¡A las urnas! Pedro Sánchez y el final del ciclo progre
El Salto
16.02.2019
16.02.2019
La convocatoria electoral anticipa un nuevo movimiento para la restauración del régimen del 78. El autor considera que no resolverá la incapacidad del sistema representativo para solucionar los problemas de fondo provocados por la desigualdad económica, la pérdida de derechos sociales y la crisis de legitimidad. |
No ha pasado todavía un año desde que Pedro Sánchez llegase al poder. Como en una buena lección de historia de nuestro país, el turnismo acelerado parece que no termina de hacerse con las riendas de una crisis social y política sin precedentes. Mientras la derecha se reconstruye a caballo de sus nichos de voto clásico —no hay señales de unas supuestas clases trabajadoras que se pasan a la extrema derecha—, las cuestiones centrales que abrió el 15M siguen intactas.Llevamos años en los que el ensayo progresista se ha vendido como la única solución a una crisis de régimen aún latente. Sus actuales máximos exponentes son Pedro Sánchez y —con renovadas fuerzas—, la apuesta de Íñigo Errejón junto a Manuela Carmena. Ambas comparten una misma intención, la reconstrucción de una izquierda simpática que mire al centro político a la vez que lanza una buena batería publicitaria de gestualidad progre.
Sin embargo, la estrategia no ha funcionado. Los gestos no han servido para mucho más que para desvelar la timidez del gobierno de Sánchez y la falta de posición política más allá del marketing. El primer signo de alarma fue el de los numerosos problemas con el fisco de algunos de sus ministros, una simple prueba de cómo las élites culturales y políticas de nuestro país no dejan de ser la vieja burguesía de siempre —en este caso progresista— que dice defender al Estado y recurre a los seguros sanitarios privados, los coles de élite o a las empresas pantalla para pagar menos impuestos.
Este síntoma evidente, el de un gobierno de los de siempre, los de la vieja aristocracia socialista y de sus nuevos pupilos, nos demuestra que los gestos progresistas y los guiños a la izquierda no son capaces de enfrentarse a los problemas de fondo. Cuestiones centrales como la crisis migratoria y de refugiados, la dictadura financiera impuesta a través de Bruselas, la dramática situación política en Cataluña o la precariedad vital y en materia de vivienda que se vive en nuestro país no se resuelven ni con el gesto del Aquarius, ni llegando a acuerdos a la baja sobre el techo de gasto con Bruselas. Tampoco se consigue nada con el apoyo al artículo 155 en Cataluña ni evitando la necesaria reforma de la ley hipotecaria o de la imprescindible regulación de los precios del alquiler de viviendas.
La realidad de este último coletazo del ciclo progre es que deja abierta la puerta a una restauración de derechas. También es cierto que esto no se debe confundir con la derechización del país. De hecho, podemos afirmar que mientras la España oficial se recompone electoralmente por su derecha, arrastrando a su vez hacia el centro al resto de actores políticos, la España real, la desahuciada, la precaria, la migrante y refugiada corre hacia la abstención (al menos, quienes tienen derecho a votar) y al desencanto. La verdadera crisis política hoy, la que nos debe preocupar, está en la crisis de legitimidad que ha desencadenado ante la derecha este ciclo progre. Una realidad que se corroborará —si no cambia mucho la situación—, en las jornadas electorales de los próximos meses.
Escenarios del cambio
Es cierto que vuelve a resonar con respecto a los partidos de izquierdas aquella consigna de las plazas del “no nos representan”. Se constata de esta manera que las apuestas y aparatos institucionales, los partidos y coaliciones que intentaron aprovechar a su favor las fuerzas del 15M, han fracasado. Un desencanto y crisis de legitimidad que mucho tiene que ver con el imcumplimiento del mandato que salió de la revuelta de las plazas. La democratización del país, la desobediencia a la dictadura financiera, la garantía de los derechos sociales básicos como la vivienda digna y la paralización de los desahucios o el fin de la precarización de servicios públicos y los empleos fueron algunos de ellos.El escenario que se abre a partir de ahora es ambiguo y difícil de prever. Sabemos que las mediaciones institucionales y los partidos políticos de izquierdas, incluido los del ciclo del cambio, parten de muy mala posición o están en franca retirada. También sabemos que se avecinan gobiernos de coalición a la andaluza o quizás una recomposición centrista del viejo pacto Ciudadanos-PSOE. Las formas definitivas de esta restauración del 78 no las conoceremos hasta el verano, pero sí auguramos que serán duras y a la vez incapaces de resolver los problemas de fondo que ya hemos señalado. La restauración derechista no será sinónimo de estabilidad política.
Al otro lado del espectro institucional nos encontraremos con los diversos herederos de la descomposición del ciclo del cambio. En caso de sobrevivir, la hipótesis Carmena-Errejón llevará a la construcción de un frente que podría servir de muleta, en el caso de triunfar el frente centrista contra la derecha, prestando su apoyo al binomio PSOE-Ciudadanos. Por otro lado, las alianzas IU-Podemos se enfrentarán —según los resultados electorales— a un momento de fuerte recomposición y reubicación en el tablero político.
Por último, los rescoldos de muchas candidaturas municipalistas —aunque tocadas—, podrían luchar por mantener un modelo de participación institucional que aúne la expresión de un programa radical de luchas y la construcción de un polo organizativo de movimiento en el que cumplir una función de altavoz y agitación política de programas de radicalización democrática y de desobediencia.
De lo que no cabe la menor duda es que el ciclo que abrieron Podemos y las candidaturas municipalistas también toca a su fin. Para los próximos años volvemos a un escenario en el que las herramientas de lucha y los protagonismos serán puramente movimentistas para enfrentar un escenario político que sufrirá una nueva involución en forma de recortes de derechos, privatizaciones, precariedad, desahucios, machismo y racismo en una nueva fase de crisis global.
Y ahora qué
La restauración conservadora contará además con las herramientas más afiladas: la Ley Mordaza y la represión podrían ganar aún más protagonismo en la política nacional. Los múltiples juicios contra la libertad de expresión, la dureza y el régimen de excepción aplicado en Cataluña o la evidencia de cómo funcionan los bajos fondos del Estado con el caso Villarejo y el BBVA no son buenos indicadores para la relación entre la disidencia política y los aparatos del Capital-Estado en los próximos tiempos. Tampoco lo es la vuelta a los discursos securitarios y de guerra entre pobres que han abrazado Ciudadanos o el PP —ahora de la la mano de Vox— que ejerce de liebre ideológica del tripartito derechista en materia de racismo, de lucha contra los derechos conquistados por el feminismo o en favor de las oligarquías financieras.Sin embargo, lo que no se ve en ningún caso es un avance sencillo y sin oposición para este tipo de políticas. En los últimos años se ha demostrado que existen posiciones fuertes de lucha capaces de enfrentarse a este escenario. Esto sucede con la continuidad que ha mantenido el movimiento de vivienda encarnado por la PAH y ahora reforzado con la creación de numerosos sindicatos de inquilinas (Barcelona, Málaga, Madrid, Zaragoza, etc...).
También son cruciales las movilizaciones feministas y de las personas racializadas, con especial relevancia de los sindicatos manteros de Madrid y Barcelona. A ello se unen las posiciones que grandes centros sociales han mantenido en ciudades de todo el Estado (Invisible, Maravillas o Ingobernable) o los nuevos movimientos sindicales precarios en empresas como Glovo o Amazon.
Las huelgas feministas y el enorme movimiento de desobediencia sustentado por miles de mujeres han devuelto la política a la calle y a la necesidad de organización para defender las vidas frágiles y precarias frente a un modelo capitalista y patriarcal que sistematiza la violencia como forma de gobierno. Nuevos protagonismos políticos que han encontrado en los movimientos racializados una expresión necesaria para sacudirse cierto paternalismo con respecto a la lucha contra las fronteras y el racismo que muchas ONG habían practicado en nuestro país desde los años 80 y que vuelve a entroncar con las luchas históricas de los sin papeles en El Ejido, Huelva o en las grandes movilizaciones de los encierros de 2001.
Las posiciones para contrarrestar un futurible ciclo conservador cuentan con buenos amarres. Queda por el camino encontrar los sistemas de alianzas que permitan devolver uno por uno los golpes que llegan y están por venir. La revuelta de las plazas nos enseñó la potencia que tiene una agitación colectiva y diversa, también que es necesario pensar en formas organizativas y de desobediencia civil que permitan deshacer los resortes más duros del control financiero y estatal. La vía de expresión institucional y partidista por medio de los lenguajes progresistas ha fracasado de nuevo al ser funcional a la estabilización del sistema. Sin embargo, abajo y a la izquierda sigue abierta la discusión sobre cómo asaltar los mecanismos del poder y generar una nueva institucionalidad política que garantice nuestros derechos y el reparto de la riqueza.
De cómo afrontemos estos sistemas de alianza, sus formas organizativas y sus herramientas de desobediencia dependerá el que podamos abrir o no una nueva brecha política en la restauración que se avecina.
Sin embargo, la estrategia no ha funcionado. Los gestos no han servido para mucho más que para desvelar la timidez del gobierno de Sánchez y la falta de posición política más allá del marketing. El primer signo de alarma fue el de los numerosos problemas con el fisco de algunos de sus ministros, una simple prueba de cómo las élites culturales y políticas de nuestro país no dejan de ser la vieja burguesía de siempre —en este caso progresista— que dice defender al Estado y recurre a los seguros sanitarios privados, los coles de élite o a las empresas pantalla para pagar menos impuestos.
Este síntoma evidente, el de un gobierno de los de siempre, los de la vieja aristocracia socialista y de sus nuevos pupilos, nos demuestra que los gestos progresistas y los guiños a la izquierda no son capaces de enfrentarse a los problemas de fondo. Cuestiones centrales como la crisis migratoria y de refugiados, la dictadura financiera impuesta a través de Bruselas, la dramática situación política en Cataluña o la precariedad vital y en materia de vivienda que se vive en nuestro país no se resuelven ni con el gesto del Aquarius, ni llegando a acuerdos a la baja sobre el techo de gasto con Bruselas. Tampoco se consigue nada con el apoyo al artículo 155 en Cataluña ni evitando la necesaria reforma de la ley hipotecaria o de la imprescindible regulación de los precios del alquiler de viviendas.
La realidad de este último coletazo del ciclo progre es que deja abierta la puerta a una restauración de derechas. También es cierto que esto no se debe confundir con la derechización del país. De hecho, podemos afirmar que mientras la España oficial se recompone electoralmente por su derecha, arrastrando a su vez hacia el centro al resto de actores políticos, la España real, la desahuciada, la precaria, la migrante y refugiada corre hacia la abstención (al menos, quienes tienen derecho a votar) y al desencanto. La verdadera crisis política hoy, la que nos debe preocupar, está en la crisis de legitimidad que ha desencadenado ante la derecha este ciclo progre. Una realidad que se corroborará —si no cambia mucho la situación—, en las jornadas electorales de los próximos meses.
Escenarios del cambio
Es cierto que vuelve a resonar con respecto a los partidos de izquierdas aquella consigna de las plazas del “no nos representan”. Se constata de esta manera que las apuestas y aparatos institucionales, los partidos y coaliciones que intentaron aprovechar a su favor las fuerzas del 15M, han fracasado. Un desencanto y crisis de legitimidad que mucho tiene que ver con el imcumplimiento del mandato que salió de la revuelta de las plazas. La democratización del país, la desobediencia a la dictadura financiera, la garantía de los derechos sociales básicos como la vivienda digna y la paralización de los desahucios o el fin de la precarización de servicios públicos y los empleos fueron algunos de ellos.El escenario que se abre a partir de ahora es ambiguo y difícil de prever. Sabemos que las mediaciones institucionales y los partidos políticos de izquierdas, incluido los del ciclo del cambio, parten de muy mala posición o están en franca retirada. También sabemos que se avecinan gobiernos de coalición a la andaluza o quizás una recomposición centrista del viejo pacto Ciudadanos-PSOE. Las formas definitivas de esta restauración del 78 no las conoceremos hasta el verano, pero sí auguramos que serán duras y a la vez incapaces de resolver los problemas de fondo que ya hemos señalado. La restauración derechista no será sinónimo de estabilidad política.
Al otro lado del espectro institucional nos encontraremos con los diversos herederos de la descomposición del ciclo del cambio. En caso de sobrevivir, la hipótesis Carmena-Errejón llevará a la construcción de un frente que podría servir de muleta, en el caso de triunfar el frente centrista contra la derecha, prestando su apoyo al binomio PSOE-Ciudadanos. Por otro lado, las alianzas IU-Podemos se enfrentarán —según los resultados electorales— a un momento de fuerte recomposición y reubicación en el tablero político.
Por último, los rescoldos de muchas candidaturas municipalistas —aunque tocadas—, podrían luchar por mantener un modelo de participación institucional que aúne la expresión de un programa radical de luchas y la construcción de un polo organizativo de movimiento en el que cumplir una función de altavoz y agitación política de programas de radicalización democrática y de desobediencia.
De lo que no cabe la menor duda es que el ciclo que abrieron Podemos y las candidaturas municipalistas también toca a su fin. Para los próximos años volvemos a un escenario en el que las herramientas de lucha y los protagonismos serán puramente movimentistas para enfrentar un escenario político que sufrirá una nueva involución en forma de recortes de derechos, privatizaciones, precariedad, desahucios, machismo y racismo en una nueva fase de crisis global.
Y ahora qué
La restauración conservadora contará además con las herramientas más afiladas: la Ley Mordaza y la represión podrían ganar aún más protagonismo en la política nacional. Los múltiples juicios contra la libertad de expresión, la dureza y el régimen de excepción aplicado en Cataluña o la evidencia de cómo funcionan los bajos fondos del Estado con el caso Villarejo y el BBVA no son buenos indicadores para la relación entre la disidencia política y los aparatos del Capital-Estado en los próximos tiempos. Tampoco lo es la vuelta a los discursos securitarios y de guerra entre pobres que han abrazado Ciudadanos o el PP —ahora de la la mano de Vox— que ejerce de liebre ideológica del tripartito derechista en materia de racismo, de lucha contra los derechos conquistados por el feminismo o en favor de las oligarquías financieras.Sin embargo, lo que no se ve en ningún caso es un avance sencillo y sin oposición para este tipo de políticas. En los últimos años se ha demostrado que existen posiciones fuertes de lucha capaces de enfrentarse a este escenario. Esto sucede con la continuidad que ha mantenido el movimiento de vivienda encarnado por la PAH y ahora reforzado con la creación de numerosos sindicatos de inquilinas (Barcelona, Málaga, Madrid, Zaragoza, etc...).
También son cruciales las movilizaciones feministas y de las personas racializadas, con especial relevancia de los sindicatos manteros de Madrid y Barcelona. A ello se unen las posiciones que grandes centros sociales han mantenido en ciudades de todo el Estado (Invisible, Maravillas o Ingobernable) o los nuevos movimientos sindicales precarios en empresas como Glovo o Amazon.
Las huelgas feministas y el enorme movimiento de desobediencia sustentado por miles de mujeres han devuelto la política a la calle y a la necesidad de organización para defender las vidas frágiles y precarias frente a un modelo capitalista y patriarcal que sistematiza la violencia como forma de gobierno. Nuevos protagonismos políticos que han encontrado en los movimientos racializados una expresión necesaria para sacudirse cierto paternalismo con respecto a la lucha contra las fronteras y el racismo que muchas ONG habían practicado en nuestro país desde los años 80 y que vuelve a entroncar con las luchas históricas de los sin papeles en El Ejido, Huelva o en las grandes movilizaciones de los encierros de 2001.
Las posiciones para contrarrestar un futurible ciclo conservador cuentan con buenos amarres. Queda por el camino encontrar los sistemas de alianzas que permitan devolver uno por uno los golpes que llegan y están por venir. La revuelta de las plazas nos enseñó la potencia que tiene una agitación colectiva y diversa, también que es necesario pensar en formas organizativas y de desobediencia civil que permitan deshacer los resortes más duros del control financiero y estatal. La vía de expresión institucional y partidista por medio de los lenguajes progresistas ha fracasado de nuevo al ser funcional a la estabilización del sistema. Sin embargo, abajo y a la izquierda sigue abierta la discusión sobre cómo asaltar los mecanismos del poder y generar una nueva institucionalidad política que garantice nuestros derechos y el reparto de la riqueza.
De cómo afrontemos estos sistemas de alianza, sus formas organizativas y sus herramientas de desobediencia dependerá el que podamos abrir o no una nueva brecha política en la restauración que se avecina.
Pablo Carmona es concejal y portavoz en la Comisión de Economía por Ahora Madrid.
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