domingo, 26 de julio de 2020

Que lo siento, que nadie es perfecto. Yo pensaba que la riqueza la creaba el Presidente de la Conferencia Episcopal Española (Un agente del Estado extranjero de El Vaticano que vive en España); dos cabos de La Legión; el director de La Razón y los trotes sueltos que de en cuando en cuando se enjareta por los campos de mi Andalucía el caballo de Santiago Abascal, pero resulta que no, que la culpa, la gran culpa, la grandísima culpa de la creación de la riqueza son los trabajadores. ¡Hostias, Pedrín!, que despiste el mío.


La clase obrera forma el grueso de la fuerza de trabajo en todo el mundo
Diario Octubre / 25.07.202


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En los países donde el capitalismo alcanzó su madurez hace mucho tiempo (Europa, Estados Unidos, Japón), la clase obrera es cuantitativamente mayoritaria, y sigue creciendo. En la Unión Europea la parte de los asalariados en el conjunto de la población activa pasó del 81 por ciento en 1991 al 84 por ciento en 2017
En Estados Unidos los porcentajes han pasado del 86,7 por ciento al 90 por ciento.
Los porcentajes resultarían mucho más abrumadores si tuviéramos en cuenta a los parados, que forman parte del ejército industrial de reserva, es decir, que son parte integrante de la clase obrera. Algo parecido cabe decir de los asalariados que se han jubilado.
La novedad es que hoy la mayor parte de la fuerza de trabajo mundial está en los países del Tercer Mundo, también está en crecimiento y es joven, en comparación con los países donde el capitalismo maduró antes.
En 1991 el porcentaje de asalariados entre la población activa en todo el mundo alcanzó el 44 por ciento para una población activa de 2.400 millones de personas, es decir, más de 1.000 millones de asalariados. En 2017 el porcentaje aumentó al 54,3 por ciento de una población activa en rápida expansión de 3.450 millones de personas. Son 1.870 millones de obreros en todo el mundo.
Por lo tanto, en 26 años la fuerza de trabajo mundial ha crecido en más de 800 millones de trabajadores, un aumento superior al 76 por ciento.
Una parte muy significativa de este crecimiento proviene del aumento de trabajadores chinos, que han pasado del 31,8 por ciento de la población activa en 1991 al 63,65 por ciento en 2017, es decir, de algo más de 206 millones a unos 500 millones.
India es el otro gigante asiático que está haciendo una importante contribución al fenómeno, aunque en mucho menor medida que China. Del 13,8 por ciento de la fuerza de trabajo en 1991, el empleo en India aumentará al 21 por ciento en 2017, de aproximadamente 46 millones a 110 millones. Esta transformación social en Asia es verdaderamente monumental y debe ser considerada como el mayor acontecimiento de las últimas tres décadas.
En América Latina se ha registrado un menor aumento relativo de la fuerza de trabajo asalariado, que ha pasado del 58 por ciento en 1991 al 63 por ciento en 2017. Sin embargo, el crecimiento de la población del continente significa que el número de trabajadores aumentó durante el mismo período de 101 a 195 millones. Lo mismo ocurre, en general, en el África subsahariana, que ha pasado del 21,5 por ciento y 42,25 millones de trabajadores en 1991 al 26 por ciento y 107,6 millones en 2017.
Estas cifras reflejan estrictamente el peso demográfico de la fuerza de trabajo asalariada. No tienen en cuenta a las personas dependientes de los trabajadores (hijos y padres demasiado mayores para trabajar) y a los trabajadores jubilados, lo que duplicaría el tamaño de la fuerza de trabajo.
Tampoco tienen en cuenta la semiproletarización, es decir, las personas que trabajan por cuenta propia (a menudo agricultores pobres) y que son obreros paralelamente a su actividad principal, un fenómeno está muy difundido en China, donde afecta a decenas de millones de personas. Es un fenómeno que acompaña necesariamente la transición hacia la maduración capitalista de las sociedades: lo mismo ocurrió en Estados Unidos a finales del siglo XIX y principios del XX.
La estabilidad demográfica de la fuerza de trabajo asalariada en los países del capitalismo avanzado ha ido de la mano de un cierto estancamiento de los salarios en los últimos decenios, el espectacular aumento del número de trabajadores en los países asiáticos coincide con un fuerte incremento de los salarios y una mejora de las condiciones de trabajo.
Este efecto de reducción de las diferencias salariales dentro de la estructura salarial mundial es una convergencia de la condición de la clase obrera internacional aunque, en términos absolutos, las lagunas todavía existen y están lejos de cerrarse. Los salarios chinos más altos, los de los trabajadores de las grandes metrópolis de la China costera están a la par de los salarios europeos más bajos, es decir, los salarios de los nuevos Estados miembros del Este.
El relativo estancamiento de los salarios en los países avanzados también va de la mano de la decadencia de las organizaciones de clase que florecieron durante las primeras décadas del siglo pasado, de la caída de los países socialistas y del movimiento comunista internacional en su conjunto.
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