domingo, 9 de octubre de 2016

¿EL PSOE ES SOCIALISTA? HOY CUANDO EL CAPITALISMO YA NO PUEDE NI REPARTIR MIGAJAS, CUANDO NO PUEDE PARA MANTENERSE MÁS QUE EL EXPOLIO DE LOS DERECHOS DE LOS TRABAJADORES, ¿DÓNDE ESTÁN O PUEDEN ESTAR EN EL FUTURO LAS CONDICIONES OBJETIVAS PARA A EXISTENCIA DE UNA SOCIALDEMOCRACIA?




LA CRISIS DEL PARTIDO SOCIALISTA

07.10.2016


Para analizar la crisis del Partido Socialista vamos a abordar cuatro cuestiones: las causas de su declive, la inconsistencia del plan de Sánchez, la inexistencia de un proyecto socialista autónomo y la incoherencia e irrealidad de un Gobierno tripartito.

Causas de su declive 
 
Las causas de fondo del debilitamiento del Partido socialista son tres: su apuesta por la estrategia de austeridad y recortes sociales; su escaso compromiso con una profunda democratización y regeneración de la vida pública; su rechazo a la visión plurinacional de España, con la renuncia a la defensa de los derechos legítimos de los distintos pueblos, con una actitud integradora.

En los tres campos han realizado pequeños arreglos cosméticos y retóricos, que no hay persuadido a (casi) nadie de sus buenas intenciones reformadoras. La cuestión es que a la primera gran oportunidad de concretar un plan de Gobierno, su prioridad, compartida por todas las sensibilidades (menos la minoritaria Izquierda socialista y algunos sectores del PSC) fue volcarse en el giro centralista y hacia la derecha de su pacto con Ciudadanos y su sectarismo contra Unidos Podemos y convergencias.

Por tanto, es verdad que existen matices políticos diferentes entre los dos bloques conformados en la presente crisis: el principal, la rotundidad del NO a Rajoy y el PP. Pero, ¿qué incentivos y seguridades podía dar Sánchez con su plan al aparato socialista?. Lo más inmediato para los más creídos y confiando (y ayudando) en la agudización del desgaste y la división de Unidos Podemos era, como decíamos, acercarse a cien diputados y arrancarles el deseado millón y medio de votos de Unidos Podemos y confluencias, dejándoles en cincuenta. Pero tampoco era un resultado seguro. Y todo ello a costa del riesgo de que el PP ampliase su distancia (a costa de Ciudadanos) con el PSOE o que ambas derechas obtuviesen juntas mayoría absoluta. Además de no conseguir el Gobierno deberían asumir la responsabilidad ante todos los poderes fácticos, incluido los europeos, y las capas acomodadas de la llamada ‘ingobernabilidad’.

Incluso ese posible beneficio representativo para el Partido Socialista (con el perjuicio competitivo para el bloque felipista de Susana Díaz de ampliar la legitimidad y la autonomía del equipo de Sánchez) era incierto y no cambiaba los equilibrios de poder institucional, en manos de las derechas. La única posición seria y exitosa, con la movilización interna de la mayoría de la base socialista, deseosa de la alianza con Unidos Podemos y un cambio sustancial, era la afirmación en una reorientación estratégica de la política económica y social, el abordaje de la cuestión catalana y una profunda democratización y regeneración institucional, con puntos intermedios o compartidos con Unidos Podemos y aliados.

Pero es el aspecto de fondo que Sánchez nunca ha dado. Su actitud, sin un amplio acuerdo con las fuerzas del cambio en torno un plan equilibrado y compartido de Gobierno de progreso, no tenía la suficiente consistencia, de proyecto, poder institucional y base social, para detener la ofensiva de los poderes fácticos de dentro y de fuera de su partido. Podía reportar mayor deslegitimación a la vieja y renovada estructura de poder dentro del PSOE, representada por Felipe González y Susana Díaz, y su conexión con el poder establecido, económico, político y mediático. Contribuía a desvelar la posición prepotente y regresiva de la aspirante dirigencia socialista y, como decía, su posición subalterna de la derecha. Todo ello debilita la capacidad de recuperación representativa de la nueva dirección y es factor de crispación interna.

La cuestión ahora es cuál es la entereza del equipo de Sánchez para afrontar el desgarro interno y conformar una corriente fuerte de izquierdas frente a la previsible deriva liberal y autoritaria del Gobierno del PP y disciplinaria o coercitiva de la Comisión gestora. De momento no hay coherencia ni capacidad para hacer frente a esta crisis y abordar la necesidad de una afirmación de izquierdas. La dinámica actual hace depender mucho al PSOE de las posiciones en el aparato institucional y de poder. Y en la medida que su ‘bando’ prefigure la derrota, la aceleración de abandonos va a ir a más, con el desconcierto y la frustración de la mayoría de sus cargos intermedios y afiliados de base y, especialmente, de gran parte de su electorado. Sería deseable que se fortaleciesen esas corrientes de izquierda dentro del PSOE, empezando por la propia Izquierda socialista. No obstante, es difícil que el equipo de Sánchez encabece esa reconstrucción desde fuera del poder interno. Las prácticas autoritarias y el control organizativo del nuevo núcleo dirigente, previsiblemente serán más duros contra los nuevos disidentes, con la marginación de puestos y privilegios. A falta de fuertes convicciones políticas y éticas y arraigo social activo, pueden ser capaces de disuadir de la crítica a muchos cuadros y afiliados bienintencionados. El deslizamiento hacia otras formaciones será lento pero probable.

No hay que olvidar que la campaña de tergiversación orquestada por la dirección del PSOE y su aparato mediático, junto con la dinámica del miedo protagonizada por la derecha y las propias dificultades de la campaña electoral, sí consiguieron dos efectos colaterales: debilitar a una parte del electorado progresista (un millón que fueron a la abstención) en torno a Unidos Podemos y sus aliados; pero al mismo tiempo, debilitar el bloque global progresista y favorecer a la derecha del PP. Es otra consecuencia de su estrategia sectaria.

Así, la diferencia estratégica entre las dos tendencias principales del PSOE, no sería muy grande. Su interés común es debilitar al bloque progresista en torno a Unidos Podemos y neutralizar el proceso de cambio sustantivo en España. Siguen atados al Régimen del 78. El objetivo retórico es fortalecer el proyecto ‘autónomo’ socialista, es decir, volver al bipartidismo con el debilitamiento de la presión social por el cambio y la subordinación de su representación política e institucional. La táctica y la retórica varían un poco. Pedro Sánchez y su equipo, buscaban su reafirmación en la dirección socialista en su rechazado plan de Congreso y primarias, para continuar en una posición interna de ventaja y hegemonizar el próximo periodo, incluida la inminente campaña electoral. La mayoría del Comité Federal lo ha bloqueado y ha nombrado la Comisión gestora, pero ese objetivo compartido junto con las diferencias persisten.

Sin embargo, ambos bandos no tienen una respuesta segura para resolver el problema de fondo de cómo evitar su declive representativo y frenar a Unidos Podemos y aliados. Es más, la alternativa de los barones críticos, con su mayor compromiso con la gobernabilidad de la derecha, su retórica de ser una oposición ‘útil’ y su sectarismo anti-Podemos, no les asegura una recuperación electoral. Puede ser valorado por los poderes fácticos una buena gestión para estabilizar la hegemonía del poder liberal-conservador, con una socialdemocracia subordinada, y frenar la dinámica de cambio en España y su influencia en el conjunto del sur europeo. Pero como “Roma no paga a traidores”, tras agradecerles los poderosos el servicio prestado, continuarán su proceso de desconcierto identitario y estratégico y su declive político y desafección electoral. En ese sentido, el plan de Pedro Sánchez todavía podría reflejar ese interés corporativo de una élite política algo autónoma de la derecha que pretende conservar un pequeño espacio político y electoral, pero sin cuestionar los compromisos de fondo con el poder oligárquico. Es el dilema de la socialdemocracia europea.

No hay solución española progresista de la mano del PSOE. Su núcleo dirigente lo impide. Una parte de su estructura y la mayoría de sus bases sociales deberán participar en ella. Pero la respuesta está en el devenir del movimiento popular y la ciudadanía crítica y el fortalecimiento de Unidos Podemos y las confluencias.

Inconsistencia del plan de Sánchez

La crisis del PSOE deriva de su estrategia equivocada y su correspondiente declive político y electoral, sin consistencia para un giro social de su política socioeconómica y una respuesta regeneradora y democrática, incluyendo el tema territorial. Todo ello necesitaba un acuerdo serio y leal con Unidos Podemos para conformar un Gobierno de progreso y un proyecto compartido de cambio sustantivo. Sánchez, en estos meses, no se ha atrevido, sino todo lo contrario. Los últimos amagos, anunciando diálogo y flexibilidad, ni siquiera han llegado a conversaciones exploratorias consecuentes. Su alusión de gobierno ‘alternativo’ no salía de la ambigüedad programática y la referencia del acuerdo con C’s y una composición de apoyo tripartito, negado por Rivera. La rebelión del poder establecido dentro y fuera del PSOE quiere cerrar cualquier hipótesis de cambio real, aunque Sánchez pueda recuperar su plan como bandera en la pugna interna hasta el Congreso.

Pedro Sánchez y su equipo han venido insistiendo en el NO a la investidura de Mariano Rajoy, líder del PP, como Presidente del Gobierno. Es una posición acertada pero insuficiente. Por una parte, contribuye a deslegitimar al Ejecutivo del PP y sus políticas e impedir el simple continuismo de su estrategia regresiva y autoritaria, más cuando está involucrado en la corrupción política e institucional. Por otra parte, esa actitud no garantiza el desalojo del PP del Gobierno, se queda en una simple retórica y se combina con un rechazo a formar una alternativa progresista, junto con Unidos Podemos.

Así, su oposición a validar el Gobierno de derechas, con el pacto de Partido Popular y Ciudadanos, es frágil e inconsecuente. Dados los poderosos enemigos que tiene, dentro y fuera del Partido Socialista, el simple NO, si no lo refuerza ni lo completa, está condenado a fracasar. ¿Qué sentido tiene su mantenimiento (hasta ahora), con la clara retórica que lo acompaña, al mismo tiempo que evitaba construir una alternativa gubernamental de progreso? La respuesta es sencilla: Legitimar su liderazgo, interno y externo, y recomponer la hegemonía socialista perdida entre las fuerzas progresistas. Su objetivo era doble y estaba combinado: aislar a Unidos Podemos y sus aliados, frenando su consolidación e intentando ensanchar la distancia de su representatividad; volver al bipartidismo (imperfecto) con una completa hegemonía socialista entre las fuerzas de progreso.

Pero esa estrategia del NO era insuficiente para desalojar al PP del poder que es lo principal. Su propuesta de un acuerdo de PSOE con Ciudadanos y Unidos Podemos y convergencias, es también retórica. La experiencia pasada nos dice que su concreción consistía en un acuerdo gubernamental con C’s, con políticas socioeconómicas y territoriales continuistas, similares a las del PP y la derecha europea. A ese plan es al que se invitaba a Podemos y convergencias a sumarse de forma subordinada. Solo garantizaba un recambio de élite gobernante pero con la consolidación del continuismo en materia socioeconómica y territorial y, por tanto, la neutralización de las demandas de cambio de la mayoría de la sociedad española, incluida las de sus propias bases sociales.

Su objetivo no era un Gobierno de progreso y el comienzo de una trasformación socioeconómica, institucional y territorial, aunque fuese moderada, con un reforzamiento de las fuerzas del cambio. Consistía en frenar a Podemos, recomponer la hegemonía socialista desde la añoranza del bipartidismo, sin garantizar un cambio sustantivo de los tres grandes desafíos para abrir un ciclo progresista en beneficio de la mayoría ciudadana: un giro hacia una democracia social y económica, frente a la estrategia austericida y de recortes sociales y en defensa de los intereses y demandas de las mayorías populares; una profunda democratización de las instituciones políticas, con una clara regeneración de la vida pública; un reconocimiento de la realidad plurinacional con una articulación democrática y solidaria de los pueblos del Estado, en un nuevo marco político y constitucional. Estos objetivos se basan en el desarrollo de dos grandes valores o principios: justicia social y democracia.

Inexistencia de un proyecto socialista autónomo 
 
La diferenciación del PSOE con la derecha y los poderes ‘económicos’, a veces áspera, es retórica. Aspira, fundamentalmente, al recambio de élites gubernamentales, la clásica alternancia. Se formula como aspiración a ser un partido ‘ganador’ frente al PP, pero carece de proyecto alternativo. Expresa un interés corporativo, la añoranza del bipartidismo con la neutralización del cambio, con un obscurecimiento del contenido del proyecto y su compromiso con las capas populares. Por tanto, las diferencias internas, programáticas y de objetivos, son relativas. Las discrepancias sustanciales son de liderazgo y grupo de poder como garantía del proyecto ‘ganador’. Pero, ¿en qué sentido y para quién?

La socialdemocracia europea está en la encrucijada, por su giro socioliberal y su subordinación al proyecto liberal-conservador. ¿Cabe una retórica centrista (o de izquierdas) con un plan regresivo, autoritario e insolidario en la construcción europea y en cada país? Hasta ahora, el grueso de la socialdemocracia, consciente de los costes electorales por su corresponsabilidad en la gestión impopular de la crisis sistémica, ha intentado sólo construir un relato justificativo; es la tarea de ‘comunicación’. Su escaso éxito le impone un dilema: acentuar el papel de esa comunicación, incrementando las tareas de tergiversación y manipulación (cosa que ya hacen los partidos de derecha) de sus aparatos mediáticos; o bien, reorientar su política, sus prioridades y sus alianzas para participar en el imprescindible cambio de dinámica global en países significativos como España y el conjunto de la UE.

La opción alternativa es una estrategia contraria: progresiva (en lo social y económico, en los derechos sociales y laborales y las garantías públicas), democrática (en lo político-institucional, territorial y cívico), solidaria (inclusiva e integradora, de los países del sur, los diferentes y los desfavorecidos). El PSOE, sus dos ‘bandos’, siguen sin una reconsideración de su gestión antisocial y sus déficits democráticos desde el comienzo de la crisis socioeconómica e institucional y se mantienen en el continuismo estratégico. Y cuando se ha producido una oportunidad para el cambio institucional, tras el 20-D, su prioridad ha sido reforzar ese continuismo programático y de hegemonía institucional con su pacto con Ciudadanos, en vez de explorar un cambio real y un nuevo equilibrio institucional, aceptando la pluralidad representativa y la casi paridad con Unidos Podemos y confluencias.
Por tanto, de momento, ninguna de las dos partes del PSOE aporta una reorientación de la estrategia y un nuevo relato para avanzar claramente por la senda del cambio.

Mientras tanto, la pugna de las próximas primarias y el Congreso extraordinario puede ser tensa y la profunda brecha existente consolidarse. Sobre ello recae, parece, la tarea de la Comisión gestora. En primer lugar, resolver el ‘interés’ de España, la gobernabilidad del PP, mediante la colaboración socialista, con la retórica diferenciadora de hacer una oposición ‘útil’. Es decir, consenso en los temas de Estado, ampliado a los compromisos europeos, junto con algunas reformas pactadas o forzadas al PP. En segundo lugar, achicar la oposición interna a la nueva mayoría del Comité Federal y controlar todo el proceso de primarias y Congreso. Eso significa definir el objetivo de ‘pacificación’ interna, con los mecanismos de ‘persuasión’ (o coerción) de un aparato de poder y la distribución de posiciones institucionales, en los plazos convenientes (quizá hasta un año) para desactivar al equipo de Sánchez y su apoyo militante.

Su punto débil (y el fuerte de Sánchez) es que, por un lado, es inevitable la corresponsabilidad de la nueva dirección con los fundamentos de una gestión continuista del Gobierno de Rajoy y, por tanto, de deslegitimación por su colaboración en el bloqueo del cambio; y por otro lado, que aunque frenen la dinámica de cambio institucional no van a poder doblegar a Unidos Podemos y aliados ni impedir el ascenso de una nueva oposición social y política que garantice a medio plazo un nuevo equilibrio, más favorable para una transformación sustantiva.

Por tanto, aunque la nueva dirección controle y aplace las primarias y el próximo Congreso del PSOE, de forma inmediata no va a poder cantar victoria sobre la estabilidad interna. El equipo de Sánchez podría volver a ganar. Su dificultad, aparte del bloqueo del poder establecido externo e interno, es que no tiene suficiente disponibilidad y consistencia para imprimir una reorientación estratégica. Ésa es su única posibilidad para fortalecer el apoyo de sus bases sociales, ganar el PSOE, articular la fuerza social y política necesaria para enfrentarse a los poderosos y participar en el cambio institucional.

Hoy por hoy, ambos bandos comparten esa necesidad de continuismo estratégico y, sobre todo, de hegemonía socialista ‘ganadora’, con la subordinación de Unidos Podemos y convergencias y el mantenimiento de un ‘tono’ diferenciador con el PP. Las diferencias son de grado y, especialmente, de quién lidera la recuperación (poco probable) de ese partido socialista ganador.

La realidad es que solo desde el reconocimiento de la paridad representativa con Unidos Podemos y aliados y un proyecto intermedio y compartido, con todo o una parte sustancial del PSOE y sus actuales bases sociales, es posible acumular la suficiente representatividad y legitimidad para dar un vuelco a la inmediata ‘gobernabilidad’ de la derecha. No hay que esperar toda la legislatura. La evidencia de los desastres sociales del continuismo gestor del PP y la hegemonía liberal conservadora en la UE, así como el bloqueo regenerador y democrático, podrán posibilitar el cuestionamiento a su legitimidad y articular los mecanismos institucionales para impedir sus políticas más impopulares, incluso desalojar al PP con una moción de confianza y cambio de Gobierno, (los números siguen posibilitándolo). Es un desafío para las fuerzas reales del cambio y en general para la ciudadanía activa española. Supone la articulación de una nueva dinámica de movilización popular, de ampliación del tejido asociativo y cultural, de participación cívica con un discurso democrático-igualitario y tras un proyecto de cambio sustantivo.

Incoherencia e irrealidad de un Gobierno tripartito

Ahora, tras el 26-J, en el plano institucional existe una situación algo más favorable para las derechas. No solo por el ligero avance del PP cuanto por el decidido aval de Rivera a la investidura de Rajoy y el apoyo al PP, así como, simultáneamente, por su rechazo a apoyar a Sánchez, menor ante la eventualidad de un acuerdo con Unidos Podemos y/o los nacionalistas.

La propuesta de Gobierno alternativo tripartito, que tanto se ha divulgado por el equipo de Sánchez y otros actores, queda en mera hipótesis sin operatividad real. La Comisión gestora lo ha enterrado. Pero conviene darle una vuelta; sigue siendo una posición para algunos y en cualquier momento puede ponerse otra vez de actualidad. En la anterior legislatura todavía tenía algo de credibilidad práctica, rápidamente hundida por la prioridad socialista hacia el acuerdo con la derecha de C’s; ahora que éste manifiesta claramente su compromiso con el PP y sus políticas, queda como simple ejercicio retórico. Su función era doble. Por un lado, reforzar el NO a Rajoy, ofreciendo una salida al bloqueo institucional. Por otro lado, echar la responsabilidad del ‘recambio’ y su fracaso, es decir, mantener la acusación de impedir el desalojo del PP, a ambos partidos emergentes, especialmente a Unidos Podemos y sus aliados. La conclusión es que ambos debían apoyar a Sánchez, sin definir una auténtica política de cambio, que Ciudadanos ya rechazaba la legislatura pasada.

Incluso la hipótesis de un Gobierno socialista con ‘independientes’ de Ciudadanos y Unidos Podemos, tampoco resuelve la encrucijada principal: Qué orientación política va a practicar ese Gobierno en esas tres áreas fundamentales. La dificultad principal no es la de la presencia formal o no de los máximos representantes políticos de cada fuerza. El veto de fondo de todos los poderes fácticos, incluido la troika, es a un giro social y democrático en un país crucial del sur de Europa y su apuesta por la recomposición de la ‘gobernabilidad’ de los poderosos y el sistema bipartidista (imperfecto) con la neutralización de las fuerzas del cambio. No existe un gobierno alternativo si no es de progreso, de cambio real. No es de recibo quedarse solo en el ‘recambio’ de élites, solicitando autonomía completa para el PSOE y que no conlleva automáticamente el compromiso por un proyecto compartido y un cambio sustantivo. El contrato social y democrático se basa en la confianza y la participación ciudadana en los dos aspectos: tipo de proyecto, necesariamente democrático e igualitario, y élite representativa y gestora (el para qué y el quién). Son las dos caras de la misma moneda.
Las posiciones programáticas de Unidos Podemos (y confluencias) con el pacto PSOE-C’s, en materia socioeconómica y territorial, son antagónicas en lo fundamental. Los que apoyan la Comisión gestora actual del PSOE consideran que es imposible el intento y que solo obedece a la conveniencia de Sánchez de mantener su liderazgo interno. El equipo de Sánchez podría haber avanzado una prioridad negociadora con las fuerzas del cambio, lo que le suponía un cambio programático y de articulación de un nuevo equilibrio en sus alianzas. Es lo que temían los poderosos y sus aparatos mediáticos que, simplemente, no podían aceptar ni esa mera hipótesis.

Pero, la actitud de Sánchez y su equipo (incluido personas más avanzadas como O. Elorza, J. Borrell o M. Iceta) no ha llegado nunca a traspasar esa línea roja (que sí lo hace Pérez Tapias de Izquierda socialista). La retórica de un Gobierno alternativo o de izquierdas solo esconde un gobierno socialista, con la mutua neutralización y subordinación de Unidos Podemos (y aliados) y Ciudadanos, con su completa hegemonía representativa y gestora y sin un compromiso de cambio significativo de las políticas socioeconómicas y territoriales, incluso democráticas.

Su propuesta concreta parece que consistía en un Gobierno socialista con participación de independientes afines a Unidos Podemos y Ciudadanos, con un proyecto solo de recambio gubernamental, con un programa continuista ‘renovado’, con pequeñas reformas sociales y de regeneración democrática. Su chantaje a Unidos Podemos, con palabras más amables, era similar al de la pasada legislatura: subordinación, o pretexto para seguir con la campaña de aislamiento.

El eje alternativo debe ser un acuerdo intermedio y compartido entre PSOE y Unidos Podemos (y aliados). El equilibrio no puede darse entre una dirección económica presidida por L. Garicano y J. Sevilla, con algunas concesiones limitadas en el área social, y una leve regeneración democrática, junto con un bloqueo del tema territorial.

Además, al rechazar Ciudadanos esa vía tripartita, solo quedaría la opción de un acuerdo con Unidos Podemos (y aliados), con un giro social a sus políticas económicas y mayor profundización de la democratización institucional, incluido el tema territorial, y la regeneración democrática. Además, debería ser seguido de una negociación con las fuerzas nacionalistas catalanas y vascas, que conllevaría cierta flexibilidad para tratar el tema territorial, cosa a la que el equipo de Sánchez también se oponía.

¿Qué sentido tenía la oferta retórica del PSOE de negociación tripartita con Unidos Podemos y Ciudadanos?. Evidentemente, no la de dar pasos serios y constructivos en ese sentido, sino ganar protagonismo y conformar un pretexto para seguir criticando a Unidos Podemos como supuesto responsable de la continuidad del PP. El objetivo de lo que llaman proyecto socialista autónomo tampoco era avanzar en la difícil formación de un Gobierno alternativo, sino ensanchar la representatividad del PSOE (la ilusión de conseguir 100 diputados) a costa de Unidos Podemos y confluencias (que deberían quedarse en no más de 50). Por tanto, no era una propuesta unitaria y constructiva para cambiar las instituciones y las condiciones de la gente, sino un discurso ventajoso para el plan de Sánchez de entrar en la campaña de las próximas elecciones generales con mayores garantías para su preponderancia frente a Unidos Podemos.

Pero ese plan era de aplicación improbable, sobre todo por la dura oposición de Ciudadanos. Solo cabía la versión de la búsqueda de apoyo de las fuerzas nacionalistas, lo que suponía acordar también seriamente con Unidos Podemos y las confluencias el programa de giro socioeconómico y flexibilidad en la cuestión territorial. Podría ser transitable; es lo que deseaba, por ejemplo, M. Iceta. Pero es dudoso que correspondiese al diseño de Sánchez: disputar, tras las nuevas elecciones generales, la hegemonía del PP, al mismo tiempo que recuperar el bipartidismo y distanciarse respecto de Unidos Podemos y aliados, a los que se les sometería a la presión clásica: PP o PSOE, con el cierre del cambio sustantivo.

Para el grupo de Sánchez el fundamento de esa propuesta tiene, sobre todo, un componente instrumental: cómo evitar su prolongado declive representativo y de poder y, especialmente, cómo reforzar quién gestiona ese debilitado poder institucional (él mismo).

Para el poder establecido, de fuera y de dentro del Partido socialista, ese plan conllevaba cierto riesgo: generar una expectativa de desalojo gubernamental de la derecha, mantener su inestabilidad, generar confianza alternativa en el grupo dirigente. No obstante, no estaba inscrito en una rectificación de la estrategia socialista pasada: por un lado, de giro a la derecha en materia socioeconómica y visión centralista en materia territorial, reafirmados por el pacto con Ciudadanos; por otro lado, de acoso total contra Unidos Podemos y las fuerzas nacionalistas, aun con algún guiño amable.

Por tanto, esa idea de Sánchez no era consistente para abrir un nuevo ciclo de confianza y colaboración entre las fuerzas progresistas para desplazar a las derechas y abrir una dinámica de cambio. Por supuesto, no es comparable con el giro a la izquierda del laborismo británico, con Corbyn; ni siquiera, con la alianza más pragmática (en condiciones más favorables por su mejor correlación de fuerzas y la ausencia de problemática territorial) del Partido socialista portugués con el Bloco y el PCP. Tampoco es debido a ninguna reflexión o reorientación de la estrategia pasada o la encrucijada de la socialdemocracia europea para distanciarse de su consenso con la estrategia injusta e insolidaria del poder liberal conservador. Tiene poco recorrido.

Antonio Antón. Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid
@antonioantonUAM

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