Lecciones para los tiempos que corren
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Rebelión
14/03/2020
Fuentes: Rebelión
A propósito de
la conmemoración del centenario de su asesinato, el año pasado se publicaron un
sinnúmero de artículos en homenaje a la revolucionaria polaca. El presente
trabajo se sitúa en la misma línea de estos.
O sea,
reivindica el pensamiento y acción de Rosa Luxemburgo como militante
socialista, rescatando una serie de elementos que resultan de especial
relevancia para la política revolucionaria en los tiempos actuales.
Hay si una
diferencia. La reivindicación de la figura y pensamiento de Rosa Luxemburgo se
hace no sin constatar una práctica que se ha vuelto común entre los escritores
de izquierda, a saber: servirse de una figura de renombre en el campo del
marxismo (Marx, Engels, Lenin, Gramsci u otro) para hacer pasar ideas de
cosecha personal como supuestamente propias de la autoridad a la que se apela,
intentando además hacerlas coincidir con tal o cual corriente académica en boga
–que poca o ninguna relación guardan con el marxismo– como signo de
respetabilidad intelectual.
Esto, aparte de
ser una práctica poco rigurosa, en el caso particular de Rosa Luxemburgo,
denota la deshonestidad intelectual que hoy campea en cierta producción teórica
de la izquierda latinoamericana. Deshonestidad que incluso raya en la
desfachatez a la luz del estilo literario simple, directo y claro que ella
desarrolló. En efecto, sus escritos no dejan espacio a la ambigüedad. No se iba
con medias tintas ni pelos en la lengua, plasmando su propia personalidad como
militante y propagandista socialista.
Aun así, a Rosa
Luxemburgo se le suelen atribuir posiciones e ideas que poco o nada tienen que
ver con lo que defendió en sus escritos, atribuyéndosele posiciones que incluso
explícitamente rechazó. Es lo que sucede, por ejemplo, con la cuestión del
imperialismo y las luchas nacionales. Hay otras también que resultan en gran
medida desconocidas, siendo necesario detenerse en ellas.
Sin pretensión
de mayor sistematicidad ni ánimo de agotarlas, se relevan algunas ideas
luxemburguistas cuya reivindicación resulta crucial para la elaboración
política socialista contemporánea, destacando entre estas la cuestión del internacionalismo,
la relación de la teoría con la elaboración programática y la política
socialista y la importancia de la discusión en la construcción
político-orgánica.
Internacionalismo:
«¡Preferimos perder la vida antes que ser infieles a este ideal!»
En verdad
sorprende que algunos de los propagandistas actuales de la izquierda
latinoamericana –siguiendo sus propias ideas preconcebidas– hayan logrado poner
en circulación una imagen adulterada de Rosa, amoldándola más a la de una
nacionalista pequeñoburguesa que a la de una internacionalista revolucionaria,
que es lo que realmente en vida fue.
En su triple
condición de mujer, judía y polaca, tres minorías discriminadas social y
culturalmente a lo largo de la historia, nada le hubiese resultado más sencillo
que adoptar sin más el credo nacionalista pequeñoburgués que hoy predomina en
la izquierda, el cual propugna la defensa abstracta de los “más débiles” y
“desposeídos”, rasgando vestiduras y derramando lágrimas por cada “pequeña”
nación agredida por el “imperialismo” (que en estricto rigor se reduce
exclusivamente a la denuncia de las intervenciones del gobierno
norteamericano).
Sin embargo, no
fue así. Por el contrario, apegada a la concepción marxista marxista, Rosa
adoptó una inflexible postura internacionalista ante el problema de las
disputas entre Estados burgueses. En eso no se dejó nunca embaucar por la
fraseología izquierdizante del nacionalismo pequeñoburgués ni intimidar por el
matonaje militarista.
El
internacionalismo constituía para ella una de las piedras angulares del
socialismo moderno, sin el cual le era imposible a la clase obrera liberarse de
la tutela ideológica del capital. Tanto era su apasionamiento en la lucha
contra toda variante del nacionalismo entre los trabajadores que, en el transcurso
de las disputas políticas en el período de la Primera Guerra Mundial, sostenía
la posición de que:
tenemos que
educar a cada proletario con conciencia de clase alemán, francés y de los demás
países, en la convicción de que la confraternización de los trabajadores del
mundo es para nosotros lo más elevado y lo más sagrado en la Tierra; es la
estrella que nos guía, nuestro ideal, nuestra patria.
Rematando con
la frase:
¡Preferimos
perder la vida antes que ser infieles a este ideal! [i]
Y efectivamente
así fue. La vergonzosa capitulación de la socialdemocracia alemana frente al
nacionalismo de la burguesía teutona, que Rosa no se cansó de denunciar, y su
tenaz internacionalismo fueron causas determinantes que gatillaron el trágico
final de su vida.
Por otra parte,
el «tenemos que educar [sic] a cada proletario» en el internacionalismo
no es una declaración vacía de buenas intenciones lanzada al boleo, sino una de
las tareas prácticas primordiales que Rosa le atribuía a la organización
política de la clase trabajadora, tanto en tiempos de “paz” como –y
especialmente– en los de guerra. Esto sigue plenamente vigente, constituyendo
una de las tareas ineludibles que cada militante revolucionario bebiese asumir
hoy para con los trabajadores. No hay posibilidad en el mundo actual, con un
capitalismo globalizado como nunca antes, de levantar una alternativa
socialista sin el componente internacionalista, para lo cual hay que educar
paciente y tenazmente a las masas trabajadoras.
Como verdadera
campeona y defensora intransigente del internacionalismo proletario, tal fue su
falta de concesiones al nacionalismo que llegó incluso a cuestionar las
perspectivas progresistas de las luchas independentistas en el capitalismo
contemporáneo. En base a tal diagnóstico rechazaba la adopción de la consigna
de autodeterminación como reivindicación programática de los partidos
socialistas; tema que, tanto antes como durante la Primera Guerra, fue un punto
de debate con Lenin.
Sin embargo, la
discrepancia con este nada tenía que ver con la de apoyar y generar causa común
con gobiernos burgueses frente agresiones extranjeras en pos de una supuesta
“defensa de la patria”. O con que los socialistas tuvieran que cerrar los ojos
y callar las tropelías locales de tales gobiernos en vista a la implementación
de una táctica de enfrentamiento del “enemigo principal”, tal como la izquierda
latinoamericana lo hace hoy frente a gobiernos como los de la banda
Ortega-Murillo en Nicaragua, al chavismo en Venezuela o al del derrocado Evo
Morales en Bolivia, llegando incluso a atribuirles fantasiosas características
“revolucionarias” y “socialistas” a cada uno de ellos.
Los dos eran
luchadores inquebrantables contra el poder estatal burgués, independiente del
ropaje específico que adoptase. Sostenían que el enemigo inmediato que enfrenta
la clase trabajadora en cada país es su propia burguesía; siendo, por tanto, el
deber de los revolucionarios trabajar por su derrocamiento. Allí residía el
fundamento de la solidaridad internacional de los trabajadores. En eso había
completa coincidencia entre Rosa y Lenin.
Solo es posible
compatibilizar la figura de Rosa Luxemburgo con la del nacionalismo
pequeñoburgués a costa de una descarada adulteración de su pensamiento en base
a una maliciosa omisión y/o manipulación de sus escritos.
Por más pequeña
e inocua que parezca, en el aspecto internacionalista de su pensamiento no debe
permitirse ningún tipo de falsificación que se preste para presentarla como una
defensora de posiciones nacionalistas. Ante cualquier intento en dicha
dirección hay que decir inmediata, clara y firmemente lo mismo que en su
momento declaró Trotsky frente a las calumnias estalinistas[ii]: ¡Fuera las
manos de Rosa Luxemburgo! Que plumíferos del tipo Dr. Boron y similares
justifiquen como quieran sus componendas con las distintas representaciones
políticas de las burguesías latinoamericanas. Ese es su problema. Pero, ¡fuera
las manos de Rosa Luxemburgo!
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