Señores del dinero
27.12.2019
Entre otras señaladas propuestas que han aparecido en escena en los últimos tiempos hay una que suena con fuerza. Dice la izquierda, que se deben poner límites a los señores del Ibex, porque parece ser que mandan mucho y no les ha elegido nadie.
Esto último no es del todo cierto, porque elegidos si han sido, ya que
son el resultado de las distintas componendas accionariales en las que
no están presentes los accionistas minoritarios. Y eso de que mandan
mucho no se puede decir abiertamente, porque se trata de guardar las
apariencias en interés del Estado de Derecho, que concede solo a los
partidos el derecho legal de gobernar, siempre que hayan obtenido
mayoría o sean el resultado de esos arreglos poselectorales en los que
la voluntad mayoritaria electoral se diluye. Posiblemente lo que se
quiera decir es que deban aportar más dinero al fondo común, que dejen de mangonear y permitan gobernar a su aire a los políticos, porque esto de tener que pasar por las decisiones empresariales es una carga demasiado pesada para los ejercientes del poder oficial.
También se podría entender de cara al electorado, ya en un lenguaje
rondando lo subliminal, que lo que se pretende con la propuesta es que,
al haber más dinero a repartir, toquen a más los desfavorecidos de
turno.
Habría que matizar algunas cosas sobre semejantes
ocurrencias. Es posible que lo que en realidad se pretenda sea lo de
siempre, aquello de quitar el dinero a unos y dárselo a otros, pero
adaptado a la época y con los requisitos que imponen los nuevos tiempos,
pensando siempre en ganar clientela electoral. A esta actividad se ha acabado llamando hacer políticas sociales, concebidas para justificar el sueldo de los que gobiernan y con la pretensión de realizar esa justicia social
que suena bien a los oídos del electorado. Probablemente hablen del
Ibex en representación de la riqueza nacional, como que allí estuviera concentrado el capital del país. Aunque así pudiera entenderse de manera simbólica,
no pasa de ser una pequeña fábula, puesto que el capital con el que
cuenta pertenece en buena parte a fondos foráneos. Por lo que, para
abordar el problema, además de los que dan la cara al frente de las
empresas, habría que tener en cuenta a los verdaderos dueños del dinero
del Ibex, y eso ya sería otra historia. De otro lado, si su valor se
compara con una gran empresa que suene —por ejemplo, estos días ha
salido a bolsa una que pisa fuerte— se queda por el camino. En
definitiva, hablar del Ibex como representación del poder económico
nacional solo sirve para andar por casa y de mala manera.
Sobre el asunto de que el empresariado deje de mandar es sencillamente un sueño. No se puede impedir que el que tiene la fuerza,
que ya se sabe que es el que cuenta con el dinero, pese a quien pese,
pretender que se abstenga de mandar es pura fantasía. Por tanto, resulta
impensable que el capital se deje dominar de forma altruista, o
sea, sin obtener beneficios a cambio, simplemente acogiéndose a utopías
trasnochadas concebidas para ilusionar a los incautos de otras épocas.
El asunto es claro, puesto que, no nos engañemos, el poder efectivo está
en quienes disponen del medio —el dinero— que permite manipular,
coaccionar y ejercer la violencia contra quien se oponga a sus
intereses.
En cuanto a que aporten al fondo estatal más
dinero, es una nueva ilusión, porque les queda poco para esos fines.
Partamos de que no todos los que cotizan en el Ibex son ejemplos
acertados de verdaderas empresas capitalistas, más bien habría que
hablar solamente de unos pocos de esos 35, que no sería necesario
citar porque saltan a la vista como empresas capitalistas de verdad a
la vista de sus cotizaciones. Otras empresas están ahí una temporada, para que se conozca que existen, y a los seis meses salen de la tabla. De los que suelen quedar como fijos, si se señala a la banca,
ya se ha visto que hasta puede quebrar algún banco y otros que no lo
hacen acuden al dinero estatal para que les ayude a salir del trance.
Teniendo en cuenta que les han aligerado de sus cosas rentables, como
aquello de las hipotecas, la morosidad no desciende de manera efectiva y
les han recortado los intereses a cobrar, el panorama no pinta bien, ni
aun auxiliados por las comisiones y otros productos sacados de al manga
llegan a fin de mes. Y si se habla de alguna empresa relacionada con la telefonía,
lo de empresa capitalista parece ser de nombre. Primero, porque es
incapaz de generar capital, tal vez pueda hablarse de que obtiene
riqueza para repartir, no solo entre los accionista, sino entre sus
seguidores; segundo, el pufo que tiene es monumental y, tercero, su
tendencia histórica a la generosidad la desborda. Sobre ella planea,
pese a internet, seguir dedicándose a un negocio que está en parte
agotado y sujeto a una dura competencia, en el que escasea la capacidad
para inventar algo realmente innovador. Así pues, la que en su tiempo
fue vanguardia del Ibex, hoy languidece plácidamente a la espera
de que algún fondo americano la compre a precio de saldo — y en eso está
alguno—, aprovechando su cotización a precio de saldo. En el caso de las utilities en
general, se las da mucho bombo, pero de crecimiento poca cosa y de
dinero que aportan al fondo se lo sacan, haciendo de recaudadoras, a los
usuarios.
Si se quiere tener en cuenta que los verdaderos
dueños del negocio no son los que salen a escena, habría que poner el
foco de atención en los fondos que controlan el Ibex. Y eso ya sería
harina de otro costado. Capital patrio escaso, hasta el punto de que con
poco dinero cualquier fondo americano o europeo que se lo propusiera
podría comprar no solo el Ibex, sino la Bolsa entera por cuatro cuartos.
De ahí que a todas luces, los considerados metafóricamente señores del dinero
andan apurados de capital y poco pueden contribuir a la buena marcha
del país. No obstante, cierto es eso otro de que mandan más que lo
políticos. Claro que es probable que el motivo esté en que los políticos
ocupan un puesto de mando provisional y los señores del Ibex lo hacen
casi de manera vitalicia, y eso cuenta. Tal vez la izquierda, para
intentar controlar a los que mandan y que paguen más para repartir entre
todos, podría fijar la mirada —solamente la mirada— en las multinacionales que campean por esta tierra libremente sin pagar peajes.
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