Los daños sociales de la desinformación
Por Fernando Buen Abad Domínguez | 21/06/2019 | Mentiras y medios
Fuentes: Rebelión/Instituto
de Cultura y Comunicación UNLa
No se tipifican
ni penalizan, con los rigores éticos o jurídicos más obvios, los daños que
produce la desinformación y que son siempre muy severos contra el tejido social
todo, ocurran donde ocurran. No hay atenuantes. A estas alturas de la historia
la agenda temática indispensable para cualquier sociedad no es un misterio ni
un enigma indescifrable. No hay territorio en el planeta que no tenga urgencia
de saber qué pasa (verdaderamente) con la economía, no como la trama de
negociados procaces culpables de la miseria sino como la realidad cruda y dura
del paradero de las riquezas producidas por los trabajadores. Y sobre eso reina
la inanición informativa. No hay territorio que no requiera saber, con
nitidez escrupulosa, qué hacen los «políticos», no por el entramado tóxico del
trafico de influencias, favores u odios entre ellos, sino por la calidad y la
cantidad de los problemas sociales que deben atender bajo mandato democrático.
No hay palmo de planeta que pueda confiar en su estructura social sin conocer
la dinámica completa del avance de sus derechos y sus responsabilidades frente
a la complejidad misma de su dialéctica histórica, en las ciencias, en las
artes, en la conflictividad y principalmente en la evolución de sus luchas,
todas y cada una, en el espectro complejo de las conductas en comunidad. Y eso es
de lo que más se silencia y tergiversa. Desfigurar los hechos es también
desinformar.
Hace mucho
tiempo, en los métodos y los instrumentales científicos de la producción
informativa, dejó de tener valor la excusa de la ignorancia. Lo que se publica
-o lo que se silencia- tiene la marca de los grupos de «inteligencia», públicos
o privados, que operan dentro y fuera de los medios de información. Ahí se
cuecen los datos, su extensión, su profundidad su calidad y su cantidad. Ahí se
definen los temas y se define el «canon» informativo obligatorio que una
sociedad requiere para su desempeño cotidiano. Pero, bajo el capitalismo, que
ha convertido la información también en mercancía, secuestrada para
tribulaciones políticas o mercenarias, el «canon» (el conjunto mínimo
obligatorio de información) no obedece a la producción social de conocimiento
colectivo sino a la lógica de la ignorancia de mercado.
Tal «canon» y
su dialéctica histórica, son hoy una referencia ineludible para medir la
calidad y cantidad de la producción, la distribución y la interlocución con la
información ofertada. Hay perfiles etarios, de género, de oficio, de
orientaciones políticas, estéticas o científicas. Hay datos poblaciones
suficientes, relevamientos geográficos, climatológicos económicos, políticos y
culturales abundantes, como para proveer a las sociedades enteras con
informaciones pertinentes, oportunas, amplias y críticas. Sin excusas, sin
pretextos y sin omisiones. Y, sobre todo, proveer al «canon» con verdad
científica, diversa, rica, consensuada y enriquecida permanentemente. Hay
métodos avanzados para garantizarlo a pesar de que la niebla de mediocridad y
servilismo que cubre a la mayoría de los «medios» no permita que se conozca la
fuerza de la ciencia al servicio de la información social cotidiana.
Desinformar no
sólo es suspender la «transmisión» de «datos», es también sepultar un canon
social informativo obligatorio. Es reducir el acto de informar al capricho
convenenciero de los fabricantes de «noticias». Es redactar corpus cercenados,
al antojo de una ofensiva contra la consciencia de los interlocutores, para
entregarles una visión (o noción) de la realidad deformada, desfigurada,
desinformada. Es un fraude de punta a punta. No es una «omisión» más o menos
interesada o tendenciosa…no es una «falla» del método; no es un accidente de la
lógica narrativa; no es un incidente en la composición de la realidad; no es
una «peccata minuta» del «descuido»; no es una errata del observador; no es
miopía técnica ni es, desde luego, «gaje del oficio». Es lisa y llanamente una
canallada contra el conocimiento, un delito de lesa humanidad. Es como privar a
los pueblos de su Derecho a la Educación.
A estas alturas
de la Historia y, especialmente de la historia de los «medios de comunicación»,
es insustentable e insoportable cualquier escusa para informar oportuna, amplia
y responsablemente. No hay derecho que justifique la acción deliberada de
silenciar lo que ocurre y, en el poco probable caso de que un medio de
información no se entere de los que ocurre, ese medio realmente no merece
respeto alguno. La excusa de «no saber», de «no conocer», de «no tener
información» para, por ello, no asumir la responsabilidad profesional y ética
que le compete a un medio informativo… es francamente sospechosa y ridícula.
¡Renuncien! Ningún pueblo debería soportar la ineficiencia inducida de un
medio, concesionado por tal sociedad, para el ejercicio profesional y
obligatorio de transmitir la información que es propiedad social. Hay
tecnología y metodología suficientes que invalidan toda palabrería esmerada en
excusar las intenciones míseras de los que desinforman. Incluso si lo hacen
mintiendo con emboscadas finamente elaboradas en laboratorios de guerra
psicológica.
«Artículo:
19 Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este
derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de
investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin
limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.» Declaración
Universal de los Derechos Humanos. A la vista de todas las canalladas
inventadas por el capitalismo para violar el legítimo derecho de los pueblos a
la mejor información evaluada ética y científicamente por las sociedades, bien
vendría instruir una revolución jurídico-política hacia una nueva Justicia
Social irreversible que tuviera como ejes prioritarios los que competen a la
Cultura y a la Comunicación como inalienables. O dicho de otro modo, que nunca
más la Cultura, la Comunicación ni la Información puedan ser reducidas,
retaceadas ni regateadas por el interés de la clase dominante contra las
necesidades de las clases oprimidas, impunemente.
Rebelión ha
publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su
libertad para publicarlo en otras fuentes.
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