o eso parece. Las conversaciones familiares se
han devuelto a la crisis económica, sus consecuencias virales de desempleo
acelerado y deudas impagables. Se lamentan los fallecimientos dos casas más
allá y se recuerda al mejor vecino de la cuadra asesinado por el bicho. Es
domingo para reflexionar sobre el fallo mortal del vecino cumplidor radical del
encierro y de los protocolos personales de seguridad. El único error fue fatal,
debió ser de aquellos errores de los afectos. Es domingo acá, en Esmeraldas,
está en ambiente, está en las conversaciones larguísimas porque no se tiene
adónde ir. En mi niñez las visitas a los cementerios se programaban para el
final de la tarde dominical y se volvía empezando la oscuridad, pensando en una
frase que nunca supe quién la escribió o la gritó. “¡Dios mío, qué solos se
quedan los muertos!”
El lunes se informará sobre el crecimiento del contagio y ‘las vidas que nos
harán falta’. Pero en el domingo el infortunio está ahí y es como si extendiera
al resto del mundo. El planeta abandonado en un patio dominical, esperando que
lunes, el martes o quizás el miércoles alguien lo recupere de las garras del
bicho fatal. Las dificultades económicas tiran para abajo, a contrapelo del
cimarronismo necesario y habitual, el ánimo. ¿Quién tiene un domingo tardío en
el bolsillo para comprar un lunes saludable? Uno de esos lunes ásperos, pero
esperanzador. O un martes amargo, pero amigable. O un miércoles triste que
alcance para una botella de cerveza. El bicho está en ciertos líquidos
corporales, se comparte su fatalidad por conversar sobre aquellos que se roban
el tiempo de las buenas acciones y se comparte con el estornudo rabioso porque
el Ministro de Salud del Gobierno ecuatoriano dice disparates como chistes
envenenados. Miles de muertos como una nada macabra. A estos domingos
vespertinos los recordaremos porque serán asociados con la peste y sus cercanas
tragedias. Ya es agosto y consumiendo sus días; pero los domingos de abril,
mayo, junio y julio han dejado un temor que acanalla a la especie. En julio fue
el ajuste de cuentas con la fatalidad.
¿Quiénes le deben temer a las tardes de los domingos? Mucho más ahora que el
bicho contagió a quienes gobiernan a nuestros países y a nuestras ciudades. Y
qué vaina, pero las crisis están al fondo y a la derecha, como suene suena a
verdad. En estos días de los meses pasados, incluido agosto, Achille Mbembe
tuvo razón y media. La media es la teoría y la completa el acierto del
diagnóstico. Las estadísticas cuentan cifras y en cambio los afectos a personas
de la calle tal, de la profesión tal o de las virtudes tales. Yo le temo al
lunes, porque parece que la gente que no se muere de lunes a sábado termina por
hacerlo en domingo por la tarde. Gente auténtica, víctima de la maldad de un
bicho con forma de mina submarina y coraza de grasa. Gente que se extraña,
porque las manías de ser buena gente. Hasta parecerlo.
Ese sentimiento necesario y conveniente
Y nos dieron las diez, como en la canción de Joaquín Sabina. Las diez de la
noche en la ciudad de Esmeraldas. La luna es un tercio de sandía plateada, por
poco tiempo es cierto, es que de pronto una nube le da una coloración terrosa.
Me gusta el silencio alumbrado a medias por esa luz débil que no fastidia a
aquellas provenientes de los postes de servicio público. La pena es un
sentimiento imprescindible y oportuno. Yo he perdido por lo menos una docena de
amigos cercanos y otros distantes no tanto por afectos como por minutos de
conversación. La muerte generosa es el absurdo de unos meses de peste con
muchos remedios y alguna efectividad. “No pienses en la muerte”, me aconseja
una amiga cuando empiezo a desgranar nombres de amistades fallecidas. Y
sugiere: “reza por ellos”. Vaya ironía, los templos cerraron y a los agoreros
del desastre no les aumentó la parroquia pagadora de diezmos. Alguien podría
creer que la peste es cosa de Dios o del destino, pero yo creo que son
ambientales. Antonio Preciado explica con versos análogos está realidad. “El
ambicioso que tenía un diluvio/ debajo de la casa/ le abrió huecos al techo,/
pero murió de sed por el costado”[15].
Monterroso (in
memorian)
En fin, cuando el murciélago despertó, la cosa no estaba.
[1] Cachimba
en el habla esmeraldeña.
[2] Siglas
de Wireless Fidelity o Fidelidad Inalámbrica.
[3] Llegan
malas noticias, traducción del autor.
[4] El
guardián de la memoria colectiva en algunas naciones africanas y también en la
costa pacífica colombo-ecuatoriana, aunque también se los llama guardianes
de la tradición y son mujeres u hombres.
[5] Bad news like a sucker punch moving your
way
People fill the streets like nothing has changed
Clapped hands if you’re lonely don’t leave the same. Traducción del autor.
[6] El
otoño del patriarca, Gabriel García Márquez, Le Libros, http://LeLibros.org/ p. 96.
[7] Óp.
Cit., p. 96.
[8] El
hombre huye como una sombra, del traductor de Google.
[9] Advertencia,
en inglés.
[10] Periodistas
deportivos ecuatorianos.
[11] Periodista
ecuatoriano.
[12] Proverbio
yoruba: Iwọ
yoo jẹ
ohun ti o sọ
nikan kii yoo ṣe
ohun ti wọn
sọ fun ọ, traducción por Google.
[13] Cita
del libro Pensar sembrando/Sembrar pensando con el Abuelo Zenón, de
Juan García Salazar y Catherine Walsh, Universidad Andina Simón Bolívar, Sede
Ecuador y Ediciones Abya Yala, 2017, p.163.
[14] En
ruso significa resurrección.
[15] Poema
húmedo, de Antonio Preciado, poeta ecuatoriano, de su libro de poemas Tal
como somos, primera edición, en 1969.