Guerra sucia en Euskal Herria
Jean Pierre Cherid. El retorno de un mercenario
Iñaki Egaña
VIENTOSUR
16/04/2019
Para quienes la historia de las cloacas del Estado se
reduce a las actividades de la Policía política al mando de los anteriores
ministros del Interior, Díaz Fernández o Pérez Rubalcaba, las declaraciones de
Teresa Rilo Cabezas, viuda del mercenario Jean Pierre Cherid, resultarán
explosivas (valga el símil). Para quienes tengan un poco de memoria y hayan
seguido los entresijos del terrorismo de Estado (OAS, Montejurra, BVE, GAL…),
estas revelaciones de Rilo confirman lo sabido y eludido por la justicia, con
alguna excepción y novedad que son realmente significativas.
Teresa Rilo ha
optado por un modelo reciente para contar la biografía de su marido; contratar
a una periodista que dé forma a su relato. Lo hizo hace unos meses un supuesto
y figurante Mikel Lejarza (“El Lobo”) a través de Fernando Rueda (“Yo
confieso”), con un resultado hilarante en el que el fingido topo jugaba a ser
Arnold Schwarzenegger. En esta ocasión, la pluma periodística ha correspondido
a Ana María Pascual y, como era de suponer comparado su currículo y el de
Rueda, el índice de credibilidad ha crecido.
El libro de
memorias tiene un título: Cherid, un sicario en las cloacas del Estado.
Y parte de una tesis que Teresa Rilo ha defendido desde que en 1984 su marido,
que por cierto tenía simultáneamente otra pareja con la que también tenía dos
hijos, saltó por los aires cuando preparaba una masacre contra un grupo de
refugiados, en Biarritz. La teoría era que la muerte de Cherid fue inducida por
los propios servicios del Estado, para hacer desaparecer una fuente informativa
decisiva sobre sus cloacas.
La tesis que
transmite el libro incide en unos presuntos desacuerdos que llevaron a Cherid a
bajarse del barco del terrorismo de Estado y enrolarse como mercenario en otro
escenario reaccionario, Sudáfrica, en defensa del apartheid y de la supremacía
blanca. No le dio tiempo, sin embargo. Sus diferencias no eran en el fondo,
sino en la forma. Y en particular en la dirección de la llamada guerra sucia.
Hasta hacía bien poco, un mando unificado. Desde la llegada de Felipe González,
diversas jefaturas haciéndose la competencia: servicios secretos, Policía y
Guardia Civil. Aparentemente en detrimento de la efectividad.
Sorprenden en
las confesiones de Teresa Rilo varias cuestiones. La primera, el detalle con el
que cuenta algunas de las operaciones del BVE y luego de los GAL. A través de
ellas surge la personalidad de su marido. Capitulo tras capitulo el humus es el
mismo, el de un reaccionario fascista y un entorno convencido. El currículo de
Cherid es el de la supremacía blanca, el de la lucha internacional contra el
comunismo, el de la justificación de la violencia porque está avalada por los
estados, aunque sea de manera oculta.
La segunda
cuestión relevante es la familiaridad que transmite el libro y la mezcla que
presenta entre mercenarios, agentes y mandos, así como el detalle sobre el
papel de policías y guardias civiles como Antonio González Pacheco, Manuel
Ballesteros, Manuel Pastrana... en la organización de la guerra sucia. Todo
aquel que haya seguido los temas relacionados con el terrorismo de Estado
encontrará en estas letras los nombres que imaginaba. Manuel Pastrana, otro que
hace poco también ha escrito su propia biografía –plagada de errores de bulto y
mentiras flagrantes por cierto–, dice en su relato que apenas tuvo conocimiento
de qué fueron los GAL. Rilo afirma, en cambio, que era el jefe de su marido. El
que le marcaba los objetivos.
Esta
familiaridad se desliza a través de madres, esposas, hijos, cuñados, padres,
abuelos, tíos… que aparecen con asiduidad, en celebraciones de todo tipo,
incluidas las políticas. Como si fueran una gran familia y no esa deshilachada
historia que nos han contado de agentes en busca de rateros, drogatas y
mafiosos de baja estopa para ejercer de funcionarios. Y entre medio, mucho
dinero. Muchísimo. Como se señala el texto, desde la llegada del PSOE corrió a
raudales.
En aquellas
reuniones familiares, dice Rilo, “celebraban con júbilo las noticias que
aparecían en los periódicos sobre las acciones del BVE, la reclamación de la
desaparición del líder de ETA-pm. Eduardo Moreno Bergaretxe, Pertur, y los
asesinatos de los miembros de la organización Argala, Korta y Pantu”. “Son
separatistas –explica Cherid a su esposa-. Princesa, esto es una guerra.
Alguien tiene que acabar con ellos”.
El PSOE, “Billy
el Niño” y Venezuela
Otro de los
aspectos sorprendentes del testimonio de la viuda del agente mercenario es que
sus palabras certifican la más que extendida sospecha sobre la guerra sucia. En
sus palabras: “El PSOE potenció con más presupuesto y personal la estructura
heredada del Gobierno de Adolfo Suarez, me explicó mi marido”. Algo sabrá la
viuda que, por algún motivo, acabaría recibiendo una compensación económica de
Interior a la muerte de su marido.
Teresa Rilo
pone el foco asimismo en Antonio González Pacheco (“Billy el Niño”) en la
dirección de la llamada guerra sucia. Un González Pacheco señalado por los
grupos memorialísticos como torturador durante el franquismo y citado por la
jueza Servini desde Argentina. Resulta que, según Rilo, el laureado policía
fue, además, instigador y dirigente de numerosos atentados mortales reivindicados
por siglas tales como BVE. El jefe de Cherid en aquella época anterior a los
GAL. En este testimonio y su ratificación tendrían, tanto la justicia argentina
como la española, buena base para incriminar al policía ya jubilado, retirarle
sus pensiones anexas y bajarle del pedestal honorifico al que izaron durante la
Transición.
Los detalles, a
veces camuflados, permiten identificar también atentados sin esclarecer
judicialmente, cuya autoría ya había sido avanzada por Pepe Rei, Melchor
Miralles o más recientemente Euskal Memoria. Uno de ellos, impresionante por
venir de quien viene, es el que en 1980 costó la vida en Caracas a Espe Arana y
Jokin Alfonso Etxeberria, atentado que la viuda reivindica en el libro para
Jean Pierre Cherid, el italiano Mario Ricci y el argentino José Maria Boccardo.
Y lo importante llega porque Rilo confirma y amplía el protagonismo de su
marido en las muertes, recordemos que aún impunes.
Al día
siguiente de las muertes de Caracas, en rueda de prensa celebrada en Bilbo,
Txomin Ziluaga, Santi Brouard y Francisco Letamendia calificaron el asesinato
del matrimonio vasco en Caracas como obra de los servicios paralelos españoles.
Y Txomin Ziluaga relacionó las muertes con las actividades de la policía de la
Embajada de España en Caracas. “que es un centro de elementos parapoliciales”.
Cabe recordar que en la Audiencia Nacional, cuando “Billy el Niño” fue llamado
a declarar, se supo que estaba destinado en la Embajada de España en Venezuela.
No andaba desencaminado Ziluaga, puesto que los detalles del libro confirman lo
dicho entonces.
También tienen
un recorrido novedoso algunas informaciones referidas al primo carnal de Teresa
Rilo, Julio Miguel Cabezas Manzano, alias “Escaleras”, infiltrado en los
Comandos Autónomos y, según el relato, informante de Cherid para seguimientos y
atentados contra refugiados vascos. La historia de “Escaleras”, ya conocida,
resalta por la cercanía y vuelve a confirmar, de primera mano, varias de las
interpretaciones hechas por periodistas en la década de 1980, al tiempo que
vuelve a poner de actualidad y confirma la perspectiva sobre la desaparición en
Ipar Euskal Herria del militante de los Comandos Autónomos José Miguel
Etxeberria, “Naparra”. Desaparición reivindicada por el Batallón Vasco Español.
El libro,
finalmente, tiene trazas de ser una terapia en voz alta de Teresa Rilo, que
concluye con un epilogo auténticamente sanador: “Si pudiera volver atrás,
cuando conocí a Jean Pierre, sin duda hubiera salido corriendo. Si hubiera
sabido entonces lo que sé hoy, jamás me hubiera unido a un hombre como él, que
entendía la vida como un estado de guerra permanente”.
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