La clase obrera francesa indica el camino.
DIARIO OCTUBRE / febrero 5
Los listillos
de nuestros días, esos que dicen estar de vuelta del sitio al que nunca fueron:
renegados, oportunistas, reformistas y socialdemócratas de todo tipo, deben
comerse las uñas cada vez que vean, oigan o lean lo que está sucediendo en el
país vecino desde hace 47 días cuando redacto estas líneas. Una huelga
interprofesional indefinida contra la contrarreforma de las pensiones
presentada por el gobierno neoliberal de Emmanuel Macron que rompe esquemas
preestablecidos. Los de los consensos, pactos y demás triquiñuelas para
preservar la “paz social”.
Objetivo
anhelado por todo capitalista que se precie, y al que con tanto empeño nos han
acostumbrado en nuestro país. Pero de igual manera que Francia demuestra su
excepcionalidad en la cultura, la gastronomía o la moda, también lo hace, ¡y de
qué manera ejemplar!, en lo que se refiere a la lucha de la clase obrera. La
misma que lacayos del capital sepultan cada día. Sin duda, una cuestión de
Historia. Sí, la vivida por el pueblo francés a lo largo de los siglos XVIII
(el de las Luces) y XIX (el de las revoluciones sociales), sin olvidar tampoco
el heroico combate de la Resistencia comunista contra el invasor nazi de 1940 a
1945. En aquellos años la clase obrera gala señaló a sus homólogas europeas el
camino a seguir. Primero guillotinando al monarca de los privilegios
aristocráticos, Louis XVI, y más tarde, luchando sin descanso contra la
burguesía francesa y sus aliados. Y aquellas luchas por la libertad y la
justicia social, si bien no dieron el poder a la clase obrera, trajeron
derechos sociales y laborales: vacaciones pagadas, seguridad social, educación
pública, jornada laboral de 40 horas semanales, etc., y por supuesto el derecho
a una jubilación digna y suficiente financiada por los trabajadores activos.
Aunar fuerzas
Ahora, después
de muchos ataques perpetrados durante años por gobiernos de derechas y
socialdemócratas contra aquellos derechos arrancados a la burguesía, el turno
le ha tocado de nuevo a las pensiones. Con la particularidad esta vez de que el
sosia francés de la Thatcher quiere liquidar el régimen actual que existe desde
1945. Dice el muy bribón que sustituyéndolo por uno que llama “Sistema
Universal por puntos”, se eliminarán desigualdades y se beneficiará a los más
desfavorecidos. Sin embargo pocos le creen, pues el proyecto prevé suprimir los
regímenes especiales de jubilación para las profesiones con riesgo laboral, el
aumento de los años de cotización (pasando la edad de jubilación de 62 a 64
años) y un cálculo arbitrario de la pensión a cobrar, entre otras medidas. Pero
sobre todo no le creen los currantes, que ven en la contrarreforma un paso
decidido hacia la privatización de las pensiones (una fortuna de 365 mil
millones de euros en juego para bancos y compañías de seguros) y el establecimiento
de una pensión mínima miserable que incitaría, al no poder vivir de ella, a los
planes de pensiones. Una clase obrera que además, en esta batalla, ha
conseguido imponer su voluntad de lucha en asambleas democráticas, obligando
así a las direcciones sindicales a no buscar consensos ni pactos con el
gobierno, al tiempo que éste ha tenido que ceder en algunos puntos del proyecto
de ley. Y todo eso envuelto en una grave crisis institucional y de sociedad
debido a las alarmantes desigualdades sociales entre ricos y pobres. Por ello,
el futuro de la lucha actual no es del todo predecible. La situación es
explosiva en muchos aspectos. Una cosa está clara sin embargo: la firme
voluntad de continuar peleando por la retirada de la contrarreforma, y por aunar
fuerzas para que la sociedad del país vecino cambie profundamente. Otra vez,
ahora en una Europa pringada de desencantos y fascismos, la clase obrera
francesa indica el camino a emprender.
José L.
Quirante
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