Telarañas en la izquierda
Por Manuel
Cabieses Donoso / Chile
Rebelión
13/08/2020
Fuentes:
La Izquierda
chilena –y también la de más allá- necesita poner al día su programa, métodos
de acción y referentes ideológicos para convertirse en alternativa de poder. El
plumero revolucionario debería ser implacable con las telarañas del dogmatismo
y con el polvo del oportunismo.
La lucha
revolucionaria de nuestros días tiene un sesgo marcadamente cultural.
Debe derribar la contracultura del capitalismo y su ariete, el consumismo, que
es hegemónica. Los golpes recibidos en ese terreno han sido muy duros. Son los
caminos que nunca más se deben recorrer.
Un traspiés
mayúsculo fue asimilar conceptos antagónicos: socialismo con estatismo.
Socialismo es sinónimo de poder popular, de libertad y democracia; estatismo,
en cambio, es la concentración del poder y la dictadura de una oligarquía
burocrática. Socialismo es libertad y estímulo de capacidades e iniciativas que
concurran al bien común. El estatismo, en su forma extrema, levanta muros de
contención a las aptitudes individuales e ignora –cuando no persigue- las
diferencias filosóficas, religiosas y de género.
El propósito
socialista de nuestra época es crear condiciones sociales, económicas y
políticas que permitan a las masas conquistar posiciones más sólidas para
avanzar hacia objetivos superiores.
La molicie
intelectual provocó la muerte de muchos partidos de Izquierda. El cambio de
época obligaba a estrujar las neuronas y someterse a dura autocrítica para
reestructurar el ideario socialista. La ideología revolucionaria requiere de
nuevos programas y consignas, otros discursos e instrumentos de propaganda,
distintos métodos de acción, formas orgánicas y tácticas de lucha. Vivimos la
época de la inteligencia artificial, no la del ferrocarril y el telégrafo de
los precursores ni de las cúpulas dirigentes del pasado más reciente. Se
necesitan nuevas ideas para reactivar las turbinas revolucionarias.
El mundo
asiste a la agonía del capitalismo pero no necesariamente a su
desaparición. El capitalismo -lo ha demostrado- puede tener muchas muertes y
otras tantas resurrecciones. Incluso mutar en versiones mafiosas en
sociedades que vivieron décadas de “socialismo real”.
Los
proyectos socialistas deben incluir líneas de construcción que no se tuvieron
en cuenta o subvaloraron en el pasado. El de hoy debe ser un proyecto de amplia
mayoría y no solo de vanguardias. En Chile aprendimos al costo de miles de
vidas que no basta una victoria electoral del 37%, que obliga aceptar tutorías
políticas para acceder al gobierno. Hoy la absoluta mayoría es determinante. En
1970 éramos un país de 9 millones. Hoy somos casi 19 millones. En el plebiscito
de octubre por una nueva Constitución tendrán derecho a voto casi 15 millones.
En la dimensión de esa realidad -y del mundo que cambió de época- hay que
trabajar el proyecto socialista.
Lo
fundamental siempre será la acumulación de conciencia y organización. Pero los
reveses sufridos indican que de manera simultánea hay que construir las
defensas de la sociedad socialista que nace. La soberanía alimentaria y el
aseguramiento de insumos médicos, por ejemplo, son vitales. Como también lo es
un ejército identificado con el proceso de cambios.
Postergar la
actualización ideológica y orgánica del socialismo, es regalar tiempo al
capitalismo para que -todavía más salvaje- supere su crisis. Lo demuestra el
resurgimiento del racismo, característica endémica de la “cultura” nacional,
que no sólo afecta al pueblo mapuche sino también a los inmigrantes y a las
capas sociales más pobres y explotadas del país. El racismo, la militarización,
las bandas de matones de la derecha en La Araucanía y las amenazas de los
camioneros, reeditan episodios de los años 70 y son señales de lo que ocurriría
si la Izquierda continúa ausente o relegando sus debates al aire viciado del
Parlamento.
Vivimos
una profunda deslegitimación de las instituciones del capitalismo.
El «peso de la noche», sin embargo, tiende a imponer salidas de consenso
cupular. El precario andamiaje de la institucionalidad permite sostener la
recomposición transitoria del modelo. Por eso el desfile de prematuras
candidaturas presidenciales y la radicación de la política en la más
desprestigiada de las instituciones.
Eso hace aún
más urgente el bosquejo de una alternativa socialista. El plebiscito de octubre
es una coyuntura favorable. Hay que intentar un amplio movimiento de
participación cívica. Rebasar las limitaciones y trampas del plebiscito y
convertirlo en una verdadera Asamblea Constituyente, como es voluntad del
pueblo. Esto significaría un salto de calidad en la lucha anti oligárquica y una
expectativa mejor para la Izquierda.
Desempolvar
el proyecto socialista es tarea de todos. La vía es reagruparse para construir
futuro. Una propuesta en tal sentido es el «movimiento de los girasoles” que
hace unos años planteó Raúl Pellegrin Arias, un arquitecto de larga militancia
comunista, padre del Comandante José Miguel del Frente Patriótico Manuel
Rodríguez (FPMR). Lo analizaremos en un próximo artículo.
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