El movimiento francés demostró un potencial revolucionario que veremos
surgir en la postpandemia
Los chalecos amarillos y la
invención del futuro
Rebelion
13/07/2020
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Fuentes: Observatorio
Internacional de la Crisis
La revuelta
de los Chalecos Amarillos ha sido interpretada y analizada muchas veces y de
muchas maneras. La derecha y la mayoría de los medios de comunicación, han
definido al movimiento como casi fascista, como una forma de delincuencia
colectiva, en una palabra, como una amenaza a la democracia y sus
instituciones.
También
entre gente que simpatiza con los movimientos sociales – incluidos muchos
activistas de izquierda – ha existido una fuerte reserva sobre esta nueva forma
de acción política. Muchos en la izquierda tradicional desconfían de la lucha
de los Chalecos Amarillos por «confusa» o «poco clara”.
Que los
Chalecos Amarillos inspiren tales reacciones muestra hasta qué punto el
movimiento ha sorprendido, avergonzado, desorientado e incluso preocupado al
sistema político . Los Chalecos Amarillos, en otras palabras, son un movimiento
que ha sacudido los patrones y criterios establecidos por la «sociología
política institucional”.
El factor
principal que desencadenó las protestas – el «impuesto sobre el combustible”-
ha llevado a algunos a pensar que los Chalecos Amarillos son
anti-ambientalistas y que defienden el derecho de los automovilistas a
contaminar el cuanto quieran.
Pero a pesar
de estos ataques, una cosa es cierta: este levantamiento popular es un evento
político muy significativo. No debemos olvidar cuánto duró, cuánto provocó y
por qué obtuvo el apoyo mayoritario de la población. Pero, sobre todo, las
características de esta revuelta son las que marcan un punto de inflexión en la
historia social y política de Francia.
Primero: una
explosión espontánea en las redes sociales avanzó hacia una dinámica de
auto-organización. Segundo: tienen una composición
sociológicamente (son asalariados, jubilados, desempleados,
propietarios de pequeñas empresas y mujeres que no tenían experiencia previa en
movilización colectiva). Y tercero, han inventado formas originales de
acción ( ya no son las manifestaciones sindicales en los «grandes
bulevares», ahora son ocupaciones de las «rotondas» en todas partes y,
demostraciones, todos los sábados, a veces violentas en el centro de París).
Las
discusiones se han focalizado en cómo definir el movimiento: ¿revuelta,
insurrección, jacquerie ? No han faltado todo tipo de interpretaciones léxicas.
Lo que se ha
olvidado es que la revuelta es básicamente la irrupción de “voces desde abajo”.
Voces que han sido silenciadas y excluidas de cualquier tipo de
representación, Voces de ciudadanos que han sido víctimas en las decisiones de
las elites políticas y financieras.
Pero, la
característica más importante de este levantamiento popular es que inventó con
éxito nuevas formas para enfrentar directa e intransigentemente la lógica
neoliberal.
Lo que realmente
llama la atención es la lúcida conciencia de estos actores que no han olvidado
nada del pasado y que supieron reconocer la continuidad de las políticas
neoliberales de Sarkozy, Hollande y Macron. De hecho, lo que desató la revuelta
fue precisamente la aceleración del programa neoliberal de Macron.
Desde el
principio, los Chalecos Amarillos entendieron perfectamente que esta lógica
aumenta las desigualdades sociales y territoriales, que se trata de una
política que reduce los impuestos a los ricos y que disminuye los servicios
públicos de los que dependen los más pobres para sobrevivir.
El principal
resultado de esta revuelta es el establecimiento de una nueva entidad colectiva
que se niega a disociar la lucha por la justicia social con la lucha por el medio
ambiente y con la búsqueda de nuevas formas prácticas de ejercer la democracia.
Al respecto,
debemos observar las características de la revuelta. Primero: aunque la
revuelta sólo fuera con un «síntoma» de la crisis de la democracia
representativa, los Chalecos Amarillos han sido los protagonistas de una
crítica activa, aguda y radical de las instituciones políticas y de su
profesionalización oligárquica.
Segundo:
estamos ante un proceso de formación de nuevas subjetividades radicales que
hasta hace poco habían sido «invisibilizadas» por su situación geográfica, su
variedad de condiciones socioeconómicas y su distancia del sistema político,
mediático y económico tradicional. Estas nuevas subjetividades son inseparables
de las prácticas que caracterizan al movimiento de los Chalecos Amarillos.
La revuelta
desafió, de manera práctica, los métodos de organización y discursos clásicos
de contestación social. Según la hipótesis de Laurent Jean-Pierre estamos ante
la invención de nuevas formas de acción y organización y la revuelta marca el
comienzo de un nuevo ciclo de contestación social.
Las
tres negaciones
La revuelta
de los Chalecos Amarillos cuestionó directamente la política de representación
establecida y lo hizo con tres negativas concomitantes.
Primero: el
movimiento se negó a someterse a los movimientos sociales tradicionales que se
desarrollaron a partir del siglo XIX, el movimiento despegó su acción de manera
independiente de sindicatos y de partidos políticos . Por cierto, esta es la
razón por la cual los Chalecos Amarillos han desconcertado a muchos líderes
políticos y sindicales que no han sabido qué hacer con este tipo de revuelta
atípica.
Un aspecto
del movimiento que es particularmente llamativo se deriva del hecho que el tema
de las relaciones capital-trabajo no se presentó de manera directa en sus
demandas. Al contrario de otros movimientos el desempleo y las condiciones
laborales no fueron una tema central.
El objetivo
de la revuelta era más bien la injusticia fiscal y social, percibida como la
principal responsable de los bajos ingresos. Las demandas, no estaban dirigidos
contra los «empleadores» sino contra Macron, el Estado y la Oligarquía, todos
mezclados sin distinción.
Segundo: La
revuelta se negó desde el principio a operar en el marco de la «democracia
representativa». No sólo no se invitó a los partidos políticos a participar del
movimiento, sino que se denunció a quienes «intentaban cooptar» el movimiento.
En
consecuencia, quisieran o no, los partidos políticos de izquierda y derecha
mantuvieron distancia del levantamiento y fueron relegados al papel de
espectadores de un enfrentamiento entre el Estado y los Chalecos Amarillos (Por
tanto, los activistas de extrema izquierda o de extrema derecha que se
involucraron en el movimiento lo hicieron usando un chaleco amarillo, nunca
reclamando abiertamente una organización o ideología).
Tercero: el
movimiento negó la representación establecida por los discursos dominantes. De
hecho, no sólo rechazaron partidos políticos, sindicatos e instituciones
representativas, sino también fueron impugnados los discursos políticos y
mediáticos que supuestamente «representan» a la sociedad.
El discurso
político, en particular, se juzgó demasiado distante y abstracto, es decir,
demasiado lejano de la «vida real» y, por lo tanto, incapaz de significar las
condiciones concretas y vividas de la «gente de abajo».
Esta
negativa a la alienación política de las personas se relacionan con el «bla bla
bla» deshonesto de los políticos. Esta objeción a «palabras que no significan
nada» no fueron meramente negativas. Los Chalecos Amarillos buscaron formas de
articular una voz colectiva que pudiera hablar con franqueza sobre por qué es
difícil ganarse la vida, sobre el sufrimiento social y sobre los callejones sin
salida de millones de personas.
La memoria
histórica de la Revolución Francesa, los símbolos como la bandera nacional y la
Marsellesa y expresiones como «somos el pueblo» ayudó enormemente a las
personas a articular sus demandas. De esta manera la voz colectiva de los
Chalecos Amarillos conectó las experiencias diarias con el recuerdo de un
evento histórico fundador de Francia.
Prácticas fundadoras o instituyentes de los Chalecos Amarillos
La revuelta
fue una oportunidad para construir un nuevo discurso político y fue
desconcertante para quienes se consideran «representantes legítimos» de la
sociedad: políticos, periodistas, activistas sindicalista, etc.
Al contrario
de lo que se ha dicho, los Chalecos Amarillos no son «apolíticos». El
movimiento es «transversal» o “anti-partido”, y eligió construir un nuevo
discurso político a partir de experiencias diarias, personales y locales.
El tema
colectivo de este discurso no era una clase o un cuerpo profesional o un grupo
ya establecido, sino una masa de individuos identificados como un grupo
reconocible por el hecho que usan un chaleco amarillos y también por
haber formado una comunidad de experiencias y similitudes en sus vidas.
El principio
de rechazar la representación establecida, que puede expresarse como «nadie
tiene derecho a hablar por nosotros», es una voz claramente política que
rechaza la mediación tradicional . Es una reivindicación para hablar con claridad
sobre la vida cotidiana de millones de personas pobres o modestas .
Y este
discurso directo va acompañada de valores no negociables. Es una voz colectiva
que reclama mayor justicia social y mayor igualdad, sin mediación, sin
portavoces, sin objetivos específicos.
Esto, entre
otras cosas, es lo que hace que esta revuelta sea diferente de los movimientos
sociales «clásicos», organizados contra una decisión que afecta a una categoría
profesional particular, contra una ley que ataca un aspecto de la vida o contra
una medida política específica y que, en el mejor de los casos, lleva a una
«negociación».
Los Chalecos
Amarillos no están simplemente pidiendo el «fin de la austeridad» o defendiendo
“esto o aquello” o luchando contra la reforma de las pensiones. El hecho más
notable es que a partir del alza del precio del combustible, todo el sistema de
desigualdades de la sociedad fue cuestionado y luego, muy rápidamente, se
cuestionó también un sistema político que legitima, mantiene y empeora las
desigualdades.
La demanda
política de igualdad y justicia social es doble: universal y local. Se
manifiesta en dos tipos de práctica. El primer tipo son las manifestaciones
todos los sábados en el corazón de los centros de poder y justo en el medio de
los barrios elegantes de París . Allí se proclama la igualdad para todos y se
denuncia la injusticia social que afecta a todos.
La segunda
práctica es la ocupación de las rotondas, que son campamentos que sirven a la
organización territorial. En las carpas las personas discuten diferentes formas
de continuar la lucha, las demandas y sus prioridades. Se establece una nueva
lógica de las asambleas locales, lo que Laurent Jean-Pierre llama la
«re-politización del lugar”.
La ocupación
de las rotondas se extendió por todo el territorio interconectada mediante las
redes sociales. Sobre esta base se creó una programa nacional de demandas y se
planificó la movilización en las ciudades de acuerdo con el principio de
«rotación centralizada «.
Aunque la
utilización de Facebook ayudó a superar la represión, lo más sorprendente – y
quizás más prometedor- es la organización federativa que condujo a la
creación de «asambleas de asambleas» en Commercy , Saint-Nazaire ,
Montceau-les-Mines.
Un desafío y un comienzo
Los Chalecos
Amarillos han sido una revuelta completamente nueva que ha roto todas las
reglas habituales de los conflictos sociales. El movimiento ha demostrado la
existencia de un enorme potencial revolucionario contra las desigualdades del
sistema neoliberal. Este potencial es explosivo, a pesar de los intentos de
cooptación por la extrema derecha.
Dos aspectos
de este potencial revolucionario merecen atención extra.
Si bien
somos testigos, al menos aparentemente, del crepúsculo de las organizaciones
tradicionales que surgieron del socialismo y el sindicalismo histórico ( y que
hasta ahora parecen incapaces de reinventarse) estamos viendo la aparición de
nuevas poderosas formas de lucha por la igualdad y justicia social.
Los actores
de estas nuevas formas de organización se niegan a ser embargados por
organizaciones burocráticas o por líderes carismáticos muy al contrario de la
«razón populista» teorizada de manera imprudente por Ernesto Laclau, para
apoyar la lógica antidemocrática de la representación política.
El nuevo
hecho es que un movimiento auto-organizado ya no es prerrogativa de los jóvenes
precarios ( a menudo altamente educados) o de los trabajadores de la industria
del entretenimiento francés o de los activistas de la Nuit Debout. Más bien el
nuevo movimiento pertenece a personas de categorías sociales muy diferentes,
muchas de las cuales se presumía no tenían competencias políticas.
La
originalidad de la revuelta de los Chalecos Amarillos fue su creación de
un «nosotros» a través de un signo común visible ( el chaleco) y por medio de
colectivos virtuales creados en las redes sociales.
Por
supuesto, que hay más de una pregunta importante que deberá resolver el
movimiento: ¿ será políticamente efectiva y duradera una forma original de
democracia radical sin renunciar a sus principios cardinales? ¿será capaz de
desarrollarse más allá de la pandemia y crear un movimiento nacional que
preserve sus características locales, descentralizadas y democráticas?
La respuesta
práctica apareció durante las «asambleas de asamblea» del movimiento. La
declaración de los Chalecos Amarillos de la localidad de Commercy (una ciudad
en el norte de Francia) llamó a «crear una Asamblea de Asambleas y la Comuna en
los Municipios».
En la
reunión los delegados de varios cientos de asambleas populares locales
reflexionaron colectivamente sobre el tema para facilitar un movimiento
descentralizado y elaborar un bosquejo de una Federación de Comités Populares
que se identifiquen con la democracia directa, la ecología y las demandas de
igualdad. ¿Qué surgirá de esta dinámica federativa? No lo sabemos.
El segundo
aspecto a tener en cuenta es la forma en que este movimiento ha enfrentado e
incluso desbaratado las propuestas de la ecología neoliberal, que hoy uno de
los ejes centrales del neoliberalismo para los próximos años y décadas. Por
«ecología neoliberal» nos referimos los discursos y las políticas que consisten
en atribuir la responsabilidad de la crisis climática al comportamiento
individual y en particular de los miembros de las clases populares,
estableciendo de manera simultánea incentivos fiscales al capital cuyo efecto
es el aumento de las desigualdades.
La gestión
neoliberal de la crisis climática culpa a cada individuo, sea cual sea su clase
social o su nivel real de responsabilidad. Esto hace posible descargar la carga
de una engañosa “transición ecológica” sobre la mayoría de la población,
en especial sobre los más débiles.
En este
sentido, la revuelta de los Chalecos Amarillos es una de las primeras
movilizaciones que articulan el tema de la igualdad y el clima, la justicia
social y la justicia climática. Es, sin duda, también su principal lección para
la izquierda global.
Pierre Dardot es filósofo y especialista de Hegel y Marx. Sus libros más recientes, escritos junto con
Christian Laval, incluyen Common: On Revolution in the 21st Century (Bloomsbury,
2014), The New Way Of The World: On Neoliberal Society (Verso
Books, 2017) y Never-Ending Nightmare: The Asalto neoliberal a la
democracia (Verso Books, 2019).
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