El coronavirus y la sociedad de la mentira global
Rebelión
| 28/02/2020
Fuentes: Nueva Tribuna
Durante el año
pasado se registraron en España 277.000 casos de cáncer. La mitad de los enfermos
morirán en un plazo inferior a cinco años, sufriendo durante el resto de su
vida un calvario indecible de idas y venidas al hospital, de quimio y
radioterapia, de dolor y sufrimiento y de miedo indescriptible. En una sociedad
avanzada y civilizada, las investigaciones para curar o paliar el cáncer, las
enfermedades cardíacas y las degenerativas deberían ocupar un lugar
preeminente, dedicándoles todos los medios económicos posibles. Del mismo modo,
en un mundo civilizado y justo, la Organización Mundial de la Salud,
en vez de callar, debería denunciar los precios altísimos de los tratamientos
para esas enfermedades que están arruinando a los sistemas estatales de salud,
declarar la libertad de todos los países copiar cualquier medicamento que sirva
para mejorar la vida de los enfermos y condenar el reparto mafioso y
monopolístico de los nuevos tratamientos por parte de los grandes laboratorios.
No lo hace, mira para otro lado, y la curación de esas enfermedades que tanto
dolor causan a tantísima gente se pospone hasta que la mafia quiera.
El año pasado
murieron en España por accidente laboral casi setecientas
personas, resultando heridos de gravedad o enfermos debido al trabajo varios
miles de personas. Las causas están claras, precariedad laboral, jornadas
interminables, destajo, escasas medidas de seguridad y explotación. Ningún
organismo estatal ni mundial alerta sobre el deterioro de las condiciones de
trabajo ni esas víctimas, que podrían haberse evitado con muy poca inversión,
abren los telediarios ni ocupan más de su tiempo.
No creo que
nada de lo que pasa en el mundo sea por casualidad, ni que los informativos
ignoren inocentemente el número de muertos por guerras absurdas que cada año
asolan al mundo de los pobres
En 2019, seis
mil españoles murieron de gripe, una enfermedad tan común como el sarampión
que mata todos los años a miles de personas en África sin
que la OMS exija a los Estados miembros que aporten las vacunas necesarias -que
valen cuatro perras- para evitar ese genocidio silencioso. Al fin y al cabo, la
mayoría son negros.
En 2018, más de
cuarenta mil personas murieron en España por la contaminación
ambiental, siendo directamente atribuibles a esa misma causa el fallecimiento
de ochocientas mil personas en la Unión Europea y casi nueve
millones en el mundo, aparte de los millones y millones que padecen
enfermedades crónicas que disminuyen drásticamente su calidad de vida.
En 2017 más de
seis millones de niños murieron de puta hambre en el mundo mientras en los
países occidentales se tiran a la basura toneladas y toneladas de alimentos.
Ese mismo año, más de dos mil millones de personas trabajaron jornadas
superiores a 15 horas por menos de 10 euros al día. Ningún informativo, ningún
periódico, ninguna radio lleva días y días insistiendo machaconamente en esa
tragedia que martiriza a diario a media humanidad y amenaza con llevarnos a
todos a condiciones de vida insufribles.
La suspensión
del Congreso Internacional de Móviles de Barcelona -Congreso que probablemente
no se vuelva a celebrar tal como lo hemos conocido en años sucesivos- no se
debió al coronavirus, sino a la exhibición que las grandes tecnológicas chinas
iban a hacer sobre sus avances en el 5G
Hace unas
semanas surgió en una región de China un virus que causa
neumonía y tiene una indicencia mortal menor al uno por ciento. Los medios de
comunicación de todo el mundo, acompañados con las redes sociales de la mentira
global, decidieron que ese era el problema más terrible que había azotado al
mundo desde los tiempos de la peste bubónica del siglo XIV que diezmó la
población de Europa en casi un tercio. No hay telediario, portada de periódico
por serio que sea o red social en la que el coronavirus no ocupe un lugar
preferente y reiterativo hasta la saciedad, como si no tuviésemos bastante con
las enfermedades ya conocidas que matan de verdad a muchísima gente después de
largos periodos de sufrimiento y tortura vital. No sé como surgió ese nuevo
virus, tampoco si es nuevo, carezco de conocimientos científicos para ello, lo
único que sé es lo que cuentan los especialistas, y es que apenas mata ni deja
secuelas importantes. Pese a ello, a que lo saben, los informativos siguen
creando alarma a nivel mundial. ¿Por qué?
No creo que
nada de lo que pasa en el mundo sea por casualidad, ni que los informativos
ignoren inocentemente el número de muertos por guerras absurdas que cada año
asolan al mundo de los pobres. Vivimos un tiempo de relevos, la potencia
hegemónica –Estados Unidos– tiene por primera vez desde el final de
la Guerra Fría un serio competidor que se llama China.
Ese competidor fue alimentado desde los años ochenta por las potencias
occidentales debido a su enorme población, a su pobreza y a los salarios
bajísimos de sus trabajadores. Han pasado cuarenta años y lo que entonces
pareció una decisión magnífica para acabar con los Estados del Bienestar,
abaratar costes e incrementar riquezas de modo exponencial, ha tomado otro
cariz y ahora esa potencia pobre produce casi el 18% de todo lo que se fabrica en
el mundo y está en disposición de dar el gran salto que la coloque en como
primera potencia mundial, algo que será inevitable haga lo que haga Trump y
sus amigos porque tienen el capital, la tecnología y la mano de obra necesaria.
La suspensión del Congreso Internacional de Móviles de
Barcelona -Congreso que probablemente no se vuelva a celebrar tal como lo hemos
conocido en años sucesivos- no se debió al coronavirus, sino a la exhibición
que las grandes tecnológicas chinas iban a hacer sobre sus avances en el 5G. Se
trataba de impedir de cualquier manera que los chinos pudiesen demostrar que
hay campos en los que ya están por delante de Estados Unidos y,
por supuesto, de Europa. No hay otra explicación ni otra razón. Con la
cancelación del congreso de Barcelona y la información
apocalíptica sobre las consecuencias de la expansión del coronavirus se daba un
paso más en la nueva guerra fría que se ha inventado Donald Trump, dejando
claro a China que todo vale en la guerra y que su ascenso al primer puesto les
va -nos va- a costar sangre, sudor y lágrimas.
El coronavirus
es una enfermedad que no arroja datos alarmantes, primero porque no se expande
al ritmo de las grandes epidemias que ha sufrido el mundo, segundo porque
tampoco los porcentajes de mortandad son equiparables a los de otras plagas
como la “gripe española”. Sin embargo, y dentro de un lenguaje medieval, se
está intentando crear pánico a escala global y por eso cada día nos cuentan el
nuevo caso que se ha descubierto en Italia, Croacia, Malasia o Torrelodones,
uno por uno, haya dado muestras de quebranto o no. Se trata de alimentar el
bicho del miedo a escala global con fines estrictamente políticos y económicos,
y nunca antes como hoy, en la sociedad de la desinformación, han existido
tantos medios para imponer las mentiras como verdades absolutas al servicio de
intereses bastardos. El coronavirus no es el fin del mundo ni nada que se le
parezca, es una enfermedad normal, como tantas y con poca mortandad, pero la
manipulación mediática interesada puede llevarnos a una crisis de consecuencias
devastadoras.
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