¿Es China
culpable?
Por Xulio
Ríos
Rebelión
30/04/2020
Fuentes: Observatorio de la Política China
Casi desde sus inicios, la crisis del nuevo
coronavirus, con epicentro en China, se convirtió en algo más que un mero
problema de salud pública. A las acusaciones de ocultamiento de información y
de mentir intencionadamente se fueron sumando las teorías conspirativas. Lo
cierto es que los científicos y expertos en salud aun tienen muchas preguntas
por responder. Y ello es comprensible porque nos hallamos ante una nueva
enfermedad, cosa que a veces pasamos por alto. Ha habido en la primera reacción
china vacilaciones y actitudes que no son de recibo como la amonestación del
doctor Li Wenliang. Ahora bien, en buena lógica debemos tener en cuenta que
identificar y descifrar las características de un nuevo virus no puede hacerse
de un día para otro. Algo tan de sentido común, hoy parece una obviedad
revolucionaria.
Por otra parte, si bien el brote del Covid-19 se
identificó antes en China que en cualquier otro país del mundo, ahora se nos
advierte de que casos similares tratados meses atrás como cuadros virales
atípicos en países como España, Italia o Estados Unidos pudieran corresponder,
en realidad, a otras variantes del nuevo coronavirus. Lo responsable y racional
es aguardar por las conclusiones científicas y mientras tanto centrarse en
lograr la máxima eficiencia en el combate a la pandemia.
El intento de estigmatización de una sociedad o un
país por esta causa solo puede obedecer a motivaciones políticas. Como también
las apelaciones a crear comisiones internacionales de investigación o las
reclamaciones de compensaciones económicas a China por una supuesta mala fe en
su gestión de la crisis. Quienes apadrinan estos planteamientos, naturalmente
nada quieren saber de la responsabilidad de EEUU en la crisis de 2008 o de las
indemnizaciones que debiera satisfacer por los enormes daños causados, pongamos
por caso, en Irak (también, por cierto, recurriendo a la fabricación del engaño
con aquellas armas de destrucción masiva que nunca aparecieron) y en tantos
otros lugares. La lista es larga. Y objetiva. Y probada.
A toro pasado y desde una cierta lejanía no siempre
exenta de prejuicio, puede sentenciarse que China lo hizo mal desde el
principio. Pasemos por alto la reacción posterior, realmente draconiana en su
dimensión y con costes considerables. Y corramos un tupido velo sobre la
respuesta de terceros, España incluida. Quienes tenemos memoria del brote del
SARS en 2002 y 2003, advertimos diferencias notorias tanto en la celeridad
adoptada como en la contundencia y también en la transparencia y colaboración
internacional. Las lecciones de entonces han estado presentes ahora y explican,
por ejemplo, incluso el éxito de países como Vietnam o Corea del Sur y otros de
la región. Todos los sistemas de salud en Asia recibieron una tremenda llamada
de atención, como los nuestros la están recibiendo ahora.
Hay, sin duda, defectos sistémicos en la gobernanza
china y procedimientos que son manifiestamente mejorables. Por ejemplo, una vez
más, hemos podido apreciar las diferentes actitudes del poder central y las
autoridades locales. El premier Li Keqiang advirtió en su visita a Wuhan del 26
de enero contra las estadísticas maquilladas que no son sino producto de una
atmósfera irrespirable que en los últimos años se ha agravado. Quizá a ello
responda una reciente circular del PCCh que insta a crear un entorno interno en
el que se pueda innovar y trabajar con mayor comprensión. Ese temor de los
funcionarios de los niveles más bajos les ha hecho caminar con pies de plomo
para evitar ser sancionados. Y esto puede explicar algún comportamiento vivido
en Wuhan.
Alentar la espiral de acusaciones constituye una
irresponsabilidad. La actitud de la derecha extrema estadounidense, liderada
por el estrambótico presidente Trump, el “líder del mundo libre” que invita
nada menos que a inyectarse desinfectante para combatir el virus
(sarcásticamente, dijo después), responde a todas luces a la necesidad de
ocultar su errática imprevisión desoyendo las advertencias de sus consejeros,
de la propia China y de la OMS, multiplicando los chivos expiatorios para no
perjudicar su estrategia electoral. Todo vale con tal de escurrir el bulto.
También para la ultraderecha que en Europa o Sudamérica lleva semanas imitando
dicho discurso.
Es un hecho que China ha asumido el liderazgo global
en el combate contra la pandemia. Esto irrita más si cabe. Sus suministros y
donaciones llegan a todo el mundo. Sus médicos y expertos también. Hubo un
tiempo en que quizá se esperara de EEUU una vacuna, pero hoy hay más
competidores que se le pueden adelantar. China ejerció su responsabilidad
global por primera vez y casi en solitario, algo que en los últimos años se le
venía reclamando aunque ahora nos sorprenda que lo haga y auscultemos posibles
segundas intenciones en sus acciones. Ante el ensimismamiento de Japón y el
desconcierto europeo, China ocupó el vacío dejado por la Administración Trump que
anunció en plena expansión de la pandemia la suspensión del compromiso con la
OMS, culpabilizaba también de que él no haya tomando en serio a su debido
tiempo lo que se le venía encima. Y esto ocurre tras abandonar el acuerdo del
clima de París, la UNESCO o el pacto nuclear con Irán. Son estas circunstancias
las que permiten que China se reposicione en el mundo a cuenta del nuevo
coronavirus.
A muchos les preocupa que todo esto convierta a China
en un modelo alternativo a la civilización occidental. Dependerá de lo que
otros hagan. Esta crisis ha puesto al desnudo importantes vulnerabilidades
(políticas, sociales, industriales, tecnológicas) a las que urge poner remedio.
También en los sistemas democráticos.
Superar la recesión económica que se nos viene encima
exigirá considerables esfuerzos de todos. Persistir en la confrontación para
reafirmarse solo puede conducir a consecuencias trágicas. La reactivación será
compleja y dolorosa, también en China. A la espera de lo que acontezca en EEUU
en noviembre, Europa, desmarcada de la política de culpabilización, tiene en
sus manos la ocasión de reponerse inclinando la balanza hacia la
corresponsabilidad y la cooperación para que todos juntos podamos despegar. De
lo contrario, una primacía de los enfoques extremistas presagia tiempos aun más
sombríos.
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